Como decirte no,si se bien que estoy mintiendo
Como decirte no,si eso no es lo que yo siento
Como decirte no, y borrarte de mis sueños
Como decirte no, y si te he visto no me acuerdo
Y he tratado de escaparme de salirme de esta historia
porque entiendo que fui yo el ultimo en llegar
Pero el corazón no entiende y no sabe de contar
si es que hay uno o más de uno para el eso
es igual y es por eso que
prefiere compartirte antes de perderte y seguir
soñando y seguir viviendo y seguir pensando
que algún día las cosas cambiaran para bien o para mal
ya es muy tarde para regresar.....
Como decirte no,si me bailas en los sesos
Como decirte no,si te calaste hasta en mis huesos
Como decirte no,y salirme d este infierno
Como decirte no,y si te he visto no me acuerdo
Y he tratado de escaparme de salirme de esta historia
de esfumarme y de perderme y de borrarme de una vez
Pero el corazon insiste Que será lo que le diste
Que no es capaz de sustituirte
y comenzar una vez más.
Pero lo sabes bien que hasta es capaz de compartirte
antes de perderte y seguir soñando y seguir viviendo
y seguir pensando que algún día las cosas cambiarán
para bien o para mal, ya es muy tarde para regresar
Niño
espulgándose, 1645-50 Óleo sobre lienzo,
100 x 134 cm . Museo del Louvre, París
Tal vez el Murillo más conocido por el público sea el de las Inmaculadas, pero hay otro Murillo, el de los niños de la calle,
el de los pilluelos harapientos y piojosos que se reparten un melón
robado, juegan a los dados o comparten almuerzo en aquella Sevilla que
se hundía en la miseria, abrumada por los impuestos y la pujante
rivalidad de Cádiz, tras la peste de 1649. Las imágenes contenidas en
estas obras son el equivalente de esas otras imágenes, sacadas del
fotoperiodismo contemporáneo, con las que somos asaltados en alguna
plácida sobremesa, y que retratan a los niños harapientos y famélicos
del llamado tercermundo, que bien pudiera estar también
oculto en algunas de nuestras calles. Aquellas imágenes todavía hoy nos
interpelan, a pesar de su lejanía...
Frente al mundo de pilluelos representado por Murillo, estaba la vida
en la España de Felipe IV y Carlos II; una España en la que el
pensamiento estaba dominado por el poder asfixiante de la Iglesia y,
fuera del círculo de la Corte, no se hacía más arte que el religioso.
Velázquez tuvo la oportunidad de instalarse en ella y su genio maduró
espléndido. Los demás pintores y escultores, empero, no tenían más
clientela que las instituciones eclesiásticas, ni más temas que los que
dictaban los clérigos, era como dar vueltas alrededor de una noria.
En Sevilla, no obstante, había una
vida intelectual más rica debido a la afluencia de gentes de otras
latitudes y otras culturas, banqueros y negociantes atraídos por el
comercio de Indias, que, aunque tímidamente, introducen un soplo
inesperado en aquel ambiente tan espeso. En 1660 llegó a Sevilla Nicolás
Omazur, miembro de una próspera familia de pañeros flamencos, que
pronto se convirtió en cliente y mecenas del maestro sevillano. Tuvo así
la oportunidad el pintor de escapar a la dictadura clerical y pintar
otros temas y asuntos, los cuadros de género con motivos tomados de la
calle, al modo como hacían los pintores flamencos o italianos, cuya obra
sin duda conocía a través de estampas.
Niños jugando a los
dados, 1665-75 Óleo sobre lienzo, 146 x
108 cm. Alte Pinakotehk, Munich
El interés por los niños es
recurrente en su obra y pronto pasa de la anécdota secundaria a ocupar
el centro del cuadro, en línea con la evolución del sentimiento católico
del Barroco, como atestiguan el Buen Pastor o los Niños de la Concha.
En el Niño espulgándose, sin embargo, encontramos el primer tratamiento
profano del tema. Se trata todavía de un cuadro de luces crudas, al
estilo de Zurbarán, que desprende una sensación de tristeza y abandono.
Niños comiendo
melón, 1650 Óleo sobre lienzo,
145 x 103 cm. Alte Pinakotehk, Munich
Más adelante el maestro suaviza esta
manera con luces tamizadas por un cielo nuboso, pincelada más amplia y
fluida, que le permite un esfumado ensoñador, y gestos de una alegría
vital que contrasta con los harapos que visten los niños, lo que lleva a
algún crítico a afirmar que son cuadros absurdamente poéticos. Hay no
obstante varias justificaciones para ello: Una es la reacción de los
artistas sevillanos contra el hambre, el dolor y la muerte con una
dignidad humana y resignación cristiana que les hiciera soportar el
horror, tal la distancia entre Juan de Mesa y Pedro Roldán, por ejemplo.
Otra es el destino de estos cuadros en los salones de una burguesía
acomodada, que sin duda vería con desagrado que la realidad más sórdida
invadiera su hogar cuestionándole su papel social. Finalmente debemos
considerar la trayectoria personal del maestro, al filo ya o superada la
cincuentena, con una vida familiar «poco feliz y de progresiva
soledad», y más proclive por tanto a la complacencia emotiva y
sentimental que a la denuncia combativa.
El niño apoyado
La serie está constituida por cuadros de mediano formato
y composición diagonal, de luz sesgada que produce un estimulante juego
de sombras y reflejos, donde un paisaje de ruinas se pierde en una
neblina difusa. En uno de los ángulos del primer término suele aparecer
un bodegón de frutas, muy al estilo barroco, que ya de por sí vale todo
un cuadro. Los niños, plenamente integrados y adaptados a su situación,
muestran actitudes alegres y desenfadas, mientras comen, juegan o
negocian, como un triunfo de la vida sobre el dolor. Con ellos Murillo
adelanta unas soluciones formales y expresivas sin precedentes en
Europa, que anuncian los modos felices y espontáneos, coloristas y
soñadores, del rococó. Estos cuadros, pintados para esa clientela
burguesa a que hemos aludido, viajan luego a Londres, Amberes o
Rotterdam, donde prestigian tanto a su autor que se le cita junto a
Tiziano o Van Dyck, y servirán de modelo a Gainsborough, Reynols y
Constable. Cabe destacar entre ellos el de la Muchacha con flores, una
niña casi adolescente, cuya sonrisa sensual y confiada puede rivalizar
con la misteriosa y distante de la Gioconda. O el de las Vendedoras de
frutas que cuentan las monedas y muestran al descuido su mercancía de
uvas y membrillos, un magnífico bodegón de resonancias flamencas. O el
de los Niños comiendo pastel, de un sentido del ritmo absolutamente
clásicos y una vivacidad que sólo los impresionistas podrán superar.
Miedo da a veces coger la pluma y
ponerse a escribir,
miedo da tener miedo a tener miedo,
yo por ejemplo que nunca temí a nada,
pudiera ser que un día sintiera frío,
un frío nuevo que no le da el invierno.
Es malo que te corten las alas con un palo.
Es duro que los niños no te entiendan.
Es bastante difícil ser feliz una tarde
y lo mejor para sufrir es tener una viña.
Qué mal sienta la angustia si estás desentrenado.
Cómo te quema el pelo la gente que te grita.
Es lamentable y cruel que te roben el aire.
Afortunadamente esto durará poco
y lo otro, lo otro puede ser infinito.