En el horizonte de la penúltima poesía mexicana, la figura de Jaime
Sabines se levanta como un exponente de difícil clasificación. Alejado
de las tendencias y los grupos intelectuales al uso, ajeno a cualquier
capilla literaria, fue un creador solitario y desesperanzado cuyo camino
se mantuvo al margen del que recorrían sus contemporáneos.
El
más entrañable de los poetas de México, lega eso en su poesía: las
entrañas de la piel, las entrañas del ser. Surge diciendo cuanto se
encuentra en el fondo y cómo se encuentra en el fondo (de una manera
vital y desgarrada) de los hombres y diciéndolo bien.
No
pacienta entre la liviandad del espíritu sino que se apropia el heno de
la carne. Le importa la terrenalidad en cuanto ámbito que es de la
pasión, de la expresión de la construcción de los hombres y las mujeres.
Sus demonios y sus aspiraciones son aquellos derivados de la misma
pasión, fuente donde vive y vibra la fidelidad a los instintos, a los
instantes, tabla verdadera de salvación y de la realización.
Allí había una niña
En las hojas del plátano un pequeño
hombrecito dormía un sueño.
En un estanque, luz en agua.
Yo
contaba un cuento.
Mi madre pasaba interminablemente
alrededor nuestro.
En el
patio jugaba
con una rama un perro.
El sol -qué sol, qué lento
se tendía,
se estaba quieto.
Nadie sabía qué hacíamos,
nadie, qué hacemos.
Estábamos
hablando, moviéndonos,
yendo de un lado a otro,
las arrieras, la araña, nosotros, el
perro.
Todos estábamos en la casa
pero no sé porqué. Estábamos. Luego
el silencio.
Ya dije quién contaba un cuento.
Eso fue alguna vez porque
recuerdo
que fue cierto.
Hijo de un inmigrante libanés nació el 25 de marzo de 1926 en Tuxtla Gutiérrez, estado de Chiapas.
Estudió
medicina, pero abandonó estos estudios, posteriormente estudió letras en la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se licenció en Lengua y Literatura Española.
En su juventud participó en programas de radio. Fue diputado federal por el estado de
Chiapas de 1976 a 1979 y diputado en el Congreso de la Unión en 1988 por el Distrito
Federal. Fue poeta calificado por el presidente de México, Ernesto Zedillo, como uno de
los más importantes del país en el siglo XX.
Compaginar
esta actividad política, que parece exigir cierta disciplina ideológica
y un proyecto colectivo de futuro, había de ser difícil para un hombre
como el que nos revela sus escritos, autor de una obra marcada por el
pesimismo y por una actitud descreída y paradójicamente confesional,
imbuida de una concepción trágica del amor y transida por las angustias
de la soledad. Su poesía se apartó del vigente "estado de cosas", se
mantuvo al margen de las actividades y tendencias literarias, tal vez
porque su dedicación profesional al comercio le permitió prescindir del
mundillo y los ambientes literarios.
Cuando estuve en el mar era marino....
Cuando estuve en el mar
era marino
este dolor sin prisas.
Dame ahora tu boca:
me la
quiero comer con tu sonrisa.
Cuando estuve en el
cielo era celeste
este dolor urgente.
Dame ahora tu alma:
quiero clavarle el diente.
No me des nada, amor,
no me des nada:
yo te tomo en el viento,
te tomo del arroyo de la
sombra,
del giro de la luz y del silencio,
de la piel de las cosas
y de la sangre con que subo al tiempo.
Tú eres un surtidor aunque no
quieras
y yo soy el sediento.
No me hables, si
quieres, no me toques,
no me conozcas más, yo ya no existo.
Yo soy
sólo la vida que te acosa
y tú eres la muerte que resisto.
Su primer volumen de poesías, Horal,
publicado en 1950, permitía ya adivinar las constantes de una obra que
destaca por una intensa sinceridad, escéptica unas veces, expresionista
otras, y cuya transmisión literaria se logra a costa incluso del
equilibrio formal. No es difícil suponer así que la poesía de Sabines
está destinada a ocupar en el panorama literario mexicano un lugar mucho
mayor del que hasta hoy se le ha concedido, especialmente por su
rechazo de lo "mágico", que ha informado la creación al uso en las
últimas décadas, pero también por su emocionada y clara expresividad.
Este rechazo se hace evidente en el volumen Recuento de poemas, publicado en 1962 y que reúne sus obras La señal (1951), Adán y Eva (1952), Tarumba (1956), Diario, semanario y poemas en prosa (1961) y algunos poemas que no habían sido todavía publicados.
Tu nombre
Trato de escribir en la
oscuridad tu nombre.
Trato de escribir que te amo.
Trato de
decir a oscuras todo esto.
No quiero que nadie se entere,
que nadie me mire a las tres de
la mañana
paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti,
enamorado.
Iluminado, ciego, lleno de ti, derramándote.
Digo tu nombre con
todo el silencio de la noche,
lo grita mi corazón amordazado.
Repito tu nombre, vuelvo a
decirlo,
lo digo incansablemente,
y estoy seguro que habrá de amanecer.
En 1965, la compañía discográfica Voz Viva de
México grabó un disco con algunos poemas de Sabines con la propia voz
del autor. Sabines reforzó su figura de creador pesimista, su tristeza
frente a la obsesiva presencia de la muerte; pero se advierte luego una
suerte de reacción, aunque empapada en lúgubre filosofía, cuando canta
al amor en Mal tiempo (1972), obra en la que esboza un "camino
más activo y espléndido", fundamentado en el ejercicio de la pasividad;
un camino que lo lleva a descubrir que "lo extraordinario, lo
monstruosamente anormal es esta breve cosa que llamamos vida". Pese a
una cierta reacción que lo aleja un poco de su primer y profundo
pesimismo, sus versos repletos de símbolos que se encadenan sin solución
de continuidad están transidos de una dolorosa angustia.
Me doy cuenta de que me faltas...
Me doy cuenta de que me faltas
y de que te busco entre las
gentes, en el ruido,
pero todo es inútil.
Cuando me quedo solo
me quedo más solo
solo por todas partes y por ti y por mí.
No hago sino esperar.
Esperar todo el día hasta que no llegas.
Hasta que me duermo
y no
estás y no has llegado
y me quedo dormido
y terriblemente cansado
preguntando.
Amor, todos los días.
Aquí a mi lado, junto a mí,
haces falta.
Puedes empezar a leer esto
y cuando llegues aquí
empezar de nuevo.
Cierra estas palabras como un círculo,
como un
aro, échalo a rodar, enciéndelo.
Estas cosas giran en torno a mí
igual que moscas,
en mi garganta como moscas en un frasco.
Yo
estoy arruinado.
Estoy arruinado de mis huesos,
todo es
pesadumbre.
Con un estilo que no teme la vulgaridad ni
rechaza las tradiciones, la sabrosa y cordial poesía de Sabines puede
también tomar un mayor vuelo, como se puso de manifiesto en el ambicioso
proyecto Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), un poema
casi narrativo en el que el padre del poeta se constituye en
protagonista del mundo y de la vida. Vinieron luego Nuevo recuento de poemas (1977), otro volumen antológico que recoge el material anterior, y Poemas sueltos (1983). Todos estos textos, así como una segunda parte de Algo sobre la muerte del mayor Sabines, fueron recogidos en la edición de 1987 de Nuevo recuento.
Traducida a varias lenguas, su obra fue
galardonada con varios premios como el de literatura otorgado por el
gobierno del Estado de Chiapas (1959), el Xavier Villaurrutia,
instituido en honor del gran escritor mexicano (1972) y el Elías
Sourasky de 1982. En 1983 recibió el Premio Nacional de las Letras. Sus
últimos años estuvieron marcados por una larga lucha contra el cáncer.
Falleció el 19 de marzo de 1999 en la Ciudad de México, víctima de esta enfermedad, a seis días de cumplir la edad de 73 años.
En los diarios se leía lo que Sabines dijo a los suyos: “No hay que llorar la muerte, es mejor celebrar la vida".
No es que muera de amor, muero de ti....
No es que
muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de
urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del
insoportable que yo soy sin ti.
Muero de ti y
de mi, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me
muero, te muero, lo morimos.
Morimos en mi
cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde
mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares
donde mi hombro
acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo
mismo.
Morimos en el
sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el
lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos
conocemos en nosotros,
separados del mundo, dichosa, penetrada,
y cierto , interminable.
Morimos, lo
sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del
uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos
que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.
Nos morimos,
amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos
dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de
triángulos oscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de
nuestra muerte ,amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mi, quiero decir, te llamo,
te
llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti
llegan.
Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras
hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.
Los versos de Sabines son directos y
transparentes, y aunque no desdeña el refinamiento de la poesía culta,
su estilo se inclina más hacia lo conversacional. Ello le ganó el favor
del gran público, que se hizo patente sobre todo durante las dos últimas
décadas de su vida. El autor utiliza un lenguaje cotidiano y sin
adornos para crear composiciones que se colocan más cerca de los
sentimientos que de la razón. Poeta del diario vivir, contempla con
perplejidad y desde la más rigurosa terrenalidad el fenómeno del amor y
el absurdo de la muerte.
Hay en su poesía un poso de amargura que se plasma en obras de un
violento prosaísmo, expresado en un lenguaje cotidiano, vulgar casi,
marcado por la concepción trágica del amor y por las angustias de la
soledad. Su estilo, de una espontaneidad furiosa y gran brillantez,
confiere a su poesía un poder de comunicación que se acerca, muchas
veces, a lo conversacional, sin desdeñar el recurso a un humor directo y
contundente.
Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.
Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.
Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.
Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme un agua de amapolas.
Cabellera del aire desvelado,
río de noche, platanar oscuro,
colmena ciega, amor desenterrado,
voy a seguir tus pasos hacia arriba,
de tus pies a tu muslo y tu costado.
Jaime Sabines