lunes, 3 de junio de 2013

Adagio Confidencial (fragmento), Mercedes Salisachs

 


—¿Sabes, Germán? Estoy plenamente convencida de que el amor (eso que la gente lla-ma amor) es única­mente una especie de nivel, un hueco que pide ser relle­nado, una autosatisfacción compartida.
—¿A qué viene esa definición?

—Estaba queriendo analizar el fenómeno sentimen­tal. Todo el mundo necesita sentirse compenetrado con otra persona, pero todo el mundo se engaña cuando encuentra a esa per-sona. De hecho creemos que pone­mos nuestro amor en ella, cuando lo que ocurre es que nos amamos a nosotros mismos a través de ella. No, Germán: no es la persona lo que verdadera-mente im­porta: es lo que esa persona puede darnos o acaso lo que esa persona puede hacer-nos sentir cuando el vacío nos invade.
Germán acaricia el reloj, no replica. Mira las mane­cillas y escucha el tictac, casi imper-ceptible, tímido como el goteo de los árboles.

—Luego está la novedad. La novedad es un acicate poderoso. Por eso el ser humano es tan inconstante. Siempre creemos que puede haber algo mejor...
Germán enciende otro cigarrillo, lentamente, como tiene por costumbre. Dice sin apartar la vista del reloj:

—Es posible que tengas razón.

—Ahora comprendo que si yo me decanté hacia ti, fue solamente por eso. Porque me sentía vacía, porque Rogelio me negaba todo lo que tú me dabas.

—¿Sólo por eso?

—Estoy casi segura.

—Entonces el amor es un mito.

—Creo que sí. Sólo que la vida está llena de mitos fundamentales.

—Si fue un mito, ¿cómo te explicas que durase tanto?

—Porque jamás llegó a cumplirse. Porque tuvimos el buen gusto de no quemarlo.
Vacila, piensa con­cienzudamente lo que va a decir. Añade luego—: Ade­más, casi todos los mitos son reflejos de una realidad. El amor existe, pero no tal como lo comprende el hom­bre. El ser humano se ha empeñado en reinventarlo, en hacer del amor algo propio, algo aje-no por completo a la fuente que lo nutre.

—No te entiendo.

—Es muy sencillo —dice Marina, y su voz se apaga cada vez más—. El amor es sacri-ficio, y el ser humano lo vuelve egoísta. El amor es pureza y el ser humano lo ensucia. El a-mor es esperanza y el ser humano lo de­sespera. Confundimos el amor con el sexo, la pose-sión con la felicidad, la inquietud con la ilusión... No sa­bemos manejar el amor. Por eso lo destruimos.

Germán se pone ceñudo. Tal vez no la entienda. O acaso esté pensando qué clase de a-mor siente él por Vilana...

Marina percibe su confusión claramente, igual que si un rayo invisible uniese los pensa-mientos de ambos. Pero aunque unidos se rechazan, se repelen.

—Yo quiero a Vilana —murmura él como si inten­tara convencerse de lo que está dicien-do—. Le he sido infiel, pero la quiero.

Y Marina piensa: «Ni siquiera se da cuenta de que, al afirmar eso, está proclamando su desamor.» Le falta poco para decirle: «Querer a una persona no es amarla; es acostumbrarse a ella.»

 

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