Te contaré la historia del bergantín sombrío
que echó un día las anclas en la quietud
de un puerto,
para ser en la turbia resaca del hastío,
el ataúd flotante de su pasado muerto.
Allí evocaba el luto de la insignia
pirata
y las tripulaciones con su bárbaro coro,
en las fosforescencias de las noches de
plata
y en el deslumbramiento de las tardes de
oro.
Allí, en largos letargos bajo las nubes
lentas,
entre un enloquecido revuelo de
gaviotas,
adoraban el soplo brutal de las tormentas,
en sus podridos pliegues, las pobres
velas rotas.
Abajo, en la sentina, mortecinos
fanales,
moscas y telarañas y barriles flotando,
arriba en la cubierta, náufragos
espectrales
agitando los puños hacia el puente de
mando.
Ah, las islas del trópico, los dulces
archipiélagos
para siempre en los mapas de la mala
fortuna,
y un buque torvamente rondando los
murciélagos
mientras las mariposas vuelan hacia la
luna.
Viejo barco que supo que el confín no es
redondo
en las noches siniestras y en las albas
felices,
con las anclas hundidas más y más en el
fondo
como si de las anclas le nacieran
raíces.
Mástiles carcomidos donde las
golondrinas
reposan el otoño, como un último
ultraje;
timón con verdes costras de lepras
submarinas
y brújula sin norte para morir un viaje.
Vientos del sur, o lluvias o locas
primaveras,
que poco importa todo para los barcos
viejos;
pero un escalofrío crujía en sus maderas
al zarpar otras naves y al perderse a lo
lejos.
Allí, escuchando el himno de las resacas
gordas,
vaivén de espumas negras que nunca
finaliza,
se hubiera dicho un barco cargado hasta
las bordas
con un gran contrabando funeral de
ceniza.
Y allí estaba, en el puerto, con su
largo letargo,
de proa hacia el olvido, muriendo hacia
el poniente.
Y, sin embargo un día... Ah, un día, sin
embargo,
Soplo un viento de rosas,
maravillosamente.
Era el sagrado soplo del amor que
transfigura
los seres y las cosas en el tiempo sin
fin
y le dio un casco nuevo con nueva
arboladura
y nueve velas blancas al viejo
bergantín.
Y así fue que en la gloria de una alegre
mañana,
con la proa hacia el sueño y el timón al
azar,
esta vez bajo el mando de gentil
capitana,
el bergantín sombrío se echó de nuevo al
mar.
Y así acaba este cuento que es más tuyo
que mío,
tú, que escuchas mi cuento convertido en
canción;
tú, gentil capitana del bergantín
sombrío,
del bergantín sombrío que era mi
corazón.
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