Hace muchas eras, antes de que los dioses decidieran crear al hombre, existían dos espíritus que se amaban, él era un guerrero plateado su nombre era Cuetlāchtli, la historia dice que cada noche lideraba a sus hermanos y hermanas a la batalla, un líder amado y respetado por todos; ella era la doncella Mētztli, la de la hermosa luz blanca, la favorita de la diosa Coyolxauhqui, la diosa de la luna y regente de los Centzon Huitznáhuac, los dioses de las estrellas.
La leyenda cuenta que antes incluso que el hermano de Coyolxauhqui, el Dios-guerrero Huītzilōpōchtli naciera y la asesinara, la diosa solía tener a Mētztli cerca, y ella era a la única que permitía que le adornase, pues era su doncella más hermosa, tanto que cada vez que ella tocaba los cascabeles que adornaban a la diosa, estos brillaban de felicidad. La Diosa no hacía nada sin su fiel doncella, y cuando era hora de dormir, al anochecer, le permitía quedarse con ella. Pero Mētztli una vez que terminaba sus deberes, salía a asomarse por entre las montañas y dejaba que su brillo se difundiera como un suave resplandor plateado.
Un día, cazando con sus hermanos, Cuetlāchtli decidió acampar en las cercanías de la Sierra de Coatepec, donde la doncella vivía. Cuando esta salió esa noche, el joven guerrero pudo ver el resplandor plateado que acariciaba todo el valle. Sin decir nada a sus hermanos, fue por su cuenta a investigar de dónde provenía tan bella luz. Cuentan que cuando se miraron por primera vez, no se escuchó ningún sonido en toda la Sierra más que el latir de sus corazones como si fueran uno solo. Tan fuerte y claro se escucharon que el Xochipilli, Dios del amor, sonrió con alegría y Xōchiquetzalli, su hermana gemela, la diosa de la belleza, bailó con él toda la noche.
Ambos jóvenes se enamoraron y todas las noches el joven guerrero abandonaba a sus hermanos y cantaba a su doncella, ella a su vez acariciaba con su luz al dichoso joven, y en las noches, a la sombra del palacio, ellos se amaban.
Pero llego el día en que Coyolxauhqui intento matar a su madre, Cōātlicuē y fue descuartizada por su hermano. Huītzilōpōchtli expulso a su hermana y a sus hermanos al firmamento y estos se convirtieron en la luna y las estrellas. Cómo lloró esa noche Mētztli por su señora, lamentando su suerte, ni siquiera los tiernos cantos y caricias de su amado Cuetlāchtli podían alegrarla. Una noche ella esperó a su amado y le dio las palabras más dulces y las caricias más tiernas, le juró su eterno amor…. Y se despidió de él, pues su lugar estaba con su señora.
Esa misma noche ayudada por la diosa Xōchiquetzalli, quien lamentaba el estado de Coyolxauhqui, llegó a la luna montada sobre un quetzal. Una vez con su señora, comenzó a brillar tanto que la luna entera se iluminó y así ella pasó a ser la luz de luna y la belleza del astro.
Pobre Cuetlāchtli, quedó devastado, y desde entonces cada noche él iba a la montaña y aullaba su dolor, tanta pena daba que sus hermanos se le unieron. La leyenda cuenta que Xochipilli, viendo tanto dolor en su alma, convirtió al guerrero en un animal peludo, de cuatro patas que aullaba a la luna todas las noches, y le prometió que una vez al mes, su amada Mētztli podría bajar a visitarlo con ayuda del quetzal de Xōchiquetzalli, siempre y cuando nunca dejara de llamarla con su amor. Desde ese día su espíritu vive en los lobos de la sierra, y aúllan a la luna que brilla en el monte. Y una vez al mes, la luna se apaga, pues Mētztli baja a la Tierra para estar con su amado Cuetlāchtli.