domingo, 4 de agosto de 2013

Tu dulzura, Alfonsina Storni (música Narciso Yepes interpretando el Concierto de Aranjuez)





Camino lentamente por la senda de acacias, 
me perfuman las manos sus pétalos de nieve, 
mis cabellos se inquietan bajo céfiro leve 
y el alma es como espuma de las aristocracias. 


Genio bueno: este día conmigo te congracias, 
apenas un suspiro me torna eterna y breve... 
¿Voy a volar acaso ya que el alma se mueve? 
En mis pies cobran alas y danzan las tres Gracias. 


Es que anoche tus manos, en mis manos de fuego, 
dieron tantas dulzuras a mi sangre, que luego, 
llenóseme la boca de mieles perfumadas. 

Tan frescas que en la limpia madrugada de Estío 
mucho temo volverme corriendo al caserío 
prendidas en mis labios mariposas doradas.







Cuando me vaya, Melocos y Natalia

Nunca pensé que llegaría
Nunca creí en ese momento
Te cambia la vida
Sin que tengas nada para seguirla...
Te cambia y no piensas
En lo que te olvidas

Y te despiertas un buen día
Lo ves todo al revés
Miras atrás ves tu camino
El que hicieron tus pies...

Y mandas besos para todos
Los que volverás a ver
Tantos recuerdos enlatados
En fotos de carné
En lágrimas de ayer
En todos los momentos que a tu lado
Yo esperé...

Que cuando me vaya
No caiga una lágrima por mí
Que sólo quede la amistad...
Tantos sueños que recordar...

Que cuando me vaya
Y coja ese tren una vez más
Y ya no entre por mi ventana
Ese dulce olor a sal...

Que cuando me vaya... de aquí
De mi tierra, de mi gente
De mi tierra, la que me vió nacer
La que me vió crecer, la que me vió ganar
Y me enseñó a perder

El Oxígeno, descubrimiento accidental


Uno de los primeros experimentos conocidos sobre la relación entre la combustión y el aire lo desarrolló el escritor sobre mecánica de la Antigua GreciaFilón de Bizancio, en el S. II a. C. En su obra Pneumatica, Filón observó que invirtiendo un recipiente sobre una vela prendida y rodeando el cuello de este con agua, una parte del líquido subía por el cuello. Supuso, de forma incorrecta, que algunas partes del aire en el recipiente se convertían en elemento clásico del fuego y, entonces, era capaz de escapar a través de poros en el cristal. Muchos siglos después, Leonardo da Vinci observó que una porción del aire se consume durante la combustión y la respiración.
A finales del S. XVII, Robert Boyle probó que el aire es necesario para la combustión. El químico inglés John Mayow perfeccionó su trabajo mostrando que solo requería de una parte del aire, que llamó spiritus nitroaereus o simplemente nitroaereus. En un experimento, descubrió que, colocando tanto un ratón como una vela encendida en un contenedor cerrado sobre agua, hacía que esta subiera y reemplazara un catorceavo del volumen del aire antes de que se apagara la vela y muriera el ratón. Debido a esto, supuso que el nitroaereus se consume tanto por la respiración como por la combustión.
Mayow observó que el antimonio incrementaba su peso al calentarse e infirió que el nitroaereus debía haberse combinado con él. Pensó también que los pulmones separaban el nitroaereus del aire y lo pasaba a la sangre, y que el calor animal y el movimiento muscular eran producto de la reacción delnitroaereus con ciertas sustancias en el cuerpo. Publicó informes sobre estos experimentos y otras ideas en 1668, en su obra Tractatus duo, en el tratado «De respiratione». 

Robert Hooke, Ole Borch, Mijaíl Lomonósov y Pierre Bayen produjeron oxígeno durante experimentos entre los siglos XVII y XVIII, pero ninguno de ellos lo reconoció como un elemento. Esto pudo deberse en parte a la prevalencia de la filosofía de la combustión y la corrosión, denominada teoría del flogisto, que por aquel entonces era la explicación preferida para esos procesos.
Esta teoría, establecida en 1667 por el químico alemán Johann Joachim Becher y modificada por el también químico Georg Stahl en 1731, postulaba que todos los materiales combustibles constaban de dos partes; una, llamada flogisto, que era emitida al quemar la sustancia en cuestión, y otra, denominada desflogisticada, que se tenía por su verdadera forma o calx (ceniza; creta en latín).


Los materiales altamente combustibles que dejan poco residuo, como la madera o el carbón, se creían hechos en su mayor parte por flogisto, mientras las sustancias no combustibles que corroen, como el hierro, contienen muy poco. El aire no tenía ningún papel en la teoría del flogisto ni se realizaron experimentos cuantitativos para poner a prueba la idea; por el contrario, se basaba en observaciones de lo que sucedía cuando algo se quemaba: los objetos más comunes parecían volverse más ligeros y perder algo en el proceso. El hecho de que una sustancia como la madera realmente ganara peso en su conjunto durante el quemado se ocultaba por la flotabilidad de los productos gaseosos de la combustión. Una de las primeras pistas sobre la falsedad de la teoría del flogisto fue que los metales también ganaban peso en la oxidación (cuando supuestamente perdían flogisto).
El oxígeno fue descubierto por el farmacéutico sueco Carl Wilhelm Scheele, que produjo oxígeno gaseoso calentando óxido de mercurio y varios nitratos alrededor de 1772. Scheele llamó al gas «aire del fuego», porque era el único apoyo conocido para la combustión, y escribió un informe de su descubrimiento en un manuscrito que tituló «Chemische Abhandlung von der Luft und dem Feuer» («Tratado químico del aire y del fuego») y envió a su editor en 1775, si bien no se publicó hasta 1777. 
Joseph Priestley nació el 13 de Marzo de 1733 en Yorkshire, Inglaterra. Hijo de un comerciante de lana, perdió a su madre cuando sólo tenía seis años de edad. Incapaz de cuidar de su hijo mayor, su padre decidió despachar al chico para que viviera con su cuñada, Sarah Keighley, y su marido. Los Keighley era una familia sectaria que renegaba de las crecientes creencias anglicanas, lo que supuso una fuerte influencia en la vida de Priestley.
A los 16 años ya dominaba el griego, el latín y el hebreo. Después decidió aprender por su propia cuenta francés, italiano y alemán. Una vez hubo terminado sus estudios, intentó satisfacer a su familia probando suerte en el sacerdocio, pero su mente despierta le hizo compaginarlo con el mundo académico. Al conseguir un puesto como profesor de idiomas abandonó por completo el sacerdocio trasladándose a Warrington. Para aquel entonces Priestley ya estaba bien entrado en la veintena y no había mostrado ningún interés por la ciencia.

I: Joseph Priestley por Ellen Sharples (1794)
Fue en Warrington donde Priestley conoció a John Seddon, quien consiguió despertar en él un creciente interés por los temas científicos. De hecho, gracias a Seddon, se embarcó en un proyecto para escribir la historia de la electricidad. La gran ambición de Priestley en su proyecto y la ausencia de personas cualificadas en Warrington le motivaron a hacer periódicos viajes a Londres, donde tuvo la suerte de conocer a influyentes experimentadores científicos de la talla de John Canton, William Watson, y Benjamin Franklin.
El hecho de saber poco acerca de la electricidad, no le amedrentó lo más mínimo, y gracias a su sinceridad se ganó el fuerte apoyo de Franklin. Éste animó a Priestley a continuar con su proyecto, ayudándole con todos sus conocimientos sobre la electricidad. El resultado final fue publicado en 1776 bajo el título “The History and Present State of Electricity”, siendo uno de los libros sobre electricidad más fiables de la época.


II: The History and Present State of Electricity
Pero si por algo pasó a la historia Joseph Priestley no fue por este gran libro, sino por uno de los muchos experimentos en los que empleaba su tiempo libre. El 1 de Agosto de 1774, decidió ver qué ocurriría si extraía aire del mercurio calcinado. Siguió la misma rutina que había establecido con experimentos anteriores sobre aires, primero bañando la sustancia con la luz del sol, intensificada con su lupa, hasta calentarla lo suficientemente como para emitir gas. Después añadió agua para ver si se disolvía, pero no lo hizo.
Hasta ese momento nada parecía fuera de lo normal, hasta que Priestley se percató de que si introducía una vela encendida en el recipiente donde se encontraba el aire, la llama de la vela se quemaba de una forma extraordinariamente vigorosa. Priestley sabía que había descubierto un gas, pero aún no era del todo consciente de qué era lo que tenía exactamente entre manos. Tras muchos meses dando vueltas a la posible utilidad del gas recién descubierto, repitió de nuevo el experimento con la intención de exponer directamente a un ser vivo a él.



III: Equipamiento utilizado por Priestley en sus experimentos con gases
En marzo de 1775, introdujo un ratón adulto en un aparato de cristal lleno del aire procedente del mercurio calcinado. Su primera hipótesis fue que el ratón no sobreviviría más de quince minutos, el tiempo que tardara en agotarse el aire. Pero su sorpresa fue máxima al comprobar que el ratón se mantuvo consciente una hora y media, resultando el aire descubierto tan bueno o mejor que el aire común respirado por animales y humanos. 

Tras inhalar él mismo el gas, escribió: «La sensación del gas en mis pulmones no era perceptiblemente diferente al del aire normal, pero sentí mi pecho particularmente ligero y desahogado durante un rato después».

Con sus experimentos sobre la mesa, Priestley dio por hecho en seguida que este aire que había descubierto se trataba el responsable de la respiración de los humanos y animales, así como de la combustión. Pero pese a esto, los conocimientos limitados de química de Priestley le jugaron una mala pasada en los razonamientos, haciéndole pensar que el aire descubierto se trataba de aire deflogisticado.
Priestley publicó sus hallazgos en 1775 en un artículo titulado «An Account of Further Discoveries in Air» («Informe de más descubrimientos en el aire»), que incluyó en el segundo volumen de su libro titulado Experiments and Observations on Different Kinds of Air. Debido a que publicó sus hallazgos primero, Priestley suele ser considerado el autor del descubrimiento.

IV: Átomo de Oxígeno
No fue hasta que los experimentos de Priestley llegaron a Antoine Lavoisier a finales de 1775 cuando todo comenzó a tomar un poco más de sentido. Lavoisier repitió los experimentos de Priestley y ante los resultados no tuvo duda de que el aire descubierto no era aire deflogisticado, sino el “principio activo” de la atmósfera. Con una serie de experimentos demostró que este aire se encontraba en el aire común en una proporción del 20%, y demostró que era el culpable de la combustión, la oxidación y la respiración. Finalmente, le dio el nombre de oxígeno en 1789.
Todo esto sitúa a Priestley como el hombre que descubrió el oxígeno, ¿pero realmente lo pretendía con su experimento? La realidad es que no. Como el mismo confesó años después de su descubrimiento, fue un mero golpe de suerte:

Sé que no esperaba lo que sucedería realmente. Por mi parte, reconoceré con franqueza que, al inicio de los experimentos […] me hallaba tan lejos de haber formulado ninguna hipótesis que condujera a los descubrimientos que hice al realizarlos, que me hubieran parecido muy improbables si me lo hubieran dicho; y cuando finalmente los hechos decisivos se me hicieron manifiestos, fue muy lentamente, y con gran vacilación, que me rendí ante la evidencia de mis sentidos.

El renombrado químico francés Antoine Lavoisier reclamó posteriormente haber descubierto la sustancia de forma independiente. No obstante, Priestley visitó a Lavoisier en octubre de 1774 y le habló sobre su experimento y cómo había liberado el nuevo gas. Scheele también escribió una carta a Lavoisier el 30 de septiembre de ese mismo año, en la que describía su propio descubrimiento de la sustancia antes desconocida, pero el francés nunca accedió a recibirla. Después de la muerte de Scheele se encontró una copia de la carta entre sus pertenencias.



El bosque más antiguo del mundo está en Nueva York

Investigando el suelo de un bosque de 385 millones de años en una zona excavada de Nueva York, cazadores de fósiles encontraron evidencia de un complejo ecosistema bullicioso de vida vegetal.







Para los científicos, fue como caerse de una máquina del tiempo y caminar por un mundo perdido, en el que podían identificar cada árbol y cada planta, con el aspecto exacto que tenían y en el lugar exacto donde se encontraban durante el Devónico Medio, hace millones de años. Científicos del Museo de Nueva York y de las Universidades de Binghamton y Cardiff han desenterrado en el estado de Nueva York un bosque entero fosilizado de 385 millones de años, el suelo del bosque más antiguo del mundo. La investigación, que aparece publicada en la revista Nature, ha permitido describir la extraordinaria riqueza y complejidad de este antiquísimo paraje natural, al tiempo que puede arrojar nueva luz sobre el papel de los bosques actuales y su impacto en el cambio climático.
«Fue como descubrir el equivalente botánico de unas huellas de dinosaurio», explica William Stein, profesor asociado de ciencias biológicas en la Universidad de Binghamton, y uno de los autores del artículo. «El área recién descubierta fue preservada de tal manera que, literalmente, hemos sido capaces de caminar entre los árboles, sabiendo de qué tipo eran, dónde habían echado raíces y cuánto habían crecido».
El reciente descubrimiento se ha hecho en la misma área de las montañas de Catskill, en el Condado de Schoharie, donde fueron encontrados en 1920, durante la construcción de una presa cercana, los fósiles de los árboles más viejos de la Tierra. Pero la cantera se rellenó y la única manera de estudiar este escenario natural era a partir de los fósiles guardados en los museos. Pero, por fortuna, una nueva oportunidad surgió en 2010. Durante la reparación de la misma presa, las autoridades de Nueva York permitieron a los investigadores volver a examinar el sitio. Y se llevaron una auténtica sorpresa. No se trataba de unos cuantos árboles, se trataba de la selva entera. Lo que hallaron en esta ocasión fue una gran parte prácticamente intacta del suelo del antiguo bosque, con un impresionante nivel de detalle de la composición global de la selva. Las raíces y las posiciones de las bases de los troncos se habían preservado.

Árboles de 10 metros
El antiguo bosque resultó inesperadamente complejo. Para empezar, los árboles de Gilboa, de hasta diez metros de altura y parecidos a palmeras, se asentaban en depresiones de casi dos metros de diámetro, rodeados de miles de raíces. Entre ellos se encontraban las aneurophytales, plantas que vivían en el suelo del bosque, como los helechos modernos, posiblemente luchando para abrirse camino como las enredaderas tropicales hoy en día. Las aneurophytales son los primeros en el registro fósil que tenían madera auténtica y el grupo más antiguo conocido en el linaje que condujo a las modernas plantas de semillas. También hallaron un ejemplo importante de un musgo de árbol.
El equipo cree que el área probablemente disfrutó de un ambiente de humedal en un clima tropical. En el momento en el bosque de Gilboa empezó a emerger -durante el período Devónico Medio- la Tierra experimentó una dramática caída en los niveles globales de dióxido de carbono atmosférico y el enfriamiento asociado llevó a un período de glaciación. Los científicos creen que el bosque nos puede enseñar mucho sobre los ecosistemas actuales y ofrecer lecciones valiosas sobre el cambio climático y el futuro del planeta.


Fuente:
http://www.abc.es