domingo, 14 de abril de 2013

Leos, Peter H. Reynolds


Villar Arellano

¿Quién no ha soñado alguna vez con tener ocho manos o un doble para poder afrontar sin dificultad las múltiples obligaciones del día a día? Esta fantasía constituye el tema principal de Leos, un sencillo cuento para niños con evidentes guiños al mundo adulto.
Leo siempre tenía muchas cosas que hacer. Trabajaba mucho pero, por más que redoblara sus esfuerzos, la lista de tareas parecía crecer más y más: Cambiar bombillas, arreglar la bici, ir de compras, ordenar el sótano, lavar los platos, sacar a pasear al perro... aquello era inabarcable, una asfixiante avalancha de obligaciones, imposible de afrontar en solitario.
Por eso, cuando por arte de magia apareció un nuevo Leo en la puerta de su casa, creyó que lo conseguiría. Pero lo que comenzó siendo una ayuda terminó por complicar las cosas: al recién llegado continuamente se le ocurrían nuevas cosas para hacer.... Hasta que llegó un nuevo Leo, y otro, y otro... ¡Hasta diez Leos terminaron trabajando sin parar, cada cual más ocupado!

Peter Reynolds, autor de otros títulos infantiles como El punto y Casi, afronta con humor y aparente ingenuidad un tema profundo y complejo que constituye un rasgo definitorio de nuestra cultura: la prisa, la obsesión por las obligaciones...
—¡No hay tiempo que perder, no hay tiempo para pararse! —exclama uno de los Leos, poniendo así en boca de un ser sin personalidad la frase clave que nos amarga la vida a todos. Por eso, una se siente tan identificada por Leo, el auténtico —éste sí, dotado de entidad personal— y lo aplaude como a un héroe cuando, harto y consumido por tanto esfuerzo, decide dejar plantados a sus clones e irse a echar una siesta.

Soñar no estaba en la lista, no era un trabajo, pero ese tiempo era sólo suyo y era lo que hacía a Leo singular. Y aquí está el principal acierto de este relato: su capacidad para expresar con tanta claridad la necesidad de parar, de relajarse y de perder el tiempo para volver a ser nosotros mismos. Los clones de Leo existen sólo en función de las tareas que realizan, son números que escriben a máquina, barren, llaman por teléfono... ven, en fin, pasar las agujas del reloj a golpe de agenda.
Todo es inútil, un engaño. La necesidad de multiplicarse, lejos de disminuir el trabajo, genera nuevas tareas, condenando a todos a una permanente insatisfacción. Los Leos intentan ser eficaces, ensayan formas de organizarse, se reparten y distribuyen la faena... y siguen creándose nuevas necesidades, en un continuo y creciente círculo vicioso.

Una vez más, el autor demuestra su habilidad para desenvolverse en el terreno psicológico: si la autoestima y la capacidad creativa fueron los temas centrales de sus anteriores libros, el perfeccionismo y la obsesión por el trabajo son los rasgos que aborda en este álbum. Juntos componen una especial trilogía en la que texto e ilustraciones, aparentemente ligeros y espontáneos, plantean una compleja reflexión, una invitación a reconciliarse consigo mismo y a darse una segunda oportunidad.
Estilísticamente, las ilustraciones de Reynolds se sitúan en el ámbito del humor gráfico. Su trazo, esquemático y ágil, esboza unas figuras que se desenvuelven en contextos abiertos, apenas definidos por la parodia de situaciones. El color se compone con manchas de acuarela que destacan sobre el fondo blanco sin grandes alardes cromáticos.

Peter H. Reynolds se aplica el cuento y, fiel a la máxima de “menos es más”, opta por la libertad y la soltura del trazo frente al perfeccionamiento estético, primando la función narrativa. En la puesta en página, alterna diferentes presentaciones: cuando el texto lo requiere, descompone la página en secuencias de imágenes o bien la inunda de movimiento desde una única escena.


Él sólo pretende contar algo y para ello utiliza el doble lenguaje que maneja con habilidad: un texto explícito y unos dibujos que, sencillamente, ilustran la imaginación del lector.
Un detalle curioso para terminar: el autor dedica a su hermano gemelo este libro de dobles... y singulares.
Páginas de aire fresco para leer a dos voces, para que los padres olviden por un rato sus obligaciones y compartan con sus hijos el placer de las pequeñas cosas.


Fuente:
http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es


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