Etnia Kaxinauá |
Las
leyendas indígenas son historias fantásticas, llenas de misterio y
magia. Ellas son importantes en la transmisión del conocimiento e
interpretación del mundo pasados de oralmente de una generación a otra. Algunas son historias creadas a partir de hechos reales, ocurridos en regiones donde vivían héroes
que se sobresalían por su poder, belleza, bondad, caridad u otros
hechos y que, por una dadiva de los dioses, se convirtieron en criaturas
“encantadas”, igualmente hablan del surgimiento de elementos
importantes de la Naturaleza. La leyenda del orígen de los diamantes es
de origen Tupí y empieza así:
Mucho
antes de que los portugueses llegaran a las tierras menos pobladas del
interior de Brasil, ya vivían allí muchas tribus indígenas, en paz o en
guerra, cada una siguiendo sus costumbres.
De
una de estas tribus, en paz con sus vecinos desde hacía tiempo,
formaban parte Potira, una hermosa india agraciada por Tupá con la
hermosura de las flores e Itagibá, joven fuerte y valiente.
Era
costumbre de la tribu que las mujeres se casasen pronto y que los
hombres lo hicieran al convertirse en guerreros. Cuando Potira llegó a
la edad de casamiento, Itagibá adquirió la condición de guerrero. Ambos
se amaban y habían decidido compartir sus vidas.
Eran
tiempos tranquilos y la felicidad les acompañaba. Llegó un día, sin
embargo, en el que el territorio de la tribu fue amenazado por vecinos
que codiciaban la abundante caza que había en él, e Itagibá partió con
sus hombres para la guerra. Potira vio alejarse las canoas río abajo,
preparadas para el enfrentamiento y lloró como las ancianas de la tribu.
Ilustración - Waldemar de Andrade e Silva |
Todas
las tardes iba a sentarse a la orilla del río, esperando pacientemente,
tranquila. Ajena a las risas de los niños, solo esperaba, escuchaba el
rumor de las aguas del río queriendo oír en ellas el sonido de un remo
batiendo en el agua, imaginando el dibujo de una canoa recortándose en
la lejanía.
Cuando el sol se ponía, retornaba al poblado con la imagen de Itagibá aún en mente, sonriendo pues en cierto modo había pasado con él la tarde...
Fueron muchas tardes iguales, una tras otra, y el dolor de la nostalgia se iba imponiendo. Pero cada tarde volvía con la misma ilusión al encuentro de su amado, y esa esperanza hacía que cada mañana siguiera levantándose y cumpliendo sus tareas con una sonrisa en los labios, porque a la tarde se reunirían. Y si no era esa tarde, sería la siguiente...
Una de las tardes en las que Potira escudriñaba el horizonte en busca de esa sombra recortándose en él, el canto de la Araponga retumbó en los árboles. Y el rostro de Potira se ensombreció, y su sonrisa se perdió en las aguas del río. Porque todos saben que el canto melancólico de la araponga solo anuncia acontecimientos tristes.
Cuando el sol se ponía, retornaba al poblado con la imagen de Itagibá aún en mente, sonriendo pues en cierto modo había pasado con él la tarde...
Fueron muchas tardes iguales, una tras otra, y el dolor de la nostalgia se iba imponiendo. Pero cada tarde volvía con la misma ilusión al encuentro de su amado, y esa esperanza hacía que cada mañana siguiera levantándose y cumpliendo sus tareas con una sonrisa en los labios, porque a la tarde se reunirían. Y si no era esa tarde, sería la siguiente...
Una de las tardes en las que Potira escudriñaba el horizonte en busca de esa sombra recortándose en él, el canto de la Araponga retumbó en los árboles. Y el rostro de Potira se ensombreció, y su sonrisa se perdió en las aguas del río. Porque todos saben que el canto melancólico de la araponga solo anuncia acontecimientos tristes.
Etnia Pataxó Foto - Deborah Icamiaba |
Entonces
ella supo que Itagibá estaba muerto. Y por primera vez lloró. Sin decir
palabras, como no habría de decirlas nunca más. Lloró, lloró y siguió
llorando, y las lágrimas que descendían por su rostro fueron haciéndose sólidas y brillantes, yendo a parar al lecho del río por el que Itagibá había partido.
Y se dice que el dios Tupã, conmovido, transformó esas lágrimas en diamantes, perpetuando así el recuerdo de un amor intenso y puro.
Y se dice que el dios Tupã, conmovido, transformó esas lágrimas en diamantes, perpetuando así el recuerdo de un amor intenso y puro.
Fuente: obrasilpordentro.blogspot.com.es
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