Llevar tejanos es un signo de ir a la moda en nuestros días aunque
la historia de esta pieza de ropa arranca de la necesidad de utilizar
una indumentaria laboral útil y barata capaz de soportar la dureza del
trabajo de las minas.
En 1846, Oscar Levi Strauss, un joven judío y sastre de profesión,
se traslada a San Francisco para proveer de ropa a los trabajadores de
las minas. La tela que utilizaba para elaborar los tejanos, en un
principio se obtuvo de las velas de los barcos que ya no eran
necesarias, puesto que fueron remplazadas por la propulsión a vapor.
Posteriormente, cuando debido a la gran demanda dicha tela se agotó,
fue substituída por otra azul elaborada con la fibra de una planta
llamada sarga.
Los tejanos, que un principio aparecen ligados a las clases
populares norteamericanas de mediados del siglo XIX, han acabado
convirtiéndose en un arma de igualdad entre ricos, pobres, hombres y
mujeres.
Valle de los Reyes
Sin desfallecer
Lord Carnavon dirigía las excavaciones en Egipto, en el Valle de los
Reyes. Todo aparece desvalijado por los ladrones de tumbas. Se acaba el
dinero y le retiran la confianza. Pero él siguió trabajando sin
desmayos. Unos días antes de que se suspendieran las investigaciones
descubrieron el mayor tesoro arqueológico del Antiguo Egipto: la tumba
de Tutankamen.
El general Wellington, tiempo después de haber vencido a Napoleón, quiso volver a Inglaterra a ver la academia militar donde había estudiado y se había preparado. Todos los cadetes le observaban con admiración. Al final, se dirigió a ellos y les dijo: “Mirad, aquí fue dónde en realidad se ganó la batalla de Waterloo”.
La construcción de la catedral de Astorga fue una fuente de enormes quebraderos de cabeza para Antoni Gaudí.
Llegó el momento de montar el triple arco abocinado del pórtico. Media ciudad llenaba los alrededores de las obras contemplando a Gaudí que, arrebatado, dirigía la operación. Arquitectos y académicos de toda España esperaban con sonrisa irónica el resultado de aquella locura.
Las dovelas se derrumbaron. Gran alegría para muchos. Se reinició el trabajo y volvieron a caerse. Al anochecer se inició por tercera vez y un fuerte vendaval derribó los arcos. Era el desastre. Lejos de amilanarse, Gaudí dejó el puesto directivo y con sus propias manos, desollándose y con la ayuda del operario Luengo, rehizo los arcos. Después de poner la última piedra, arquitecto y albañil, exhaustos y ateridos, se fundieron en un emocionado abrazo. Las manos ensangrentadas dibujan una rosa en la nieve.
El general Wellington, tiempo después de haber vencido a Napoleón, quiso volver a Inglaterra a ver la academia militar donde había estudiado y se había preparado. Todos los cadetes le observaban con admiración. Al final, se dirigió a ellos y les dijo: “Mirad, aquí fue dónde en realidad se ganó la batalla de Waterloo”.
La construcción de la catedral de Astorga fue una fuente de enormes quebraderos de cabeza para Antoni Gaudí.
Llegó el momento de montar el triple arco abocinado del pórtico. Media ciudad llenaba los alrededores de las obras contemplando a Gaudí que, arrebatado, dirigía la operación. Arquitectos y académicos de toda España esperaban con sonrisa irónica el resultado de aquella locura.
Las dovelas se derrumbaron. Gran alegría para muchos. Se reinició el trabajo y volvieron a caerse. Al anochecer se inició por tercera vez y un fuerte vendaval derribó los arcos. Era el desastre. Lejos de amilanarse, Gaudí dejó el puesto directivo y con sus propias manos, desollándose y con la ayuda del operario Luengo, rehizo los arcos. Después de poner la última piedra, arquitecto y albañil, exhaustos y ateridos, se fundieron en un emocionado abrazo. Las manos ensangrentadas dibujan una rosa en la nieve.
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