viernes, 3 de mayo de 2013

Once minutos (frase), Paulo Coelho


Amarte es un placer, Luis Miguel




El vino es mejor en tu boca
te amo es más tierno en tu voz
la noche en tu cuerpo es mas corta
me estoy enfermando de amor.
quisiera caminar tu pelo
quisiera hacer noche en tu piel
pensar que fue todo un sueño
después descubrirte otra vez.
y amarte como yo lo haría
como un hombre a una mujer
tenerte como cosa mía
y no podérmelo creer
tan mía, mía, mía, mía
que eres parte de mi piel
conocerte fue mi suerte
amarte es un placer
mujer.

Quisiera beber de tu pecho
la miel del amanecer
mis dedos buscando senderos
llegar al fin de tu ser
bailar el vals de las olas
cuerpo a cuerpo tu y yo
fundirme contigo en la sombra
y hacerte un poema de amor

Y amarte como yo lo haría
como un hombre a una mujer
tenerte como cosa mía
y no podérmelo creer
tan mía, mía, mía, mía
que eres parte de mi piel
conocerte fue mi suerte
amarte es un placer
mujer.


Parpadeo (Mario Benedetti), Entre pairos y derivas (Fernando Delgadillo)

Esa pared me inhibe lentamente
piedra a piedra me agravia

ya que no tengo tiempo de bajar hasta el mar
y escuchar su siniestra horadante alegría
ya que no tengo tiempo de acumular nostalgias
debajo de aquel pino perforador del cielo
ya que no tengo tiempo de dar la cara al viento
y oxigenar de veras el alma y los pulmones

voy a cerrar los ojos y tapiar los oídos
y verter otro mar sobre mis redes
y enderezar un pino imaginario
y desatar un viento que me arrastre
lejos de las intrigas y las máquinas
lejos de los horarios y los pelmas

pero puertas adentro es un fracaso
este mar que me invento no me moja
no tiene aroma el árbol que levanto
y mi huracán suplente ni siquiera
sirve para barrer mis odios secos.

entonces me reintegro a mi contorno
vuelvo a escuchar la tarde y el estruendo
vuelvo a mirar el muro piedra a piedra
y llego a la vislumbre decisiva
habría que derribarlo para ir
a conquistar el mar el pino el viento.


La mejor cualidad de Sherezade: saber contar mil y un historias...

Joven esposa del sultán Shariar, Sherezade es el personaje que sirve como nexo de unión en el famoso libro popular de narraciones árabes, Las mil y una noches, cuya primera recopilación parece datar del siglo IX.

Sherezade forma parte del harén del sultán, el cual se acuesta con una joven diferente cada noche para, al día siguiente, mandar decapitarla. Sherezade es la esposa número tres mil, pero ella no estaba dispuesta a morir: la primera noche comienza a contarle una historia al sultán de tal modo que éste le pida un nuevo cuento que ella deja para la noche siguiente. De este modo, el sultán permanece entretenido por mil y una noches hasta que decide perdonar a Sherezade y hacerla su reina.

En uno de los cuatro mayores imperios que han existido en lo antiguo, reinó un monarca poderoso de la dinastía de los Sasanidas, que después de haber extendido sus dominios más allá del Ganges, en la India, y llegado hasta las fronteras de la China, murió, según refieren las crónicas del antiguo imperio persa, que es el grande imperio a que nos referimos, lleno de gloria y poderío, amado de sus vasallos y temido de sus enemigos, habiendo sido el monarca más admirable de su época, tanto por su valor como por su sabiduría.
De los hijos que tenía, el mayor, llamado Chabriar, subió al trono; pero, amando entrañablemente a su hermano menor, quiso darle muestras de su cariño compartiendo con él la herencia de su padre, y le cedió la Gran Tartaria; haciéndolo rey de ella.
Chazeman, que así se llamaba este hermano querido, pasó pues a tomar posesión de su reino y estableció su corte en Samarcanda.
Pasados algunos años, lejos de entibiarse en Chabriar el cariño que profesaba a su hermano Chazenan, se avivó co la ausencia, y sintió grandes deseos de verlo, y con este objeto le envió una solemne embajada rogándole que viniese.
Apenas tuvo conocimiento el rey de la Gran Tartaria de los deseos de su hermano, cuandose apresuró a satisfacerlos; y, después de haber reunido los ricos presentes que pensaba ofrecerle y puesto orden para el gobierno del reino durante su ausencia, estableció fuera de la ciudad su campamento con el fin de emprender su viaje al día siguiente. No quiso, sin embargo, pasar aquella última noche sin volvera abrazar a su esposa, a la que amaba tiernamente, y, regocijándose interiormente del placer que iba a causar a aquella con su visita inesperada, se volvió a su palacio secretamente y se encaminó a los aposentos de su esposa, a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fué, pues, su sorpresa al hallarla en compañía de un oficial de la corte platicando familiarmente con él.
Pasado el primer estupor que le causó este descubrimiento, arrebatado por la ira, se arrojó sobre los delincuentes y les quitó la vida, volviéndose en seguida al campamento sin dar a nadie cuenta de este suceso.
La infidelidad de su esposa le causó un pesar tan hondo, que nada podía distraerlo de su melancolía. Así fue que cuando llegó a la corte de su hermano, en donde fue recibido con gran pompa y con todo género de honores y de obsequios, el sultán no pudo menos que notar el velo de tristeza que cubría el rostro de Chazenan, sin poder atinar la causa de ello.
Un día que el sultán Chabriar había partido con toda su corte para una cacería dispuesta en honor de su hermano, a la que éste no quiso asistir pretextando hallarse enfermo, pero en realidad para entregarse más a su sabor a las tristes reflexiones que su desgracia le sugería, hallándose asomado a una de las ventanas del palacio que habitaba, vió salir al jardín, por una puerta secreta, a la sultana esposa de su hermano, seguida de otras muchas mujeres, y ocultándose para observar lo que hacían sin que de ellas fuese visto, pudo convercerse de que la misma desgracia de que él había sido víctima, la misma o mayor cabía a su hermano el sultán.
La vista de las escenas que presenció, de tal manera cambiaron sus pensamientos, que al volver el sultán Chabriar de la cacería, lo encontró transformado, alegre y risueño.
Un cambio tan repentino de talante, sin una causa ostensible, debía llamar naturalmente la atención del sultán, como antes la había llamado su melancolía; y deseoso de saber la causa que había producido la una y el otro, el sultán rogó cariñosamente a su hermano, y en vista de los repetidos ruegos e instancias de éste, se vió obligado a ceder, y, aunque con repugnancia, le contó lo que le había sucedido con su esposa en Samarcanda la noche de su salida.
Aprobó el sultán lo ejecutado por su hermano con los dos culpables.
-No extraño tu gran pesar -le dijo-: era llla causa muy legítima; pero alabado sea Dios que te ha enviado el consuelo, y como no dudo que éste sea también fundado, y aún extraordinario, te ruego que me lo comuniques, haciendo de mí una entera confianza.
Mucho más arduo y delicado era el satisfacer en este punto la curiosidad del sultán, y Chazenan se resistió a complacer a su hermano, diciéndole que, como le interesaba más de cerca, temía que su confidencia le causaría mayor pena que la que él había experimentado. Esta negativa no hizo más que avivar los deseos del sultán, de modo que el rey de la Gran Tartaria se vió obligado a ceder, y le refirió lo que había presenciado en el jardín mientras él estaba cazando, terminando su relación con algunas reflexiones propias para calmar la irritación que le causó la conducta de su esposa la sultana, y aconsejándole que se consolara como él se había consolado, en vista de esa ligereza y liviandad que parece ser inherente al sexo frágil.
Chabriar, sin embargo, no dió entero crédito a la narración de su hermano, sin ver por sus propios ojos si era verdad lo que el rey de Tartaria le había contado, pues abrigaba la esperanza de que tal vez se había engañado.
Para conseguir este objeto, hizo preparar otra nueva cacería para la que partieron ostensiblemente con toda la corte de los dos príncipes; pero llegada la noche se volvieron secretamente y disfrazados a palacio. Amaneció el día siguiente, y el sultán Chabriar pudo convencerse de que su hermano no se había engañado, puesto que la sultana y sus mujeres repitieron en el jardín las mismas escenas que el rey de la Gran Tartaria había observado.
El desengaño que recibió de la desenvoltura e infidelidad de la sultana, agriaron su ánimo de tal manera, que resolvió vengarse, no sólo de aquella, sino de todas las mujeres, de un modo nunca visto hasta entonces. Pasando al aposento de la sultana infiel, mandó cortarle la cabeza en su presencia, e hizo morir ahogadas a todas las otras mujeres de su séquito. En seguida juró por la barba del Profeta que ninguna de sus otras esposas volvería a serle infiel, y adoptó para ello un medio muy seguro y eficaz, muy propio de las costumbres del serrallo y de la barbarie de aquellos tiempos.
Resolvió desposarse cada día con una mujer distinta, y al siguiente día de la boda hacerle perder la vida, encargando a su gran visir la ejecución de éste proceder inhumano y sanguinario.
El gran visir, a fuer de buen musulmán y de vasallo sumiso y obediente, cumplía cada mañana con la orden sanguinaria de su despótico dueño, sin atreverse a hacer la menor observación, y las desgraciadas jóvenes que tenían el honor de ser sultanas un día, perdían su vida al siguiente.
Cuando se conoció este proceder bárbaro, la consternación fué general en la ciudad y en el imperio, porque ninguno podía contar segura la vida de las doncellas que hubiese en su familia, y temblaba de recibir a cada momento la orden del sultán para que se las llevasen.
El gran visir tenía dos hijas hermosísimas en extremo. La mayor, llamada Gerenarda (Scherazada), reunía a su belleza una instrucción nada común para aquellos tiempos; tenía una gran memoria, y, sobre todo, estaba dotada de un gran corazón noble y animada de los más generosos sentimientos.
Al ver la aflicción general que causaba el inhumano proceder del sultán, formó la resolución heróica de sacrificarse, y concibió el arriesgado proyecto de hacer cambiar el ánimo del sultán, contando para lograr su ogjeto no sólo con los recursos de su sin par hermosura y de su ingenio, sino excitando también la curiosidad de aquél, por medio de historias y de cuentos, a que sabía era muy aficionado.
Resuelta, pues, a poner en ejecución su proyecto, Gerenarda dijo un día al gran visir:
-Padre, tengo que pediros una gracia.
-Siempre que lo que me pidas sea justo -lee respondió el gran visir-, saber que no me negaré a concedértelo.
-Vos mismo juzgaréis. Quiero poner términnno a la aflicción general y a los temores de todas las doncellas, haciendo cambiar de ánimo al sultán.
-Laudable es tu proyecto, hija mía; pero, ¿Cómo intentas conseguirlo, porque yo creo que el mal no tiene remedio?
-¿Cómo? Siendo esposa del sultán.
Horrorizado se quedó el gran visir al oír a su hija, y empezó a hacerle reflexiones de todo género para disuadirla de semejante proyecto. Inútiles y vanos fueron sus esfuerzos; Gerenarda permaneció firme en su deseo.
-Si logro mi objeto -dijo-, habré hecho unnn gran servicio a la humanidad y a mi patria.
-No lo conseguirás, ¡infeliz! Te sucederá lo que al borrico.
-¿Y qué le sucedió? -preguntó la heróica jóven.
-Te contaré en breves palabras -le respondió el gran visir, que se expresó en estos términos,


EL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR Fábula
"Un labrador muy rico que, además de ser dueño heredades inmensas y de rebaños numerosos de ganado de toda especie, había recibido del cielo, como Salomón, el don de entender, el lenguaje de los animales, pero con la condición de no descubrírselo a nadie, so pena de perder la vida, pasando un día por delante de un establo en que se hallaban un borrico y un buey, se detuvo a escuchar el coloquio que entre sí tenían.
Lamentábase el buey de lo mucho que a él le hacían trabajar y de lo mal que lo cuidaban, "mientras que a tí, le decía al borrico, te tratan con cariño, y no te emplean más que para llevar a nuestro amo al mercado". -Tú tienes la culpa -le respondió su compañero; te llaman elTonto, y a fe mía que bien mereces ese nombre tú, y todos los de tu especie. ¿Por qué no haces uso de los medios que te ha dado la naturaleza para defenderte? Mira, cuando quieran uncirte al arado, pega cornadas, da bramidos fuerte, échate en el suelo y hazte el malo y verás cómo te tratan mejor y te dejan tranquilo.
El buey escuchó los consejos del asno y prometió seguirlos.
En efecto, cuando vino el gañán a buscarlo para llevarlo a trabajar, el buey empezó a patear, a pegar cornadas, y, por último, bramando, se arrojó por tierra. El gañán, al ver esto, fue a dar cuenta al amo de lo que sucedía, y el amo le mandó entonces que, en vez de llevar al buey, se llevase al borrico, encargándole que le hiciese trabajar y lo zurrase de firme.
Hízolo así el mozo de labor, y cuando por la noche volvió a traer a la cuadra al borrico, el pobre animal apenas podía tenerse en pie, cansado de trabajar, y quebrantados los huesos con los palos que había recibido. En cuanto llegó se echó en el suelo gimiendo y suspirando.
-Yo me tengo la culpa de lo que me sucede -se decía a sí mismo; ¿Qué necesidad tenía yo de mezclarme en lo que no me incumbía? Yo vivía tranquilo, era querido, bien tratado, y todo me sonreía, y ahora, por mi imprudencia, estoy expuesto a perder la vida...
Al llegar aquí en su narración, el gran visir, dirigiéndose a su hija:
-Merecerías -le dijo- que te trataran comooo al asno; quieres comprender la cura de un mal irremediable, llevar a cabo una empresa imposible, y te expones a perder la vida.
La generosa jóven, inquebrantable en su resolución, le contestó que estaba decidida a intentar la prueba, y que ningún peligro la arredraría.
-Está visto -le dijo su padre entonces- que será preciso hacer contigo lo que el rico labrador hizo con su mujer.
-¿Y qué hizo? -preguntó Gerenarda.
-Escucha, que no he acabado el cuento.


 (Continuará mañana...)



El Bolero de Ravel...



El fin de semana ha comenzado, y si para ti aún no lo ha hecho... no importa. Para el tiempo, olvídate del reloj, de las prisas...y dedícate unos minutos...
Escucha este precioso bolero y te acosejo que mientras lo hagas, mires el vídeo. No sólo se trata de escuchar la música, la melodía, los instrumentos, se trata también de ver la interpetación; se tratade sentir la música a través de los sentidos, porque quizás mientras suenen las notas de este bolera, quizás...el recuerdo de un aroma viaje desde tus recuerdos a tu presente, quizás tus manos se muevan tratando de guardar el tacto de un sentimiento...






El Bolero (en francés Boléro) es una obra musical creada por el compositor francés Maurice Ravel en 1928 y estrenada en la Ópera Garnier de París el 28 de noviembre de ese mismo año. El Ballet fue compuesto y dedicado a la bailarina Ida Rubinstein, su inmediato éxito y rápida difusión universal lo convirtieron no solamente en una de las más famosas obras del compositor, sino también en uno de los exponentes de la música del siglo XX. Este es un movimiento orquestal inspirado en una danza española y se caracteriza por un ritmo y un tempo invariables, con una melodía obsesiva, en do mayor, repetida una y otra vez sin ninguna modificación salvo los efectos orquestales, en un crescendo que, in extremis, se acaba con una modulación a mi mayor y una coda estruendosa. La historia del Boléro se remonta a 1927. Ravel, cuya reputación superaba ya las fronteras de Francia, acababa de terminar su Sonata para violín y piano y había firmado el contrato más importante de su vida para realizar una gira de conciertos de cuatro meses en los Estados Unidos y Canadá. Esa gira le encumbraría definitivamente y en ella fue recibido como un gran artista, actuando en 25 ciudades, unas veces como pianista, otras como acompañante al piano y, otras, al frente de la orquesta. Poco antes de partir, la empresaria y bailarina rusa Ida Rubinstein, le encargó que compusiera un “ballet de carácter español” que ella misma, con cuarenta y dos años, contaba representar con su propia compañía, Les Ballets Ida Rubinstein. Ida Rubinstein, que había empezado como bailarina de los Ballets Rusos Cleopâtre (1909), Scheherazade (1910) y Le Martyre de Saint Sebastien (1911) era en ese momento ya una rica empresaria que había decidido montar con su dinero su propia compañía de ballet y competir con el mismísimo Serge Diaghilev. Para ello había ideado una temporada con encargos a Ravel y a Stravinski —con quienes mantenía una buena amistad— y a otros compositores como Honegger, Milhaud, Sauguet y Auric que junto a otros artistas se beneficiaban también de sus obras de mecenazgo.


Ida Rubinstein (1885-1960), bailarina y rica mecenas rusa, inspiradora del Boléro y quien estrenó la obra el 22 de noviembre de 1928. Retrato de Valentín Serov.

Ravel no había compuesto música para ballet desde La Valse en 1919 y su último éxito en este campo se remontaba a 1912 con Ma Mère l’Oye, por lo que aceptó con mucho interés el encargo de Rubinstein, que además de una reposición de La Valse, incluía componer un ballet enteramente nuevo. Ravel tenía cincuenta y dos años, estaba en plenitud de facultades y, desde la muerte de Debussy era reconocido como el mejor músico francés vivo. Tenía muchas obligaciones que atender, y para facilitar la tarea, acordó con su colaboradora que podría orquestar seis piezas extraídas de la suite para piano Iberia del compositor español Isaac Albéniz, en un proyecto inicialmente bautizado como Fandango. Pero a su regreso de la gira norteamericana, cuando ya había comenzado el trabajo, fue advertido de que los derechos de orquestación de Iberia, propiedad de la editorial Max Eschig, habían sido cedidos en exclusiva a otro compositor español, Enrique Fernández Arbós, un antiguo discípulo de Albéniz. Esta noticia fue recibida por Ravel con preocupación según el relato de Joaquín Nin. 

 "Hice notar a Ravel que ese proyecto no podía desgraciadamente ser viable por el hecho de las piezas de Albéniz estaban ya orquestadas por Arbós en vistas a un ballet destinado a La Argentina (fue el ballet Triana, dado la temporada siguiente con el éxito que se sabe)... ¿Quién es este Arbós?... ¿Y qué decir a Ida? ¡Se pondrá furiosa!." 



Comprendiendo la vergüenza de Ravel, Arbós le propuso, generosamente, la cesión de sus derechos sobre Iberia, pero Ravel, todavía disgustado, pensó en abandonar el proyecto.

Ravel pasó unas cortas vacaciones ese verano de 1928 en su ciudad natal de Ciboure, próxima a San Juan de Luz, en el País Vasco francés, con su amigo y también compositor Gustave Samazeuilh. Fue entonces cuando le vino la idea de elaborar una obra experimental: un ballet para orquesta que solo utilizaría un tema y un contra-tema repetidos y en el que el único elemento de variación provendría de los efectos de orquestación que sustentarían un inmenso crescendo a lo largo de toda la obra. El nacimiento de la melodía es relatado por Samazeuilh, que cuenta como el compositor, una mañana, en pijama, antes de ir a nadar, le habría interpretado al piano un tema con un solo dedo explicándole:
Madame Rubinstein me pide un ballet. ¿No encuentra usted que este tema tiene insistencia? Voy a intentar repetirlo un buen número de veces, sin ningún desarrollo, graduándolo mejor con mi orquesta. De manera que esto resultara como "La Madelon"

                          «Le Belvédère», donde Ravel finalizó el Boléro.

A la vuelta de las vacaciones, ya en su residencia de «Le Belvédère» (en Montfort-l’Amaury, a 30 km de París), Ravel finalizó rápidamente la pieza, que tituló en un principio, conforme a lo acordado, Fandango. Sin embargo, para el ritmo de su obra, el fandango le pareció una danza demasiado rápida, y lo remplazó por un bolero, otra danza tradicional andaluza que sus viajes a España le habían permitido conocer, cambiando el título y dedicándole la obra a su estimada amiga Ida Rubinstein.
Poco antes del estreno, Ravel reemprendió su frenético ritmo de viajes. Primero viajó a Inglaterra, para ser investido «Doctor of Music, honoris causa» por la Universidad de Oxford, el 23 de octubre, asistiendo y protagonizando varios conciertos en su honor. Inmediatamente después, viajó a España, para realizar una intensa gira de conciertos de dieciocho días, en la que actúo con la mezzosoprano Madeleine Grey y el violinista Claude Lévy. Apareció en nueve ciudades distintas, y en ese viaje aprovechó para visitar a su gran amigo Manuel de Falla, a quien conocía de sus años parisinos. Aunque su actuación en Málaga no fue del agrado del público —que incluso abandonó casi por completo la sala—, su concierto en el desaparecido Coliseo Olympia de Granada del 21 de noviembre tuvo sin embargo un gran éxito, éxito que pudo repetir, tras un rápido viaje nocturno, al día siguiente, el 22 de noviembre en un concierto celebrado en la Embajada de Francia en Madrid, en el mismo día que en París se estrenaba el Boléro, la obra que iba a convertirse en los años siguientes, en una de sus más famosas creaciones.

El Boléro fue estrenado el 22 de noviembre de 1928 en París, en la Ópera Garnier, bajo la dirección de Walther Straram, con una coreografía de Bronislava Nijinska y con decorados de Alexandre Benois. El programa incluía también una nueva adaptación de La Valse, también a cargo de Nijinska y Benois, y dos obras más, Le Bien Aimé, con música de Schubert y Liszt orquestada por Milhaud, y Psyché et L'amour, con música de Bach orquestada por Honegger.
Ravel tenía en mente que el ballet fuera montado en un espacio exterior, con una fábrica al fondo, probablemente un guiño a Carmen, la ópera que tanto admiraba. Cuando se le preguntaba por el argumento del ballet, Ravel respondía que él situaría el Boléro en una fábrica —la fábrica de «Le Vésinet», según su hermano— y no en un bar andaluz. Sin embargo, el montaje de Alexandre Benois situó la acción en un oscuro café de Barcelona, iluminado por una gran lámpara donde una bailarina comienza a bailar sobre una gran mesa mientras una veintena de hombres permanecen sentados, jugando a las cartas en sus propias mesas. Ida Rubinstein representaba ese papel de bailarina de flamenco, en una coreografía sensual que fue un escándalo. René Chalupt la describió en estos términos:
En el centro de una amplia sala, una mujer danzaba mientras que alrededor se apretaban más y más numerosos hombres a quienes la visión inflamaba de deseo.
René Chalupt.
Alejo Carpentier, por entonces en París, narró el estreno, y sobre el papel de Ida dijo lo siguiente:
¿Y la labor de Ida Rubinstein?, me preguntaréis. La genial animadora del Martirio de san Sebastián y de Fedra, no fue tan admirable como otras veces. Cometió el error de creer que su talento de mímica le permitiría abordar nuevamente la danza —fue danzarina hace muchos años—, sin peligros. Su labor coreográfica resultó algo pobre, e inferior a la altísima calidad de sus espectáculos.
Pero bien podemos perdonarle un error, inspirado por una egolatría justificada. Hemos escuchado tan hermosas partituras; hemos contemplado tan lindas decoraciones gracias a ella, que aplaudimos calurosamente cada vez que el telón volvió a levantarse al final de una de sus noches triunfales

Alejo Carpentier. Cárteles, 27 de enero de 1929.
Ravel aceptó, con no mucho agrado, el montaje de Benois pero, personalmente, le solicitó a su amigo Léon Leyritz —el escultor que realizó el busto de Ravel que adorna el vestíbulo de la Ópera de París—, que preparase otra escenografía más acorde con sus ideas. Esa producción vería la luz, pero ya no sería en vida de Ravel.
Boceto de Luc-Albert Moreau (1882–1948) de Ravel dirigiendo su Boléro.
La versión orquestal de la obra fue estrenada también en París, el 11 de enero de 1930, con Ravel al frente de la orquesta de los «Concerts Lamoureux». Se cuenta que durante el estreno orquestal del Boléro, una dama molestaba en su asiento exclamando: «¡Al loco! ¡Al loco!» («Au fou! Au fou!»). Contando la escena a su hermano, Ravel habría dicho: «Ella, ella lo ha entendido».
Ida Rubinstein tenía, de acuerdo al contrato, reservados los derechos de representación de la obra en salas de teatro durante tres años y de solo un año en salas de concierto. Así, en octubre de 1929, Ravel recuperó los derechos de concierto y la difusión de la obra alcanzó rápidamente proporciones desmesuradas. Ravel fue el primer sorprendido, ya que esperaba que su obra fuera «[...] una pieza que no se adueñaría de los conciertos del domingo.»

Primera grabación de El Bolero en enero de 1930 con Ravel al frente de la Orquesta Concerts Lamoureux.
En enero de 1930 Ravel grabó por vez primera la obra con la orquesta de los «Concerts Lamoureux», y también dirigió frecuentemente la obra en salas de concierto. Los directores de orquesta, que veían en la obra un terreno de trabajo fértil al mismo tiempo que una fuente fácil de gloria, se ocuparon pronto del Boléro y algunos intentaron dejar en la obra su impronta. Mientras que Willem Mengelberg aceleraba y ralentizaba excesivamente, el gran maestro italiano Arturo Toscanini, por entonces muy respetado por Ravel, al frente de la Filarmónica de Nueva York —en una interpretación en mayo de 1930 en la Ópera de París—, se tomó la libertad de interpretar la obra dos veces más rápido que lo prescrito, con un accelerando final. Ravel, presente entre el público, rehusó levantarse para estrecharle la mano y tuvo una breve discusión con él entre bastidores. Toscanini habría llegado a decirle: «Usted no comprende nada de vuestra música. Era el único medio de hacerla pasar». Una versión de esta misma anécdota es referida, esta vez en castellano, de nuevo por Carpentier, asistente privilegiado de la función, aunque no de la discusión:
—Maestro... yo llevo el Boléro mucho más lento.
—Es un error —le respondió Toscanini—. La concepción misma de la obra, su carácter, su estilo, imponen el tempo que yo he adoptado.

Alejo Carpentier
Los dos hombres se reconciliaron más adelante, pero en ese momento ya estaba claro que el tempo del Boléro sería de ahí en adelante una «cause célèbre». Ravel mismo, en 1931, lo comentó:
Debo decir que el Boléro es raramente dirigido como yo pienso que debería de ser. Mengelberg acelera y ralentiza excesivamente. Toscanini lo dirige dos veces más rápido sin ser necesario y alarga el movimiento al final, lo que no está indicado en ninguna parte. No: el Boléro debe ser ejecutado a un tempo único desde el inicio al final, en el estilo quejumbroso y monótono de las melodías árabe-españolas. [...] Los virtuosos son incorregibles, inmersos en sus fantasías como si los compositores no existiesen.
Ravel.
El Boléro fue rápidamente interpretado en muchas retransmisiones de radio y en innumerables transcripciones. Finalmente, en 1934, la compañía «Paramount» realizó una película, protagonizada por Carole Lombard y George Raft, que también tituló Boléro, en la que la música tenía un importante papel. La fama de la obra ya fue imparable.


 Fuente:
 http://es.wikipedia.org