domingo, 12 de agosto de 2012

Curiosidad...

¿Has visto alguna vez una bicicleta "andadora"?

Aquí dejo una imágenes...





Canción...


Las sombras del silencio y las raíces de tu mundo
dan origen a mi mundo.



Una joya única...


Cruzando el desierto, un viajero inglés vio a un árabe muy pensativo, sentado al pie de una palmera. A poca distancia reposaban sus camellos, pesadamente cargados, por lo que el viajero comprendió que se trataba de un mercader de objetos de valor, que iba a vender sus joyas, perfumes y tapices, a alguna ciudad vecina.

Como hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien, se aproximó al pensativo mercader, diciéndole:

- "Buen amigo, ¡salud!... pareces muy preocupado. ¿Puedo ayudarte en algo?"

- "¡Ay!", respondió el árabe con tristeza. "Estoy muy afligido porque acabo de perder la más preciosa de las joyas."

- "¡Bah!", respondió el inglés. "La pérdida de una joya no debe ser gran cosa para ti, que llevas tesoros sobre tus camellos, y te será fácil reponerla."

- "¡¿Reponerla?!... ¡¿Reponerla?!", exclamó el árabe. "Bien se ve que no conoces el valor de mi pérdida."

- "¿Qué joya es, pues?", preguntó el viajero.

- "Era una joya, como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la Vida y había sido hecha en el taller del Tiempo.

Adornábanla veinticuatro brillantes, alrededor de los cuales se agrupaban sesenta más pequeños. Ya ves que tengo razón al decir que joya igual no podrá reproducirse jamás."

- "A fe mía", dijo el inglés, "tu joya debía ser preciosa. Pero, ¿no crees que con mucho dinero pueda hacerse otra igual?"

- "La joya perdida", volviendo a quedar pensativo, "era un día, y un día que se pierde... no vuelve a encontrarse."

Sentimiento...


de mujer...






Más momentos de lectura...

Este verano mientras hacía tiempo en el aeropuerto mientras esperaba el avión que me llevaría a mi destino vacacional, entre otras cosas me acerqué a una librerías que hay en eso edificios. Ojeé los libros que había, sólo por pasar el tiempo.

De pronto, esta portada me llamó la atención. Cogí el libro del expositor y comencé a leer su sinopsis. El libro me pareció interesante, atractivo... Era un libro que parecía decirme "llévame contigo". Decliné su ruego razonando que ya llevaba en mi maleta tres libros y no sabía si tendría tiempo para leerlos todos...

Una vez finalizado mi viaje, de paseo por mi ciudad, pasé por una de las librerías a la que soy asidua. Sin querer y casi sin darme cuenta, estaba dentro de ella. Buscaba aquel libro que me había llamado la atención en el aeropuerto, pero no recordaba su título. Sólo recordaba su portada y que en el título había el nombre de una mujer. Miré entre todos los libros y... nada, no encontré lo que buscaba.

Una vez en casa me propuse indagar a ver si localizaba el libro, y como Internet para algo tiene que servir, de alguna manera, no recuerdo cómo, encontré la reseña del libro.
 
Os dejo alguna de las frases que me han gustado, aunque como dije en una ocasión, las frases adquieren su sentido dentro del contexto del libro, no de forma aislada. Sin embargo, me atrevo a dejaros alguna...

" Y entonces, de repente, algo se movió en su interior,como si se hubiera abierto una ventana en su alma, permitiendo que entrara aire fresco en las esquinas más solitarias, frías y húmedas de su ser".

"Eso también será lo que el amor haga contigo Sebastian. Te hará creer que puedes volar si agitas los brazos o qeu eres capaz de respirar bajo el agua si te concentras lo suficiente. Es un sentimiento extraordinario..."

"...lo que más valor requiere, normalmente suele ser lo que más felicidad proporciona".


Y además hay recetas de cocina, recetas descritas tan extraordinairamente que uno puede imaginarse la olla, la mesa puesta, la buena conversación... Y cada receta está asompañada con una historia, una historia familiar que siempre guarda una pequeña ¿o quizás grande? moraleja.

No digo más acerca del libro, sencillamente, os invito a su lectura... 




Sebastian es un niño que sueña con ser como los demás, con ser capaz de correr como el rayo en el campo de fútbol, chutar el balón de tal forma que haga una perfecta parábola y meter un golazo. Pero su corazón tiene una deficiencia desde que nació, lo que implica que no pueda cumplir sus deseos.

Sin embargo, Sebastian ha conseguido encontrar su sitio en el mundo gracias a su extravagante abuela Lola y a la pasión que ésta siente por la cocina. Los dos preparan juntos exquisitos y únicos platos portorriqueños, del país originario de su abuela.

La complicidad que surge entre ambos (un chico enfermo y una anciana) se convierte pronto en un poderoso lazo que consigue unir de nuevo a una familia desestructurada, pues, tal como siempre dice Lola,
"una comida preparada con amor no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma".

Este es el relato extraordinario de un chaval que aprendió a danzar con la muerte y de cómo los pequeños logros de una familia pueden servir para rehacer corazones heridos de muy distintas formas.



El mofongo de La abuela Lola( publicado por juliacgs)



Últimamente, me estoy dando aún más cuenta que de costumbre de que los traductores somos unos grandes desconocidos. Y no solo los traductores literarios, de libros y demás. La traducción es una profesión desconocida que, entre los que no la conocen (la gran mayoría), está plagada de ideas preconcebidas, erróneas ¡e incluso estrambóticas! Si los traductores intentan cambiar su situación, a veces se encuentran con gente muy ignorante, malintencionada y despiadada que ve autobombo injustificado donde lo que hay no es eso, sino el intento porque los demás comprendan lo que tan bien decía Juan Cruz hace unos días en El País: los autores extranjeros no hablan español.

Los traductores y nuestra solitaria, desconocida y, a veces, desagradecida labor no somos los únicos que padecemos de invisibilidad: da la sensación de que, hoy en día, todo provenga de un origen indeterminado y haya gente a la que le moleste y le irrite profundamente que los traductores afirmemos con orgullo: «¡Yo he traducido esta obra, que también, con permiso del autor, es mía!». Allá ellos a quienes, ignorantes, les moleste: los traductores que llevamos a cabo proyectos largos convivimos con ellos, nos levantamos con ellos, nos acostamos con ellos y buceamos entre sus páginas en busca de la más mínima connotación, la intención del autor, el sentido profundo del texto que nos ayudará a plasmarlo en una lengua en la que no está escrito.



Y todo esto viene a cuento de que hace ya más de dos semanas que salió a la venta La abuela Lola: una novela deliciosa (en sentido tanto literal como figurado) que tuve el placer de traducir durante el verano pasado, ¡así que esta entrada era algo que tenía más que pendiente!

La particularidad principal de esta novela es que su autora, de la que hablaré a continuación, nació en La Habana, aunque vive en California y escribe en inglés (claro, ¿de qué si no iba yo a dedicarme a traducir su obra?). Si la invisibilidad del traductor es manifiesta cuando el autor tiene un nombre extranjero, imaginaos lo que pasa cuando la autora se llama Cecilia Samartin.

Al margen de reivindicaciones de la labor del colectivo traductor, yo tengo que reconocer que, a diferencia de lo que desgraciadamente les pasa a otros (como lo que le sucedió a Joan Sellent con el dramaturgo Edward Albee), he tenido una suerte enorme con mis autores (al menos con aquellos con los que he tenido contacto, aunque haya sido fugaz y, de momento, nunca en persona), porque son un tesoro. En particular, Cecilia Samartin es una mujer muy amable y positiva, con una voz increíblemente dulce y tranquila, y que escribe con un estilo claro y sencillo, pero muy bien hilado y muy emotivo. Espero sinceramente que La abuela Lola tenga muy buena acogida en España (después de haber pasado por países como Noruega y Suecia con un éxito rotundo), porque se lo merece.

La abuela Lola relata la relación especial que existe entre Sebastian, un chaval enfermo de corazón cuya máxima ilusión sería poder jugar al fútbol, y su abuela Lola, una puertorriqueña incansable, una mujer fuerte y dedicida, que adora cocinar y a su familia.

Tengo que reconocer que el título en español me encanta: Mofongo (su título en inglés), que es el nombre de uno de los platos típicos puertorriqueños en torno al que gira la acción de la novela, no hubiera sido tan evocador para los lectores españoles. La abuela Lola es un título genial. Yo creo que a mí no se me habría ocurrido ninguno mejor. Además, la abuela de mi padre se llamaba Lola, y todos en la familia la llamaban así, con lo que el título, entre mi familia paterna tiene más gracia aún.

Traduje La abuela Lola el verano pasado, con un calor insoportable, el aire acondicionado se estropeó y tuvimos que bajar de urgencia a comprar un ventilador para no morir asfixiados, y todos a mi alrededor me contaban que se iban de vacaciones a disfrutar de no hacer nada y de descansar al solecito. De haber sido una novela peor o más aburrida, creo que habría muerto de asfixia o me habría subido por las paredes (he de reconocer que en algún momento, a pesar de todo, estuve a punto). En lugar de eso, sobreviví al calor traduciendo los platos de la abuela Lola y Sebastian, ¡e incluso probé a preparar un mofongo! (que no me quedo nada mal para ser la primera vez, por cierto).



Mi intento de mofongo, después de haber traducido la receta para La abuela Lola

Por lo demás, aparte del aumento de responsabilidad que cae sobre los hombros del traductor cuando sabe que el autor de la novela podrá leer su trabajo, el tener que enfrentarme a personajes cuya lengua materna era el español fue un arma de doble filo: por un lado, si los personajes en inglés hablan en español y yo los pongo a hablar en español, el efecto no será el mismo que en inglés, por supuesto, y toca compensar en otros aspectos, pero por otro, a un nivel más profundo, el hecho de que quien escribía hablara español me facilitó la tarea, pues sus estructuras de pensamiento y sus referentes culturales, aunque estaban expresados en inglés, me resultaban más familiares, creo, de lo que me sucedería con otros autores con los que no existe ese vínculo lingüístico-cultural, cosa bastante curiosa, la verdad.

No puedo contar mucho más a riesgo de destripar la historia que La abuela Lola relata y que vuelvo a repetir: espero que guste mucho, porque merece la pena. ¡Muchísimas gracias, Cecilia, por haberla escrito!
Aquí podéis leer el primer capítulo de la novela . ¡Espero que os guste!

Actualización:

Lo he estado pensando y se me había olvidado contaros algo: en mitad de la traducción de Mofongo, me entró un antojo incontenible por comer un cochinillo asado (probablemente, los que hayáis leído la novela lo entenderéis). Por eso, fuimos a matar el antojo a un restaurante de Madrid estupendo que se llama El pedrusco de Aldeacorvo y tengo prueba gráfica de ello (¡el cochinillo estaba delicioso!).
Los cochinillos de El pedrusco de Aldeacorvo.


Otra "Abuela", esta vez escrita por Hans Chrsitian Andersen

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita. 
 
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.
-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.


Vals...



Neruda escribió: "Mi padre siempre hablaba de comprar un piano que, además de permitir a mis tías tocar mi adorado vals “Sobre las olas”..."
 Aquí os dejo su adorado vals...


Un imperio

 La palabra IKEA está formada por las iniciales de su fundador Ingvar Kamprad (I.K.) más la primera letra de Elmtaryd y Agunnaryd, que son la granja y la aldea donde creció, respectivamente. Fue fundada el año 1943 en la provincia de Smoland, Suecia.


Sinopsis

550 millones de personas visitan cada año las más de 270 tiendas de IKEA distribuidas en 44 países, atraídas por su famoso catálogo. Pero ¿cómo surgió el fenómeno? El incendio que asoló la primera tienda obró como un «milagro» para su creador. Cambió el modelo de negocio y supuso el giro que sentó las bases de la moderna IKEA y su concepto revolucionario de muebles para el hogar. Ingvar Kamprad se muestra en estas páginas como un emprendedor, un trabajador incansable y un hombre que no oculta sus errores. Nos cuenta con sus propias palabras cómo la empresa de semillas de un adolescente de diecisiete años pudo crecer hasta convertirse en un gigante del mueble, cuya facturación anual supera en la actualidad los 20.000 millones de euros y cuenta con más de 120.000 empleados. Kamprad, de gran sensibilidad, es un «comerciante de muebles» que, a sus más de ochenta años, no permite que nada lo detenga en sus esfuerzos por hacer de IKEA una empresa grande y fuerte que, además, difunda el espíritu sueco por todo el mundo.














Un poco de historia...
(Según un reportaje del año 2006)

Ingvar Kamprad nace un 30 de marzo de 1926 en la granja de Elmtayrd, en un pueblecito llamado Agunnaryd, en región sueca de Smaland. Un terruño de naturaleza austera en la que los habitantes se rinden ante la pobreza de la tierra y no tienen otro camino que aprender a vivir del ingenio fundador de IKEA y cuarto hombre más rico del mundo, sacó provecho de esa lección.

En la Suecia de los años 30, un pequeño de apenas siete años de edad se las ingeniaba para ganarse algunas coronas a través del 'comercio hormiga', aunque apenas alcanzaba un metro de estatura, su visión no estaba nada desencaminada: acercaba a casa de los vecinos productos de uso cotidiano: bolígrafos, relojes, billeteras, marcos para fotografías o cerillas para encender el fuego. En tiempo de Pascua, pescado; en Adviento, adornos navideños. Todo siempre a un precio interesante.

"Mi primer buen negocio fue la venta de semillas, una primavera fui con mi madre a elegir las mejores para los huertos y jardines, y luego fui a ofrecerlas a los vecinos hasta su casa para aprovisionarlos para el verano. Me compraron mucho, o al menos eso sentía yo entonces, suficiente para que las ganancias me alcanzaran para comprarme mi primera bicicleta. Tenía 11 años", narra Ingvar Kamprad.

En 1943, el padre de Ingvar lo premió con un bono económico por su buen desempeño académico. Con ese dinero, compró algunos muebles de bajo costo, pero buena calidad y comenzó a promoverlos entre los vecinos. Los vendió y reinvirtió todo lo obtenido. Un par de años más tarde, contrató un pequeño almacén y una línea telefónica, se anunció en los periódicos locales y comenzó a imprimir un catálogo de ventas por correo.

Había nacido IKEA, y su propietario, con apenas 21 años de edad, le rentaba a un amigo lechero su camión para repartir los muebles que vendía. Toda una aventura.

En 1951 ya tenía 10 empleados. Uno de ellos tuvo una idea que le ha reportado millones de francos de utilidades a Kamprad: desmontar las patas de una mesa para permitir su transportación en coche, y para reducir los riesgos de daño durante el traslado.

IKEA comenzó una nueva era en el embalaje y almacenamiento de muebles, pues al poder guardarse de esa forma, ocupaban menos espacio y los ahorros se tradujeron en precios más competitivos para sus clientes.

La primera gran tienda IKEA se inauguró en Älmhult (Suecia), en 1963, y un par de años después le siguió la de Estocolmo, que en una superficie de 45.800 metros cuadrados emula a un buque parecido al museo neoyorquino de Guggenheim.

Detrás vinieron las tiendas de Noruega y Dinamarca. El año 1973 fue clave para IKEA y para Kamprad. Inauguró su primera tienda en Zúrich, y comenzó a conocer todo lo que Suiza podía ofrecerle en el terreno empresarial y personal.

En aquel momento sólo sembró una semilla como aquellas que vendía a sus vecinos en Suecia. Pero tres años más tarde (1976) se estaría mudando a Lausana junto con toda su familia, y desde entonces, radica y administra todos sus negocios desde territorio helvético.

En 1975, IKEA saltó del Viejo Continente a Oceanía, para establecerse en Australia. En los 80, conquistó Estados Unidos; en los 90, abrió una primera tienda en China; y en el nuevo milenio, se introdujo en Rusia.

El primer boicot que enfrentó en su vida tuvo lugar en 1955, IKEA tenía poco más de una década de operación, y sus principales proveedores de muebles le amenazaron con no venderle más si seguía reduciendo costo y abaratando los productos al consumidor final.
La salida: diseñar sus propios muebles. Los otros proveedores terminaron por ceder y luego de algunos años, equilibró la producción propia con la que compraba a otros.

Más tarde, en 1980, cuando la presencia de la mueblera había conseguido un buen desempeño en Alemania, el gobierno de este país anunció una nueva legislación que prohibía el uso de plástico PVC –que IKEA utilizaba para el embalaje de sus productos- por considerarlo contaminante.

La salida: cambió a embalajes 'verdes' y desarmó a sus críticos.
En lo personal y en lo empresarial, los seis mandamientos de Kamprad son:

1.- Sólo dejas de cometer errores mientras duermes.

2.- Divide tu vida en unidades de 10 minutos y sacrifica las menos posibles en actividades insignificantes.

3.- La burocracia complica y paraliza. La planificación en exceso es la principal causa de 'muerte corporativa'.

4.- Termina el trabajo que tienes pendiente cada día. Es el mejor somnífero.

5.- La felicidad no está en alcanzar tu objetivo, sino en el camino hacia el objetivo, así que quita la palabra imposible de tu diccionario.

6.- Reflexiona: si es bueno para nuestros clientes, lo será también para ti en el largo plazo.


Las dos mujeres que ha habido en la vida de Kamprad se llaman Kerstin y Margaretha. Con la primera se casó en 1950, a los 24 años de edad. Pero fue su segunda esposa, Margaretha, con quien vive en el cantón de Vaud, la madre de sus tres hijos: Peter (39 años), Jonas (36) y Mathias (34).

Por ejemplo, entre 1945 y 1948, aún soltero y veinteañero, formó parte de grupos nazis. Esta etapa coincidió con el arranque de IKEA en el mercado.

"Ahora lo lamento muchísimo. Fue una gran estupidez de mi juventud y creo que jamás terminaré de arrepentirme lo suficiente", narra en el libro 'Leading by Design: The IKEA story', que escribió junto con Bertil Torekull, y publicó en 1998.

Dicho escrito se convirtió también en el espacio catártico en el que ventiló y sanó una adicción que lo laceró durante 30 años: el alcoholismo. Hace tiempo que lo dejó atrás, pero le hizo perder tiempo y energía valiosa, afirma.

Vive en Suiza desde hace más de 30 años por dos razones que expresa sin empacho alguno: la bondad de su sistema impositivo y por ser un país pequeño que se parece mucho a su Suecia natal.

Todo un personaje, Kamprad a pesar de ser el cuarto hombre más rico del planeta, se transporta aún en un Volvo del año 90, utiliza todas las hojas en las que escribe por las dos caras y de tanto en tanto, contesta personalmente algunas llamadas de los clientes.