La historia del liguero, una de las prendas de lencería fina más
femeninas y eróticas de todas, es bastante particular y sucede con
frecuencia que deja boquiabiertos a quienes la escuchan. Lo primero que
te sorprenderá saber es que el liguero es originalmente una prenda para
hombre.
En efecto, se empezó a usar poco después de la invención de las
calzas, con lo que hay evidencia del uso del liguero para sujetarlas tan
pronto como el año 3000 A.C. De hecho, hay quienes afirman que según
imágenes y retratos de los tres reyes magos, ellos llevarían debajo de
sus túnicas una especie primitiva de liguero o ligas, por medio de las
cuales sujetaban las calzas al cinturón.
La liga se había popularizado a
mediados del siglo XVIII gracias a la difusión de la media llevada a cabo por
las sederías francesas, que extendieron el uso de esta prenda, hasta entonces
propia de los hombres, a las damas de la corte y las burguesas de las ciudades
europeas. Al principio tabú (“Las reinas de España no tienen piernas” exclamaba
el Jefe de la Casa Real de Isabel II), pronto se convertiría en fetiche,
apareciendo a la vista en cuanto las faldas se acortaron por encima del pie,
exhibiendo leyendas amorosas de los amantes que las regalaban. “La risa de mi
morena alivia toda mi pena” reza una de éstas conservada en el Museu del Tèxtil i de la Indumentària de
Barcelona.
El liguero nació de
una imaginativa innovación de los fabricantes de corsés: sin más que añadir a
la parte baja de éstos unas tiras de tela elásticas con sujeciones, inspiradas
en los tirantes masculinos, la media quedaba firmemente sujeta a las piernas. La
gráfica presenta el bello modelo ideado por el corsetero Lindauer en 1901.
Pronto la prenda adquirió autonomía
propia, especialmente en Europa, donde el afán de no reducirla meramente a un
cinturón con los elásticos introdujo los imaginativos encajes que todavía
forman hoy su esencia. Es curioso que algunos autores franceses hayan querido
atribuir la paternidad de la invención a Gustave Eiffel para satisfacer las
quejas de su mujer sobre los problemas de circulación que le ocasionaban las
ligas. Pero según Lila Stajin, autora de una historia del liguero, el mérito
recae en Féréol Dédieu, un fabricante de la rue
Saint-Sébastién, quien alegó que las ligas ordinarias “impedían una buena
circulación de la sangre, hacían que los pies se hincharan y además perdían
rápidamente su elasticidad”.
La representación en Londres de La gran ópera bufa de Offenbach puso al
descubierto en las danzarinas las medias sujetas al corsé con medias elásticas.
De allí pasaría la nueva prenda a los Estados Unidos para regresar a Europa
convertida no ya en una pieza mas o menos ortopédica, sino en algo en lo que no
se sabe qué admirar más, si la belleza o la sugerencia erótica.
En efecto, el siglo XX trajo una
consideración del liguero radicalmente distinta. La generalización del deporte
en una mujer cada vez en movimiento más continuo llevaba a suprimir esas
armaduras de seguridad que eran los corsés. El modista francés Paul Poiret
suprime en 1906 el corsé de los maniquíes y les acorta en 1908 el cabello. En
veloz sucesión, la I Guerra Mundial trae trabajos para la mujer que exigen una
falda más corta y ponen en entredicho el mismo liguero, ya convertido en pieza
independiente: nada más incómodo y difícil que tener que correr con éste
puesto para cazar el autobús.
Y esto trae consigo
una transformación radical no de la pieza en sí, sino del carácter con que éste
es vista: estático, sugerente, erótico, íntimo, fetichista, y pasa de pieza de
vestir funcional a elemento íntimo de alcoba. Según El gran Diccionario erótico, el liguero femenino constituye hoy uno
de los obscuros deseos de estimulación erótica para el hombre, quizá porque se
halla en la mitad del muslo, a medio camino del fruto que esconde la mujer. “Su
carácter fetichista ha ido aumentando a medida que su uso se ha ido desprendiendo
de su función original”.
Mientras tantos, las
faldas seguían acortándose, lo que requería drásticas medidas. La hebilla era
bella en la intimidad, pero inoportuna en público. Y en sustitución del liguero
vino el panty, pieza en consonancia con el nuevo nivel tecnológico que mientras
tanto se había alcanzando, pues es obvia su mayor complicación. Sin ir más
lejos, los fabricantes, para mantener la misma producción de medias
transformadas en pantys, tuvieron que multiplicar por cinco sus plantillas de
personal. ¡Y sin embargo, los precios descendieron! Prueba del éxito de la
nueva prenda, cuya aceptación masiva permitió reducir costes.
De todos modos, el panty no
gustaba nada a los caballeros, lo que fue redundando en una separación cada vez
mayor entre la media-práctica y la media-erótica. A medida que la mujer
renunciaba al cilicio, se acentuaba definitivamente la función representativa
del liguero, tanto más valiosa en una época de libertad sexual y de
emancipación de la mujer. Kart Graus resume esta situación en Detti i Contradetti: “En el fondo, el
drama del fetichista es que se excita con un zapato de mujer y debe conformarse
casi siempre con una mujer entera”.
Hoy en día, el liguero es una prenda característica de la lencería fina;
ya no se trata de una necesidad ni de una comodidad, sino de una prenda
que se usa casi que exclusivamente con ocasión de encuentros sexuales. A
continuación te mostramos cómo se ve hoy en día un atuendo sensual que
usa el liguero como uno de sus elementos primordiales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario