miércoles, 6 de febrero de 2013

El Conejo de la Luna (cuento popular de la India)


¿Te has fijado alguna vez que cuando la luna está llena hay una forma de color azul plateado en su superficie? Si la miras atentamente, verás que tiene unas largas orejas y el cuerpo de un conejo. Pero, ¿cómo es posible que un conejo haya llegado a la luna?

Hace mucho tiempo en un país llamado India, había un precioso bosque. El más bonito que nunca había existido. Había árboles de todos los tamaños y formas, cargados de frutas. Las flores eran de todos los colores que se puedan imaginar y desprendían dulces olores. Los animales vivían felizmente en aquel bosque desde hacia miles de años.

Entre todos los animales, cuatro se hicieron muy amigos: el mono, la nutria, el elefantito y el conejo. Todos ellos querían mucho al conejo, que era, además, el animal más querido por todos los animales del bosque. Y os preguntaréis porque le querían tanto. Porque era un ser muy especial: sabio, generoso, valiente y sincero. Pero lo más importante de todo es que tenía un corazón de oro.

A los animales del bosque les gustaba escuchar las historias que explicaba el conejo. Se sentaban a su alrededor y se quedaban boquiabiertos escuchando cómo el conejo les contaba cosas acerca del poder de las plantas y las flores para curar y del poder del amor para transformar. También les hablaba de las lejanas estrellas, de los planetas y de la energía y la magia. Todos los animales acudían a escucharlo, incluso los más fieros como el tigre y el cocodrilo.

La amabilidad del conejo brillaba desde su interior como la luz de la luna. Todos los que se acercaban a él se sentían inspirados. Así, sus tres amigos, el mono, la nutria y el elefantito empezaron a cambiar sus defectos.

El mono, a quién siempre le había gustado hacer bromas y molestar a todos, se volvió más considerado y ayudaba a todos los animales. La nutria, que siempre había sido muy tragona y egoísta con la comida, ya que se guardaba todo el pescado para ella, empezó a repartirlo y a ayudar a los demás. El elefante, que siempre había sido muy reservado y nunca decía a los otros animales donde estaban los manantiales, empezó a compartir lo que sabía y a ayudar a los demás. Y el conejo se volvió todavía más amable y el brillo de esa bondad y amabilidad de su corazón fue incluso más intenso que antes.

Y un día el conejo tuvo una idea y llamó a sus cuatro amigos:

- Como nosotros tenemos mucha comida y agua, y mucho amor y amistad, podríamos ofrecer nuestros alimentos y nuestros sentimientos al resto del mundo, a los pobres y a los niños hambrientos.

Y mientras el conejo bondadoso decía esto, pasó por allí el espíritu celestial y escuchó lo que estaba diciendo. Se quedó tan sorprendido de la bondad del conejo, que decidió seguir muy atento a todo lo que ocurriera a partir de aquel momento.

El conejo continuó:

- Mirad la luna, amigos. Esta noche está resplandeciente y con su luz transforma la oscuridad en brillo. Nosotros podríamos hacer lo mismo con nuestro amor. Podríamos transformar la tristeza y los problemas en alegría.

Y acordaron llevar la felicidad a todos los que entraran al día siguiente en el bosque.

Aquella noche, los cuatro animales planearon lo que cada uno iba a hacer para mejorar el mundo. La nutria prometió ir a pescar y regalar todos los peces. El mono prometió regalar todos los mangos que encontrara. El elefante prometió encontrar un nuevo manantial y regalar toda el agua que pudiera coger.

Todos durmieron felices esa noche. Todos menos el conejo, que aún no había encontrado nada que pudiera ofrecer. Su único alimento era la hierba, que no gustaba a casi nada. No tenía nada que ofrecer. Pensó y pensó, mirando la luna llena y cuando ya estaba a punto de dormirse sin haber encontrado nada, tuvo una idea. Recordó que a los humanos les gustaba comer conejo. Entonces prometió que se regalaría a sí mismo. Y se durmió tranquilo y feliz.

El ser celestial, que había estado escuchando todo oyó la promesa del conejo. Era increíble que un simple conejo fuera tan bueno y desinteresado. Entonces decidió ponerlo a prueba. Quería comprobar si el conejo había hecho en serio esa promesa.
Al día siguiente, el ser celestial bajó a la tierra disfrazado de mendigo y llamó a los animales del bosque:

- Ayudadme por favor, me he perdido y tengo hambre y sed

Todos los animales acudieron corriendo hacia el mendigo

- Nosotros te ayudaremos – le dijeron. Te daremos comida y agua y te ayudaremos a encontrar el camino de vuelta a casa.

El mono saltó a un árbol y bajó con unos cuantos mangos y se los ofreció al mendigo. La nutria se metió en el río, pescó varios peces y también se los ofreció al mendigo. El elefante corrió hacia un manantial que había descubierto, sorbió con su trompa toda el agua que pudo y se la ofreció al mendigo. Entonces el conejo se acercó y dijo muy seguro:

- Haz un fuego y yo saltaré dentro de él para que puedas comer mi carne

El gran espíritu estaba sorprendido de la valentía del pequeño conejo. Chasqueó los dedos y dijo algo e inmediatamente surgió un fuego. Entonces, el conejo, sin pensárselo dos veces, saltó sobre el fuego, pero no se quemó, porque en aquel momento el ser celestial lo cogió en la palma de su mano. Entonces le dijo:

- Tu amor y tu valentía superan todo lo que he visto en esta tierra. Todo el mundo debería conocer tu acto desinteresado. Te voy a colocar en la luna para que todos cuando te vean, te recuerden y aprendan de ti. Aparecerás en cada luna llena y tu amor brillará en la luz de la luna.

Y con estas palabras, elevó al conejo hacia el cielo y lo colocó en la luna. Todavía hoy se puede ver su silueta en las noches de luna llena. Así que, la próxima vez que haya luna llena, salid a mirar el cielo y veréis un conejo en la luna y recordad que, igual que le ocurrió al conejo, si regaláis algo precioso podéis recibir a cambio algo muy especial.

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