En el año 1807 se publicó el que se podría considerar como uno de los
primeros manuales de socorrismo de la historia.
A quien había caído en el agua sin saber nadar, y era sacado medio
muerto, había que practicarle urgentemente una serie de primeros
auxilios. El manual de la época aconsejaba:
"Rasgar las vestiduras del accidentado y
enjugar o secar su cuerpo con franelas. Tenderlo cerca del fuego e
introducir aire caliente por su boca mediante una cánula. Al mismo
tiempo hay que introducir humo de tabaco por su ano mediante una
máquina de fumigar o fuelle, y en caso de que no se dispusiera de tal
artilugio, se utilizarían un par de pipas de fumar.
Hecho esto, se darán al ahogado gotas de
agua de toronjil (hierba olorosa usada como remedio terapéutico para
apaciguar los nervios y para aplacar cólicos digestivos), y se
aplicarán a las plantas de los pies ladrillos calientes al tiempo que
con una pluma de ave se le estimulará el interior de la boca”.