jueves, 31 de julio de 2014

Ella que todo lo tuvo, Ángela Becerra




“He venido hasta aquí sin tener muy claro lo que quiero decirte. Tú y yo hemos convertido la vida en un sueño; una quimera. Parecemos sonámbulos; unos niños atolondrados e inexpertos, incapaces de vivir a plenitud. Te he escrito cartas y cartas tratando de despertar una inquietud en ti. Y tú las has recibido. Nos movemos en la manigua del destiempo, tratando de coincidir… y el tiempo va pasando.

Tenemos miedo de que aquello que soñamos pueda convertirse en realidad, porque si sucediera, si por una equivocación el destino nos trajera la alegría, estamos convencidos de que seguramente no sabríamos afrontarla.

Tú has fabricado tu sueño, yo el mío. Sin embargo ellos nos unen hoy con un hilo invisible. Tememos mostrarnos como somos, quizá porque lo que somos nos da miedo.

Allí estás, escuchándome. Aquí estoy, hablándote. La vida que vivimos es un completo enigma. Tratamos de armar rompecabezas con nuestros desaciertos, buscando caminar hacia la luz. Pero para alcanzarla, hemos de atravesar las gamas de lo oscuro.

¿En qué tramo del túnel te encuentras?

Sé quien eres. Realidad y sueño que encajan perfecto. Lo supe desde la primera vez que te vi, aunque a mi conciencia le costara reconocerlo. Sabía que detrás de ti estaba un ser brillante, una hoguera por arder, una gota de miel; que has creado este universo ilusorio porque lo cotidiano te marchita. Aquí, el resto del mundo se hace ínfimo y te conviertes en la soberana de tus sueños. Yo lo comprendo. Te niegas a vivir entre los seres que se dejan morir viviendo patrones obsoletos. Generación tras generación, el ser humano ha ido creando su propia cárcel por tratar de mantener lo que otros establecieron como bueno. ¿Felicidad? ¿Sabes de alguien que cumpliendo su papel a rajatabla la conozca? Te dirán que sí, que ya la consiguieron: estudiaron, se graduaron, tienen pareja, hijos, casa y el futuro asegurado. Una mentira a la que todos juegan.

De la infelicidad es responsable quien no busca apartarse de las reglas: TENGO QUE, DEBO Y QUÉ DIRÁN. Esto que hacemos tú y yo, buscar el QUIERO, PUEDO Y SOY, es nuestra última huida hacia la vida. ¿Lo probamos?

¿Qué tal si nos quitamos las máscaras de una vez por todas? Hablo de las que portamos en el fondo de nuestra alma, las que no se ven pero están, las que nos han paralizado durante tantos años.

La única manera de vivir a plenitud es asumir lo que somos, independientemente de lo que los demás quieran que seamos.



¿Quieres saber que me gusta de ti? Fragmento de la película Azul oscuro casi negro


Estoy Enamorado, Thalia, Pedro Capó

Quiero beber los besos de tu boca
Como si fueran gotas de ricio
Y ahí en el aire dibujar tu nombre
Junto con el mío

Quiero un acorde dulce de guitarra
Hacia locuras en tus sentimientos
En el sutil abrazo de la noche
Sepas lo que siento

Que estoy enamorada
Y tu amor me hace grande
Que estoy enamorada
Y que bien, que bien me hace amarte

Dentro de ti quedarme en cautiverio
Para sumarme el aire que respiras
Y en cada espacio unir mis ilusiones
Junto con tu vida

Que si naufragio me quede en tu orilla
Que de recuerdos solo me alimente
Y que despierte del sueño profundo
Solo para verte

Que estoy enamorada
Y tu amor me hace grande
Que estoy enamorada
Y que bien, que bien me hace amarte

Voy a encender el fuego, de tu piel callada
Mojare tus labios de agua apasionada
Para que tejamos sueños de la nada

Que estoy enamorada
Y tu amor me hace grande
Que estoy enamorada
Y que bien, que bien me hace amarte...

Los oficios del sueño, Rafael Pérez Estrada







La conocí en la playa, y al poco estábamos sentados frente a frente en una pequeña pérgola de claridades y bebidas gaseosas. Charlábamos de tal manera que por un momento temí haber agotado el diccionario. Mas, un diccionario puede decirse cuantas veces se desee, y volvimos a charlar, ahora con las palabras más hermosas y felices. Sin que lo advirtiera empezó a oscurecer. Incluso el mar era una mancha de misterio moviéndose en un horizonte dominante y lineal. Pensé tener una metáfora luminosa para ofrecérsela; iba a hacerlo cuando descubrí que también ella había anochecido, y que en la suavidad adolescente de su piel azul, los astros y constelaciones brillaban de una forma única y, tomándola de la mano, preferí hacerme cómplice del silencio.