domingo, 1 de diciembre de 2013

Acuérdate de mi, José Ángel Buesa



Cuando vengan las sombras del olvido
a borrar de mi alma el sentimiento,
no dejes, por Dios, borrar el nido
donde siempre durmió mi pensamiento.

Si sabes que mi amor jamás olvida
que no puedo vivir lejos de ti
dime que en el sendero de la vida
alguna vez te acordarás de mí.

Cuando al pasar inclines la cabeza
y yo no pueda recoger tu llanto,
en esa soledad de la tristeza
te acordarás de aquel que te amó tanto.

No podrás olvidar que te he adorado
con ciego y delirante frenesí
y en las confusas sombras del pasado,
luz de mis ojos, te acordarás de mí.

El tiempo corre con denso vuelo
ya se va adelantando entre los dos
no me olvides jamás. ¡Dame un recuerdo!
y no me digas para siempre adiós.







Poema sobrecogido, Extremoduro

Quise mirar,

y entré dentro de mi interior

y entonces me di cuenta

de que hay alguien más

metido en esta habitación,

y escucho lo que piensa.


Hay, en el vacío,

un reflejo mío,

que me habla de otras cosas

de un ambiguo rosa y de sentir

que me habla desde dentro

y me dice que voy lento y corrí


Y de este desvarío

sé que ha anochecido


Si se va

mi cuerpo se evapora y pierde solidez

y flota en el vacío de la soledad

y mi mente no sabe adonde se va a agarrar,

si estoy loco perdío


Al respirar

el aire entra y luego se va

y ya no es nada mío

pero algo cambió en mi manera de pensar

y ya no soy el mismo


Sueño con que me dé

salgo y no hay nada


Y veo que algo me crece y ya no me apetece mirar

a tiempo pasado pues no tengo pensado regresar ...



La elegancia del erizo, Muriel Barbery



Por lo general, por las mañanas siempre saco un ratito para escuchar música en mi cuarto. la música desempeña una función muy importante en mi vida. Es lo que me permite soportar… pues… todo lo que hay que soportar: mi hermana, mi madre, el colegio, Achille Grand-Fernet, etc. La música no es sólo un placer para el oído como la gastronomía lo es para el paladar, o la pintura, para los ojos. SI pongo música por la mañana tampoco es que la razón sea muy original: lo hago porque determina el tono del día. Es muy sencillo y, a la vez, muy complicado de explicar: creo que podemos elegir nuestros estados de ánimo porque poseemos una conciencia con varios estratos y tenemos la manera de acceder a ellos. Por ejemplo, para escribir una idea profunda, tengo que ponerme a mí misma en un estrato muy especial, si no, no me vienen las ideas y las palabras a la cabeza. Tengo que olvidarme de mí misma y a la vez estar superconcentrada. Pero no es una cuestión de «voluntad», es un mecanismo que se puede accionar o no, como rascarse la nariz o hacer una voltereta para atrás. Y para accionar el mecanismo, no hay nada mejor que un poquito de música. Por ejemplo, para relajarme, pongo algo que me haga alcanzar como un estado de ánimo distanciado en el que las cosas no me llegan de verdad, las miro como quien ve una película: un estado de conciencia «desapegado». En general, para ese estrato escucho jazz o, más eficaz a largo plazo aunque tarden más en notarse los efectos, Dire Straits (viva el mp3). Esta mañana pues he escuchado a Glenn Miller antes de salir para el colegio. Se diría que no lo he escuchado durante el tiempo suficiente. Cuando se ha producido el incidente, he perdido todo mi desapego. Ha sido en clase de lengua, con la señora Magra (que es un antónimo con patas de tantos michelines como tiene). Además, se viste de rosa. Me encanta el rosa, pienso que es un color injustamente tratado, se suele atribuir a los bebés o a las mujeres que se maquillan como puertas, cuando el rosa es un color muy sutil y delicado, que tiene mucha presencia en la poesía japonesa. Pero el rosa y la señora Magra es un poco como el tocino y la velocidad. Bueno, total, que esta mañana tenía clase de lengua con ella. Ya de por sí es un rollazo. La lengua con la señora Magra se resume a una larga serie de ejercicios técnicos, poco importa si hacemos gramática o comentario de texto. Con ella, parece que un texto se ha escrito para que se puedan identificar los personajes, el narrador, los lugares, las peripecias, los tiempos de la narración, etc. Creo que no se le ha pasado jamás por la cabeza que, ante todo, un texto se escribe para ser leído y para provocar emociones en el lector. Para que os hagáis una idea, nunca nos ha preguntado: «¿Os ha gustado este texto/este libro?». Sin embargo es ésta la única pregunta que podría dar sentido al estudio de los puntos de vista narrativos o de la construcción de la trama… Por no hablar del hecho de que, en mi opinión, los alumnos de nuestra edad tenemos un espíritu más abierto a la literatura que los de bachillerato o los estudiantes universitarios. Me explico: a nuestra edad, por poco que se nos hable de algo con pasión tocando las cuerdas adecuadas (las del amor, la rebelión, la sed de novedades, etc.), es muy fácil captar nuestro interés. Nuestro profesor de historia, el señor Lermit, supo apasionarnos en sólo dos clases enseñándonos fotos de gente a la que se había cortado una mano o los labios, en aplicación de la ley coránica, porque habían robado o fumado. Sin embargo, no lo hizo en plan peli gore. Era sobrecogedor, y todos escuchamos con atención la clase siguiente, que ponía en guardia contra la locura de los hombres, y no específicamente contra el islam. Entonces, si la señora Magra se hubiera tomado la molestia de leernos con la entonación adecuada algunos versos de Racine («Y que el día amanezca y que el día agonice/sin que que ya nunca pueda ver Tito a Berenice»), habría visto que el adolescente típico está maduro para abordar la tragedia amorosa. Una vez en el instituto, las cosas se ponen más difíciles: la edad adulta asoma ya la cabeza, empiezan a intuirse las costumbres de los mayores, uno se pregunta qué papel y qué lugar heredará en la obra y, además, se ha estropeado ya algo, la pecera está a la vuelta de la esquina. Entonces, cuando esta mañana, añadiéndose al rollazo habitual de una clase de literatura sin literatura y de una clase de lengua sin inteligencia de la lengua, he experimentado un sentimiento extraño, inclasificable, no he podido contenerme. La profesora estaba tratando el epíteto, con el pretexto de que en nuestras redacciones brillaba por su ausencia «cuando deberíais ser capaces de emplearlo desde tercero de primaria». «Alumnos tan incompetentes en gramática como vosotros, desde luego, es como pa’ pegarse un tiro», ha añadido luego, mirando especialmente a Achille Grand-Fernet. No me cae bien Achille pero tengo que decir que estaba de acuerdo con la pregunta que le ha hecho a la profesora. Creo que se imponía algo así. Además, que una profesora de letras diga pa’ en lugar de «para», a mí me choca, qué queréis que os diga.



Es como si un barrendero se dejara sin recoger del suelo las bolas de pelusa de polen. «Pero la gramática, ¿para qué sirve?», le ha preguntado Achille. «Deberías saberlo», le ha contestado doña Me-pagan-para-que-os-lo-enseñe. «Pues no», ha replicado Achille con sinceridad, por una vez, «nadie se ha tomado nunca la molestia de explicárnoslo». La profesora ha dejado escapar un largo suspiro, en plan «encima tengo que tragarme estas preguntas estúpidas», y ha respondido: «Sirve para hablar bien y escribir bien».Entonces, he creído que me iba a dar un infarto. Nunca había oído tamaña ineptitud. Y con esto no quiero decir que no sea verdad, digo que es una ineptitud como una casa. Decir a unos adolescentes que ya saben leer y escribir que la gramática sirve para eso, es como decirle a alguien que se tiene que leer una historia de los cuartos de baño a través de los siglos para saber bien hacer pis y caca. ¡No tiene sentido! Si todavía nos hubiera demostrado, con ejemplos, que hay que saber ciertas cosas sobre la lengua para utilizarla bien, entonces bueno, por qué no, puede ser una base para empezar. Por ejemplo, que saber conjugar un verbo en todos los tiempos te evita cometer errores gordos que te avergüenzan delante de todo el mundo en una cena mundana («Hubiera veído esa película que comentáis, si no me habrían aconsejado antes que no lo haciese»). O que, para escribir como es debido una invitación para unirse a una pequeña orgía en el castillo de Versalles, conocer las reglas de concordancia entre sujeto y verbo puede resultar muy útil. De esta manera uno se ahorra torpezas como ésta: «Querido amigo, si esa gente que usted y yo conocemos quisieran venir a Versalles esta noche, me complacería mucho recibirlas. La marquesa de Grand-Fernet». Pero si la señora Magra se cree que la gramática sólo sirve para eso… De niños hemos sabido conjugar un verbo antes de saber siquiera que se trataba de un verbo. Y, si bien el saber puede ayudar, no creo sin embargo que sea algo decisivo. Yo en cambio creo que la gramática es una vía de acceso a la belleza. Cuando hablas, lees o escribes, sabes muy bien si has hecho una frase bonita, o si estás leyendo una. Eres capaz de reconocer una expresión elegante o un buen estilo. Pero cuando se estudia gramática, se accede a otra dimensión de la belleza de la lengua. Hacer gramática es observar las entrañas de la lengua, ver cómo está hecha por dentro, verla desnuda, por así decirlo. Y eso es lo maravilloso, porque te dices: «Pero ¡qué bonita es por dentro, qué bien formada!», «!Qué sólida, qué ingeniosa, qué rica, qué sutil!». Para mí, sólo saber que hay varias naturalezas de palabras y que hay que conocerlas para poder utilizarlas y para estar al tanto de sus posibles compatibilidades, hace que me sienta como en éxtasis. Me parece, por ejemplo, que no hay nada más bello que la idea básica de la lengua, a saber: que hay nombres y verbos. Sabiendo esto, es como si ya te hubieran enunciado la esencia de todo. Es maravilloso, ¿no? Hay nombres, verbos… Para acceder a toda esta belleza de la lengua que la gramática desvela, ¿quizá también haya que ponerse en un estado de conciencia especial? A mí me da la sensación de que puedo hacerlo sin esfuerzo. Creo que fue cuando tenía dos años, al oír hablar a los adultos, cuando comprendí, esa vez y ya para siempre, cómo está hecha la lengua. Las lecciones de gramática para mí siempre han sido meras síntesis a posteriori o, como mucho, precisiones terminológicas. ¿Se puede enseñar a los niños a hablar bien y a escribir bien estudiando gramática si no han tenido esa iluminación que tuve yo? Misterio. Mientras tanto, todas las señoras Magra de la Tierra harían mejor en preguntarse qué música tienen que poner a los alumnos para que puedan entrar en trance gramatical. Así que le he dicho a la profesora: «Pero ¡qué va, eso es totalmente reductor!». Se ha hecho un gran silencio en la clase porque normalmente yo no suelo abrir la boca y porque le había llevado la contraria a la profesora. Me ha mirado sorprendida y luego ha puesto mala cara, como todos los profes cuando notan que las cosas se complican y que su clasecita facilita sobre el epíteto bien podría convertirse en tribunal de sus métodos pedagógicos. «¿Y qué sabrás tú de esto, señorita Josse?», me ha preguntado con todo acerbo. Todo el mundo contenía la respiración. Cuando la primera de la clase no está contenta, es malo para el cuerpo docente, sobre todo cuando se trata de un cuerpo tan gordo, así que esta mañana teníamos película de suspense y número de circo, programa doble por el mismo precio: todo el mundo aguardaba para ver el resultado del combate, con la esperanza de que sería sangriento. «Pues bien, habiendo leído a Jakobson, se antoja evidente que la gramática es un fin y no sólo un objetivo: es un acceso a la estructura y al a belleza de la lengua, y no sólo un chisme que sirve para manejarse en sociedad». «¡Un chisme!», ha repetido la profesora con los ojos exorbitados. «¡Para la señorita Josse, la gramática es un chisme!» Si hubiera escuchado bien mi frase, habría comprendido que, justamente, para mí la gramática no es un chisme. Pero creo que la referencia a Jakobson le ha hecho perder los papeles por completo, sin contar que todo el mundo se reía, incluso Cannelle Martin, sin comprender nada de lo que yo había dicho pero sintiendo que una nubecita negra planeaba sobre la foca de la profesora de lengua. Por supuesto, como os podréis imaginar, nunca he leído nada de Jakobson. Por muy superdotada que sea, prefiero los cómics o la literatura. Pero una amiga de mamá (que es profesora de universidad) hablaba ayer de Jakobson (mientras charlaban, a las cinco de la tarde, ventilándose una botella de vino tinto y un buen pedazo de queso camembert). Y de repente esta mañana se me ha venido a la cabeza. En ese momento, al ver que la jauría de perros enseñaba ya los colmillos, he sentido compasión. Compasión por la señora Magra. Además no me gustan los linchamientos. Nunca honran a nadie. Por no hablar ya del hecho de que no me apetece en absoluto que alguien venga a hurgar en mi conocimiento de Jakobson y empiece a sospechar sobre la realidad de mi cociente intelectual. Por eso he dado marcha atrás y me he callado. Me he tenido que quedar dos horas más en el colegio castigada, y la señora Magra ha salvado su pellejo de profesora. Pero al marcharme de clase, he sentido que sus ojillos inquietos me seguían hasta la puerta. Y, camino de mi casa, me he dicho: desdichados los pobres de espíritu que no conocen ni el trance ni la belleza de la lengua.




Qué es el Kokigami



El kokigami es un juego erótico de origen japonés, que consiste en envolver el pene con un disfraz de papel para sorprender a la pareja. Proviene de las palabras koki: pañuelo que llevan los actores nipones alrededor de la cintura cubriendo la zona genital; y gamia: que significa papel.

Este curioso divertimento de alcoba era practicado por la aristocracia japonesa en el siglo VII. Durante las noches de pasión, el esposo se envolvía el miembro con pañuelos de seda y cinta formando curiosos diseños. Luego este “paquete” erótico era ofrecido a la amante que lo desenvolvía sensualmente.

Con el paso de los siglos, las telas fueron sustituidas por figuras confeccionadas con papel de seda, y en vez de formas creadas por el hombre se hacen figuras específicas, similares a un origami, pero con una finalidad bastante distinta. Una divertida experiencia con un toque de erotismo y bastante historia.


Cómo un maestro de escuela descifró la escritura cuneiforme gracias a una apuesta



Si observamos la fotografía podemos comprobar que no resulta fácil de entender. Como descubriréis en la historia que os narro en el texto ubicado bajo esta galería, a nuestro maestro alemán le costó bastante poco aplicar la Navaja de Ockham y desencriptar el código de los antiguos reyes persas.

Se llama escritura cuneiforme porque, como podéis ver, los caracteres tienen forma de cuña.





Esta es la historia de cómo un hombre tranquilo, moderado y libre de extravagancias se marcó el órdago de su vida en un bar tras tomarse un par de copas de más. Friedrich Grotefend nació en la ruta de los cuentos de hadas, Münden (Alemania), en el verano de 1775. Se preparó para la enseñanza y después, siguiendo la estela del 'polvo de hadas', estudió Filología en la ciudad donde trabajaron los Hermanos Grimm, Gotinga. En 1797, ya era un joven maestro auxiliar en una escuela comunal. Cuatro años después, uno antes de convertirse en rector de un instituto, tuvo lugar un momento tan absolutamente banal y poco científico como es una noche de juerga, que llevaría a Grotefend, nada menos, que a descubrir la escritura cuneiforme: una de las formas más antiguas de expresión escrita.

Fue en una tasca alemana, entre olor de salchichas recién hechas y tragos de cerveza, donde tuvo lugar el comienzo de "una de las obras maestras del cerebro humano" (C.W. Ceram). Con un par de jarras de más y la consecuente exaltación de la amistad entre hombres que acaban la noche pronunciando la manida frase: "¿A qué no hay hue... de descifrar las tablillas persepolitanas que llevan un tiempo rodando por ahí?". Vale, nuestras apuestas del sábado noche no llegan a tanto, pero ahora no es el momento de avergonzarnos por ello.

A Grotefend se le fue un poco de las manos y de la forma más absurda y con una resaca memorable, se encontró a la mañana siguiente comprometido a encontrar la clave para descifrar la escritura de los grandes reyes persas. Si lo definimos como absurdo, es porque con lo único que contaba el pobre maestro eran algunas malas y manoseadas copias de inscripciones persepolitanas. A pesar de ello, enfrentó el reto con la osadía y la inocencia necesarias para hacer el gran hallazgo.

"Es imposible" dijeron los sabios. "No lo es" dijo Grotefend

Los mejores expertos de la época habían tirado la toalla, considerando imposible descifrar aquellos extraños y misteriosos símbolos. Eso no frenó a nuestro valiente alemán, que a estilo de nuestro moderno Don Quijote, fulminó a los sabios pesimistas como si fuesen molinos de viento. Hasta entonces (s. XVIII), algunos como el famoso orientalista Tomas Hyde describían las tablillas, encontradas en su mayoría en la vieja Persépolis, como "adornos en piedra" y ni mucho menos como escritura. Sería el primero en llevarse un 'guantazo sin manos' por parte de nuestro amigo alemán.

La gran mayoría de tablillas aparecidas en el s. XVIII, antes de las excavaciones de Botta, pertenecían a los restos de la residencia de Darío y Jerjes, dueños del gran palacio que, según Clitarco, salió ardiendo gracias a la imprudencia de Alejandro Magno y una bailarina durante una bacanal. Sería Karsten Niebuhr, un hombre intrépido al servicio de Federico V de Dinamarca, quien hallaría aquellas extrañas placas hurgando en las ruinas y le daría un punto de partida al maestro de escuela. 

Estudiando las inscripciones de Persépolis, Grotefend se percató que éstas revelaban características de lo más diversas. Por suerte, el alemán se había estudiado bien a los autores griegos y conocía la historia de los antiguos persas y los reyes de la Persépolis. Según lo que él sabía, Ciro II el Grande venció a los babilonios y fundó el primer gran Imperio persa sobre el año 540 a.C. De este hecho, dedujo que lo más probable es que una de las tres lenguas estuviese escrita en la lengua de los conquistadores. Aunque fue otra cuestión, que a todos los que habían visto los símbolos intrigaba, la que acabaría por ser una de las piezas para resolver el puzzle:¿Por qué se repetían con tanta frecuencia en la mayoría de tablillas un grupo de signos?

La escritura cuneiforme, descifrada por la Navaja de Ockham

Imaginaos que mañana nos quedamos sin ordenadores, máquinas de escribir, impresoras de ninguna clase, rotativas, smartphones o tabletas. Con los momentos que vivimos, estaréis conmigo que no os pido mucha imaginación. Nuestros gobernantes se ven en la obligación de esculpir las cuentas y los asuntos de estado en tablillas de arcilla con un punzón de caña que tiene punta con forma de cuña. Tablillas que año tras año se vuelven a fundir para empezar un año fiscal nuevo (paro aquí que no quiero dar ideas a nuestros pícaros políticos). Evidentemente, por cuestión de espacio, las palabras se acabarían sustituyendo por símbolos que ayudasen a comprender el contenido. 

Tratándose de un contenido institucional, lo más probable es que el nombre del presidente del Gobierno apareciese con frecuencia con este símbolo (sah) que nuestras generaciones venideras acabarían identificando con el gobernante del país en nuestra época histórica.

Así fue como, mediante una sencillez aplastante, nuestro amigo alemán comenzó a descifrar el misterioso texto. Sospechó que, al igual que el 'descanse el paz' es un clásico en las tumbas occidentales que ha trascendido hasta nuestros días, las inscripciones encontradas en los monumentos persas más antiguos también podían seguir esa constante que ya tenía anotada en su cuaderno: "X, gran rey, rey de reyes, reyes de A y B, hijo de Y, gran rey, rey de reyes...". Ahora sólo quedaba empaparse de la historia y despejar la X y el resto de incógnitas jugando al 'quién es quién'. De esta forma, X era Darío I (padre), Z era Histaspes (abuelo, que no fue rey) e Y era Jerjes (el nieto).

Según palabras del propio Grotefend, "Si en la serie de los más famosos reyes persas logro hallar un grupo de generaciones que coincida con este esquema tendré la prueba evidente de que mi teoría es acertada, y habré descifrado las primeras palabras de la escritura cuneiforme".

Y lo hizo. Partiendo de los textos de Heródoto, identificó a uno de los abuelos de Darío y a varios famosillos más de la época, lo que le permitió 'comprar' doce letras de una de las formas más antiguas de escritura de la historia para dar sentido a aquellas misteriosas inscripciones. 

A pesar de haber resuelto uno de los enigmas más apasionantes de la escritura, no solo pasó desapercibido en vida, sino que la historia le ha tratado bastante mal. Mientras Champollion, que veinte años después descifró los jeroglíficos con la facilidad y la ventaja de partir de una lápida en tres idiomas (Piedra de Rosetta), se cubrió de gloria, nuestro maestro alemán apenas es mencionado como autor indiscutible de este mérito. No solo eso: sus hallazgos no fueron reconocidos por el mundo científico mientras estuvo vivo. Lo que vinieron tras él 'solo' serían correcciones a lo ya descubierto por Grotefend, como es el caso de las de Burnouf y Lassen.

Según narra C.W. Ceram en Dioses, Tumbas y Sabios, "no se le cita, e incluso algunos diccionarios de nuestra época no lo mencionan, o hacen sólo una breve alusión en algunas bibliografías. Y sin embargo, únicamente a él le corresponde prioridad en este descubrimiento decisivo. cuya importancia histórica sólo se reveló con las magníficas excavaciones del país de los dos ríos".
¿Por qué tanto interés en unas tablillas de arcilla?

Como suele pasar muchas veces en la ciencia, desde que se descubre algo hasta que se le encuentra una aplicación útil puede pasar bastante tiempo. Algo parecido ocurrió con la escritura cuneiforme. Si bien se poseían algunas tablillas, un par de copias mal hechas de éstas y algunos textos de Heródoto y de algún otro entusiasta como el viajero italiano Pietro della Valle,no sería hasta que Botta y Layard clavaron su pico y hallaran el palacio de Sargón o la importante ciudad de Nínive (la Roma asiria), cuando se le encontró su verdadera y fascinante utilidad.

Grotefend ayudó no solo a desencriptar una de las formas más antiguas de expresión escrita, sino que el día que se encontró la biblioteca de Asurbanipal con más de 20.000 volúmenes de placas de arcilla, el trabajo estaba 'casi hecho', permitiendo conocer de forma más profunda cómo vivía y se relacionaba esta misteriosa civilización que, aún hoy, no deja de sorprendernos.


Fuente:
http://www.quo.es




¿Por qué las lunas no tiene lunas?




Los astrónomos afirman casi con certeza que no hay lunas en las lunas de nuestro sistema solar. Pero ello no significa que sea físicamente imposible. Después de todo, la NASA ha lanzado con éxito naves espaciales en la órbita de nuestra luna, que arrojan luz sobre el funcionamiento de las leyes físicas.

Pero sigue pareciéndonos improbable. Aunque los astrónomos han localizado algunos asteroides con lunas, la presencia de un planeta padre dotado de una fuerte carga gravitatoria haría muy difícil que la luna pudiera controlar un satélite propio, asegura el astrónomo Seth Shostak. "Debería existir un amplio espacio entre la luna y su planeta", continúa. Orbitando lejos de este, la luna quizá podría soportar un satélite propio.

Fuera del alcance de la vista

Unas condiciones parecidas podrían darse en sistemas solares alejados del nuestro, pero mientras que se han detectado cientos de exoplanetas (es decir, alejados de nuestro sistema solar), van a transcurrir décadas hasta que puedan detectarse exolunas, y mucho menos lunas de exolunas. Nuestros actuales métodos de detección de planetas, como el de aprovechar el paso de uno de ellos por la trayectoria de una estrella, nos permiten divisar enormes planetas del tamaño de Júpiter, o planetas rocosos del tamaño de la Tierra, pero no sus lunas.

Incluso aunque los astrónomos consiguieren detectar una luna con su correspondiente satélite, probablemente no duraría mucho. "La fuerza de las mareas del planeta tenderían a desestabilizar la órbita de la segunda luna, lanzándola fuera de ella", afirma Webster Cash, profesor de la Universidad de Colorado. Una segunda luna es un fenómeno efímero.


Fuente:
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