lunes, 1 de octubre de 2012

Bésame



Bésame como si el mundo se acabara despues
bésame y besos a beso por el cielo al revéz
bésame sin razon porque quiere el corazón
bésame ....

Sientemé en el viento
mientras yo
muero lento
bésame sin motivo
y esta vez siempre contigo...



Camila

Joaquín Sabina canta a Pablo Neruda


El libro mudo, Hans Cristian Andersen


 Junto a la carretera que cruzaba el bosque se levantaba una granja solitaria; la carretera pasaba precisamente a su través. Brillaba el sol, todas las ventanas estaban abiertas; en el interior reinaba gran movimiento, pero en la era, entre el follaje de un saúco florido, había un féretro abierto, con un cadáver que debía recibir sepultura aquella misma mañana. Nadie velaba a su lado, nadie lloraba por el difunto, cuyo rostro aparecía cubierto por un paño blanco. Bajo la cabeza tenía un libro muy grande y grueso; las hojas eran de grandes pliegos de papel secante, y en cada una había, ocultas y olvidadas, flores marchitas, todo un herbario, reunido en diferentes lugares. Debía ser enterrado con él, pues así lo había dispuesto su dueño. Cada flor resumía un capítulo de su vida.
¿Quién es el muerto? -preguntamos, y nos respondieron:
-Aquel viejo estudiante de Uppsala. Parece que en otros tiempos fue hombre muy despierto, que estudió las lenguas antiguas, cantó e incluso compuso poesías, según decían. Pero algo le ocurrió, y se entregó a la bebida. Decayó su salud, y finalmente vino al campo, donde alguien pagaba su pensión. Era dulce como un niño mientras no lo dominaban ideas lúgubres, pero entonces se volvía salvaje y echaba a correr por el bosque como una bestia acosada. En cambio, cuando habían conseguido volverlo a casa y lo persuadían de que hojease su libro de plantas secas, era capaz de pasarse el día entero mirándolas, y a veces las lágrimas le rodaban por las mejillas; sabe Dios en qué pensaría entonces. Pero había rogado que depositaran el libro en el féretro, y allí estaba ahora. Dentro de poco rato clavarían la tapa, y descansaría apaciblemente en la tumba.
Quitaron el paño mortuorio: la paz se reflejaba en el rostro del difunto, sobre el que daba un rayo de sol; una golondrina penetró como una flecha en el follaje y dio media vuelta, chillando, encima de la cabeza del muerto.
¡Qué maravilloso es -todos hemos experimentado esta impresión- sacar a la luz viejas cartas de nuestra juventud y releerlas! Toda una vida asoma entonces, con sus esperanzas y cuidados. ¡Cuántas veces creemos que una persona con la que estuvimos unidos de corazón, está muerta hace tiempo, y, sin embargo, vive aún, sólo que hemos dejado de pensar en ella, aunque un día pensamos que seguiremos siempre a su lado, compartiendo las penas y las alegrías.
La hoja de roble marchita de aquel libro recuerda al compañero, al condiscípulo, al amigo para toda la vida; se prendió aquella hoja a la gorra de estudiante aquel día que, en el verde bosque, cerraron el pacto de alianza perenne. ¿Dónde está ahora? La hoja se conserva, la amistad se ha desvanecido. Hay aquí una planta exótica de invernadero, demasiado delicada para los jardines nórdicos... Se diría que las hojas huelen aún. Se la dio la señorita del jardín de aquella casa noble. Y aquí está el nenúfar que él mismo cogió y regó con amargas lágrimas, la rosa de las aguas dulces. Y ahí una ortiga; ¿qué dicen sus hojas? ¿Qué estaría pensando él cuando la arrancó para guardarla? Ver aquí el muguete de la soledad selvática, y la madreselva arrancada de la maceta de la taberna, y el desnudo y afilado tallo de hierba.
El florido saúco inclina sus umbelas tiernas y fragantes sobre la cabeza del muerto; la golondrina vuelve a pasar volando y lanzando su trino... Y luego vienen los hombres provistos de clavos y martillo; colocan la tapa encima del difunto, de manera que la cabeza repose sobre el libro... conservado... deshecho.

Curiosidades de los libros

El libro más caro del mundo tiene un precio de 153 millones de euros y sólo consta de 13 páginas escritas.
De Tomas Alexander Hartma
El precio es tan elevado porque, según Hartmann, ha resuelto las tres cuestiones más importantes de la humanidad en menos de 300 frases.
¿De dónde venimos?, ¿a dónde vamos? ¿cuál es la misión real que todavía está por realizar? Son algunas de las dudas que en tan sólo 13 páginas resuelve Hartmann. Por eso, según él, se justifica un precio tan elevado que ha situado su obra como la más cara de la historia.


Graham Greene, escritor británico autor de "El Tercer Hombre", "El Americano Impasible" y "El Factor Humano", entre otras,dedicaba diariamente a la escritura justo el tiempo que tardaba en escribir 500 palabras.

      En el año 1898, Morgan Robertson, publicó una obra que se llamó “Futility” y que describía el hundimiento de un gran barco en su viaje inaugural de Londres a Nueva York. Los relatos coinciden con el naufragio del Titanic, sucedido 14 años después de editado el libro. En principio este también se hundió en su viaje inaugural desde Londres a Nueva York. El hecho se produjo por el choque contra un iceberg en los mares del Atlántico norte, tal como sucedía en el libro. También era un barco de proporciones considerables, que se consideraba imposible de hundir. El capitán del barco de novela se apedillaba Smith, tal como el capitán del Titanic.    Frank Baum, autor de "El maravilloso Mago de Oz", se inspiró para poner el nombre al país de Oz en el cajón de un archivador cuya etiqueta de ordenación alfabética indicaba "O-Z".

Equilibrio

 El oído es un complejo órgano sensorial que alberga dos sentidos: la audición y el equilibrio. Los receptores, especializados en la captación de estímulos mecánicos, no solo permiten detectar los sonidos, sino analizar la posición del cuerpo.
El oído está compuesto por mecanorreceptores que captan las vibraciones y las transforman en impulsos nerviosos que irán hasta el cerebro, donde los estímulos serán interpretados.


Cada oído consta de tres partes: oído externo, oído medio y oído interno.

El oído externo tiene la misión de captar los sonidos y llevarlos hacia el tímpano. Comprende la oreja o pabellón auricular, una estructura cartilaginosa con numerosos pliegues y que sobresale de cada lado de la cabeza, y el conducto auditivo externo, que que mide tres centímetros de longitud, se extiende hasta el oído medio y tiene unas glándulas que segregan cerumen, la cera que se forma en el oído externo y arrastra el polvo y la suciedad al exterior.

El oído medio es una cavidad ubicada dentro del hueso temporal. Comunica con la faringe a través de la trompa de Eustaquio y presenta una cadena de huesecillos articulados, el martillo, el yunque y el estribo, que transmiten al oído interno, de forma exacta y ampliada, las vibraciones del tímpano, una fina membrana circular de 1 cm de diámetro.

El oído medio se encuentra situado en la cavidad timpánica llamada caja del tímpano, cuya cara externa está formada por la membrana timpánica, o tímpano, que lo separa del oído externo. Incluye el mecanismo responsable de la conducción de las ondas sonoras hacia el oído interno. Es un conducto estrecho, que se extiende unos quince milímetros en un recorrido vertical y otros quince en recorrido horizontal. El oído medio está en comunicación directa con la nariz y la garganta a través de la trompa de Eustaquio, que permite la entrada y la salida de aire del oído medio para equilibrar las diferencias de presión entre éste y el exterior. Hay una cadena formada por tres huesos pequeños y móviles (huesecillos) que atraviesa el oído medio. Estos tres huesos reciben los nombres de martillo, yunque y estribo. Los tres conectan acústicamente el tímpano con el oído interno, que contiene un líquido.


El oído interno, o laberinto, se encuentra en el interior del hueso temporal que contiene los órganos auditivos y del equilibrio, que están inervados por los filamentos del nervio auditivo. Está separado del oído medio por la fenestra ovalis, o ventana oval. El oído interno consiste en una serie de canales membranosos alojados en una parte densa del hueso temporal, y está dividido en: cóclea (en griego, ’caracol óseo’), vestíbulo y tres canales semicirculares. Estos tres canales se comunican entre sí y contienen un fluido gelatinoso denominado endolinfa.

Capacidad auditiva
Las ondas sonoras son cambios en la presión del aire que son transmitidas a una velocidad de un kilómetro por segundo, e impactan sobre la membrana del tímpano, en el cual se produce una vibración.
La fisiología de la audición consta de los siguientes pasos:
Las ondas sonoras provocan la vibración de la membrana timpánica, la que a su vez induce el movimiento de los huesecillos.
Este movimiento origina, una presión sobre la ventana oval, que se transmite a la perilinfa.
La perilinfa transmite las vibraciones a las paredes del caracol membranoso, y este a la endolinfa contenida en él. La endolinfa, por su parte, conduce dichas vibraciones a las células ciliadas del órgano de Corti.
Las células ciliadas son los receptores que generan el impulso nervioso que llega al centro de la audición del cerebro. El impulso nervioso se transmite a través de la vía auditiva.

Equilibrio
El sentido del equilibrio, o sea, aquellas sensaciones que nos informan en todo momento de la posición de nuestra cabeza con respecto al espacio tridimensional en que nos movemos, reside en el oído interno.

 
El equilibrio dinámico, el que mantiene nuestro cuerpo en los movimientos de giro y aceleración, es posible gracias a los canales semicirculares del aparato vestibular: el canal superior, el canal posterior y el canal externo. En la ampolla o extremo de cada canal se encuentra la cresta, provista de finos cilios inervados por un nervio craneal.
El movimiento del liquido que contienen los canales, la endolinfa, empuja los cilios, cuya torsión representa el estímulo eficaz para la creación del impulso nervioso.
El equilibrio estático, el que mantiene el cuerpo cuando permanece quieto o se desplaza de forma rectilínea, se controla desde el utrículo, una cámara del aparato vestibular. En su interior se localiza la mácula, un conjunto de células ciliadas, y pequeñas masas óseas o calcáreas llamadas otolitos. Cuando se altera la posición del cuerpo respecto al campo gravitatorio, los otolitos tuercen los cilios de las células de la mácula, que inician la descarga de impulsos en las neuronas vestibulares.
Una prueba simple para comprobar el correcto funcionamiento del mecanismo del equilibrio consiste en permanecer de pie, con los ojos cerrados y los pies juntos.
Si existe alguna deficiencia en los utrículos, el individuo empieza a oscilar de un lado a otro y quizá acabe por caer.

Enfermedades del oído interno
Las enfermedades del oído interno también pueden alterar el sentido del equilibrio e inducir síntomas de mareo. Estos síntomas también pueden deberse a anemia, hipertermia, tumores del nervio acústico, exposición a un calor anormal, problemas circulatorios, lesiones cerebrales, intoxicaciones y alteraciones emocionales. El vértigo de Ménière aparece como consecuencia de lesiones producidas en los canales semicirculares y produce náuseas, pérdida de la capacidad auditiva, acúfenos o ruido en los oídos y alteraciones del equilibrio. A veces está indicada la destrucción del laberinto pseudomembranoso mediante criocirugía o por irradiación con ultrasonidos para combatir vértigos que no tienen tratamiento.


El origen de la ciencia forense

La ciencia forense es la aplicación de prácticas científicas dentro de un proceso legal. Esencialmente esto se traduce en investigadores altamente especializados o criminalistas, que localizan evidencias que sólo proporcionan prueba concluyente al ser sometidas a pruebas en laboratorios.
Aparentemente es una ciencia reciente, pero los historiadores indican que el origen fue en China durante la dinastía Tang. En el siglo VII, Ti Yen Chieh se hizo famoso por utilizar la lógica y las pruebas forenses para resolver crímenes. En el siglo XIII en China se publicó un libro que explicaba cómo reconocer las señales de ahogo o estrangulamiento, o cómo las heridas podían revelar el tipo y tamaño del arma empleada. 
La ciencia forense debe gran parte de su arsenal de instrumentos y métodos a la ciencia occidental de los siglos XVI a XVIII. A mediados del siglo XVII ya se enseñaba medicina forense en varias universidades de Europa. El instrumental que fue surgiendo progresivamente de la revolución científica fue empleado rápidamente en la lucha contra el crimen. El microscopio, inventado por Zacharias Jansen en 1590, el microscopio estereoscópico para dar imágenes tridimensionales o el de comparación que alinea imágenes para cotejarlas, se utilizaron casi desde su fecha de nacimiento en la ciencia forense.
La fotografía se usó desde sus inicios para retratar huellas y pistas en el escenario del crimen o detalles de heridas y sospechosos. En 1886, Thomas Byrnes, detective de New York publicó la primera colección de "fotos de rufianes" para ayudar a la gente a reconocer el delincuente en el caso de que fueran atracados.
En 1796, el Dr. Franz Josef Gall, desarrolló la frenología. Dicha teoría pretendía ser capaz de describir el carácter de una persona a través de la forma de su cráneo. La práctica fue cayendo poco a poco en desuso hasta que en 1876 la teoría volvió con renovado éxito de la mano de un  ex-cirujano militar. Cesare Lombroso, por aquel entonces director del Asilo de Pesaro, al norte de Italia, publicó  "L'uomo delinquente". Tras haber estudiado más de 6.000 casos de delincuentes, Lombroso estaba convencido de la fuerte relación entre las características físicas y las tendencias delictivas. Así por ejemplo, siempre según Lombroso, los pirómanos tenían una cabeza pequeña, los salteadores de caminos eran muy velludos y los timadores solían ser fuertes. Semejantes correlaciones fueron tomadas muy en serio por los tribunales de la época y los frenólogos eran requeridos como peritos en los juicios. Afortunadamente la frenología, comentada hoy en día como ejemplo de pseudociencia, fue perdiendo adeptos, hasta desaparecer definitivamente.
De aquellas estrambóticas ideas, Alphonse Bertillon extrajo sin embargo algunas lecciones interesantes. Pensó que las medidas corporales sí podían tener una utilidad: cabría usarlas para identificar con precisión a un delincuente. Por unos desafortunados hechos históricos las ideas de Bertillon tuvieron un escaso momento de gloria y pronto cayeron en el olvido. Sus fundamentos no fueron retomados hasta la invención del retrato hablado, en el que se describía una cara según sus partes: frente, nariz, barbilla, orejas y ojos. En los años 50 del siglo pasado la técnica quedó obsoleta con el Identikit, el Photofit y los archivos computerizados, los modernos herederos de Bertillon.  
El siglo XIX fue sin duda revolucionario en cuanto a las ciencias forenses se refiere. Patrizi, contemporáneo de Lombroso, diseñó el primer detector de mentiras: el guante volumétrico. El aparato consistía en un guante de latex, que sellado a la altura de la muñeca, registraba los cambios de presión sanguínea, supuestamente asociados a la tensión emocional. Demostró ser muy poco fiable, pero sin duda es el instrumento pionero de los actuales detectores y los diversos sistemas ideados para comprobar la veracidad de las declaraciones de un interrogado. Sistemas, sea dicho de paso, que siguen siendo poco fiables.
La reconstrucción facial de restos óseos realizada actualmente por los antropólogos forenses es un proceso medio científico, medio artístico. Tuvo como precursor a  un anatomista suizo llamado Wilhelm His. Este científico trabajó hace más de cien años en la reconstrucción del rostro a partir de la estructura ósea. Su reto más famoso fue la identificación del supuesto cráneo del compositor Johann  Sebastian Bach (1685-1750). Comparó su reconstrucción con retratos del músico pintados mientras vivía, demostrando la autenticidad de sus restos.
Fue Henry Goddar, quien por primera vez consiguió relacionar una bala con el arma utilizada para dispararla a través de muescas. Desde que las ánimas de las armas de fuego disponen de las rayas producidas por la fabricación en serie, a finales del XVIII, cada bala tiene un dueño. Para aumentar su precisión. La vaina lleva grabados los detalles del expulsor y del percutor. Puede incluso determinarse la distancia de un disparo por la forma de las heridas.
El FBI terminó de incorporar dar el impulso necesario a la ciencia forense que conocemos actualmente, implantaron los primeros escaneos computarizados de las huellas digitales en 1977

Fuente: erroreshistoricos.com