jueves, 3 de enero de 2013

Un amigo destapó mil Sensaciones con... "Despedida"

Raúl mira los sobres ordenados pulcramente sobre la mesa. Hace un recuento rápido; ocho sobres color sepia, perfectamente alineados sobre la mesa del salón. Cada un de ellos lleva estampado en elaborada letra su contenido. Quiere que cuando Sara los vea, no tenga ninguna duda. En su interior llevan precisas instrucciones.

Dese el centro de la sala mira hacia la ventana. Es el primer día de enero. Llueve. El aire sopla con fuerza contra las ventanas. Gotas tristes resbalan perezosas sobre los cristales. Su mirada se deposita sobre el teléfono. Todo está en orden, es el momento de llamar…

Avanza con lentitud hacia él. Está decidido. Lo ha pensado mucho en los últimos días. Han sido unas Navidades distintas… tristes. En sus cuarenta años de vida, éstas, han sido determinantes para su futuro.

Menea la cabeza hacia los lados en un gesto de negación ante su último pensamiento. ¿Futuro? No. No existe el futuro. Solo existe el presente… y quiere, por una vez, hacer las cosas bien.

Toma el teléfono entre las manos. Su gesto es tan firme que se sorprende a sí mismo. No le tiembla el pulso para nada. Está decidido. Nada va a cambiar su decisión.

Reparte una leve pausa entre cada marcado de numero, mientras selecciona los nueve dígitos. Detiene el gesto por un momento, pensativo, para a continuación apretar los labios con fuerza y pulsa la tecla “llamar”.

Un tono…
Dos tonos…
Tres tonos…
-         ¿Diga?

La voz de Sara suena alegre y ante la ausencia de respuesta repite…
-         Diga… - mira el número que aparece en la pantalla
-         Raúl ¿eres tú?

Se toma un tiempo para responder… Siempre le ha gustado la voz de su esposa y ahora, ante sus oídos, suena a canto  angelical…
-         Si, Sara. Soy yo… Por favor,  escúchame con atención…
-         ¿Qué ocurre? Tu voz suena extraña…
-         Todo está bien. Atiende …

Por unos momentos que parecen interminables, se hace un pesado silencio…

Raúl se pone de pie sobre la silla de madera y allí, desde lo alto, mira el mosaico de sobres.

Se encoge ligeramente de hombros antes de decir…
-         Sobre la mesa del salón he dejado ocho sobres. Están numerados. Cada uno de ellos tiene escrito en su parte delantera su contenido…
-         Raúl, me estás asustando… - el pecho de Sara se agita con fuerza. Coloca una mano en la barbilla y dice - ¿Qué pretendes decirme?
-         Sssssst… No me interrumpas – indicó de forma tajante – El sobre número uno, contiene las escrituras de la casa y las fincas. En el sobre número dos, se encuentran las libretas del banco y mi seguro de vida. En el número tres…

Sara ha dejado de prestar atención a sus palabras e intenta, de forma desconcertada, saber qué le intenta decir Raúl. Se pasa la mano por la cara, intentando con ese gesto despejar la mente y entender mejor la situación…
-         y en el número ocho está todo el dinero que tengo en la casa – sentencia Raúl.
-         Raúl… ¡por favor! ¿por qué me dices todo esto? ¿Qué ocurre?

De nuevo un silencio espeso inunda los teléfonos. Raúl se siente tranquilo. Sara retuerce los dedos agitada sobre el terminal telefónico…
-         Desde que te fuiste mi vida no tiene sentido. Me encuentro solo, sin ilusiones. Sé, que la vida a mi lado ha sido muy difícil, pero… sin tu presencia y la de los niños no deseo seguir viviendo…

Mientras habla con el auricular sujeto con la mano izquierda, su mano derecha va deslizando la gruesa soga sobre la cabeza hasta llegar al cuello. Ésta, está bien sujeta a la viga principal del techo del salón. Mientras sitúa el nudo justo en la base de la nuca, prosigue diciendo…
-         Estoy subido sobre una de las sillas del salón. Una cuerda rodea mi cuello. Quiero compartir contigo mis últimos momentos de vida
-         ¡Dios Santo! – grita – Raúl… ¡¡NO!! – El grito se esconde entre los sollozos que brotan a borbotones de su garganta – ¡Raúl! ¡¡RAUL!!
-         ¿Qué? – la voz del hombre suena suave, cariñosa, serena – dime Sara…
-         ¡No me hagas esto! Estoy a casi ochenta kilómetros de distancia. Esto es una agonía… ¡¡Por favor!! – dice desesperada entre sollozos. Las lágrimas resbalan juguetonas por la mejilla y mueren aplastadas por la palma de la mano…

-         Sssssst…. Tranquila. Déjame despedirme. Sólo será un minuto más. Debes serenarte. Estoy bien… Los niños… dales un beso a los niños. Diles que les quiero. Miénteles…  explícales que fui un buen padre. No permitas que tengan un mal recuerdo de mí…

-         RAUL ESCUCHA… ¡¡NO LO HAGAS!! – gritó
-         ¡¡PARA POR FAVOR!! – Intenta pensar rápido de forma desesperada – ¡Espera! Llamaré a la Policía, ellos irán a verte…

La voz de Raúl se tornó seca. Seria. Tajante.
-         ¡No! ¡¡No lo hagas!!
-         Ya estoy marcando desde el teléfono fijo. Por favor… ¡¡bájate de esa silla!!
-         Sara… Sólo deseo despedirme con calma. Si sigues con esa llamada, tiraré la silla y todo habrá acabado…
-         Raúl… No me dejas elección, Yo… yo no puedo ayudarte desde aquí. Llegarán en unos minutos y te ayudarán, de veras... Dame tiempo. Dejaré los niños con mi madre e iré a verte y… hablaremos. Tendremos todo el tiempo del mundo – la voz, una vez más, se quiebra al abandonar su boca.

Según finaliza estas palabras, escucha los tonos de llamada que entona el  teléfono fijo…
-         Sara… No he sido un buen marido, no supe darte lo que merecías, pero te quise muchísimo… - De nuevo la voz se tornó serena. Segura…
-         ¿Policía? ¡Acudan por favor a la casa de mi marido..!
-         Mi amor… ¡¡ADIÓS!!

Al otro lado del teléfono resuena un sonido sordo… y el momento se convierte en un desesperado silencio.

Los castaños ojos de Sara parecen querer salir de sus órbitas. Percibe que está empapada en sudor. Acerca con fuerza el teléfono a la oreja, intentando con ese gesto poder oír mejor lo que ocurre al otro lado…
-         Raúl… ¿Raúl?... ¡¡RAAUUUL!! – grita de forma desgarradora mientras encoge su cuerpo.

Al otro lado suenan de forma atronadora los gritos del silencio…
Silencio…
Silencio que la hace estremecer.
Silencio que la hace sentir que una vida ha llegado a su fin al otro lado del teléfono…
Se siente impotente, vacía…
Con los ojos anegados en lágrimas entiende que Raúl con su llamada ha querido martirizarla y llevarse con él también su propia vida.
Siente que la ha convertido en un muerto viviente.
El teléfono fijo cuelga tristemente del cable sobre la cómoda, sin llegar a tocar el suelo…
En un macabro juego de imágenes, así se imagina Sara que estará el cuerpo de Raúl en la casa que fue su hogar…




JpTorga        


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