(...) Las cosas pasan por delante y hay que tirarse al cuello, porque la vida y las cosas no son como un carrusel, que pasan y vuelven a pasar, sino más bien como un tren, que pasa de largo y hay que subirse en marcha, porque el siguiente puede tardar mucho en llegar o incluso no llegar nunca, porque en la vida las cosas pasan y se van, y por eso hay que ser valientes, y yo tuve miedo de quedarme solo, sin ella, marinero en tierra, enamorado sin corazón, y le quité las gafas y la agarré para seguir bailando y para besarla de una santa vez y cumplir mi juramento, y aunque escasamente cuatro centímetros separaban nuestras bocas, sus labios finos y bonitos y pintados y delicados y los míos que no perderé el tiempo en describir, aunque solamente cuatro escasos centímetros los separaban, parecía un plano hecho a escala 1:1000, porque tardé una corta eternidad en recorrerlos, y por fin cubrimos los 40 metros de distancia y nuestros labios se conocieron, las dos o tres primeras veces, muy tímidamente, y después más profundamente, y a mi se me ocurrió pronunciar esa frase tan famosa y tan estúpida que a menudo le viene a uno a la cabeza en esos momentos, y dije:-Te quiero.
Y entonces ella dijo otra de esas estupideces que se dicen en esos raros momentos de nuestras vidas, cuando parecemos mágicos y únicos e importantes, y no tememos que el cielo se desplome sobre nuestras cabezas ni que la tierra se abra bajo nuestros pies, porque moriríamos felices:-Me alegro se estar viva.
Y entonces yo dije la estupidez mayor de todas, en plan Pitagorín arrebatado y alterado por la primavera pero al revés, y supongo que fue porque su boca me había sabido a tabaco y a miel, pero al menos no hice ninguna promesa que al cabo de los años me pudiera echar en cara:-Me apetece fumar, préstame un cigarrillo y luego te lo devuelvo.
Y nada más decirlo supe que no iba a fumar, porque los pitillos no me gustan nada, casi me asquean, y Sara, retadora, dominante, orgullosa, Sara española, me dijo:-Gracias por el detalle, rey, pero las colillas no se hicieron para mi.Y entonces me acerqué, y sus ojos eran lanzallamas y sus cabellos dorados arde París y sus labios rojos el corazón del fuego, y la besé, la besé como si tuvieramos los días contados, el mundo traicionado, el veneno en el estómago, y sentí que Sara ya no quería morir porque me quería con un amor loco y fugitivo y quizás un poquito desgraciado todavía, y este beso duró más que lo que tú as tardado en leer esta última página, todavía está durando.
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