miércoles, 1 de abril de 2015

Amapola







Se dice que, hace incontables lunas, cuando nuestro mundo aún era joven no existían las amapolas. ¿Cómo? podéis pensar.Como respuesta os dejo la historia de Idariel.


En aquel tiempo vivía una joven muchacha a la que llamaban Idariel, de hermoso corazón y apariencia. Cuentan que tenía un largo cabello rojo y unos ojos profundos del color del azabache, amables y dulces como los de una madre. Habla la leyenda de que ella tenía la capacidad de hablar con los árboles; ellos le contaban hechos pasados, la aconsejaban y ayudaban cuando la duda aparecía en su corazón, y ella usaba la sabiduría del bosque para ayudar a su pueblo y sus amigos, sin embargo ella no tenía familia…


Un día, en el que ella hablaba con el castaño más viejo, un joven de ojos verdes como las hojas de los árboles en primavera, que paseaba por el bosque, quedó embobado al contemplar su agraciada naturaleza. El anciano castaño, al ver que el chico se había quedado de pie como un pasmarote cerca de donde ellos estaban, divertido le dijo a su joven amiga que la estaban observando. Ella se dio la vuelta y miró al chico de cabellos de color arena, y lejos de estar molesta le invitó a que se sentara junto a ella. El chico un poco avergonzado al principio de que lo hubieran descubierto aceptó la invitación, y así pasaron las tarde ellos juntos. El chico le contó que provenía del pueblo al otro lado del río, que él era hijo de un cazador y que tenía dos hermanas menores. Ella le habló de su pueblo y sus gentes, y también del bosque y de su especial don.


Al anochecer se despidieron, sin embargo, antes de marcharse el chico, de nombre Atero le preguntó: “¿Vendrás mañana?”
Ella sonrió de forma amable “Siempre vengo al bosque, todos los días”.


Y así se despidieron para volverse a ver al día siguiente, y al siguiente, y el siguiente también. Pasaron muchos días juntos, riendo y hablando en el bosque; y los árboles eran felices, pues ahora su amiga ya no estaba tan sola.


Un día Atero decidió mostrar a Idariel su particular habilidad, y donde antes había un joven en ese momento un lobo de color arena y ojos verdes se encontraba delante suya. Sorprendida y a la vez alegre, pues no se había percatado de que su amigo era un lobo, se sintió contenta de que confiara en ella. Y así pasaron días, semanas y meses, en los que ambos disfrutaban de la compañía del otro.


Sin embargo llegó una mañana en la que el rostro de Atero no mostraba la sonrisa despreocupada de siempre, pues había malas noticias. Una guerra entre clanes había arrastrado a su pueblo a una batalla, y él debía ir. Por supuesto ella le rogó que no fuera, la guerra era una enfermedad que corrompía a los mortales y podría morir, pero él tenía que irse, para proteger su familia y su pueblo, y para evitar que la discordia cruzara el río y llegara hasta el hogar de Idariel.
Aún así ella se negó, y suplicó y suplicó para que se quedara y no se marchara de su lado, pero la decisión ya estaba tomada. No obstante Atero decidió quedarse una noche más junto a Idariel, una noche que ellos nunca olvidarían, en la que sus cuerpos y sus almas se fundieron en uno solo, y desde la cual sus corazones latirían al unísono por siempre.
A las primeras luces Atero se marchó, pero le hizo prometer algo a Idariel; que ella fuese todos los días al lugar en el que se vieron por primera vez, pues el tiempo en el que volviera allí estaría. Así lo prometió ella y así se marchó él.

Desde aquel día pasó una luna completa, en la que Idariel iba cada amanecer a esperar en el viejo castaño, y donde se quedaba hasta el crepúsculo. Sin embargo una funesta noticia recorrió todo el bosque la noche después al cumplirse la primera luna. Fue tal el conocimiento que ningún árbol se atrevía a contárselo a Idariel, pero alguien debía hacerlo, y así el anciano castaño fue el encargado de comunicar la noticia.
Aquella mañana, como siempre Idariel se sentó entre las raíces del viejo árbol a esperar, con las piernas rodeadas por sus brazos y su rostro sobre las rodillas.
“Mi niña, no esperes más, él ya no volverá” dijo la voz profunda del anciano.
Los ojos de la joven se abrieron de forma antinatural, y se dirigieron a su longevo amigo, su cabeza empezó a moverse de izquierda a derecha ligeramente, “No…”. De sus ojos comenzaron a sangrar cristales líquidos, y su cuerpo inició su temblor. Su llanto por nadie podría ser detenido.
La angustia y el dolor oprimían su pecho, y aquellos sentimientos pasaron a los árboles, pues para la tierra conocedora de todo no existían los secretos, y el bosque entero conoció el sufrimiento de su amiga. Idariel lloró, lloró hasta que no le quedaron lágrimas, hasta que su cuerpo no pudo aguantar más el sufrimiento. Tomó aquel pequeño cuchillo que ella solía llevar para cortar con delicadeza los frutos de la tierra, y se lo clavó en el pecho. Sus amigos habrían tratado de impedirlo, pero ¿qué podrían haber hecho ellos? No eran más que árboles.
La sangre manó de la herida, e Idariel cerró los ojos y se recostó sobre la robusta corteza de su anciano amigo, para nunca abrirlos más. 
El bosque entero se conmocionó ante ello, y rogaron a Lhan, el dios de la tierra y los humanos que hiciera algo por su hija, que no permitiera que muriera así. Lhan oyó las súplicas de los árboles, pero existían antiguas normas, y él no podía actuar así, el bosque debía ofrecer algo a cambio. Aquella espesura sacrificó una única cosa, se encerrarían en si mismos y nunca jamás un mortal podría volver a escuchar las voces de los árboles, y ese fue el precio que pagaron.
Pese a todo, a Lhan no le estaba permitido devolver a la vida a la joven, pero si pudo hacer algo. De la primera gota carmesí que Idariel derramó surgió una bella flor, de pétalos rojos y corazón negro, como el azabache. Y así de la sangre de Idariel nacieron las flores, y con su cuerpo ocurrió lo mismo, quedando a los pies del castaño un hermoso manto de algodones rojos.
Cuentan que, en la tumba de Atero, al poco de ser enterrado, aparecieron más de estas flores, y pasados los años, en cada tumba siempre surgía alguno de estos brotes. 
Al convertir Lhan a Idariel en aquella nueva vida le encomendó una misión, ella cuidaría de los muertos hasta que llegara el momento de llegar al Taront, y a cambio tendría un compañero que nunca se apartaría de ella, de ojos verdes y de cabello del color de la arena.
Y así fue como decidieron llamar a la flor de pétalos rojos y corazón negro Amapola, que significa : “la protectora de las almas”.



Esta es una de las leyendas que existe sobre la amapola, sin embargo la amapola ya era conocida por los egipcios, asirios y griegos, que le atribuyeron propiedades medicinales, narcóticas y anestésicas (la morfina y la codeína se extraen de ella). De ahí que en la mitología clásica se la relacione con Hipnos y Thanatos ( el Sueño y la Muerte), que se representan con coronas de amapolas y llevándolas en la mano respectivamente.También Morfeo, hijo de Hipnos y al que se representa con alas de mariposa para expresar su ligereza, tiene por atributo la amapola, con la cual toca a los que quiere adormecer. Por otra parte, se reconocía también el poder energético o estimulante de la amapola, dado que a los atletas griegos se les daba un brebaje de semillas de amapola, miel y vino antes de competir . Además se aplicaba para rebajar la temperatura, acallar el llanto de los niños o calmar el dolor.



Los romanos introdujeron la amapola (papaver, en latín) en Britania, donde se asoció al descanso y al olvido. Allí se utilizó también como planta mágica para la adivinación. Para el cristianismo medieval, esta flor, cuya imagen está grabada en los bancos de algunas iglesias, simboliza el Juicio Final.
Durante la Edad Media y el Renacimiento, en España, la amapola era muy apreciada, y se hacía acopio de ella en los trigales donde crecía para ser utilizada como condimento. Se decía que si al coger una flor se desprendía un pétalo y éste caía sobre la mano de la persona que la había cortado, ésta moriría fulminada por un rayo.



La amapola es una planta anual herbácea erguida con hojas en disposición alterna y divididas más o menos profundamente. Las flores se disponen solitarias en el extremo del tallo. Los pétalos son cuatro, de color rojo escarlata y a menudo con una mancha oscura en la base.
Esta planta es pariente de la adormidera (Papaver somniferum), de donde se extrae el opio, esta especie no posee morfina y se ha usado desde antiguo para calmar los accesos de tos y provocar el sueño, ya que posee propiedades sedantes. El nombre genérico papaver es el mismo con el que los romanos conocían a la adormidera y se cree que deriva del celta "papa", papilla, ya que las semillas se molían para añadir a la comida de los niños con el fin de que se adormecieran , mientras que el epíteto rhoeas proviene del vocablo griego "rhoia", granado, por el parecido con las flores del mismo.

Los pétalos de la flor de la amapola son de un intenso color rojo; estos pétalos se recogen en las horas más tempranas de la mañana, y se extienden en un lugar aireado para que se sequen lo antes posible antes de que se ennegrezcan y pierdan valores.


Las partes que se utilizan con fines terapéuticos son los pétalos y las cápsulas (frutos secos).

Semillas de amapola, los frutos

El fruto de la amapola es una cápsula llena de semillas que se utilizan para reproducirlas. Si queremos cultivar amapolas en nuestro jardín, las ubicaremos en rincones o cerca de las paredes, y deberemos hacerlo con cierta separación -es una planta relativamente intrusiva- porque pueden llegar a propagarse por todo el jardín. Le aportaremos riegos moderados una o dos veces por semana, según la estación del año en la que nos encontremos, y en verano regaremos más a menudo.

Y si deseamos plantarlas en nuestra casa, es mejor situarlas a pleno sol; sin embargo, también crecen en sol y sombra, y lo mismo que en el jardín hay que regalas a menudo. También existen grandes campos de cultivo de amapolas.

Propiedades medicinales de la amapola

A la amapola se le reconocen propiedades sudoríficas, antiespasmódicas, suavemente narcóticas, emolientes, anticatarrales, y también combate la tos y los problemas de pulmón.

Es excelente para las bronquitis, la pleuresía, y en casos de tos espasmódica y asma; sirve también para la neumonía, para las fiebres eruptivas, para la inflamación de los párpados y para las anginas.

Asimismo favorece la dentición infantil si frotamos las encías con infusión de amapola. Y combate el insomnio en niños, ancianos y personas a quienes los narcóticos les producen efectos anafilácticos.

La flor de amapola combinada con otras flores, se utiliza para la fabricación de singulares y seductores perfumes.

Como uso externo con la amapola se pueden hacer cataplasmas para aplicar en las inflamaciones oculares.

Tomando un baño con un puñado de pétalos de amapola por litro de agua, es excelente en las afecciones hepáticas, en la bronquitis e incluso para el acné.


La amapola y la Gran Guerra

La costumbre de relacionar las amapolas con la guerra viene de la época napoleónica, cuando un escritor se percató de que el territorio anegado tras un conflicto se cubría de estas flores en primavera. Durante la Gran Guerra, el teniente coronel John McRae, médico canadiense, escribió el poema En los campos de Flandes, en el que establecía esa misma relación. 

En los campos de Flandes las amapolas se mecen
Entre las cruces, fila en fila,
Que marcan nuestro lugar; y en el cielo
Las alondras, lanzando aun su valiente grito, vuelan
Sin que nadie las sienta aquí entre los cañones

Somos los muertos. Pocos días antes
Vivimos, sentimos el amanecer, vimos crepúsculos rojizos,
Amamos, y fuimos amados, y ahora yacemos
En los campos de Flandes.

Resume nuestra lucha con el enemigo
De nuestras inhertes manos te lanzamos
La antorcha; es tu tarea mantenerla bien alta.
Si nos traicionas a nosotros que perdimos la vida
Nunca descansaremos, aunque las amapolas crezcan
En los campos de Flandes.

Tte. Cnel. John McCrae, ejército canadiense
Primavera de 1915



La composición se hizo célebre y la amapola se convirtió en el emblema de los fallecidos en combate. Así, el día del aniversario del armisticio, el 11 de noviembre, los británicos se colocan una amapola -poppy- de papel, en recuerdo de los fallecidos en la Primera Guerra Mundial. Con ella también conmemoran a otros soldados que perdieron la vida en conflictos posteriores, como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de las Malvinas o la Guerra del Golfo. Las poppys son confeccionadas por los veteranos de la guerra y vendidas por representantes de la Real Legión Británica, una organización formada por supervivientes de todas las guerras. 

Por su parte, en Somme (Francia) cada primero de julio se arrojan amapolas a un inmenso foso conocido como la Grande Mine. El agujero -de 30 m de profundidad y 100 m de diámetro- lo dejó una mina colocada bajo las líneas alemanas, que estalló a las 7,28 h del 1 de julio de 1916, antes de la ofensiva de infantería que dio inició a la batalla del Somme. En este punto, ese mismo día y a dicha hora se realiza anualmente tan emotiva ceremonia.




"Novia del campo, amapola", Juan Ramón Jiménez


Novia del campo, amapola
que estás abierta en el trigo;
amapolita, amapola
¿te quieres casar conmigo?
Te daré toda mi alma,
tendrás agua y tendrás pan.
Te daré toda mi alma,
toda mi alma de galán.
Tendrás una casa pobre,
yo te querré como un niño,
tendrás una casa pobre
llena de sol y cariño.
Yo te labraré tu campo,
tú irás por agua a la fuente,
yo te regaré tu campo
con el sudor de mi frente.
Amapola del camino,
roja como un corazón,
yo te haré cantar, y al son
de la rueda del molino.
Yo te haré cantar, y al son
de la rueda dolorida,
te abriré mi corazón,
amapola de mi vida.
Novia del campo, amapola,
que estás abierta en el trigo:
amapolita, amapola,
¿te quieres casar conmigo?



Amapola, música

Se cree que José María Lacalle es autor de la célebre canción Amapola (1924), dada a conocer en Estados Unidos por la popular versión inglesa de Deanna Durbin en la película First Love. Del tema se harían numerosas versiones en las voces de Tito Schipa, Hugo Avendaño, Plácido Domingo, Trío Los Panchos, Nana Mouskouri,, Andrea Bocelli,, Jimmy Dorsey, etc. sin embargo existe una versión de José Padilla en pasodoble, que es un arreglo de la que compuso Manuel M. Ponce, compositor mexicano de finales del XIX y principios del XX.

Numerosos artistas la cantaron en inglés, francés, holandés, etc. "Amapola" fue originalmente compuesta sin letra, siendo la primera de ellas la que en 1940 compusiera Albert Gamse. 
En la película Érase una vez en América (Once upon a time in America) aparece también esta melodía.








La amapola ha sido protagonista en otras composiciones 


Abre las hojas del viento mi vida
ponle una montura al rió
cabalga y si te da frío te arropas
con la piel de las estrellas
de almohada la luna llena mi vida
y de sueño el amor mió

y una amapola me lo dijo ayer
que te voy a ver
que te voy a ver
y un arcoiris me pinto la piel
para amanecer contigo

Cierra la noche y el día mi vida
para que todo sea nuestro
y una gran fuga de besos
se pose sobre tu boca
y que el trinar de las rosas mi vida
te digan cuanto te quiero

y una amapola me lo dijo ayer
que te voy a ver
que te voy a ver
y un arcoiris me pinto la piel
para amanecer contigo

y una amapola me lo dijo ayer
que te voy a ver
que te voy a ver
y un arcoiris me pinto la piel
para amanecer contigo….




Fuente: 
http://www.gabitos.com
http://www.entreelcaosyelorden.com
http://www.internatura.org
http://www.muyhistoria.es
http://cienciasycosas.com