miércoles, 31 de octubre de 2012

I Love You, Avril Lavigne

Me gusta tu sonrisa
Me gusta su ambiente
Me gusta tu estilo
Pero es por eso que Te amo
Y yo
Me gusta la forma
Eres una estrella
Pero no es por eso Te amo
Oye, ¿te sientes
¿Se siente usted conmigo?
¿Se siente lo que yo siento también?
¿Es necesario?
Qué necesitas?


 Eres tan hermosa
Pero no es por eso Te amo
No estoy seguro de que sabe
Que la razón Te amo
Es que usted se
Al igual que tú
Sí, la razón Te amo
Es todo lo que hemos pasado por
Y es por eso Te amo...

Me entretengo queriéndote, Gloria Fuertes


Por la tarde, al atardecer,
después de los versos,
me entretengo queriéndote,
me entretengo.
Apago las luces y enciendo el amor,
y al amor de la lumbre
que brota del recuerdo...
(¡Es hermoso el otoño para amarte !)
…encandilo mis ojos
y caliento mis dedos,
pongo agua en los nardos
y un disco de silencio.
Aunque no estás conmigo
a tu imagen queriendo,
por la tarde yo sola,
me entretengo,
queriéndote, me entretengo.

Gloria Fuertes

Sabías que existe un árbol que se llama árbol de las pelucas...


..árbol de la niebla, árbol del humo o fustete?


                               

Cotinus coggygria                  DESCRIPCIÓN
Arbusto grande o pequeño árbol caducifolio de 2 hasta 4 m de altura, con la copa ancha. Tronco veteado de marrón. Hojas alternas, simples, ovales u abovadas, de 7-8 cm de longitud, con el ápice redondeado o ligeramente emarginado y la base estrecha; las flores están dispuestas en inflorescencias marginales, plumosas. Florece en primavera. El fruto es una drupa triangular de unos 4 mm de largo.
HÁBITAT
Originaria desde el Sur de Europa hasta China y el Himalaya.
SIEMBRA
Antes de sembrar, realizar una estratificación fría a la semilla de 4 a 6 meses, es decir, mantener la semilla mezclada con arena o turba siempre húmeda a no más de 4º C durante dicho tiempo. Cuando se observe que comienza la germinación, ya puede plantarlo en el lugar elegido. 
CURIOSIDADES
El árbol de las pelucas, como se conoce a este arbusto popularmente, recibe este nombre debido a la espectacular transformación que sufre tras la floración. El cultivar ’’Royal Purple´ presenta hojas moradas. 



UTILIDADES
  • Ornamental
  • Jardinería
  • Decoración
USOS
  • Árbol aislado
  • Arbolado alineación
  • Setos
FLORACIÓN
  • Fecha: Verano
  • Color: Blanco
CARACTERÍSTICAS
  • Tipo de suelo: Indiferente
  • Luz: Pleno sol
  • Textura del suelo: Normal
  • Clima: Mediterráneo
  • Acidez del suelo (pH): Indiferente
  • Temperaturas: Lugares cálidos
  • Exigencia en Mat. Org.: Poca
  • Heladas: No resistente
  • Humedad del suelo: Normal o medio
  • Época siembra: Primavera
  • Cond. Climatológicas: Al aire libre con protección invernal
  • Sequía: Resistente
  • Humedad atmosférica: Normal


La historia a través de las pelucas



Hoy os invito a un viaje, un viaje especial...
Es un viaje a través del tiempo, recorriendo parte de la historia, del espacio y del tiempo con un objeto en la mano, o mejor dicho, en el recuerdo, aunque también podría ser, con ese objeto sobre la cabeza...

Porque hoy  os propongo viajar con la mirada puesta en las cabezas...

Y para comenzar esta aventura, nada mejor que buscar en el baúl de los recuerdos y...y regresar a 1793...

Danton, la película dirigida en 1982 por Andrzej Wajda comienza mostrándonos una escena en la que Robespierre, el verdugo, se incorpora pesadamente de un catre humilde y piojoso, con las señas claras de quien ha visto a la muerte y dicho no. El cuello, el torso y la cabeza están empapados en sudor. Robespierre ha pasado tres semanas consumido por la fiebre y ahora debe volver al trabajo, un encargo que se mide en razón de la cantidad de cabezas guillotinadas. Ese hombre ha sudado la enfermedad y lo único que solicita a su ayuda de cámara es un traje limpio, unos polvos faciales y una peluca. Mientras la imagen indefensa de Robespierre va transformándose en la de un juez implacable, asistimos a una sesión de cosmetología. Lo que impacta, lo que pone patas arriba nuestro sentido de la higiene es el gesto autosuficiente con el que Robespierre se pone la peluca y vuelve a ser lo que ha sido: la autoridad que doblega, humilla y triunfa. La peluca de Robespierre establece metafóricamente una distancia social con la cabellera salvaje de Danton, un Gerard Depardieu en el papel de hijo consentido del pueblo. Conocemos el desenlace histórico y cinematográfico: la cabellera rueda a los pies de la peluca.

Las primeras pelucas surgen 7000 años atrás con los asirios, que consideraban tan importante al cabello que la calvicie total o parcial, se consideraba un defecto antiestético ocultado mediante pelucas.

Los más asiduos portadores de pelucas en la antigüedad fueron los egipcios. Debido al calor extremo y la abundancia de piojos, tanto hombres como mujeres acostumbraban llevar la cabeza rapada y en ocasiones especiales cubrirla con elaboradas pelucas trenzadas rematadas en cuentas de oro y marfil. Las mismas indicaban el lugar que uno tenía en la sociedad (como siempre, mientras más alto el rango más elaborada la peluca). Algunas de estas pelucas eran enormes y muy pesadas. La peluca que llevaba la reina Isimkheb en las grandes ocasiones pesaba tanto que necesitaba ayuda para poder caminar. Para evitar que las pelucas olieran mal se ponían unos conos de cera perfumada sobre ellas.

Las fabricaban con cabellos humanos atados a una red, pelo animal, fibras de lana, oro y otros metales, según el rango de la persona que fuese a lucirla, las pelucas las usaban sobre todo en eventos especiales.
Algunas mujeres preferían hacerse trenzas como puede verse en la momia de la reina Atmés Néfertari

Los arqueólogos han encontrado unos cofres con pelucas, muchas de ellas están expuestas en diferentes museos.

Al comenzar el siglo 1 a.C. las pelucas rubias hicieron furor en Roma. Las vanidosas romanas cortaban las magníficas cabelleras blondas de las cautivas bárbaras germanas. Pero con el correr del tiempo, las pelucas rubias acabaron por convertirse en el signo distintivo de las prostitutas e incluso de quienes las frecuentaban. Tanto la libidinosa emperatriz Mesalina, como el lujurioso Calígula, solían pasearse por los burdeles con sus pelucas blondas en busca de placeres.
Al emerger la Iglesia Católica, las pelucas fueron asociadas a los paganos y por ende perseguidas por la Iglesia. Desde el siglo 1º hasta el 629, una persona con peluca no podía recibir una bendición cristiana. Las pelucas eran vistas como vanidosas invenciones del diablo.En el 629 D. C. el Concilio de Constantinopla excomulgó a los cristianos que se resistieran a prescindir de dicho complemento. Así a partir de la caída del Imperio romano el uso de pelucas entró en decadencia.
  En el siglo XVI se volvió a rescatar el uso de pelucas con la finalidad de compensar la calvicie. Por ejemplo a medida que envejecía la reina Isabel I de Inglaterra se fue haciendo con una importante colección de pelucas rojas, elaboradas y peinadas al estilo romano. Las pelucas también tenían el propósito de prevenir la tiña y los piojos, enfermedades muy frecuentes en aquella época debidas a las malas condiciones de higiene, así como encubrir la suciedad. Se creía que mojarse la cabeza enfermaba y por ende tanto los baños como las lavadas de cabeza eran infrecuentes.   
  El “aroma” se ocultaba con perfumes pero los piojos eran más difíciles de erradicar. En estas circunstancias era más fácil raparse la cabeza y usar una peluca para prevenir los piojos..  La calvicie prematura del rey Luis XIII de Francia, puso de moda el uso de pelucas en la corte y al poco tiempo toda la nobleza europea estaba imitándolo.

La pelucas se introdujeron en el mundo anglosajón en la época del rey Carlos II de Inglaterra durante la restauración del trono en Inglaterra después de un largo exilio en Francia. Estas pelucas llegaban a la altura de los hombros, imitando los largos cabellos tan de moda entre los hombres desde la década de 1620. Siendo las pelucas una prenda obligatoria para los hombres de prácticamente toda extracción social, el gremio de los peluqueros ganó un prestigio considerable. El gremio de los peluqueros se estableció en Francia en 1665. Las pelucas en esa época estaban muy elaboradas y cubrían fácilmente los hombros y el pecho. No es extraño que fueran pesadas e incómodas. La pelucas más caras se elaboraban con cabellos humanos, no obstante habían materiales alternativos más económicos como el pelo de caballo y cabra.

 
El siglo XVIII fue un siglo de elegancia.


 Nunca las formas de vestir y los estilos de peinado de la gente fueron tan suntuosos, tan elaborados y artificiales. Lo que no pudo lograrse con el cabello natural, fue aumentado con pelucas. Esta época fue una explosión de exhibición de peinados a cual más extravagante, una reacción totalmente contraria al pudor y recato de los siglos anteriores. El cabello se puso a tono con el estilo "rococó", que fue el estilo preponderante hasta casi el final del siglo. Era un estilo artístico en el que predominaban las curvas en forma de "ese" y las asimetrías, que enfatizaban el contraste. Un estilo dinámico y brillante, donde las formas juegan y se integran en un movimiento armonioso y elegante. 


Un estilo de acuerdo a una época de nuevas ideas filosóficas, como el Iluminismo, y a la afluencia de riquezas económicas que llegan a Europa por los viajes al nuevo continente, América. Se crean nuevos órdenes sociales; además del clero y la nobleza, una burguesía pujante de nuevos ricos y gente que hace fortuna y se posiciona en las esferas sociales y políticas, y que imita en todas sus costumbres a los nobles. Un estilo de acuerdo a una época en que la ciencia se independiza cada vez más de la religión, consigue logros espectaculares y desarrolla por consecuencia una tecnología que dará paso a una imparable revolución industrial. La gente de esa época creía que vivía en el mejor de los mundos posibles. A fin del siglo, los estilos artísticos y culturales cambian; surge un estilo que se llama "neoclásico" y es mucho más sobrio y conservador, con un regreso a las estéticas griega y romana clásicas. 
El uso de pelucas en los hombres comenzó a ser muy popular a fines del siglo XVII, durante el reinado en Francia de Luis XIV, el Rey Sol. Toda su corte comenzó a usar pelucas, y como Francia dictaba la moda de Europa en esa época, su uso se extendió al resto de las cortes del continente. En 1680 Luis XIV tenía 40 peluqueros que diseñaban sus pelucas en la corte de Versailles


Desde 1770, el uso de pelucas se extendió también a las mujeres. Y a medida que los años pasaban, las pelucas se fueron haciendo más altas y más elaboradas, especialmente en Francia. Las pelucas masculinas eran generalmente blancas, pero las femeninas eran de colores pastel, como rosa, violeta o azul. Las pelucas indicaban, por su ornamentación, la mayor o menor posición social de quien las usaba. La gente de fortuna podía costear, lógicamente, diseñadores más caros y más variedad de materiales. Se hacían por lo general con pelo humano, pero también con pelo de caballo o de cabras. La condesa de Matignon, en Francia, le pagaba a su peluquero Baulard 24.000 libras al año para que le hiciera un nuevo diseño de peluca todos los días.
Cerca de 1715 se comienzan a empolvar las pelucas. Las familias tenían un salón dedicado al "toilette", donde se empolvaban diariamente y acondicionaban. Se espolvoreaban con almidón de arroz o de papas. Para la operación de empolvado, hecha por un peluquero, solían cubrirse el rostro con un cono de papel grueso.

Los barberos, además de cortar y peinar el cabello y la barba, venían practicando diversas operaciones quirúrgicas y extracciones dentales. En 1745 una ley en Inglaterra les prohíbe estas prácticas y los autoriza solamente a cortar y arreglar los cabellos. Esto provoca la ruina de muchas barberías y la falta de trabajo para muchos barberos en Europa, pues similares leyes son promulgadas en Francia y otros países. Pero el auge de las pelucas crea la demanda de nuevos profesionales: los fabricantes y diseñadores de pelucas, quienes además se encargarán periódicamente de arreglarlas, perfumarlas y retocarlas. Ya desde fines del siglo del siglo anterior se habían creado sindicatos o uniones de peluqueros, y exigían a los profesionales pagar una tarifa y dar un examen de aptitud para desempeñar la profesión. En este siglo la industria de las pelucas crece y se vuelve importante, creando nuevos trabajos y fuentes de ingresos para gran parte la población. A su vez esto afecta a la industria de los sombrereros, pues los hombres dejan de usar sombreros por lucir sus pelucas y deben fabricarse nuevos estilos de sombreros que puedan acondicionarse a las pelucas. La mayor parte del pueblo, digamos un 80% de la población, no usaba pelucas, sino su pelo natural, sin demasiado arreglo. Pero sólo el porcentaje que cubría la nobleza y la alta burguesía movilizaba una industria destacada en la época.

William Andrews, un escritor inglés del siglo XIX, Nos cuenta que los robos callejeros de pelucas en el siglo XVIII eran comunes. Y las pelucas, en sus días de gloria, eran carísimas. Había que caminar con mucha atención para no perderlas. No obstante todas las precauciones, los robos de pelucas eran frecuentes. Era famoso este modo de operación: un un niño era transportado sobre una bandeja de carnicero por un hombre alto, y el niño agarraba la peluca en menos de un segundo. Cuando el dueño, desconcertado, miraba hacia todos lados, un cómplice le impedía avanzar con el pretexto de asistirlo, mientras el "carnicero" escapaba.


A principios del siglo, los estilos de cabello de los hombres son mucho más suntuosos que los de las mujeres. Todavía entonces está de moda el "estilo Luis XIV", con grandes bucles y el pelo sobre los hombros. Cuando termina el siglo, la tendencia se revierte: las mujeres lucirán exuberantes pelucas, de 50 a 80 cm. de alto, y más, que se usarán inclusive para conmemorar con sus diseños celebraciones y aniversarios. 


Estas pelucas femeninas traían algunos problemas: los marcos de las puertas tenían que ser elevados o reconstruídos para que pudieran pasar, y en muchas ocasiones la presión de las pelucas demasiado pesadas les causaba inflamaciones en las sienes. Sobre la mitad del siglo, el nuevo rey de Francia, Luis XV, impone un estilo de pelucas más pequeñas para los hombres y el riguroso empolvado blanco o preferentemente grisáceo. Los hombres también usan desde mediados del siglo una cola de caballo en la nuca, atada con una cinta, estilo que se vuelve muy popular en todas las cortes. Las mujeres continuarán con sus estilos extravagantes hasta la llegada de la Revolución Francesa, donde todo el lujo y la exuberancia queda prácticamente anulado por las nuevas ideas republicanas. A partir de allí, los peinados serán más clásicos y sencillos y volverá a usarse el pelo natural.  

En lo que se refiere al estilo de cabello de las mujeres del siglo XVIII, a principios del siglo aún seguía usándose un estilo que venía de moda desde fines del siglo anterior: el estilo "Fontange". Su nombre se debe a que fue creado por la Duquesa de Fontange, quien en una jornada de caza con el rey Luis XIV de Francia, enredó su cabellera en la rama de un árbol, y para reacomodar el cabello lo apiló sobre su cabeza. El rey quedó fascinado con ese peinado accidental, y le rogó que lo conservara siempre. Este estilo estuvo de moda más o menos hasta 1720.
Bajo el reinado de Luis XV las costumbres cambiaron y los cabellos femeninos tuvieron otro estilo más simple. Estuvo de moda un estilo llamado "tête de mouton" (cabeza de oveja), con bucles cortos y algunos mechones de pelo sobre la nuca. Las mujeres no usaron pelucas hasta 1770. A partir de allí, los peinados -artificiales- se hicieron cada vez más altos y más elaborados. 


Ya cerca de fin de siglo el estilo ostentoso y deslumbrante de la nobleza europea era el objeto de críticas de los filósofos de La Ilustración. No sólo el estilo de vestimentas y cabellos, sino el estilo de arte mismo, el rococó, era fuertemente criticado. En el momento en que la burguesía -la clase sin nobleza- se vuelve poderosa e influyente, todo el sistema, el sistema político, económico, social y cultural es cuestionado por los principales pensadores. En un principio, los burgueses adinerados imitaban en todo a los nobles, querían ser como ellos. Pero cuando se vuelven poderosos y autosuficientes, y cuestionan todo el sistema del Antiguo Régimen, rechazan toda su estructura social y por supuesto, sus costumbres. El lujo y la ostentación, con la llegada de la Revolución Francesa, son mal vistos por todo el mundo. La nueva sociedad adopta un estilo más sobrio y gira hacia la sencillez; del rococó se pasará al neo-clásico, que es un estilo artístico que recupera la estética griega antigua. Y éste será también el estilo a tono con el romanticismo, que se impondrá a fines del siglo XVIII y predominará sobre casi todo el siglo XIX.
Los cambios filosóficos, los cambios en la forma de pensar de la sociedad cambian el cabello. De a poco, las pelucas comienzan a dejar de usarse, y el pelo se empieza a usar natural, sin empolvados. La Revolución y el cambio de todo el sistema fue un cambio brusco y repentino -aunque ya se anunciaba- a raíz de un golpe legislativo de los diputados burgueses con apoyo de parte del clero y la nobleza, pero el cambio de costumbres no fue tan rápido. Todas las imágenes de Robespierre y Danton, dos líderes de la Revolución, los muestran con pelucas empolvadas, hasta su muerte en la guillotina. En cambio, Jean Paul Marat, el otro líder revolucionario, ya lucía la nueva estética. Y otro de los principales gestores de la Revolución, el pintor Jacques Louis David, ya estaba inscripto totalmente en el estilo neo-clásico, en sus obras y en su estética personal. A medida que el neo-clasicismo se va imponiendo, los peinados van cambiando. Al arribo al poder de Napoleon Bonaparte, ya pocos usarán pelucas; el estilo Imperio muestra a todos los legisladores y políticos, con su pelo natural, peinado de una manera informal, símbolo de una nueva era de independencia de pensamiento. Los militares fueron los últimos en abandonar el viejo estilo, pero en el ejército napoleónico ya casi todos están con su cabello natural. Las mujeres, ya sobre el fin de la era revolucionaria, dejan absolutamente de usar los peinados altos y complejamente elaborados y usan el pelo sin empolvar, con una caída casi natural, o recogido con peinetas, o atado con cintas simples.


 Quizás los primeros en abandonar el viejo estilo de pelucas y peinados muy elaborados hayan sido, paradójicamente, los mismos aristócratas que los impusieron. Por temor a ser reconocidos y posiblemente encarcelados y guillotinados durante la Era del Terror de Robespierre (1790-1793), salían de sus casas vestidos sencillamente y con peinados naturales; sin pelucas, por supuesto, con el cabello corto, sin empolvar y peinado al estilo neo-clásico. En realidad, ya no había lugar donde usar el antiguo estilo de cabello. Para esta época, en el resto de Europa se comenzó a usar el mismo tipo de cortes y peinados. El siglo XIX se anunciaba con una moda totalmente distinta. 
 Nunca tanto como en el siglo XIX quedó demostrado que el cabello podría ser la expresión exterior del pensamiento. En la primera mitad del siglo, la corriente literaria, que después será toda una forma de pensamiento, es el romanticismo. Esta palabra tiene más que ver con una expresión filosófica que con el sentimiento romántico. Es la completa oposición a las ideas de la Ilustración, el otro extremo del racionalismo lógico del siglo XVIII. El romance es un género literario que tiene características de fantástico, ideal, alejado de la realidad cotidiana. El racionalismo del siglo XVIII creía en un mundo con leyes mecánicas en un universo sin misterios más allá de lo conocido, y en una vida artificial concentrada en las ciudades, con un optimismo centrado en sentirse en uno de los mejores mundos posibles. El romanticismo ve misterios por todos lados, es irracional, dudoso y conflictuado, prefiere la soledad y el sentimiento de nostalgia, prefiere la naturalidad y la liberación de las estructuras sociales. Y el cabello, en la primera mitad del siglo, será así: desordenado, seco, sin productos artificiales, sin ostentación; es decir, una expresión del sentido de libertad individual y una sugestión de no-pertenencia a nada uniformado. De los modelos clásicos de la estética griega de finales del siglo XVIII se pasa a una búsqueda de la estética medieval. El romanticismo ve con más agrado los misterios del oscurantismo que los intentos de explicación de la Era de la Razón. En los primeros años del siglo XIX los hombres usaban el cabello con este estilo y no se veían casi barbas.

En el siglo XIX existía una gran variedad de pelucas disponibles, si bien las pelucas completas no estuvieron de moda a lo largo de dicho siglo y a principios del XX, pues las utilizaban las damas mayores que habían perdido su cabello.

Las pelucas se llevaban habitualmente durante los comienzos de la historia americana. Así lo hicieron John Adams, Thomas Jefferson, James Madison y Alexander Hamilton.

Actualmente, en la mayoría de los países de la Commonwealth las pelucas especiales son llevadas por abogados, jueces y un cierto número de oficiales del Parlamento como símbolo de su oficio. Hasta 1823, también todos los obispos del Reino Unido utilizaban pelucas ceremoniales.
 Actualmente se ha visto un renacer de las pelucas en la forma de extensiones o alargues. Estos son mechones postizos de pelo natural o artificial que se trenzan directamente sobre el pelo tanto para aumentar instantáneamente el largor de la cabellera o para dar más volumen al look. Famosas modelos y estrellas como: Elle Mac Pherson, Kyle Minogue, Beyonce Knowles, Naomi Campbell y Paris Hilton son fanáticas declaradas de las extensiones. 
 Actualmente las judía ortodoxas siguen utilizando pelucas cotidianamente; pero éstas no lo hacen por vanidad sino por todo lo contrario. Los judíos ortodoxos consideran al cabello femenino como un factor de atracción sexual tan provocativo que debe ser cubierto con una peluca.

El atractivo sexual y vital del pelo es algo innegable. El cabello abundante, brillante y bien cuidado ha sido objeto de admiración y deseo desde la antigüedad. Esto se debe a que nuestro cabello es el reflejo de nuestra salud y nuestro vigor. Es por esto que durante siglos hombres y mujeres se han esforzado tanto en aparentar mejor cabello del que realmente tenían. Las pelucas y apliques han sido fieles aliados a la hora de transformar el aspecto, acentuar la exhuberancia de la cabellera y disimular la alopecia o simplemente la calamidad capilar matutina de esos días en los que nuestro pelo simplemente no amanece bien. 

 Hoy en día, una gran cantidad y variedad de productos cosméticos ayudan a solucionar la mayoría de los problemas capilares contra los cuales lucharon nuestros ancestros. Ahora, la peluca ha dejado de ser una necesidad cotidiana para convertirse en un elemento de diversión, de juego y de renovación en nuestras vidas. Mención especial merece el uso de las pelucas en aquellas personas que  han perdido el pelo por tratamientos médicos. En este sentido ha habido un repunte en su uso, diseño, en los materials para su fabricación...
Lla variedad de estilos en el peinado es tan amplia como la plena libertad de usar cualquiera de ellos. No hay más valores uniformados, sólo sutiles tendencias generales. La publicidad de los productos para el cabello tienden a enfatizar las individualidades y los estilos personales. En esta etapa está casi todo permitido: desde ser "retro" hasta simplemente clásico o extremadamente audaz.


Fuente:
 http://thehistoryofthehairsworld.com
http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias
http://flordecamalote.blogspot.com.es
Pelucas y peinados. Cristina Rivillo.pdf

La insoportable levedad del Ser, Milan Kundera

Teresa acaricia constantemente la cabeza de Karenin, que descansa tranquilamente sobre sus rodillas.
Para sus adentros dice aproximadamente esto: No tiene ningún mérito portarse bien con otra persona.
Teresa tiene que ser amable con los demás aldeanos porque de otro modo no podría vivir en la aldea. Y hasta con Tomás tiene que comportarse amorosamente, porque a Tomás lo necesita. Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.
La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse c on absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales. Y aquí fue donde se
produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás.

Una de las terneras se acercó a Teresa, se detuvo y la miró largamente con sus grandes ojos castaños.
Teresa la conocía. Le llamaba Marqueta. Le hubiera gustado ponerle nombre a todas sus terneras, pero no podía. Eran demasiadas. Antes, y seguro que hasta hace cuarenta años, todas las vacas de este pueblo tenían nombre. (Y dado que el nombre es el signo del alma, puedo afirmar que la tenían, a pesar de Descartes.) Pero luego se hÍ20 cargo del pueblo una gran fábrica cooperativa y las vacas pasaron a llevar su vida en dos metros cuadrados, en el establo. Desde entonces no tienen nombres y se han vuelto «machinae animatae». El mundo le ha dado la razón a Descartes.

Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada en un tocón, acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzsche sale de su hotel en Turín.
Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora.

Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo.

Y ése es el Nietzsche al que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descans a la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad, «ama y propietaria de la naturaleza», marcha hacia adelante.

¿Por qué es tan importante para Teresa la palabra idilio?
Nosotros, que hemos sido educados en la mitología del Antiguo Testamento, podríamos decir que un idilio es la imagen que nos ha quedado como recuerdo del Paraíso : la vida en el Paraíso no semejaba una carrera en línea recta que nos conduce a lo desconocido, no era una aventura. Se movía en círculo entre cosas conocidas. Su uniformidad no era un aburrimiento, sino un motivo de felicidad.

Mientras el hombre vivió en el campo, en la naturaleza, rodeado de animales domésticos, en el regazo de las épocas del año y de su repetición, quedaba aún dentro de él al menos un reflejo de ese idilio paradisíaco.
Por eso Teresa, cuando se encontró en el balneario con el presidente de la cooperativa, vio de pronto ante sus ojos la imagen de la aldea (de una aldea en la que nunca había vivido, que no conocía) y quedó maravillada. Era como si mirara hacia atrás, en dirección al Paraíso.

Adán, en el Paraíso, cuando se inclinaba sobre una fuente, aún no sabía que aquello que veía era él mismo. No habría comprendido a Teresa cuando, de niña, se ponía ante el espejo y trataba de ver su alma a través de su cuerpo. Adán era como Karenin. Teresa se divertía con frecuencia poniéndolo frente al espejo. No reconocía su imagen y se comportaba con increíble desinterés y distracción.

La comparación entre Karenin y Adán me lleva a pensar que en el Paraíso el hombre aún no era hombre.
Más exactamente: el hombre aún no había sido lanzado a la órbita del hombre. Nosotros hace ya mucho que hemos sido lanzados y volamos por el vacío del tiempo que transcurre en línea recta. Pero aún sigue existiendo dentro de nosotros una estrecha cuerdecilla que nos ata al lejano y nebuloso Paraíso en el que Adán se inclina sobre la fuente y, siendo totalmente distinto de Narciso, no intuye que esa pálida mancha amarilla que ha aparecido allí es en realidad él mismo. La nostalgia del Paraíso es el deseo del hombre de no ser hombre.

La respuesta me parece sencilla: el perro nunca ha sido expulsado del Paraíso. Karenin no sabe nada de la dualidad entre el cuerpo y el alma y no sabe qué es el asco. Por eso Teresa se siente tan a gusto y serena con él. (Y por eso es tan peligroso transformar el animal en «machina animata» y la vaca en un autómata que produce leche: el hombre corta así el hilo que lo ataba al Paraíso y en su vuelo por el vacío del tiempo ya nada podrá detenerlo ni consolarlo.)

De la confusa mezcla de estas ocurrencias, crece ante Teresa una idea blasfema de la que no puede librarse: el amor que la une a Karenin es mejor que el que existe entre ella y Tomás. Mejor, no mayor. Teresa no quiere culpar a Tomás ni culparse a sí misma, no pretende afirmar que pudieran quererse más. Pero le da la impresión de que la pareja humana está hecha de tal manera que su amor es a priori de peor clase de la que puede ser (al menos en su caso, que es el mejor) el amor entre una persona y un perro, esa extravagancia en la historia del hombre, probablemente no planeada por el Creador.

Es un amor desinteresado: Teresa no quiere nada de Karenin. Ni siquiera le pide amor. Jamás se ha planteado los interrogantes que torturan a las parejas humanas: ¿me ama?, ¿ha amado a alguien más que a mí?, ¿me ama más de lo que yo le amo a él? Es posible que todas estas preguntas que inquieren acerca del amor, que lo miden, lo analizan, lo investigan, lo interrogan, también lo destruyan antes de que pueda germinar. Es posible que no seamos capaces de amar precisamente porque de seamos ser amados, porque queremos que el otro nos dé algo (amor), en lugar de aproximarnos a él sin exigencias y querer sólo su mera presencia.

Y algo más: Teresa aceptó a Karenin tal como era, no pretendía transformarlo a su imagen y semejanza, estaba de antemano de acuerdo con su mundo canino, no pretendía quitárselo, no tenía celos de sus aventuras secretas. No lo educó porque quisiera transformarlo (como quiere el hombre transformar a su mujer y la mujer a su hombre), sino para enseñarle un idioma elemental que hiciera posible la comprensión y la vida en común.