jueves, 29 de enero de 2015

La regla del 10 por ciento para superar las excusas





Si quieres cumplir tus propósitos este año, tienes que convertirlos en pedazos más manejables. Divide por diez y vencerás.

El año nuevo es tiempo de nuevos propósitos. Después del atracón de comida navideño, muchos de esos propósitos se presentan como expectativas inalcanzables sobre nuestro cuerpo: perder 10 kilos, correr el doble de kilómetros, ir al gimnasio cuatro veces por semana.

Los propósitos demasiado ambiciosos tienen el efecto contrario sobre tu cerebro. Se convierten en una meta inalcanzable que genera frustración. El mecanismo es muy conocido:
Cada vez que vas al gimnasio, cada vez que te sientas a comer, cada vez que te miras al espejo, ves lo lejos que estás de tu objetivo y sufres.
A tu cerebro no le gusta la frustración ni el sufrimiento, y encuentra mucho menos estresante evitar esas situaciones que provocan malestar.
Como racionalmente no podemos aceptar que estamos renunciando conscientemente a nuestros propósitos,nuestro cerebro se inventa excusas para no hacer nada al respecto: es un mal día, llueve, no tengo tiempo. Ya sabes.

Convence a tu perezoso cerebro con una meta alcanzable. Divide por 10.
Piensa a largo plazo e imagina cómo te gustaría terminar el año
Ponte como meta alcanzar el 10% de esa meta en el primer mes

Por ejemplo, si quieres bajar cinco tallas o levantar 20 kilos más, piensa que al final del primer mes deberías haber perdido media talla, o ser capaz de levantar 2 kilos más. Eso es mucho más sencillo que el objetivo anterior, y te aseguras que tendrás éxito.

Cada vez que constatas que has cumplido una meta, el efecto contrario se pone en marcha. En tu cerebro se disparan los mecanismos de recompensa. Cuando asocias hacer deporte o comer bien a una recompensa, en lugar de al sufrimiento, te vuelves adicto a esa sensación.

El mes siguiente, incrementa otro diez por ciento. Al final del año, la diferencia será increíble.


Fuente: 


http://transformer.blogs.quo.es  (publicado por Darío Pescador)






¡Todo era amor... amor!,Oliverio Girondo




¡Todo era amor... amor!

No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M, con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!