La
leyenda del bambú
B.E.
Newcombe
En
las colinas del distrito de Kucheng, los árboles más valiosos
son generalmente marcados con el nombre del propietario. Una manera común
de transportar agua de las fuentes en la montaña para las villas
es a través de ductos hechos de tubos de bambú, ensamblados
unos con otros.
Un
bellísimo árbol se hallaba entre decenas de otros en una
hermosa colina; su tronco era oscuro y brillante, sus ramas se balanceaban
con la brisa de la tarde.
Mientras
lo admirábamos, oímos un leve rozar de hojas y un suave
murmullo: “Ustedes me hallan hermoso, admiran mi tronco altivo y
mis ramas graciosas, pero de nada me puedo jactar, pues todo lo debo al
cuidado de mi amo. Fue él quien me plantó aquí en
esta fértil colina, donde mis raíces bajaron hasta las fuentes
ocultas y beben continuamente de su agua de vida, recibiendo alimento,
refrigerio, belleza y fuerza para todo mi ser.”
“¿Ven
aquellos árboles del otro lado, cuán tristes y sedientos
parecen? Sus raíces todavía no han llegado a las fuentes
de agua de vida. Pero yo encontré las aguas ocultas, nada me falta.
¿Están viendo estas letras en mi tronco? Observen de cerca
– fueron grabadas profundamente. El proceso fue doloroso. En aquella
ocasión quedé pensando por qué tenía que sufrir
– pero fue la propia mano del amo la que usó el cuchillo,
y cuando la obra terminó, con gran emoción y alegría
reconocí que él grababa en mi tronco su propio nombre. Supe
entonces sin ninguna duda que él me amaba y me daba valor, y quería
que el mundo entero supiese que yo le pertenecía. ¡Puedo
gloriarme perfectamente de eso, de tener un amo como él!”
Mientras
el árbol nos hablaba de su amo, miramos a nuestras espaldas, y,
helo ahí, el propio amo estaba allí. Miraba al árbol
con amor y ansiedad, teniendo en sus manos un hacha afilada. “Necesito
de ti –le dijo– ¿estás disponible para darte a
mí?”.
“Amo
–replicó el árbol– soy todo tuyo. ¿Pero
de qué utilidad te puede ser alguien como yo?”. “Necesito
de ti –le dijo el amo– para llevar mis aguas de vida a los lugares
secos”. “Pero Señor, ¿cómo puedo hacer
eso? Puedo ir hasta tus fuentes de agua y beber de ellas para nutrirme
yo mismo. Puedo extender los brazos hacia el cielo y recibir tus lluvias
refrescantes, creciendo fuerte y bello, y regocijarme porque tanto la
fuerza como la belleza vienen de ti, y proclamar a todos que eres un buen
amo. Pero, ¿cómo puedo dar agua a otros? Solamente bebo
lo suficiente para sustentarme. ¿Cómo tendría para
dar a otros?”
La
voz del maestro creció en ternura al responder: “puedo usarte
si estás dispuesto. Sería necesario cortar todas tus ramas,
dejándote desnudo y expuesto; yo te sacaría entonces de
esta tu cálida morada entre los árboles y te llevaría
al declive apartado de la colina, donde no habría nadie para hablar
tranquilamente contigo – sólo matorrales y selva. Usaría
también más de una vez el cuchillo filudo, para que todas
esas barreras que todavía existen en ti sean cortadas una a una,
hasta que quede el paso libre para mis aguas vivas a través de
ti. Tú dices que morirás; sí, árbol mío,
morirás, mas mi agua de vida correrá libre y sin cesar a
través de ti. Tu belleza desaparecerá sin duda. De aquí
en adelante, ninguno te mirará a ti, admirando tu frescura y gracia,
pero muchos, muchos se agacharán y beberán de la corriente
de vida que llegará hasta ellos libremente a través de ti.
Es verdad, ellos ni siquiera pensarán en ti, pero ¿no irán
ellos a bendecir a tu amo que les da su agua a través de ti? ¿Estarías
dispuesto a eso, árbol mío?”
Contuve
la respiración para oír la respuesta: “Señor
mío, todo lo que tengo y lo que soy proviene de ti. Si tienes realmente
necesidad de mí, entonces con alegría quiero darte mi vida.
Si con mi muerte puedes dar tu agua de vida a otros, consiento en morir.
Soy todo tuyo. Tómame y úsame conforme a tu voluntad, señor.”
La
cara del amo se tornó todavía más tierna, pero tomó
el hacha y con reiterados golpes derribó el hermoso árbol.
El árbol no se rebeló, sino que se rindió a cada
golpe, diciendo con suavidad: “Mi amo, conforme a tu voluntad”.
El amo continuó golpeando con su hacha hasta que el tronco fue
nuevamente cortado y la gloria del árbol, su maravillosa corona
de ramas emplumadas, cayó para siempre.
Él
ahora está realmente desnudo y expuesto, mas la luz de amor en
el rostro del amo aumentó al tomar lo que restaba del árbol.
Lo puso sobre sus hombros, y en medio de los lamentos de todos sus compañeros,
lo llevó muy lejos, a las montañas. El árbol consentía
en todo por amor de su amo, murmurando despacito: “Mi amo, conforme
a tu voluntad”.
Al
llegar a un lugar solitario y desolado, el amo se detuvo y nuevamente
su mano tomó una herramienta de apariencia cruel, con un filo aguzado,
y esta vez lo introdujo en el mismo corazón del árbol –
pues quería hacer un canal para que fluyera Su agua de vida. Solamente
a través del corazón quebrantado del árbol las aguas
podían correr libres hacia la tierra sedienta. Sin embargo, el
árbol no se quejó, sino que continuó susurrando con
el corazón roto: “Mi amo, sea hecha tu voluntad”.
El
amo entonces, con el corazón lleno de amor y mostrando en su rostro
una gran compasión, continuó los golpes dolorosos y no los
escatimó. El acero puntiagudo hizo su obra sin vacilación
hasta que todas las barreras fueron removidas, y el corazón quedó
por completo al descubierto, de punta a punta, satisfaciendo así
el corazón del amo.
Él
lo levantó entonces de nuevo y lo llevó, herido y sufriendo,
hasta donde se hallaba oculta una fuente de agua viva, clara como cristal,
burbujeante. Allí lo colocó en el suelo, tocando con una
de sus extremidades las aguas milagrosas. Entonces la corriente de vida
fluyó hacia dentro de él, descendiendo por el corazón
del árbol, de punta a punta, a través del camino hecho por
los golpes crueles. Una corriente suave fluyó sin ruido –hacia
adentro, a través de él, y hacia fuera– siempre corriendo,
sin cesar. El amo sonrió y quedó satisfecho.
El
amo volvió en busca de otros árboles. Algunos rehusaban
el tremendo dolor, pero otros se dieron a él plenamente, diciendo:
“Mi amo, confiamos en ti. Haz con nosotros conforme a tu voluntad”.
Él entonces los llevó uno a uno por la misma vía
dolorosa y los colocó en hilera. A medida que cada nuevo árbol
era colocado en posición, el agua de vida se derramaba clara y
fresca de la fuente a través de su corazón herido, la línea
se prolongaba cada vez más, hasta que finalmente alcanzaba la tierra
seca. Entonces, hombres, mujeres y niños, que hacía mucho
que estaban sedientos, se aproximaron y bebieron, y llevaron a los demás
las buenas nuevas: “El agua de vida finalmente llegó –
la gran sequía terminó; vengan y beban”. Y ellos fueron,
bebieron y revivieron. El amo vio esto y su corazón se alegró.
El
amo se volvió a su árbol y le preguntó: “Árbol
mío, ¿lamentas ahora la soledad y el sufrimiento? Fue muy
alto el precio – el precio de dar al mundo el agua viva?”. Y
el árbol respondió: “¡No, mi amo, mil veces no!
Si yo tuviese mil vidas, te las daría de buena gana por la bendición
de saber, como sé hoy, que ayudé a hacerte feliz”.