Hoy os invito a un viaje, un viaje especial...
Es un viaje a través del tiempo, recorriendo parte de la historia, del espacio y del tiempo con un objeto en la mano, o mejor dicho, en el recuerdo, aunque también podría ser, con ese objeto sobre la cabeza...
Porque hoy os propongo viajar con la mirada puesta en las cabezas...
Y para comenzar esta aventura, nada mejor que buscar en el baúl de los recuerdos y...y regresar a 1793...
Danton,
la película dirigida en 1982 por Andrzej Wajda comienza mostrándonos una escena en la que Robespierre, el verdugo, se incorpora pesadamente de un catre humilde y
piojoso, con las señas claras de quien ha visto a la muerte y dicho no.
El cuello, el torso y la cabeza están empapados en sudor. Robespierre ha
pasado tres semanas consumido por la fiebre y ahora debe volver al
trabajo, un encargo que se mide en razón de la cantidad de cabezas
guillotinadas. Ese hombre ha sudado la enfermedad y lo único que
solicita a su ayuda de cámara es un traje limpio, unos polvos faciales y
una peluca. Mientras la imagen indefensa de Robespierre va
transformándose en la de un juez implacable, asistimos a una sesión de
cosmetología. Lo que impacta, lo que pone patas arriba nuestro sentido
de la higiene es el gesto autosuficiente con el que Robespierre se pone
la peluca y vuelve a ser lo que ha sido: la autoridad que doblega,
humilla y triunfa. La peluca de Robespierre establece metafóricamente
una distancia social con la cabellera salvaje de Danton, un Gerard
Depardieu en el papel de hijo consentido del pueblo. Conocemos el
desenlace histórico y cinematográfico: la cabellera rueda a los pies de
la peluca.
Las primeras pelucas surgen 7000 años atrás con los asirios, que
consideraban tan importante al cabello que la calvicie total o parcial,
se consideraba un defecto antiestético ocultado mediante pelucas.
Los
más asiduos portadores de pelucas en la antigüedad fueron los egipcios.
Debido al calor extremo y la abundancia de piojos, tanto hombres como
mujeres acostumbraban llevar la cabeza rapada y en ocasiones especiales
cubrirla con elaboradas pelucas trenzadas rematadas en cuentas de oro y
marfil. Las mismas indicaban el lugar que uno tenía en la sociedad (como
siempre, mientras más alto el rango más elaborada la peluca). Algunas
de estas pelucas eran enormes y muy pesadas. La peluca que llevaba la
reina Isimkheb en las grandes ocasiones pesaba tanto que necesitaba
ayuda para poder caminar. Para evitar que las pelucas olieran mal se
ponían unos conos de cera perfumada sobre ellas.
Las fabricaban con cabellos humanos atados a una red, pelo animal, fibras de lana, oro y otros metales, según el rango de la persona que fuese a lucirla, las pelucas las usaban sobre todo en eventos especiales.
Algunas mujeres preferían hacerse trenzas como puede verse en la momia de la reina Atmés Néfertari
Los arqueólogos han encontrado unos cofres con pelucas, muchas de ellas están expuestas en diferentes museos.
Al comenzar el siglo 1 a.C. las pelucas rubias
hicieron furor en Roma. Las vanidosas romanas cortaban las magníficas
cabelleras blondas de las cautivas bárbaras
germanas. Pero con el correr del tiempo, las pelucas rubias acabaron por
convertirse en el signo distintivo de las prostitutas e incluso de
quienes las frecuentaban. Tanto la libidinosa emperatriz Mesalina, como
el lujurioso Calígula, solían pasearse por los burdeles con sus pelucas
blondas en busca de placeres.
Al
emerger la Iglesia Católica, las pelucas fueron asociadas a los paganos
y por ende perseguidas por la Iglesia. Desde el siglo 1º hasta el 629,
una persona con peluca no podía recibir una bendición cristiana. Las
pelucas eran vistas como vanidosas invenciones del diablo.En el 629 D. C. el
Concilio de Constantinopla excomulgó a los cristianos que se resistieran
a prescindir de dicho complemento. Así a partir de la caída del Imperio
romano el uso de pelucas entró en decadencia.
En
el siglo XVI se volvió a rescatar el uso de pelucas con la finalidad de
compensar la calvicie. Por ejemplo a medida que envejecía la reina
Isabel I de Inglaterra se fue haciendo con una importante colección de
pelucas rojas, elaboradas y peinadas al estilo romano. Las pelucas
también tenían el propósito de prevenir la tiña y los piojos,
enfermedades muy frecuentes en aquella época debidas a las malas
condiciones de higiene, así como encubrir la suciedad. Se creía que mojarse la cabeza enfermaba y por ende tanto los baños como las lavadas de cabeza eran infrecuentes.
El “aroma” se
ocultaba con perfumes pero los piojos eran más difíciles de erradicar.
En estas circunstancias era más fácil raparse la cabeza y usar una
peluca para prevenir los piojos.. La calvicie prematura del rey Luis XIII de Francia,
puso de moda el uso de pelucas en la corte y al poco tiempo toda la
nobleza europea estaba imitándolo.
La pelucas se introdujeron en el mundo
anglosajón en la época del rey Carlos II de Inglaterra durante la
restauración del trono en Inglaterra después de un largo exilio en
Francia. Estas pelucas llegaban a la altura de los hombros, imitando los
largos cabellos tan de moda entre los hombres desde la década de 1620.
Siendo las pelucas una prenda obligatoria para los hombres de
prácticamente toda extracción social, el gremio de los peluqueros ganó
un prestigio considerable. El gremio de los peluqueros se estableció en
Francia en 1665. Las pelucas en esa época estaban muy elaboradas y
cubrían fácilmente los hombros y el pecho. No es extraño que fueran
pesadas e incómodas. La pelucas más caras se elaboraban con cabellos
humanos, no obstante habían materiales alternativos más económicos como
el pelo de caballo y cabra.
El siglo XVIII fue un siglo de elegancia.
Nunca las formas de vestir y
los estilos de peinado de la gente fueron tan suntuosos, tan elaborados y
artificiales. Lo que no pudo lograrse con el cabello natural, fue
aumentado con pelucas. Esta época fue una explosión de exhibición de
peinados a cual más extravagante, una reacción totalmente contraria al
pudor y recato de los siglos anteriores. El cabello se puso a tono con
el estilo "rococó", que fue el estilo preponderante hasta casi el final
del siglo. Era un estilo artístico en el que predominaban las curvas en
forma de "ese" y las asimetrías, que enfatizaban el contraste. Un estilo
dinámico y brillante, donde las formas juegan y se integran en un
movimiento armonioso y elegante.
Un estilo de acuerdo a una época de
nuevas ideas filosóficas, como el Iluminismo, y a la afluencia de
riquezas económicas que llegan a Europa por los viajes al
nuevo continente, América. Se crean nuevos órdenes sociales; además del
clero y la nobleza, una burguesía pujante de nuevos ricos y gente que
hace fortuna y se posiciona en las esferas sociales y políticas, y que
imita en todas sus costumbres a los nobles. Un estilo de acuerdo a una
época en que la ciencia se independiza cada vez más de la religión,
consigue logros espectaculares y desarrolla por consecuencia una
tecnología que dará paso a una imparable revolución industrial.
La gente de esa época creía que vivía en el mejor de los mundos
posibles. A fin del siglo, los estilos artísticos y culturales cambian;
surge un estilo que se llama "neoclásico" y es mucho más sobrio y
conservador, con un regreso a las estéticas griega y romana clásicas.
El uso de pelucas en los hombres comenzó a ser muy popular a fines
del siglo XVII, durante el reinado en Francia de Luis XIV, el Rey Sol.
Toda su corte comenzó a usar pelucas, y como Francia dictaba la moda
de Europa en esa época, su uso se extendió al resto de las cortes del
continente. En 1680 Luis XIV tenía 40 peluqueros que diseñaban sus
pelucas en la corte de Versailles.
Desde 1770, el uso de pelucas se extendió también a las
mujeres. Y a medida que los años pasaban, las pelucas se fueron haciendo
más altas y más elaboradas, especialmente en Francia. Las pelucas
masculinas eran generalmente blancas, pero las femeninas eran de colores
pastel, como rosa, violeta o azul. Las pelucas indicaban, por su
ornamentación, la mayor o menor posición social de quien las usaba. La
gente de fortuna podía costear, lógicamente, diseñadores más caros y más
variedad de materiales. Se hacían por lo general con pelo humano, pero
también con pelo de caballo o de cabras. La condesa de Matignon, en
Francia, le pagaba a su peluquero Baulard 24.000 libras al año para que
le hiciera un nuevo diseño de peluca todos los días.
Cerca de 1715 se comienzan a empolvar las pelucas. Las familias
tenían un salón dedicado al "toilette", donde se empolvaban diariamente
y acondicionaban. Se espolvoreaban con almidón de arroz o de papas.
Para la operación de empolvado, hecha por un peluquero, solían cubrirse
el rostro con un cono de papel grueso.
Los barberos, además de cortar y peinar el cabello y la barba, venían practicando diversas operaciones quirúrgicas y extracciones
dentales. En 1745 una ley en Inglaterra les prohíbe estas prácticas y
los autoriza solamente a cortar y arreglar los cabellos. Esto provoca la
ruina de muchas barberías y la falta de trabajo para muchos barberos en
Europa, pues similares leyes son promulgadas en Francia y otros países.
Pero el auge de las pelucas crea la demanda de nuevos profesionales:
los fabricantes y diseñadores de pelucas, quienes además se encargarán
periódicamente de arreglarlas, perfumarlas y retocarlas. Ya desde fines
del siglo del siglo anterior se habían creado sindicatos o uniones de
peluqueros, y exigían a los profesionales pagar una tarifa y dar un examen
de aptitud para desempeñar la profesión. En este siglo la industria de
las pelucas crece y se vuelve importante, creando nuevos trabajos y
fuentes de ingresos para gran parte la población. A su vez esto afecta a
la industria de los sombrereros, pues los hombres dejan de usar
sombreros por lucir sus pelucas y deben fabricarse nuevos estilos de
sombreros que puedan acondicionarse a las pelucas. La mayor parte del
pueblo, digamos un 80% de la población, no usaba pelucas, sino su pelo
natural, sin demasiado arreglo. Pero sólo el porcentaje que cubría la
nobleza y la alta burguesía movilizaba una industria destacada en la
época.
William Andrews, un escritor inglés del siglo XIX, Nos cuenta que los robos callejeros
de pelucas en el siglo XVIII eran comunes. Y las pelucas, en sus días
de gloria, eran carísimas.
Había que caminar con mucha atención para no perderlas.
No obstante todas las precauciones, los robos de pelucas eran
frecuentes. Era famoso este modo de operación: un un niño era
transportado sobre una bandeja de carnicero por un hombre alto, y el
niño agarraba la peluca en menos de un segundo. Cuando el dueño,
desconcertado, miraba hacia todos lados, un cómplice le impedía avanzar
con el pretexto de asistirlo, mientras el "carnicero" escapaba.
A principios del siglo, los estilos de cabello de los hombres son mucho más suntuosos que los de las mujeres. Todavía entonces está de moda
el "estilo Luis XIV", con grandes bucles y el pelo sobre los hombros.
Cuando termina el siglo, la tendencia se revierte: las mujeres lucirán
exuberantes pelucas, de 50 a 80 cm. de alto, y más, que se usarán
inclusive para conmemorar con sus diseños celebraciones y aniversarios.
Estas pelucas femeninas traían algunos problemas: los marcos de las
puertas tenían que ser elevados o reconstruídos para que pudieran pasar,
y en muchas ocasiones la presión de las pelucas demasiado pesadas les
causaba inflamaciones en las sienes. Sobre la mitad del siglo, el nuevo
rey de Francia, Luis XV, impone un estilo de pelucas más pequeñas para
los hombres y el riguroso empolvado blanco o preferentemente grisáceo.
Los hombres también usan desde mediados del siglo una cola de caballo en
la nuca, atada con una cinta, estilo que se vuelve muy popular en todas
las cortes. Las mujeres continuarán con sus estilos extravagantes hasta
la llegada de la Revolución Francesa, donde todo el lujo y la
exuberancia queda prácticamente anulado por las nuevas ideas
republicanas. A partir de allí, los peinados serán más clásicos y
sencillos y volverá a usarse el pelo natural.
En lo que se refiere al estilo de cabello de las mujeres del siglo
XVIII, a principios del siglo aún seguía usándose un estilo que venía de
moda desde fines del siglo anterior: el estilo "Fontange". Su nombre se
debe a que fue creado por la Duquesa de Fontange, quien en una jornada
de caza con el rey Luis XIV de Francia, enredó su cabellera en la rama
de un árbol, y para reacomodar el cabello lo apiló sobre su cabeza. El
rey quedó fascinado con ese peinado accidental, y le rogó que lo
conservara siempre. Este estilo estuvo de moda más o menos hasta 1720.
Bajo el reinado de Luis XV las costumbres cambiaron y los cabellos femeninos tuvieron otro estilo más simple. Estuvo de moda
un estilo llamado "tête de mouton" (cabeza de oveja), con bucles cortos
y algunos mechones de pelo sobre la nuca. Las mujeres no usaron pelucas
hasta 1770. A partir de allí, los peinados -artificiales- se hicieron
cada vez más altos y más elaborados.
Ya cerca de fin de siglo el estilo ostentoso y
deslumbrante de la nobleza europea era el objeto de críticas de los
filósofos de La Ilustración. No sólo el estilo de vestimentas y
cabellos, sino el estilo de arte mismo, el rococó, era fuertemente
criticado. En el momento en que la burguesía -la clase sin nobleza- se
vuelve poderosa e influyente, todo el sistema, el sistema político,
económico, social y cultural es cuestionado por los principales
pensadores. En un principio, los burgueses adinerados imitaban en todo a
los nobles, querían ser como ellos. Pero cuando se vuelven poderosos y
autosuficientes, y cuestionan todo el sistema del Antiguo Régimen,
rechazan toda su estructura social y por supuesto, sus costumbres. El
lujo y la ostentación, con la llegada de la Revolución Francesa, son mal
vistos por todo el mundo. La nueva sociedad adopta un estilo más sobrio
y gira hacia la sencillez; del rococó se pasará al neo-clásico, que es un estilo artístico que recupera la estética griega antigua. Y éste será también el estilo a tono con el romanticismo, que se impondrá a fines del siglo XVIII y predominará sobre casi todo el siglo XIX.
Los cambios filosóficos, los cambios en la forma
de pensar de la sociedad cambian el cabello. De a poco, las pelucas
comienzan a dejar de usarse, y el pelo se empieza a usar natural, sin
empolvados. La Revolución y el cambio de todo el sistema fue un cambio
brusco y repentino -aunque ya se anunciaba- a raíz de un golpe
legislativo de los diputados burgueses con apoyo de parte del clero y la
nobleza, pero el cambio de costumbres no fue tan rápido. Todas las
imágenes de Robespierre y Danton, dos líderes de la Revolución, los
muestran con pelucas empolvadas, hasta su muerte en la guillotina. En
cambio, Jean Paul Marat, el otro líder revolucionario, ya lucía la nueva
estética. Y otro de los principales gestores de la Revolución, el
pintor Jacques Louis David, ya estaba inscripto totalmente en el estilo
neo-clásico, en sus obras y en su estética personal. A medida que el
neo-clasicismo se va imponiendo, los peinados van cambiando. Al arribo
al poder de Napoleon Bonaparte, ya pocos usarán pelucas; el estilo
Imperio muestra a todos los legisladores y políticos, con su pelo
natural, peinado de una manera informal, símbolo de una nueva era de
independencia de pensamiento. Los militares fueron los últimos en
abandonar el viejo estilo, pero en el ejército napoleónico ya casi todos
están con su cabello natural. Las mujeres, ya sobre el fin de la era
revolucionaria, dejan absolutamente de usar los peinados altos y
complejamente elaborados y usan el pelo sin empolvar, con una caída casi
natural, o recogido con peinetas, o atado con cintas simples.
Quizás los primeros en abandonar el viejo estilo de pelucas y peinados
muy elaborados hayan sido, paradójicamente, los mismos aristócratas que
los impusieron. Por temor a ser reconocidos y posiblemente encarcelados y
guillotinados durante la Era del Terror de Robespierre (1790-1793),
salían de sus casas vestidos sencillamente y con peinados naturales; sin
pelucas, por supuesto, con el cabello corto, sin empolvar y peinado al
estilo neo-clásico. En realidad, ya no había lugar donde usar el antiguo
estilo de cabello. Para esta época, en el resto de Europa se comenzó a
usar el mismo tipo de cortes y peinados. El siglo XIX se anunciaba con
una moda totalmente distinta.
Nunca tanto como en el siglo XIX quedó demostrado que el cabello podría
ser la expresión exterior del pensamiento. En la primera mitad del
siglo, la corriente literaria, que después será toda una forma de
pensamiento, es el romanticismo. Esta palabra tiene más que ver con una
expresión filosófica que con el sentimiento romántico. Es la completa
oposición a las ideas de la Ilustración, el otro extremo del racionalismo
lógico del siglo XVIII. El romance es un género literario que tiene
características de fantástico, ideal, alejado de la realidad cotidiana.
El racionalismo del siglo XVIII creía en un mundo con leyes mecánicas en
un universo sin misterios más allá de lo conocido, y en una vida
artificial concentrada en las ciudades, con un optimismo centrado en
sentirse en uno de los mejores mundos posibles. El romanticismo ve
misterios por todos lados, es irracional, dudoso y conflictuado,
prefiere la soledad y el sentimiento de nostalgia, prefiere la
naturalidad y la liberación de las estructuras sociales. Y el cabello,
en la primera mitad del siglo, será así: desordenado, seco, sin
productos artificiales, sin ostentación; es decir, una expresión del
sentido de libertad individual y una sugestión de no-pertenencia a nada
uniformado. De los modelos
clásicos de la estética griega de finales del siglo XVIII se pasa a una
búsqueda de la estética medieval. El romanticismo ve con más agrado los
misterios del oscurantismo que los intentos de explicación de la Era de
la Razón. En los primeros años del siglo XIX los hombres usaban el
cabello con este estilo y no se veían casi barbas.
En
el siglo XIX existía una gran variedad de pelucas disponibles, si bien
las pelucas completas no estuvieron de moda a lo largo de dicho siglo y a
principios del XX, pues las utilizaban las damas mayores que habían
perdido su cabello.
Las pelucas se llevaban habitualmente durante
los comienzos de la historia americana. Así lo hicieron John Adams,
Thomas Jefferson, James Madison y Alexander Hamilton.
Actualmente,
en la mayoría de los países de la Commonwealth las pelucas especiales
son llevadas por abogados, jueces y un cierto número de oficiales del
Parlamento como símbolo de su oficio. Hasta 1823, también todos los
obispos del Reino Unido utilizaban pelucas ceremoniales.
Actualmente se ha visto un renacer de las pelucas
en la forma de extensiones o alargues. Estos son mechones postizos de
pelo natural o artificial que se trenzan directamente sobre el pelo
tanto para aumentar instantáneamente el largor de la cabellera o para
dar más volumen al look. Famosas modelos y estrellas como: Elle Mac
Pherson, Kyle Minogue, Beyonce Knowles, Naomi Campbell y Paris Hilton
son fanáticas declaradas de las extensiones.
Actualmente las judía ortodoxas siguen utilizando pelucas
cotidianamente; pero éstas no lo hacen por vanidad sino por todo lo
contrario. Los judíos ortodoxos consideran al cabello femenino como un
factor de atracción sexual tan provocativo que debe ser cubierto con una
peluca.
El atractivo sexual y vital del pelo es algo innegable.
El cabello abundante, brillante y bien cuidado ha sido objeto de
admiración y deseo desde la antigüedad. Esto se debe a que nuestro
cabello es el reflejo de nuestra salud y nuestro vigor. Es por esto que
durante siglos hombres y mujeres se han esforzado tanto en aparentar
mejor cabello del que realmente tenían. Las pelucas y apliques han sido
fieles aliados a la hora de transformar el aspecto, acentuar la
exhuberancia de la cabellera y disimular la alopecia o simplemente la
calamidad capilar matutina de esos días en los que nuestro pelo
simplemente no amanece bien.
Hoy en día, una gran cantidad y variedad de productos cosméticos ayudan a
solucionar la mayoría de los problemas capilares contra los cuales
lucharon nuestros ancestros. Ahora, la peluca ha dejado de ser una
necesidad cotidiana para convertirse en un elemento de diversión, de
juego y de renovación en nuestras vidas. Mención especial merece el uso de las pelucas en aquellas personas que han perdido el pelo por tratamientos médicos. En este sentido ha habido un repunte en su uso, diseño, en los materials para su fabricación...
Lla variedad de estilos en el peinado es
tan amplia como la plena libertad de usar cualquiera de ellos. No hay
más valores uniformados, sólo sutiles tendencias generales. La
publicidad de los productos para el cabello tienden a enfatizar las
individualidades y los estilos personales. En esta etapa está casi todo
permitido: desde ser "retro" hasta simplemente clásico o extremadamente
audaz.
Fuente:
http://thehistoryofthehairsworld.com
http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias
http://flordecamalote.blogspot.com.es
Pelucas y peinados. Cristina Rivillo.pdf