domingo, 3 de noviembre de 2013

La elegancia del erizo, Muriel Barbery




No hay nada más difícil e injusto que la realidad humana:
Los hombres viven en un mundo donde lo que tiene poder son las palabras y no los actos, donde la competencia esencial es el dominio del lenguaje. Eso es terrible porque, en el fondo, somos primates programados para comer, dormir, reproducirnos, conquistar y asegurar nuestro territorio, y aquellos más hábiles para todas esas tareas, aquellos entre nosotros que son más animales, ésos siempre se dejan engañar por los otros,  los que tienen labia pero serían incapaces de defender su huerto, de traer un conejo para la cena y de procrear como es debido. 

Es un terrible agravio a nuestra naturaleza animal, una suerte de perversión, de contradicción profunda. Para muchos la manifestación de algo divino, algo que en nosotros escapa al frío determinismo al que están sometidas todas las cosas físicas.


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