miércoles, 17 de abril de 2013

El amor es un centro, Mario Benedetti





Una esperanza un huerto un páramo
una migaja entre dos hambres
el amor es campo minado
un jubileo de la sangre
cáliz y musgo/ cruz y sésamo
pobre bisagra entre voraces
el amor es un sueño abierto
un centro con pocas filiales
un todo al borde de la nada
fogata que será ceniza
el amor es una palabra
un pedacito de utopía
es todo eso y mucho menos
y mucho más/ es una isla
una borrasca/ un lago quieto
sintetizando yo diría
que el amor es una alcachofa
que va perdiendo sus enigmas
hasta que queda una zozobra
una esperanza un fantasmita.


Vivo y muero en tu piel, Jennifer Peña


Dime quien tu eres y por que estas aquí
dime como has hecho para conquistarme así
a veces creo que no eres real
que voy a despertarme y no estarás

Dime como sabes siempre lo que decir
como te deseo no lo puedo fingir
no recuerdo haber sentido igual
esto es como una atracción fatal

Estas en cada poro en cada célula de mi
me duermo y me despierto siempre con sabor a ti
tu eres mi aire mi agua mi mayor necesidad
mi punto de partida mi principio y mi final

A donde vayas iré (a donde vayas)
yo vivo y muero en tu piel

Dime de que mundo vienes y donde vas
dime que me amas y te voy a acompañar
con nadie yo me he sentido igual
esto es como una atracción fatal

Estas en cada poro en cada célula de mi
me duermo y me despierto siempre con sabor a ti
tu eres mi aire mi agua mi mayor necesidad
mi punto de partida mi principio y mi final

A donde vayas iré (a donde vayas)
yo vivo y muero en tu piel...

En tu piel




Juntos nada más, Anna Gavalda



"Decidió volver a pie y se equivocó de camino sin darse cuenta. En lugar de tomar a la izquierda y bajar por el bulevar Montparnasse hasta llegar a la Academia Militar, siguió todo recto y fue a parar a la calle Rennes. Fue por culpa de las tiendas, las guirnaldas, la animación…

Camille era como un insecto; la atraía la luz y la sangre caliente de la muchedumbre.

Tenía ganas de ser parte de esa multitud, de ser como toda esa gente, de ir con prisa, de estar emocionada y atareada. Tenía ganas de entrar en las tiendas y comprar tonterías para mimar a las personas a las que quería. Aflojó el paso para preguntarse: ¿a quien quería? Vamos, vamos, se reprendió, subiéndose el cuello de la chaqueta, no empieces, anda, están Pierre y Mathilde, Philibert, y tus amigas de Todoclean… Aquí, en esta tienda de bisutería seguro que encuentras alguna cosita para Mamadou, que es tan coqueta… Y por primera vez desde hacía mucho tiempo, hizo lo mismo que todo el mundo, y al mismo tiempo: se paseó por las calles, calculando su paga extra… Por primera vez en mucho tiempo, no pensaba en el día de mañana. Y no era una simple expresión. El día de mañana, o sea, el día siguiente.

Por primera vez desde hacía mucho tiempo, el día siguiente le parecía… posible e imaginable. Sí, eso era exactamente: posible e imaginable. Tenía un lugar en el que le gustaba vivir. Un lugar extraño y singular, como las personas que lo habitaban. Camille apretaba con fuerza las llaves que tenía en el bolsillo, pensando en las semanas que acababan de pasar. Había conocido a un extraterrestre. Un ser generoso, anacrónico, que estaba a mil leguas del mundo real, y no parecía vanagloriarse en absoluto de ello. También estaba el cabeza de chorlito del otro. Bueno, con él sería todo más complicado… Quitando sus historias de motos y de cacerolas, Camille no veía muy bien qué más se podía sacar de él, pero por lo menos le había emocionado su cuaderno, bueno, tanto como emocionado… qué exagerada, digamos que le había llamado la atención. Era más complicado, y a la vez podía ser más sencillo: el manual de instrucciones parecía bastante básico…

Sí, había progresado, pensaba Camille, pisando huevos detrás de la gente.

El año anterior por esa época se encontraba en un estado tan lamentable que no había sabido decirle su nombre al tío del Samur que la había recogido en la calle, y el año anterior, estaba trabajando tanto que ni se había dado cuenta de que era Navidad; su «benefactor» se abstuvo de recordárselo no fuera a ser que perdiera el ritmo… Así que lo podía decir, ¿no? Podía pronunciar esas pocas palabras que no hace tanto tiempo se le hubieran quedado atragantadas en la garganta: estaba bien, se encontraba bien y la vida era bella. Uf, por fin lo había dicho. Anda, tonta, no te pongas colorada. No te des la vuelta. Tranquila, nadie te ha oído pronunciar estas locuras.

Tenía hambre. Entró en una panadería y se compró unos pastelillos. Unas cositas riquísimas, ligeras y dulces. Se chupó largo rato los dedos antes de atreverse a volver a entrar en una gran superficie, donde encontró regalitos para todo el mundo. Un perfume para Mathilde, bisutería para las chicas, unos guantes para Philibert, y unos puros para Pierre. ¿Se podía ser más convencional? No. Eran los regalos de Navidad más tontos del mundo, pero eran perfectos.

Terminó sus compras cerca de la plaza de Saint-Sulpice y entró en una librería. Eso también era la primera vez que lo hacía en mucho tiempo… Ya no se atrevía a aventurarse en ese tipo de sitios. Era difícil de explicar, pero le hacía demasiado daño, era… No, no podía decir eso… Ese abatimiento, esa cobardía, ese riesgo que ya no quería correr… Entrar en una librería, ir al cine, ver exposiciones o echar una ojeada a los escaparates de las galerías de arte era tocar con el dedo su mediocridad, su pusilanimidad, y recordar que había tirado la toalla un día de desesperación y que desde entonces ya nunca la había recuperado…

Entrar en cualquiera de esos lugares cuya legitimidad dependía de la sensibilidad de algunos era recordar que su vida era vana…

Camille prefería las secciones de cualquier gran superficie.

¿Quien podía entender eso? Nadie.

Era una batalla personal. La más invisible de todas. La más desgarradora también. ¿Y cuántas noches de trabajo, de soledad y de limpiar retretes tendría que infligirse todavía para salir vencedora?

Al principio evitó la sección de Bellas Artes, que conocía de memoria por haberla frecuentado mucho en la época en que intentaba estudiar en la facultad del mismo nombre, y luego, más tarde, con fines menos gloriosos… De hecho, no tenía intención de visitar esa sección. Era demasiado pronto. O demasiado tarde justamente. Era como esa historia de tocar fondo e impulsarse hacia arriba… ¿Tal vez estaba en un momento de su vida en el que ya no podía contar con la ayuda de los grandes maestros?

Desde que había tenido edad para sujetar un lápiz, le habían repetido que tenía talento. Mucho talento. Demasiado. Era muy prometedora, demasiado lista o demasiado mimada. A menudo, sinceros, otras veces más ambiguos, esos halagos no la habían llevado a ninguna parte, y ahora, cuando ya sólo valía para llenar frenéticamente de bosquejos cuaderno tras cuaderno, como una obsesa, Camille se decía que no le importaría nada cambiar esas dos toneladas de talento por un poco de inocencia. O por una pizarra mágica, por ejemplo… Una pasada y, ¡hala!, borrarlo todo. Adiós técnica, adiós referencias, adiós talento, adiós todo. A empezar de cero.

Así que mira, el bolígrafo se coge entre los dedos índice y pulgar… No, de hecho, lo puedes coger como te dé la gana. Luego, es muy fácil, ya no tienes que pensar en nada. Tus manos ya no existen. Ya no son lo importante. No, así no está bien, sigue siendo demasiado bonito. No se te pide que hagas algo bonito, ¿sabes…? Lo bonito nos trae sin cuidado. Para eso ya están los dibujos de los niños y el papel cuché de las revistas. Eh, tú, genio, tú que crees que tienes tanto talento pero estas vacía por dentro, ponte unas manoplas, hala, que sí, que te las pongas te digo, y quizá por fin verás que dibujarás un círculo fallido casi perfecto…

Camille deambuló pues entre los libros. Se sentía perdida. Había tantos, y hacía tanto tiempo que había perdido el hilo de la actualidad que todas esas fajas rojas en las portadas la mareaban. Miraba las cubiertas, leía las sinopsis, comprobaba la edad de los autores, haciendo una mueca cuando veía que habían nacido después que ella. No era un método de selección muy bueno que digamos… Se dirigió hacia la sección de libros de bolsillo. El papel de mala calidad y la letra pequeña la intimidaban menos. La portada de ese libro, en la que salía un niño con gafas de sol, era muy fea, pero el principio de la historia le gustaba:

«Si tuviera que resumir mi vida con un solo hecho, esto es lo que diría: tenía siete años cuando el cartero me atropelló la cabeza. Ningún otro acontecimiento habrá sido más formador para mí. Mi existencia caótica, tortuosa, mi cerebro enfermo y mi fe en Dios, mis agarradas con las alegrías y las penas, todo eso, de una forma o de otra, se deriva de ese instante en el que, una mañana de verano, la rueda trasera izquierda del todoterreno de Correos aplastó mi cabeza de niño contra la gravilla ardiente de la reserva apache de San Carlos.»

No estaba mal, no… Además el libro era un buen tocho, bien gordo y bien denso. Había diálogos, fragmentos de cartas y unos bonitos subtítulos. Siguió hojeándolo y, al final del primer tercio aproximadamente, leyó lo siguiente:

«"Gloria", dijo Barry, adoptando su tono doctoral. "Éste es tu hijo Edgar. Hace tiempo que aguarda el momento de volver a verte."

»Mi madre miró a todos lados, salvo hacia mí. "¿Queda alguna todavía?", le preguntó a Barry con una vocecita aguda que me encogió el estomago.

»Barry suspiró y fue a la nevera a buscar otra lata de cerveza. "Es la última, luego iremos a comprar más." La dejó encima de la mesa, delante de mi madre, y luego sacudió ligeramente el respaldo de su silla, "Gloria, es tu hijo", volvió a decir, "está aquí".»

Sacudir el respaldo de la silla… ¿Tal vez fuera ése el truco?

Cuando, cerca del final, cayó sobre este párrafo, cerró el libro, segura de sí misma:

«Sinceramente, no tengo ningún merito. Salgo con mi cuaderno y la gente se pone a mis pies. Llamo a su puerta y me cuentan su vida, sus pequeños triunfos, sus motivos de rabia y sus anhelos ocultos. En cuanto a mi cuaderno, que de todas maneras sólo llevo para aparentar, me lo suelo guardar en el bolsillo, y escucho pacientemente hasta que me hayan dicho todo lo que tenían que decir. Después viene lo más fácil. Vuelvo a mi casa, me instalo delante de mi máquina Hermès Jubilé y hago lo que llevo haciendo desde hace casi veinte años: escribo todos los detalles interesantes.»

Una cabeza espachurrada en la infancia, una madre medio zumbada y un cuadernito en el fondo del bolsillo…

Qué imaginación…"


Sipnosis:

 Camille tiene 26 años, dibuja de maravilla, pero no tiene fuerza para hacerlo. Frágil y desorientada, malvive en una buhardilla y se esmera en desaparecer: apenas come, limpia oficinas de noche y su relación con el mundo es agonizante. Philibert, su vecino, vive en un apartamento enorme del que podría ser desalojado; es tartamudo, un caballero a la antigua que vende postales en un museo, y el casero de Franck. Cocinero de un gran restaurante, Franck es mujeriego y vulgar, lo cual irrita a la única persona que lo ha querido, su abuela Paulette, que a sus 83 años se deja morir en un asilo añorando su hogar y las visitas de su nieto. Cuatro supervivientes magullados por la vida, cuyo encuentro va a salvarlos de un naufragio anunciado. La relación que se establece entre estos perdedores de corazón puro es de una riqueza inaudita, tendrán que aprender a conocerse para lograr el milagro de la convivencia. Juntos, nada más es una historia viva, con un ritmo suspendido en el aire, llena de esos minúsculos dramas personales que seducen por su sencillez, su sinceridad y su inconmensurable humanidad. Anna Gavalda deja hablar a sus personajes, posee un agudo sentido de la observación de la fragilidad del ser humano, del delicado equilibrio entre la felicidad y la desesperanza, entre los sentimientos y las palabras para contarlos. Ha dado en el blanco con una novela divertida, que se lee de un tirón y que celebra la felicidad de estar con quien de verdad es importante. A punto de ser llevada al cine, Juntos, nada más ha hecho temblar durante meses las listas de los libros más vendidos de Francia.






Miracle, The Temper Trap

Música para última hora de un miércoles cualquiera...










Philippe Halsman: Saltos, celebrities y el bigote de Dalí...



Philippe Halsman, fotógrafo estadounidense de origen  letón, (Riga, 2 de Mayo de 1906-Nueva York, 25 de Junio de 1979). Nacido en el seno de una familia judía, con tan sólo 22 años de edad tras la muerte de su padre durante una escapada familiar por los Alpes austriacos, fue acusado de parricidio por las autoridades locales. Una acusación sin pruebas evidentes, sujeta al ferviente antisemitismo de origen alemán que empezaba a surgir. Condenado a cuatro años de prisión, la presión ejercida por intelectuales como Einstein o Freud, redujeron su condena a los dos inviernos que pasó en prisión. Formado en Dresde, como estudiante de ingeniería electrónica, sus comienzos poco tienen que ver con la que de forma definitiva va a ser su actividad profesional. Establecido como fotógrafo y retratista de moda independiente en París, además de colaborador habitual en la publicación Vogue desde 1928, es a partir de 1934 cuando abre su afamado estudio fotográfico en Montparnasse, por el que pasan célebres de la talla de: Le Corbusier o Chagall. Sin embargo, a comienzos de la década de los cuarenta el empuje nazi le obliga a emigrar junto a su familia a Estados Unidos. Un visado de emergencia, gracias al apoyo de Albert Einstein, fue el as bajo la manga que le permitió salir del país. De esta manera, instalado de manera definitiva en tierras americanas desde 1940 (Nacionalizado en 1947) da por iniciado un futuro prometedor. Innumerables reportajes, la cifra récord de 101 portadas para la revista Life, retratos al star system mundial,... resultan ser el extraordinario balance de su ingente producción.

En otro sentido, especial mención merece la dilatada colaboración su gran amigo de Salvador Dalí. Una estrecha conexión surrealista inmortalizada en multitud de proyectos conjuntos a lo largo de más de treinta años de trabajo. La serie Los bigotes de Dalí, los retratos del pintor o su obra, quizás más conocida, Dalí atómico de 1948, son una muestra excelente de su portentosa unión. No en vano, Halsman parecía plasmar la mente surreal de Dalí en su más completa definición. Tal y como demuestra el making of de la fotografía "atómica" en cuestión: "A la voz de "cuatro". Salvador Dalí saltó y los ayudantes de Halsman arrojaron tres gatos y un balde de agua cruzando la escena, mientras la esposa del fotógrafo levantaba la silla de la izquierda. Fueron necesarios veintiséis intentos y cinco horas para que Halsman obtuviera el resultado deseado. La fotografía se tituló Dalí atómicus debido a Leda atómica, el cuadro de Dalí en el que aparece su esposa como Leda, una copia del cual aparece a la derecha detrás de los gatos. La intención tanto en la pintura como en la fotografía era que todo estuviese en suspensión, como en el átomo, pues en el año 1948 la era atómica estaba ya en marcha." Extracto de: El abc de la fotografía, Ian Jeffrey, Editorial Phaidon, 2000. Pág.192
Nexo creativo, latente y duradero como bien figura en el enlace posterior: El castillo Gala-Dalí de Púbol exhibe una muestra con más de 80 fotografías de Halsman.

 Alguna de sus colaboraciones con el pintor surrealista, Salvador Dalí.















Creador de la denominada como "Jumping style", "Jumpology" o "saltología", con ella pretendía captar una imagen del retratado lo más natural que pudiera fotografiar: "En un salto, el protagonista, en una repentina explosión de energía, supera la gravedad. No puede controlar todas sus expresiones, su gesto en la cara y los músculos de sus miembros. La máscara se cae. La persona real se hace visible. Uno sólo tiene que atraparlo con la cámara.", sentenciaba Halsman en el prólogo de su publicación: Jumpbook de 1959.















Fuente:
 http://www.artepinturaygenios.com
http://www.culturizando.com