domingo, 12 de agosto de 2012

Más momentos de lectura...

Este verano mientras hacía tiempo en el aeropuerto mientras esperaba el avión que me llevaría a mi destino vacacional, entre otras cosas me acerqué a una librerías que hay en eso edificios. Ojeé los libros que había, sólo por pasar el tiempo.

De pronto, esta portada me llamó la atención. Cogí el libro del expositor y comencé a leer su sinopsis. El libro me pareció interesante, atractivo... Era un libro que parecía decirme "llévame contigo". Decliné su ruego razonando que ya llevaba en mi maleta tres libros y no sabía si tendría tiempo para leerlos todos...

Una vez finalizado mi viaje, de paseo por mi ciudad, pasé por una de las librerías a la que soy asidua. Sin querer y casi sin darme cuenta, estaba dentro de ella. Buscaba aquel libro que me había llamado la atención en el aeropuerto, pero no recordaba su título. Sólo recordaba su portada y que en el título había el nombre de una mujer. Miré entre todos los libros y... nada, no encontré lo que buscaba.

Una vez en casa me propuse indagar a ver si localizaba el libro, y como Internet para algo tiene que servir, de alguna manera, no recuerdo cómo, encontré la reseña del libro.
 
Os dejo alguna de las frases que me han gustado, aunque como dije en una ocasión, las frases adquieren su sentido dentro del contexto del libro, no de forma aislada. Sin embargo, me atrevo a dejaros alguna...

" Y entonces, de repente, algo se movió en su interior,como si se hubiera abierto una ventana en su alma, permitiendo que entrara aire fresco en las esquinas más solitarias, frías y húmedas de su ser".

"Eso también será lo que el amor haga contigo Sebastian. Te hará creer que puedes volar si agitas los brazos o qeu eres capaz de respirar bajo el agua si te concentras lo suficiente. Es un sentimiento extraordinario..."

"...lo que más valor requiere, normalmente suele ser lo que más felicidad proporciona".


Y además hay recetas de cocina, recetas descritas tan extraordinairamente que uno puede imaginarse la olla, la mesa puesta, la buena conversación... Y cada receta está asompañada con una historia, una historia familiar que siempre guarda una pequeña ¿o quizás grande? moraleja.

No digo más acerca del libro, sencillamente, os invito a su lectura... 




Sebastian es un niño que sueña con ser como los demás, con ser capaz de correr como el rayo en el campo de fútbol, chutar el balón de tal forma que haga una perfecta parábola y meter un golazo. Pero su corazón tiene una deficiencia desde que nació, lo que implica que no pueda cumplir sus deseos.

Sin embargo, Sebastian ha conseguido encontrar su sitio en el mundo gracias a su extravagante abuela Lola y a la pasión que ésta siente por la cocina. Los dos preparan juntos exquisitos y únicos platos portorriqueños, del país originario de su abuela.

La complicidad que surge entre ambos (un chico enfermo y una anciana) se convierte pronto en un poderoso lazo que consigue unir de nuevo a una familia desestructurada, pues, tal como siempre dice Lola,
"una comida preparada con amor no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma".

Este es el relato extraordinario de un chaval que aprendió a danzar con la muerte y de cómo los pequeños logros de una familia pueden servir para rehacer corazones heridos de muy distintas formas.



El mofongo de La abuela Lola( publicado por juliacgs)



Últimamente, me estoy dando aún más cuenta que de costumbre de que los traductores somos unos grandes desconocidos. Y no solo los traductores literarios, de libros y demás. La traducción es una profesión desconocida que, entre los que no la conocen (la gran mayoría), está plagada de ideas preconcebidas, erróneas ¡e incluso estrambóticas! Si los traductores intentan cambiar su situación, a veces se encuentran con gente muy ignorante, malintencionada y despiadada que ve autobombo injustificado donde lo que hay no es eso, sino el intento porque los demás comprendan lo que tan bien decía Juan Cruz hace unos días en El País: los autores extranjeros no hablan español.

Los traductores y nuestra solitaria, desconocida y, a veces, desagradecida labor no somos los únicos que padecemos de invisibilidad: da la sensación de que, hoy en día, todo provenga de un origen indeterminado y haya gente a la que le moleste y le irrite profundamente que los traductores afirmemos con orgullo: «¡Yo he traducido esta obra, que también, con permiso del autor, es mía!». Allá ellos a quienes, ignorantes, les moleste: los traductores que llevamos a cabo proyectos largos convivimos con ellos, nos levantamos con ellos, nos acostamos con ellos y buceamos entre sus páginas en busca de la más mínima connotación, la intención del autor, el sentido profundo del texto que nos ayudará a plasmarlo en una lengua en la que no está escrito.



Y todo esto viene a cuento de que hace ya más de dos semanas que salió a la venta La abuela Lola: una novela deliciosa (en sentido tanto literal como figurado) que tuve el placer de traducir durante el verano pasado, ¡así que esta entrada era algo que tenía más que pendiente!

La particularidad principal de esta novela es que su autora, de la que hablaré a continuación, nació en La Habana, aunque vive en California y escribe en inglés (claro, ¿de qué si no iba yo a dedicarme a traducir su obra?). Si la invisibilidad del traductor es manifiesta cuando el autor tiene un nombre extranjero, imaginaos lo que pasa cuando la autora se llama Cecilia Samartin.

Al margen de reivindicaciones de la labor del colectivo traductor, yo tengo que reconocer que, a diferencia de lo que desgraciadamente les pasa a otros (como lo que le sucedió a Joan Sellent con el dramaturgo Edward Albee), he tenido una suerte enorme con mis autores (al menos con aquellos con los que he tenido contacto, aunque haya sido fugaz y, de momento, nunca en persona), porque son un tesoro. En particular, Cecilia Samartin es una mujer muy amable y positiva, con una voz increíblemente dulce y tranquila, y que escribe con un estilo claro y sencillo, pero muy bien hilado y muy emotivo. Espero sinceramente que La abuela Lola tenga muy buena acogida en España (después de haber pasado por países como Noruega y Suecia con un éxito rotundo), porque se lo merece.

La abuela Lola relata la relación especial que existe entre Sebastian, un chaval enfermo de corazón cuya máxima ilusión sería poder jugar al fútbol, y su abuela Lola, una puertorriqueña incansable, una mujer fuerte y dedicida, que adora cocinar y a su familia.

Tengo que reconocer que el título en español me encanta: Mofongo (su título en inglés), que es el nombre de uno de los platos típicos puertorriqueños en torno al que gira la acción de la novela, no hubiera sido tan evocador para los lectores españoles. La abuela Lola es un título genial. Yo creo que a mí no se me habría ocurrido ninguno mejor. Además, la abuela de mi padre se llamaba Lola, y todos en la familia la llamaban así, con lo que el título, entre mi familia paterna tiene más gracia aún.

Traduje La abuela Lola el verano pasado, con un calor insoportable, el aire acondicionado se estropeó y tuvimos que bajar de urgencia a comprar un ventilador para no morir asfixiados, y todos a mi alrededor me contaban que se iban de vacaciones a disfrutar de no hacer nada y de descansar al solecito. De haber sido una novela peor o más aburrida, creo que habría muerto de asfixia o me habría subido por las paredes (he de reconocer que en algún momento, a pesar de todo, estuve a punto). En lugar de eso, sobreviví al calor traduciendo los platos de la abuela Lola y Sebastian, ¡e incluso probé a preparar un mofongo! (que no me quedo nada mal para ser la primera vez, por cierto).



Mi intento de mofongo, después de haber traducido la receta para La abuela Lola

Por lo demás, aparte del aumento de responsabilidad que cae sobre los hombros del traductor cuando sabe que el autor de la novela podrá leer su trabajo, el tener que enfrentarme a personajes cuya lengua materna era el español fue un arma de doble filo: por un lado, si los personajes en inglés hablan en español y yo los pongo a hablar en español, el efecto no será el mismo que en inglés, por supuesto, y toca compensar en otros aspectos, pero por otro, a un nivel más profundo, el hecho de que quien escribía hablara español me facilitó la tarea, pues sus estructuras de pensamiento y sus referentes culturales, aunque estaban expresados en inglés, me resultaban más familiares, creo, de lo que me sucedería con otros autores con los que no existe ese vínculo lingüístico-cultural, cosa bastante curiosa, la verdad.

No puedo contar mucho más a riesgo de destripar la historia que La abuela Lola relata y que vuelvo a repetir: espero que guste mucho, porque merece la pena. ¡Muchísimas gracias, Cecilia, por haberla escrito!
Aquí podéis leer el primer capítulo de la novela . ¡Espero que os guste!

Actualización:

Lo he estado pensando y se me había olvidado contaros algo: en mitad de la traducción de Mofongo, me entró un antojo incontenible por comer un cochinillo asado (probablemente, los que hayáis leído la novela lo entenderéis). Por eso, fuimos a matar el antojo a un restaurante de Madrid estupendo que se llama El pedrusco de Aldeacorvo y tengo prueba gráfica de ello (¡el cochinillo estaba delicioso!).
Los cochinillos de El pedrusco de Aldeacorvo.


Otra "Abuela", esta vez escrita por Hans Chrsitian Andersen

Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita. 
 
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.
-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.


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