lunes, 23 de septiembre de 2013

Las primeras miradas, Mario Benedetti; Drew, Gollfrapp




Nadie sabe en qué noche de octubre solitario,

de fatigados duendes que ya no ocurren,

puede inmolarse la perdida infancia

junto a recuerdos que se están haciendo.

Qué sorpresa sufrirse una vez desolado,

escuchar cómo tiembla el coraje en las sienes,

en el pecho, en los muslos impacientes

sentir cómo los labios se desprenden

de verbos maravillosos y descuidados,

de cifras defendidas en el aire muerto,

y cómo otras palabras, nuevas, endurecidas

y desde ya cansadas se conjuran

para impedirnos el único fantasma de veras.

Cómo encontrar un sitio con los primeros ojos,

un sitio donde asir la larga soledad

con los primeros ojos, sin gastar

las primeras miradas,

y si quedan maltrechas de significados,

de cáscara de ideales, de purezas inmundas,

cómo encontrar un río con los primeros pasos,

un río -para lavarlos- que las lleve.








Para siempre, El Canto del Loco

Hoy estoy llorando y sé
Que mientras tanto tú
Ya no piensas en ser
La niña que hace tiempo fuiste
Y que hiciste este dolor
Sólo quiero volver
a ver esa ilusión
en esos ojos que antes me enseñaban
y me muestran ahora sólo lo peor

Vuelve a estar conmigo
Vuelve a sonreir
Vuelve a este camino
Vuelve para vivir
Y pienso en lo que he perdido
Y siento lo que es sentir
Qué sepas que estoy dolido
Y ya no voy a saber de ti

Hoy estoy tan solo y sé
Que sólo faltas tu
Y sólo pienso en ser la causa
que haga que te rías
y que exista esta canción
Yo no quiero volver a esa situación
Con esos gestos que eran mi alimento
Y me llegan y ahora yo te pido ...


Amanea, David F. Cantero



Cuando era un verdadero niño, no esto que soy ahora, íntimamente, muy íntimamente, llegué a desear alguna vez perder a todos mis seres queridos, como le sucedió a uno de mis compañeros del colegio. Estaría solo, tal vez me internarían en un orfanato, como hicieron con él, pero estaría definitivamente solo y sería libre, quedaría libre del miedo, de la angustia que me producía siquiera pensar en la posibilidad de su muerte.

Yo amaba. Amaba entonces incondicionalmente, amaba aunque no me amaran, como hacen los perros, amaba aunque me dieran patadas en el culo o me dejaran sin postre. Amaba hubiera risa o llanto, amaba con verdadero apego, con total entrega a la penuria de amar y ser amado, con absoluta necesidad. Amaba a cambio de nada, amaba por miedo y por amar. Amaba sin decir una palabra, casi sin un gesto, sin reconocer que amaba. Pensaba que mi amor era capaz de proteger, de espantar o despistar a la muerte. ¿Qué amo ahora?, ¿a quién amar?, ¿a mi padre?

Ciego, sordo, imposibilitado en cuerpo, mente y alma, sigo esperando sin recordar el verdadero sentido de esperar, espero ajeno a cualquier expectativa, ¿imaginas? ¿Puede haber algo más funesto? ¿Amo acaso esperar al hijo que me falta?

¿Te amo a ti?, ¿te amo todavía? Muerta en cualquier caso o tal vez viva, ¿te amo realmente?, ¿es esto amar?, ¿qué diablos era amar?, ¿temer la pérdida? Acaso decimos, sentimos o fingimos amor para no llegar a sentirnos nunca tan solos, por apartar toda esa infausta soledad que nos rodea. ¿Es ésa la única realidad?, ¿lo es? ¿Quería realmente que estuvieras viva? íntimamente, muy íntimamente, tal vez deseaba que ese cuerpo que esperaba tras alguna de esas puertas fuera el tuyo; acabar de una puta vez con todo aquello.

Eras mi familia, ¿sabes?, la única familia. Mi árbol genealógico está marcado por las cruces, por demasiadas cruces. Se balancean inertes colgando de sus ennegrecidas ramas necrológicas, fatalmente. ¿Y ahora tú?, ¿tú? ¿De qué sirvió por fin salir, dejar atrás tanta defunción? De tanto toparme con ella, llegó a tenerme confianza. Así le arrebaté a la muerte su alegría y la hice mía, gracias a ti. Porque la muerte, ¿sabes?, suele estar alegre, es así de hija de puta. Pero conseguí engañarla, burlarme de ella gracias a ti. La dejé llorando con mis muertos, sin importarme ya éstos ni su macabro poder. Sin temer más que pudiera arrebatarme lo poco vivo que quedaba. Tú, con tu inmensa vida apartaste toda la muerte de mi lado. Me llevaste contigo, sin decir apenas nada… ¿Y ahora tú?, ¡maldita sea! Me costó mucho dejar de temer la muerte de mi padre, mi propia muerte. Ahora simplemente las espero como se debe esperar lo inevitable: resignado. Como a ella le gusta. ¡Qué triste y cobarde valentía! Nunca llegué a temer la tuya, ¿puedes creerlo? Era tanto el amor que no cabía la muerte entre nosotros. Vivía enajenado, como un auténtico niño, ajeno completamente a su amenaza, sin pensar en ella ni un minuto, después de haber pasado casi toda mi vida cubierto por su sombra.