miércoles, 5 de septiembre de 2012



Otros ruiseñores

Pablo Sarate compuso esta obra que lleva por título "El canto del Ruiseñor"
Si la escuchas... sabrás el por qué de ese título...




La Maja y el Ruiseñor, de Enrique Granados (interpretación Victoria de los Ángeles)






Y  ¿recuerdas a quién se apodaba "El Ruiseñor"?



Pedrito Otiniano, el "Ruiseñor del amor"





El Ruiseñor y la Rosa, de Oscar Wilde






Oda a un Ruiseñor 


Me duele el corazón y un pesado letargo
aflige a mis sentidos, tal si hubiera bebido
cicuta o apurado un opiato hace sólo
un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
sino porque feliz me siento con tu dicha
cuando, ligera dríade alada de los árboles,
en algún melodioso lugar de verdes hayas
e innumerables sombras
brota en el estío tu canto enajenado.



¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado
en las profundas cuevas de la tierra
que supiera a Flora y a la verde campiña,
canciones provenzales, sol, danza y regocijo;
oh, si una copa de caliente sur,
llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
ensartadas burbujas titilando en los bordes,
purpúrea la boca: si pudiera beber
y abandonar el mundo inadvertido
y junto a ti perderme por el oscuro bosque!



Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar
que entre las hojas tú nunca has conocido
la inquietud, el cansancio y la fiebre
aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan
y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
donde aun el pensamiento se llena de tristeza
y de desesperanzas, donde ni la Belleza
puede salvaguardar sus luminosos ojos
por los que el nuevo amor perece sin mañana.



¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco
sino unas invisibles y poéticas alas;
aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡ya estoy contigo! Suave es la noche
y tal vez en su trono aparezca la luna
circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
el oscuro verdor y veredas de musgo.



No puedo ver qué flores hay a mis pies
ni el blando incienso suspendido en las ramas,
pero en la embalsamada oscuridad presiento
cada uno de los dones con los que la estación
dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura:
pastoril eglantina y blanco espino,
violetas marcesibles recubiertas de hojas
y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
la rosa del almizcle rociada de vino,
morada rumorosa de moscas en verano.



A oscuras escucho. Y en más de una ocasión
he amado el alivio que depara la muerte
invocándola con ternura en versos meditados
para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
dejar de existir sin pena a medianoche
¡mientras se te derrama afuera el alma
en semejante éxtasis! Seguiría tu canto
y te habría escuchado yo en vano:
a tu requiem conviene un pedazo de tierra.



¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
tal vez fuera este mismo canto el que una senda
encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
enferma de añoranza, se sumía en el llanto
rodeada de trigos extranjeros,
la misma que otras veces ha encantado mágicas
ventanas que se abren a peligrosos mares
en prodigiosas tierras ya olvidadas.



¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra
me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La Fantasía no consigue engañarnos
tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece
al pasar por los prados vecinos, el tranquilo
arroyo y la colina; ahora es enterrado
en los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?



John Keats

El ruiseñor del emperador




Por Hans Christian Andersen
 
En China, como sabes muy bien, el Emperador es chino, y chinos son todos los que lo rodean. Hace ya muchos años de lo que voy a contar, mas por eso precisamente vale la pena que lo oigáis, antes de que la historia se haya olvidado.
El palacio del Emperador era el más espléndido del mundo entero, todo él de la más delicada porcelana. Todo en él era tan precioso y frágil, que había que ir con mucho cuidado antes de tocar nada. El jardín estaba lleno de flores maravillosas, y de las más bellas colgaban campanillas de plata que sonaban para que nadie pudiera pasar de largo sin fijarse en ellas. Sí, en el jardín imperial todo estaba muy bien pensado, y era tan extenso, que el propio jardinero no tenía idea de dónde terminaba. Si seguías andando, te encontrabas en el bosque más espléndido que quepa imaginar, lleno de altos árboles y profundos lagos. Aquel bosque llegaba hasta el mar, hondo y azul; grandes embarcaciones podían navegar por debajo de las ramas, y allí vivía un ruiseñor que cantaba tan primorosamente, que incluso el pobre pescador, a pesar de sus muchas ocupaciones, cuando por la noche salía a retirar las redes, se detenía a escuchar sus trinos.
- ¡Dios santo, y qué hermoso! -exclamaba; pero luego tenía que atender a sus redes y olvidarse del pájaro; hasta la noche siguiente, en que, al llegar de nuevo al lugar, repetía: - ¡Dios santo, y qué hermoso!
De todos los países llegaban viajeros a la ciudad imperial, y admiraban el palacio y el jardín; pero en cuanto oían al ruiseñor, exclamaban: - ¡Esto es lo mejor de todo!
De regreso a sus tierras, los viajeros hablaban de él, y los sabios escribían libros y más libros acerca de la ciudad, del palacio y del jardín, pero sin olvidarse nunca del ruiseñor, al que ponían por las nubes; y los poetas componían inspiradísimos poemas sobre el pájaro que cantaba en el bosque, junto al profundo lago.
Aquellos libros se difundieron por el mundo, y algunos llegaron a manos del Emperador. Se hallaba sentado en su sillón de oro, leyendo y leyendo; de vez en cuando hacía con la cabeza un gesto de aprobación, pues le satisfacía leer aquellas magníficas descripciones de la ciudad, del palacio y del jardín. «Pero lo mejor de todo es el ruiseñor», decía el libro.
«¿Qué es esto? -pensó el Emperador-. ¿El ruiseñor? Jamás he oído hablar de él. ¿Es posible que haya un pájaro así en mi imperio, y precisamente en mi jardín? Nadie me ha informado. ¡Está bueno que uno tenga que enterarse de semejantes cosas por los libros!»
Y mandó llamar al mayordomo de palacio, un personaje tan importante, que cuando una persona de rango inferior se atrevía a dirigirle la palabra o hacerle una pregunta, se limitaba a contestarle: «¡P!». Y esto no significa nada.
- Según parece, hay aquí un pájaro de lo más notable, llamado ruiseñor -dijo el Emperador-. Se dice que es lo mejor que existe en mi imperio; ¿por qué no se me ha informado de este hecho?
- Es la primera vez que oigo hablar de él -se justificó el mayordomo-. Nunca ha sido presentado en la Corte.
- Pues ordeno que acuda esta noche a cantar en mi presencia -dijo el Emperador-. El mundo entero sabe lo que tengo, menos yo.
- Es la primera vez que oigo hablar de él -repitió el mayordomo-. Lo buscaré y lo encontraré.
¿Encontrarlo?, ¿dónde? El dignatario se cansó de subir Y bajar escaleras y de recorrer salas y pasillos. Nadie de cuantos preguntó había oído hablar del ruiseñor. Y el mayordomo, volviendo al Emperador, le dijo que se trataba de una de esas fábulas que suelen imprimirse en los libros.
- Vuestra Majestad Imperial no debe creer todo lo que se escribe; son fantasías y una cosa que llaman magia negra.
- Pero el libro en que lo he leído me lo ha enviado el poderoso Emperador del Japón -replicó el Soberano-; por tanto, no puede ser mentiroso. Quiero oír al ruiseñor. Que acuda esta noche a, mi presencia, para cantar bajo mi especial protección. Si no se presenta, mandaré que todos los cortesanos sean pateados en el estómago después de cenar.
- ¡Tsing-pe! -dijo el mayordomo; y vuelta a subir y bajar escaleras y a recorrer salas y pasillos, y media Corte con él, pues a nadie le hacía gracia que le patearan el estómago. Y todo era preguntar por el notable ruiseñor, conocido por todo el mundo menos por la Corte.
Finalmente, dieron en la cocina con una pobre muchachita, que exclamó: - ¡Dios mío! ¿El ruiseñor? ¡Claro que lo conozco! ¡Qué bien canta! Todas las noches me dan permiso para que lleve algunas sobras de comida a mi pobre madre que está enferma. Vive allá en la playa, y cuando estoy de regreso, me paro a descansar en el bosque y oigo cantar al ruiseñor. Y oyéndolo se me vienen las lágrimas a los ojos, como si mi madre me besase. Es un recuerdo que me estremece de emoción y dulzura.
- Pequeña fregaplatos -dijo el mayordomo-, te daré un empleo fijo en la cocina y permiso para presenciar la comida del Emperador, si puedes traernos al ruiseñor; está citado para esta noche.
Todos se dirigieron al bosque, al lugar donde el pájaro solía situarse; media Corte tomaba parte en la expedición. Avanzaban a toda prisa, cuando una vaca se puso a mugir.
- ¡Oh! -exclamaron los cortesanos-. ¡Ya lo tenemos! ¡Qué fuerza para un animal tan pequeño! Ahora que caigo en ello, no es la primera vez que lo oigo.
- No, eso es una vaca que muge -dijo la fregona Aún tenemos que andar mucho.
Luego oyeron las ranas croando en una charca.
- ¡Magnífico! -exclamó un cortesano-. Ya lo oigo, suena como las campanillas de la iglesia.
- No, eso son ranas -contestó la muchacha-. Pero creo que no tardaremos en oírlo.
Y en seguida el ruiseñor se puso a cantar.
- ¡Es él! -dijo la niña-. ¡Escuchad, escuchad! ¡Allí está! - y señaló un avecilla gris posada en una rama.
- ¿Es posible? -dijo el mayordomo-. Jamás lo habría imaginado así. ¡Qué vulgar! Seguramente habrá perdido el color, intimidado por unos visitantes tan distinguidos.
- Mi pequeño ruiseñor -dijo en voz alta la muchachita-, nuestro gracioso Soberano quiere que cantes en su presencia.
- ¡Con mucho gusto! - respondió el pájaro, y reanudó su canto, que daba gloria oírlo.
- ¡Parece campanitas de cristal! -observó el mayordomo.
- ¡Mirad cómo se mueve su garganta! Es raro que nunca lo hubiésemos visto. Causará sensación en la Corte.
- ¿Queréis que vuelva a cantar para el Emperador? -preguntó el pájaro, pues creía que el Emperador estaba allí.
- Mi pequeño y excelente ruiseñor -dijo el mayordomo ­tengo el honor de invitarlo a una gran fiesta en palacio esta noche, donde podrá deleitar con su magnífico canto a Su Imperial Majestad.
- Suena mejor en el bosque -objetó el ruiseñor; pero cuando le dijeron que era un deseo del Soberano, los acompañó gustoso.




El ruiseñor

común está considerado como el rey de los pájaros cantores. Es, por méritos propios, el pájaro que más ha sido cantado por poetas y escritores de todos los tiempos. La Naturaleza dotó al ruiseñor de unas cualidades excepcionales en sus órganos de canto, que le permite emitir sus variadas frases líricas, de amplia tesitura, con un poderoso volumen de voz que hacen que sea el cantor por excelencia de los bosques, vegas y jardines. Es sobre todo al amanecer y al atardecer cuando se producen los cantos más melodiosos.

Su canto posee un admirable registro de silbidos, borboteos de notas roncas, líquidas, con un volumen y fuerza que muy pocos cantores tienen. 

De admirable belleza, este ave  , cuyo nombre científico es Luscinia Megarhynchos, es un pájaro pequeño que actualmente se considera como parte de la familia de los “cazamoscas”, la que integran unas cuantas especies de aves de Europa. El ruiseñor es un pájaro emigrante, insectívoro, de dieciséis centímetros de longitud en total, de los cuales siete centímetros corresponden a la cola. La parte superior del cuerpo es de color marrón rojizo, bastante uniforme desde el nacimiento del pico al final de la cola. La parte inferior es de color ceniciento, con matizado más blanco en el mentón, vientre y debajo de las alas, quedando únicamente coloreado de marrón rojizo la parte no cubierta de la cola por la parte inferior.  Las alas tienen las puntas redondeadas, para volar grandes distancias durante las migraciones. La hembra se diferencia ligeramente del macho, en el color de la cola y el obispillo, que es más rojizo, aunque no es fácil apreciarlo en el campo. Los ejemplares inmaduros tienen un plumaje muy moteado.


El hábitat característico de esta especie son los sotobosques arbustivos, zonas con abundante maleza, incluso en parques jardines urbanos. Lo importante es que haya bastante matorral donde se sienta seguro, ya que no le suele gustar los espacios abiertos. También son querenciosos de los cursos fluviales y charcas donde haya abundante vegetación fluvial e insectos asociados a la masa de agua, los que constituyen su principal aliento.

El ruiseñor llega a nuestra Península en marzo o abril, procedentes de África tropical y de Oriente Medio que es donde hibernan. y suele volver, año tras año, al lugar donde ha criado por primera vez. 


Los machos son los primeros que hacen acto de presencia en los lugares donde han de criar, y donde saben imponer su autoridad, no permitiendo que otro macho ocupe su zona tradicional de dominio. A los ocho días, aproximadamente, aparecen las hembras. Los machos más adultos se emparejan con su compañera de temporadas pasadas, y los jóvenes impetuosos que por primera vez van a casarse se ven asediados por las jóvenes hembras reclamadas por ardiente celo y de las cuales una de ellas ha de ser su fiel pareja para el futuro. Comienzan los cortejos de estos machos levantando la cola y bajando el pico hasta más abajo que sus patas y entonando cantos muy melódicos. Construye la hembra sola el nido, a base de pequeñas ramitas entre las zonas de vegetación densa  para protegerlo lo máximo posible. Para la nidificación, los ruiseñores suelen tener predilección por lugares más próximos al suelo y que estén protegidos por maleza o plantas diversas. No obstante, es frecuente que construyan el nido entre el ramaje de arbustos de poca altura, entre las hojas bajas de las pitas, entre las hojas de palmeras pequeñas o entre la hierba que trepa en la base de un árbol. 
En fin, siempre el ruiseñor anida en las proximidades del suelo y a una altura no superior al metro. Cuando construyen el nido en el suelo suelen protegerlo de la humedad con una buena base de hojarasca. El resto lo construyen con raíces, hojas menudas, hierbas, etc., y el interior lo recubren con pelos de palmera o hierbas muy finas.

Repartidos y acomodados por fin en sus respectivos territorios, los machos demuestran su vigor lanzando a los cuatro vientos sus potentes voces. Parece como si pretendiesen superarse para que sus frases líricas alcancen mayor distancia. En realidad, es su ardiente celo amoroso el que con sus cantos lanzan al aire, esperando ser reconocido en lontananza por su hembra que pronto ha de llegar o de la novia que han de conquistar, en el caso de los jóvenes.

La nidada es de cuatro a cinco huevos de color verde aceituna, solo los incuba la hembra durante trece días, ambos congéneres alimentaran a lo poyos a base de insectos y orugas al nacer. y, a medida que van creciendo, les suministran diversos frutos pequeños, como moras de árbol, fresas, etc. Al cumplir un mes los pollos ya son independientes y se dispersan.

 Busca el alimento cerca del suelo, bajo las hojas de los árboles y entre la hierba. En verano acude a beber a los arroyos y manantiales cercanos a su territorio.
Ruiseñor japonés
 
El vuelo del ruiseñor común es bajo, directo y fuerte entre los arbusto de los parajes que habita.

A últimos de septiembre empiezan los ruiseñores a prepararse para la hibernación, que han de efectuar en el África Ecuatorial. Parece ser que se reúnen en determinados parajes para emprender, en bandadas, el vuelo a través de la Península.