¿ Por qué nos duelen tanto las palabras?,
dejamos que entren en nosotros,
apenas ya hayan sido escuchadas,
provengan de donde provengan nos afectan,
se clavan en nuestra cabeza como un eco,
que se expande y no para de darnos vueltas,
que murmulla y retumba a sus anchas,
hasta que cansado y victorioso se aleja,
dejando tras de sí los rastros de su presencia,
desmantelando el poco orden ya habituado,
a deshacerse con cada nueva esporádica tormenta.
Las cogemos y parece que ya no podemos soltarlas,
sobre todo a las que nos hieren,
a esas no nos basta con aceptarlas,
tenemos que repetírnoslas hasta que nos sangran,
siempre ajenas e insospechadas,
las que menos piensas son las que más te calan.
No hay porqué defenderse contra estas estacas,
la mayoría de las veces se alardea más de su dureza,
que de la profundidad y sentido con la que están hechas,
a través de ellas conocemos a quien las expresa,
sino sabe tratarlas ese es su problema,
insultos, desquites, rabias, ofensas,
nuestros oídos con éstas tienen que estar llenos de cera,
no han de merecer ni la más mínima respuesta.
Porque... y si en el fondo no fuesen mas que nada,
impresiones, las escogemos o las ignoramos,
depende de nosotros que sean invitadas bienvenidas,
o huéspedes intrusos que pasean por nuestra morada,
y es que casi siempre parece que acaban por olvidarse,
ya sean promesas irrompibles juradas con el alma,
sueños soñados sedientos de un futuro que no se alcanza,
ilusiones alimentadas llenas de la mejor esperanza,
se quedan en humo si al final la acción no las acompaña,
si todo esto sólo existe tras coartadas de palabras.
Por eso prevalecerá un solo abrazo sobre un 'te deseo',
una sincera compañía sobre un ' qué tal el día',
un compartido silencio sobre historias vacías,
una simple caricia sobre miles de frases repetidas.
apenas ya hayan sido escuchadas,
provengan de donde provengan nos afectan,
se clavan en nuestra cabeza como un eco,
que se expande y no para de darnos vueltas,
que murmulla y retumba a sus anchas,
hasta que cansado y victorioso se aleja,
dejando tras de sí los rastros de su presencia,
desmantelando el poco orden ya habituado,
a deshacerse con cada nueva esporádica tormenta.
Las cogemos y parece que ya no podemos soltarlas,
sobre todo a las que nos hieren,
a esas no nos basta con aceptarlas,
tenemos que repetírnoslas hasta que nos sangran,
siempre ajenas e insospechadas,
las que menos piensas son las que más te calan.
No hay porqué defenderse contra estas estacas,
la mayoría de las veces se alardea más de su dureza,
que de la profundidad y sentido con la que están hechas,
a través de ellas conocemos a quien las expresa,
sino sabe tratarlas ese es su problema,
insultos, desquites, rabias, ofensas,
nuestros oídos con éstas tienen que estar llenos de cera,
no han de merecer ni la más mínima respuesta.
Porque... y si en el fondo no fuesen mas que nada,
impresiones, las escogemos o las ignoramos,
depende de nosotros que sean invitadas bienvenidas,
o huéspedes intrusos que pasean por nuestra morada,
y es que casi siempre parece que acaban por olvidarse,
ya sean promesas irrompibles juradas con el alma,
sueños soñados sedientos de un futuro que no se alcanza,
ilusiones alimentadas llenas de la mejor esperanza,
se quedan en humo si al final la acción no las acompaña,
si todo esto sólo existe tras coartadas de palabras.
Por eso prevalecerá un solo abrazo sobre un 'te deseo',
una sincera compañía sobre un ' qué tal el día',
un compartido silencio sobre historias vacías,
una simple caricia sobre miles de frases repetidas.