jueves, 30 de mayo de 2013

Cuantas veces, amor, Pablo Neruda

 


Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo,
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura,
en regiones contrarias, en un mediodía quemante:
eras sólo el aroma de los cereales que amo.

Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa
en Angola, a la luz de la luna de Junio,
o eras tú la cintura de aquella guitarra
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido.

Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria.
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato.
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto

mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida:
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas.
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.



Ayer, Enrique Iglesias




¡Hey!
dime a dónde vas,
y si sabes tu destino.

¡Hey!
donde dejaras,
tus sueños escondidos.

Mira que la luna nos dejo,
iluminados, bien de cerca,
y a pesar de aquel adiós,
mi puerta siempre estuvo abierta,
como antes.

Ayer cabías en mi corazón,
y te escondiste en un rincón,
del otro lado,
yo se que la vida nos dejo,
saber que nuestro amor,
no se acabado,
no se acabado.

¡Hey!
tu mirada dice,
estar arrepentida.

¡No se!
dime si es verdad,
o es solo idea mía.

Di que no es locura ni obsesión,
que no es capricho simplemente,
dile que lo sientes y que yo,
nunca he dejado de quererte,
como antes.

Ayer cabías en mi corazón,
y te escondiste en un rincón,
del otro lado,
yo se que la vida nos dejo,
saber que nuestro amor,
no se acabado.

Ayer cabías en mi corazón,
y te escondiste en un rincón,
del otro lado,
yo se que la vida nos dejo,
saber que nuestro amor,
no se acabado,
no se acabado.

¡Hey!
dime a dónde vas,
y si sabes tu destino.


El diario de María, Jp Torga



María abre las tapas del diario con suavidad y a continuación acaricia dulcemente la cubierta color malva del mismo con la yema de sus dedos. Es un gesto instintivo, casi maternal. Siempre lo hace cuando la historia que acude a su mente  la hace vibrar, cuando despierta sensaciones en el fondo de su alma.



Respira hondamente y deja salir el aire con lentitud, mientras sus ojos… permanecen cerrados ya que han iniciado un viaje sin retorno al fondo de sus pensamientos.



Al abrir los párpados,  una  inocente sonrisa  perfila sus labios.



Vuelve a mirar el diario con la misma ternura con la que miraría a un niño, tal vez, porque al recordar la historia escrita, está resurgiendo la pequeña niña que lleva dentro.



Pasa un mechón de su pelo color caoba por detrás de la oreja y ajustándose las gafas con su dedo índice sobre la nariz, vuelve a situarse ante una página en blanco que cubrirá en forma de letras. Letras con menciones y nostalgias… sus recuerdos



Pasa el dedo por la parte superior de las hojas y llega a la última página escrita. Una cierta agitación recorre su pecho, ansía seguir escribiendo sin interrupciones. Apoya la sien sobre la mano izquierda, mientras con la derecha escribe con una letra elaborada y uniforme… “No recuerdo cómo comenzaba aquel libro, pero sí guardo con perfecta y asombrosa nitidez destellos, recuerdos de aquella época de mi vida… Mis padres nunca me contaron un cuento cuando yo era pequeña, nunca me dedicaron, ni a mis hermanos, mayor atención en ese aspecto.

Nunca me compraron un cuento infantil, en mi familia no se apreciaba eso, quizás porque no había tiempo para esos menesteres, quizás porque era más importante dedicar el dinero a otras cosas más necesarias…

La única persona que cubrió esa necesidad, y nunca entendí el por qué, fue mi abuela materna.

Ella vivía en La Coruña, se marcho allí a trabajar cuando mi madre tenía unos seis años; fue cuando mi madre se quedó en el pueblo a vivir, “al servicio” de Laura, quien la crió a partir de esa edad.

De vez en cuando mi abuela nos enviaba una “caja”. Era todo un acontecimiento… Siempre había algún regalo para mi hermano y para mí. Lo primero que sacaba mi madre de la caja era una “hoja de bacalao”. Mi abuela trabajaba en una fábrica de bacalao y siempre que había un paquete, de él acababa saliendo uno de esos pescados salados…. Nunca lo había pensado, pero es posible que… que ese sea el motivo por el que me guste tanto a día de hoy el bacalao, quizás porque me trae sabores agradables de mi infancia…

 

María levanta por un instante la mirada y la deposita sobre la luz que entra a través de la ventana. Ventana que no ve y traspasa con la mirada, ya que ese viaje a la mente de aquella niña que fue, la transporta mucho más lejos. La hace retroceder en el tiempo más de cuarenta años. El gesto dulce que recorre sus mejillas, deja traslucir la naturaleza de los buenos recuerdos. Recuerdos, que llegan a su mente a borbotones. Baja la vista sobre el papel y escribe de nuevo…  “Y después del bacalao aparecían un montón de libros y cuentos. Nunca supe el motivo por el que mi abuela nos compraba libros. Creo que ella nunca supo leer, quizás por eso… Cuando le escribíamos una carta ella iba a ver a la dueña de la casa para que se la leyeran y era esa misma señora la que nos escribía lo que mi abuela le dictaba.



Tengo el recuerdo de aquel libro de pasta dura y color verde, aquel libro que me acompañó durante interminables tardes y noches, aquel libro que leí y releí una y mil veces…



Era un volumen un poco abultado para mi edad, pero no me importaba, con solo leer el título mi imaginación se echó a volar, de igual forma que entre sus páginas volaba su protagonista, “El Ruiseñor”. Qué bello título… ¡qué bonita historia encerraba en sus páginas!  Las pocas ilustraciones en blanco y negro no hacían más que acentuar mis ganas de leer y conocer la historia, mi imaginación iba más allá del cielo de mi pueblo y me llevó a viajar por un país tan lejano como desconocido… China.



Al colocar el punto y aparte, María suspira. Es un suspiro apasionado, largo, que echa fuera de su pecho una tensión acumulada por el ansia de expresar aquellas vivencias. Ese suspiro trae a su cabeza nítidos momentos, que se apresura a estampar sobre el inmaculado papel… “Y también estaba allí, con el mismo formato de pasta dura y verde Gulliver y sus fantásticos viajes… Aventuras y más aventuras con las que poder viajar, soñar, reír o pasar miedo.



Pero los viajes de Gulliver nunca tuvieron la sensibilidad que se encerraba entre la multitud de hojas de El Ruiseñor… Aún puedo sentir la emoción que me producía leerlo.



En una ocasión, hace un par de años, volví a  la   casa de mis padres en el pueblo en busca de esos libros. Esperaba poder volver a respirar el aroma de mi niñez, esperaba poder volver a soñar como en mis años de niña, esperaba encontrar de nuevo aquella imaginación que me había llevado hasta la recóndita y lejana China. Pero… sólo encontré cajones llenos de otros libros, de otros momentos, también bonitos, pero ninguno comparable al trino del pájaro en los jardines del Emperador.




Se quita las gafas y pasa los dedos pulgar e índice sobre los ojos, en un gesto que denota fatiga. Postura de sus dedos, que terminan comprimiendo el puente de la nariz.



Deposita las gafas con mimo sobre la mesa y siente que otra oleada de evocaciones llega a su mente… “Recuerdo también con fascinación unos libros en formato cómics de los payasos de la tele. Me encantaba leer las aventuras de Gaby, Fofó y Fofito. Sin duda mi preferido era Fofó… ¡cómo me hacía reír! Cómo disfrutaba con sus payasadas y  tonterías…



Y en aquella caja también guardaba preciosos tesoros: muñecas para mí, coches para mi hermano. Muñecas que para mi eran inalcanzables, solo podía jugar con ellas dentro de la caja… no me permitían cogerlas entre las manos, no me dejaban jugar con ellas. Las muñecas se podían romper.



Durante muchos años guardé encima de mi armario una muñeca que siempre fue mi ojo derecho. En ocasiones, cuando me quedaba sola en casa, me subía en una silla y a escondidas cogía la caja, la abría, sacaba la muñeca, sus vestidos, aquellos botes vacíos de plástico que simulaban bonitos frascos de perfume y con el peine también de plástico peinaba el flequillo de la muñeca. La melena no se la podía peinar, estaba protegida por un plástico y si se lo quitaba descubrirían mi secreto. Recuerdo el olor de la muñeca, ese olor a plástico, ese olor a “muñecas de Famosa”…



El recuerdo del juguete dibuja una sonrisa angelical en las suaves facciones de María. -¿Qué habrá sido de aquella muñeca?- Se pregunta. Bucea en los recuerdos, sus recuerdos… -Si, es cierto ¡¡se la regalé a mi prima!! -  Sacude la cabeza a ambos lados con nostalgia mientras cierra de nuevo el diario.  Lo hace con suavidad. Después… acaricia dulcemente la cubierta color malva del mismo con la yema de sus dedos. Es un gesto instintivo, casi maternal. Siempre lo hace cuando la historia escrita la hace vibrar, cuando despierta sensaciones en el fondo de su alma.

Bailando con una escoba o el baile de la escoba...


¡Mucha mierda! , ¿Por qué decimos eso?



Esta expresión poco convecional y malsonante para aquellos que no estan familiarizados con ella, es usada principalmente en el mundo del teatro y también de la danza, pero poco a poco se ha convertido en una expresión común usada para desear suerte ante cualquier situación y no sólo en el espectáculo.

Se cree que su origen es el siguiente:

“Por un lado nos encontramos quien dice que el origen de la expresión “Mucha Mierda” proviene de la época en la que las personas de clases “pudientes” acudían al Teatro o “Corral de Comedia” en coche de caballos. Al llegar a la puerta del recinto, mientras bajaban del coche, el animal hacia sus necesidades allí mismo, por lo que cuando estaba a punto de empezar la representación un miembro de la compañía se asomaba y miraba la cantidad de excremento depositada ahí, cuanto más había más gente “pudiente” tenían. Curiosamente no se cobraba entrada, por lo que al finalizar la función la gente lanzaba sus monedas (cuanta más gente pudiente más alta era la recaudación). Los miembros de la compañía se agachaban a recoger las monedas lanzadas por el público y de ahí dicen que viene otra expresión “teatral” relacionada con el deseo de buena suerte, se trata de “rómpete una pierna”  por la de veces que había que flexionarla para recoger el recaudo o saludar al público." 

“Otros opinan que el origen de decir “mucha mierda” es que, en la Edad Media, los artistas iban con sus carromatos por los pueblos. Cuando llegaban a uno, si había mucho estiércol a la entrada, calculando la extensión del mismo, eso quería decir que en aquel momento había un mercado, feria u otro acto y por eso entraban, hacían su espectáculo y se iban. Cuando se encontraban con otros artistas, se deseaban entre ellos: “Que tengas mucha mierda en el próximo pueblo”. Así se ha llegado a decir, más rápidamente y simplificando: “Mierda” o “Mucha mierda”.


Fuente:
http://relikia.blogspot.com.es