"Paseaba
por un sendero con dos amigos. El sol se puso. De repente el cielo se
tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla, muerto de
cansancio. Sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del
fiordo y de la ciudad. Mis amigos continuaron y yo me quedé quieto,
temblando de ansiedad. Sentí un grito infinito que atravesaba la
naturaleza. "
Así describió Munch el
momento que dio origen a “El Grito”, la obra más famosa de un ambicioso
ciclo de pinturas: “El sufrimiento de la vida”. En esta serie pretendió
expresar, con un lenguaje nuevo, sus experiencias sobre el amor, la
enfermedad, la muerte y la naturaleza, constantes temáticas en su obra.
En
“El Grito” podemos ver cómo una figura humana, situada en el centro, se
tapa los oídos en un gesto desesperado de angustia. Su rostro, que
recuerda a una calavera, y su cuerpo, están completamente deformados,
como también lo está el espacio que lo rodea. Pero esta figura no está
sola: un poco más atrás hay dos personas de negro, anónimas, que
intensifican la inquietud de la escena. Todo tiembla ante ese grito,
todo se desfigura porque forma parte de una realidad interior. El
artista ha reproducido su vivencia de una forma completamente subjetiva,
haciendo que nosotros oigamos también ese grito. Así expresa hasta qué
punto las emociones determinan por completo nuestra percepción del
mundo.
Aunque hay muchas maneras de mostrar la angustia y el tormento
humanos, Munch fue el primero en dar al color y a la línea una
expresividad sin límites. Con su “grito” marcó un nuevo camino estético y
temático en el arte contemporáneo.
Colores y líneas “expresionistas”
Esta obra fue precedente e
influencia directa del movimiento Expresionista que surgió en Alemania
en 1905. Con las mismas inquietudes vitales y actitud ante la sociedad
que tenía Munch, este grupo adoptó su estilo y lo convirtió en uno de
los primeros movimientos vanguardistas del siglo XX. El artista
expresionista veía la pintura como un medio de desahogo, de expresión
del sufrimiento humano y de las injusticias sociales. Del mismo modo que
Munch, estos temas debían ser tratados a partir de composiciones
agresivas, con colores fuertes y contrastados, y así llamar la atención
del espectador.
En “El Grito” podemos ver cómo los colores son
puros y arbitrarios: el cielo y el mar contrastan en una composición que
no se corresponde con la percepción real de las cosas. El cielo se
transforma en fuego y el mar queda indefinido por sus espirales
violentas. Pero las formas ondulantes de la naturaleza y del hombre
chocan con la perspectiva forzada del puente, que se alarga en diagonal
hasta un lugar que no vemos. Estas líneas, y el espesor y pureza de los
colores, son los que dan fuerza a la composición; todas las líneas
convergen hacia el centro del cuadro: la cabeza que grita. La distorsión
de todos los elementos se convierte en una técnica básica para
conseguir el efecto deseado en el espectador. La sensación de temor y de
angustia se nos contagia inevitablemente.
El gesto de “El
grito”, considerado el más expresivo del arte contemporáneo, representa
el desánimo y temor del hombre moderno ante un mundo que cambia
inevitablemente pero que ni convence ni se comprende.
Edvard Munch: una vida atormentada
La
influencia de la vida de Munch en su obra fue decisiva, y es que este
pintor noruego, de formación autodidacta y familia humilde, vivió
momentos difíciles en su infancia: vio morir de tuberculosis a su madre
cuando él tenía cinco años y a su hermana cuando tenía catorce. Éstos
fueron los agravantes de una vida llena de insatisfacciones: el fracaso
ante las mujeres, el desagrado de una sociedad parisina aburguesada y
excesivamente mercantil, sus problemas con el alcohol, etc. Todo esto,
junto a su carácter depresivo e introvertido, le llevó a refugiarse en
sus cuadros, en los que reflejaba sus traumas interiores.
El
Grito sería la culminación de este sentimiento trágico de la vida. A
partir de ahí exploraría la mente humana, sus preocupaciones y
emociones. Por ello, sus temas, de una intensidad subjetiva enorme,
intentan reflejar no sólo sus ansiedades, sino las de todas aquellas
personas que “respiran, sienten, sufren y aman”, como él.
Artistas
simbolistas como Whistler, Böcklin o Gauguin fueron decisivos en la
evolución técnica de Munch, que hizo de las formas y del color un medio
básico para expresar las dificultades de la existencia humana.