Este
es el séptimo largometraje dirigido por Kar-wai, natural de Hong-Kong y
perteneciente a una serie de realizadores jóvenes formado por personas
tan dispares como Am Hui, John Woo, Tsui Hark... Temática y formalmente
poco tienen de común estos directores a no ser una cierto regusto por el
cine occidental y por un estética, llamémosla, postmoderna. Kar-wai no
se ha centrado en una determinada temática, aunque siempre el amor, el
desencanto y la recuperación de una memoria o un tiempo han aparecido en
sus obras. Su primera película conocida entre nosotros fue Chunking
expres, excelente reflejo de la vida de dos policías en el Hong-Kong
actual. El hecho que Tarantino la distribuyera en Estados Unidos le provocó
la etiqueta de fiel a las enseñanzas del cine de ese realizador
norteamericano. Realmente no hay nada de eso. El cine de Kar-wai si algo
no tiene que ver es con la obra del director de Pulp
fiction, ya que para empezar ni siquiera existe un violencia externa
en el desarrollo de las obras del hongkonés. Antes había realizado una
película de artes marciales, Ashes
of times, otra de gángster, As
tears go way, y una romántica de ambiente retro, Days
of Being wild, y con posterioridad a Chunking
express realizará la sugerente Fallen
Angels y Happy together, una
historia de amor homosexual desarrollada en Buenos Aires. Su última obra,
por el momento es ésta In the mood
for lover, que se está convirtiendo en una película imprescindible
en el hoy. Su exitoso pase en distintos festivales, y los numerosos
premios que acreditan (justamente) su valía –entre los últimos el César,
el equivalente en Francia a los Oscars, concedido a la mejor película
extranjera- que la han llevado hasta la antesala de los Oscars.
Se
trata de un filme anticonvencional, que narra una simple y convencional historia de amor: el encuentro de una hombre y una mujer que
son vecinos, y que viven una (¿real?) historia de amor, después de
comprobar que sus respectivos cónyuges les son infieles. Pocos personajes
en una historia que es y no es, que releja multitud de otras historias
como la suya. Ella y él que se creen únicos, viviendo algo distinto, no
son más que la ilusión que también mantiene a los otros, encerrados en
sus mentiras, dudas y ensueños. Sí, sus respectivos compañeros, le son
infieles, pero también la protagonista verá reflejada la misma situación
con su jefe. Lo importante de la película no es su vulgar historia de
amor sino lo que ella es capaz de significar, el conjunto de relaciones,
de situaciones que surgen a través de ellas y, sobre todo, la forma de
estar realizada. Silencios, palabras dichas o soñadas, imágenes que son
o quizás nunca fueron nunca. Una búsqueda de una verdad, de una relación
y de un sentido contado a través de los recuerdos (esos recuerdos que
como se dice en el film aparecen desvaídos como vistos –igual que en la
película-a través de cristales no translucidos.
Personajes
que se cruzan, se hablan o se ignoran y sobre todo se encuentran fuera del
propio mundo en que viven. Seres que esconden su amor y sólo desean
centrarse en ellos (para los amantes no existe el resto de las personas).
Pero, al fin y al cabo, todo deviene en una búsqueda de lo que fue
realmente y no de lo que se pudo soñar. No hay una unidad temporal, es un
caminar de la memoria sin rumbo en busca de unos acontecimientos que
fueron (o no), que vuelven y se marchan sin un orden lógico. El pasado se
entremezcla sin saber qué momento fue o aconteció antes que el otro. Un
juego, pues, sobre la memoria con lo que In the mmod for love aparece claramente deudora del cine de Resnais,
cuyo Año pasado en Mariembad se
“cita” en las últimas imágenes, aunque muy bien pudieran haber sido
sacados de Hiroshima mon amor o
de Toda la memoria del mundo o
cualquier otra obra del director francés que mejor “ha retratado” la
memoria y su búsqueda. Pero si Resnais es uno de los referente claros de
este excelente obra de Kar-wai no lo menos la influencia de Godard y su
sentido del cine como expresión de libertad.
Todo es válido: volver
–desde distintos puntos de vista- al mismo momento, hacer que sonido e
imagen se unan y se contrapongan, las mismas palabras siempre repetidas
engarzadas con formas de actuación diferentes, el ritmo discontinuo del
relato, la utilización de la cámara lenta y, en fin, el saltarse
alegremente el raccord, liberando al cine de una armadura técnica,
tradicional, reglada. Disquisiciones sobre la memoria y, por tanto, también
sobre el tiempo, motor y ocultador de todo cuanto aconteció en el pasado.
Un tiempo que, en el filme, viene explicitado por la continua presencia de
los relojes, siempre andantes sin posibilidad de parar, de actuar en pos
de un destino inmortal. Son, ellos, los señores de unos deseos y de unas
realidades, que terminan por concretarse en una desesperada desaparición
y ausencia. De ahí esos momentos estáticos o rodados a cámara lenta
como si se tratase de congelar o ralentizar el momento que nunca volverá
a ser, porque por el hecho de ocurrir es ya un pasado irrecuperable. Cada
plano es un instante robado al tiempo y señalada su autenticidad distante
y distinta de los otros por la diferente indumentaria de los personajes:
los trajes de ella, las corbatas de él...
¿Estuvo
ayer ella en Singapur o ese hecho no es otra cosa que un deseo de
existencia por parte de él?¿Será ella, y quizás el hijo que ha tenido
o que nunca tuvo con él,
quien viva nuevamente en la casa donde se conocieron y comenzaron a
amarse? ¿Forma todo ello parte únicamente de la imaginación? ¿Qué señala
realmente el paso del tiempo sino el oscurecimiento de los acontecimientos
vividos? Al final, el hombre, se encuentra en Camboya. Como periodista,
probablemente, siga el viaje del General De Gaulle. Un hecho importante,
pero que, al igual que su única e importante historia de amor, terminará
por ser devorada por el tiempo. Sobre lugares vacíos, y con, a lo mejor,
un elemento que señala la huella del hombre, transcurren las últimas imágenes
del filme. Sólo quedan las cosas, piedras, montañas, ruinas del ayer...
Queda una huella de un hombre que creo aquello y que ahora ha
desaparecido, ya no existe. Mirada, pues, sobre la nulidad de un esfuerzo
o la belleza de un recuerdo.
Queda
dicho que el relato no es lineal. El tiempo se altera y nunca sabremos
ciertamente en que momento de la historia –de los dos personajes- nos
encontramos. Sólo sus actitudes, sus formas de comunicarse nos pueden
indicar si aquello es anterior o posterior a lo anterior que hemos
contemplado. Algo que volverá a ocurrir en la siguiente escena.
Espejos,
cristales, vidrios coloreados se interpondrán o reflejarán a los
personajes, captando sus pensamientos o diluyéndolos. Todo está
estudiado (la lluvia que cae de pronto sobre la ciudad, sobre los amantes,
el no ver nunca la cara de sus respectivas parejas –esa cámara que
trata de espiar lo que está aconteciendo entre ellos, que se ocultan o
son ocultados por esa pared que les oculta o les aleja) hasta en su más mínimo
detalla. Sorprende también la utilización de la música como elemento
importante en la conducción del relato y donde curiosamente aparecen dos
canciones en español como “Quizás, quizás” y “Aquellos ojos
verdes”, una utilización (la de la música) que ya aparecía como
sobresaliente en Happy together.
Kar-wai
es un realizador importante al que habrá que seguir con mucho
detenimiento. In the mood for love es
una de las películas actuales más originales, estimulantes y bellas. Con
cine (y tan trasgresor) como este podemos sentirnos a gusto y proclamar
que (el cine) sigue vivo y seguirá por siempre, aunque el tiempo pase,
aunque las historias que acontecen en su interior, o fuera de la pantalla,
no se sepa con exactitud si
fueron o dejaron de ser, o si se acercaron a lo pensado, o si unas no
sustituyen a las otras. Todo, quizás, sea eso o “quizás, quizás”
sea lo otro.
Fuente: Adolfo
Bellido López
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