miércoles, 1 de enero de 2014

Como si fuera la primera vez, Paulo Coelho; Happy, Leona Lewis






Quiero creer que voy a mirar este nuevo año como si fuese la primera vez que desfilan 365 días ante mis ojos. Ver a las personas que me rodean con sorpresa y asombro, alegre por descubrir que están a mi lado compartiendo una cosa llamada amor, de lo que se habla mucho y se entiende poco.



Subiré al primer autobús que pase, sin preguntar a dónde va, y me bajaré en cuanto vea algo que me llame la atención. Pasaré por delante de un mendigo que me pedirá una limosna. Tal vez le dé, o tal vez piense que se lo gastará en bebida, y siga adelante, oyendo sus insultos, y entendiendo que esa es su forma de comunicarse conmigo. Pasaré por delante de alguien que está intentando destrozar una cabina telefónica. Tal vez intente impedírselo, o tal vez entienda que hace eso porque no tiene con quién hablar al otro lado de la línea, y de esa forma intenta espantar su soledad.

En cada uno de estos 365 días miraré todo y a todos como si fuese la primera vez, sobre todo las cosas pequeñas, a las que ya estoy tan acostumbrado que he olvidado la magia que las envuelve. Las teclas de mi ordenador, por ejemplo, que se mueven con una energía que no comprendo. La página que aparece en la pantalla, y que hace mucho que no se manifiesta de manera física, aunque yo crea que estoy escribiendo en una hoja blanca, donde es fácil corregir con sólo pulsar una tecla. Al lado de la pantalla del ordenador se acumulan algunos papeles que no tengo paciencia de poner en orden, pero si descubriera que esconden novedades, todas estas cartas, impresos, recortes, recibos, ganarían vida propia, y tendrían historias curiosas que contarme, sobre el pasado y el futuro. Tantas cosas en el mundo, tantos caminos recorridos, tantas entradas y salidas en mi vida.

Voy a ponerme una camisa que acostumbro a llevar, y por primera vez voy a fijarme en su etiqueta, en la forma en que fue fabricada, y voy a intentar imaginar las manos que la diseñaron, así como las máquinas que transformaron ese diseño en algo material, visible.

Incluso las cosas a las que estoy habituado, como el arco y las flechas, la taza de café de la mañana, las botas que después de mucho uso se transformaron en una extensión de mis pies, se revestirán del misterio del descubrimiento. Que todo lo que toque mi mano, vean mis ojos, pruebe mi boca, sea ahora diferente, aunque haya sido igual durante muchos años. Así, dejarán de ser naturaleza muerta, y pasarán a transmitirme el secreto para estar conmigo tanto tiempo, y manifestarán el milagro del reencuentro con emociones que la rutina ya había desgastado.

Quiero mirar por primera vez al sol, si mañana hace sol; a las nubes, si mañana está nublado. Por encima de mi cabeza existe un cielo al que la humanidad entera, a lo largo de miles de años de observación, dio una serie de explicaciones razonables. Después olvidaré todas las cosas que aprendí respecto a las estrellas, y estas se transformarán de nuevo en ángeles, o en niños, o en cualquier cosa que me apetezca creer en el momento.

El tiempo y la vida han ido transformando todo en algo perfectamente comprensible, y yo necesito del misterio, del trueno que es la voz de un dios encolerizado, y no una simple descarga eléctrica que provoca vibraciones en la atmósfera. Quiero de nuevo llenar de fantasía mi vida, porque un dios encolerizado es mucho más curioso, interesante y aterrador que un fenómeno físico.

Y por último, quiero verme a mí mismo, cada uno de estos 365 días, como si fuese la primera vez que estuviese en contacto con mi cuerpo y mi alma. Quiero ver a esta persona que camina, que siente, que habla como cualquier otra, quiero admirar sus gestos más simples, como conversar con el cartero, abrir la correspondencia, contemplar a su mujer durmiendo a su lado, preguntándose con qué estará soñando.

Y así, seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser, una constante sorpresa para mí mismo. Este yo que no fui criado por mi padre ni por mi madre, ni por mi escuela, sino por todo aquello que viví hasta hoy, olvidé de repente, y estoy descubriendo de nuevo.


Paulo Coelho



Happy, Leona Lewis



Yo sólo quiero ser feliz
Ohh, sí, feliz, ohh, feliz
Yo sólo quiero ser, ohh
Yo sólo quiero ser feliz
Ohh, feliz












Burbujas en una copa de champán




Sin lugar a dudas, este es el momento más propicio de todo el año para tomar champán. Quizás, y solo digo quizás, alguna vez se te ha ocurrido pensar ¿cuántas burbujas hay en una copa de champán?

No me preguntes cómo lo han podido determinar, pero en una copa estándar de champán, de esas altas y alargadas, se estima que puede haber hasta dos millones de burbujas, a cada una de las cuales, durante su ascenso hacia la “fama”, se adhieren numerosos compuestos presentes en el seno del líquido y responsables de su buqué.

Además dicen que la calidad del champán guarda relación con el tamaño y el recorrido ascendente de las burbujas ¡Qué cosas!

Algo de Física y Química champanera

Unas burbujas cuyo origen, como en el resto de bebidas gaseosas (cava, vino, cerveza, etcétera), está en la producción natural del gas dióxido de carbono, CO2.

Una consecuencia de la fermentación efectuada por las levaduras sobre los azúcares del zumo de la uva, que son convertidos en alcohol etanol, CH3CH2OH, y dióxido de carbono.


Hay que tener en cuenta también que cada una de esas burbujas está formada a su vez por millones de moléculas de CO2.

Se han unido entre sí venciendo a las fuerzas, de carácter atractivo y naturaleza eléctrica dipolar, conocidas como de Van der Waals, y que son las que mantienen unidas o cohesionadas a las moléculas del champán líquido.

De modo que el gas está disuelto en la bebida y debido a su menor densidad asciende por la copa.

Y durante su recorrido, ascendente y acelerado, a través del líquido sobresaturado ocurren dos fenómenos de efectos contrapuestos, pero que no se llegan a anular.

Por un lado se le van incorporando otras burbujas de gas que se encuentra a su paso, y que le hacen aumentar de tamaño.

Lo que implica que el empuje hidrostático que experimente sea mayor, como bien sabemos por el Principio de Arquímedes, y que su velocidad aumente con ello.

Pero, por otra parte, en la superficie de la burbuja se van adsorbiendo sustancias surfactantes, cuya concentración superficial hace que aumente la rigidez de la burbuja.

Un fenómeno que limita, no sólo su capacidad de expandirse y aumentar de tamaño, sino que frena su velocidad hacia la superficie. Como ya dije, un efecto opuesto al anterior. En el caso del champán que nos ocupa, esta concentración es del orden de pocas partes por millón (ppm), por lo que su efecto es muy pequeño, lo que justifica el rápido y veloz ascenso de las burbujas champaneras.

Una vez que alcanza la superficie, la burbuja estalla, lo que provoca la eyección de un, a simple vista, inapreciable chorro de champán. Este acabará por fragmentarse en una colección de diminutas gotas cargadas de los compuestos organolépticos. A su vez, junto a las gotitas liberadas por las otras, cientos de burbujas que han colapsado al mismo tiempo forman una especie de niebla sibilante que se va renovando a cada momento, conforme nuevas burbujas llegan a la superficie. 

En esta niebla radica el secreto del éxito del champán. Justo un momento antes de beber, la nube de gotitas te salpica los labios y la punta de la nariz, lo que propicia la refrescante sensación que precede al sorbo y, además, estimula los receptores de nariz y boca. Por último, durante el trago, eso provoca el característico, ligero y picante cosquilleo sobre la lengua, al mismo tiempo que actúa sobre los receptores del gusto bucal.