martes, 30 de abril de 2013

¿Cuándo empezamos a producir saliva? El perro de Pávlov y el pequeño Albert

Cuando tomamos una comida deliciosa, decimos que la boca "se nos hace agua", empezamos a producir saliva de forma instantánea. Pero no sólo eso, sino que también producimos saliva cuando vemos u olemos una comida, e incluso cuando oímos hablar de ella. ¿Por qué?

El premio Nobel ruso Iván Petróvich Pávlov se interesó por estos fenómenos, y los investigó estudiando a los perros. Sus observaciones eran básicas, y se producía lo que hemos comentado anteriormente: Si pones comida en la boca de un perro hambriento, éste empieza a salivar. Éste proceso era algo normal, era el reflejo de la salivación, pero se dio cuenta de que, al igual que los humanos, los perros también producían saliva cuando veían comida, la olían o incluso cuando su dueño se acercaba a ellos.

Pávlov enseguida se dio cuenta de que esas relaciones de estímulo-respuesta no eran algo innato ¡Era imposible que el perro produjera saliva de forma natural sólo por ver a su dueño! Entonces, a partir de esta incógnita, Pávlov se lanzó a una serie de experimentos que le llevarían a formular su teoría del Condicionamiento clásico. Pero no adelantemos los hechos, vamos a ver en qué consistían sus experimentos.

Antes de empezar con las pruebas, Pavlov les instaló un tubo de cristal en la boca a los perros, donde irían a parar los fluidos salivales (véase la imagen de la izquierda). Entonces, cuando estaba hambriento, le presentó al perro algo de comida y recogieron la saliva producida. En otra ocasión, con el perro nuevamente hambriento, tocaron una campana y recogieron la saliva que produjo. ¿Adivináis los resultados del experimento? Seguro que sí.

La saliva que produjo con la comida fue abundante, y con la campana fue casi nula. Hasta ahí lo lógico, pero ahora empiezan los experimentos interesantes. Pávlov combinó ambos elementos, tocando la campana (lo cual llamaremos "estímulo neutral", ya que no produce respuesta) e inmediatamente dándole la comida (lo cual llamaremos "estímulo incondicionado", ya que produce una respuesta natural). Naturalmente, esta combinación producía saliva debido al estímulo incondicionado.

Después de muchos días repitiendo la combinación, Pávlov volvió a tocar sólo la campana y... ¡Por fin! El perro empezó a producir saliva al oír la campana, aunque no hubiera nada de comida por allí. El estímulo neutro había pasado a convertirse en un "estímulo condicionado" (es decir, un estímulo que "avisa" de la llegada del estímulo incondicionado).



Y gracias a esos experimentos, Pávlov enunció su "Condicionamiento clásico", que técnicamente viene a ser la relación entre un estímulo neutro y un reflejo natural (es decir, el experimento anterior).

Y este condicionamiento clásico lo vemos todos los días, por ejemplo, en la educación de los perros. ¿Qué estamos haciendo cuando premiamos a un perro por defecar en su lugar correspondiente? ¿Y cuando lo felicitamos al hacer un truco o juego que le enseñamos? Todo ello es lo mismo, es el mismo fenómeno.

Ahora bien, ¿este proceso es irreversible? Es decir, cuando el sonido de la campana se convierte en un estímulo condicionado, ¿podemos lograr que vuelva a ser uno neutro? Claro que sí, y este retroceso se conoce como "extinción". Para conseguirlo, simplemente hay que aplicar numerosas veces el estímulo condicionado (el sonido de la campana), pero sin dar después el estímulo incondicionado (es decir, sin dar la comida después).

Y hasta ahí llega el experimento conocido como "El perro de Pávlov". Pero al inteligente lector de este blog seguro que le ha surgido una duda ¿Éste fenómeno se da en los humanos? La respuesta es un rotundo sí, y prueba de ello es el experimento conocido como "Pequeño Albert".

Pequeño Albert

En 1920, en un experimento de muy discutible sentido ético, los científicos John B. Watson y Rosalie Rayner decidieron experimentar el condicionamiento clásico con humanos. Para ello, escogieron a un niño de 11 meses y decidieron provocarle una fobia mediante este proceso.

El experimento se basaba en mostrarle al chico una rata blanca (un estímulo neutro) y al instante golpear una barra de metal para provocar un ruidoso estruendo (lo cual sería el estímulo incondicionado, ya que hacía llorar al bebé).

Después de varios días insistiendo con esa combinación, el chico mostraba una terrible fobia hacia todo lo que se pareciera a esa rata, como por ejemplo un perro, un conejo o incluso una máscara de Santa Claus (por la barba blanca).

La segunda fase del experimento consistía en quitarle el temor al pequeño Albert, pero por causas desconocidas, los experimentos pararon allí. Se cree que fue la madre del chico la que decidió que se interrumpieran las pruebas.

Sea como sea, los resultados de este experimento fueron bastante obvios: Muchas de las fobias que tenemos en la edad adulta vienen desde la infancia, y son realmente un simple estímulo condicionado, como los mencionados anteriormente.

Ahora bien, este experimento deja un agrio sabor de boca, debido a los problemas morales que presenta. ¿Realmente merecía el pobre Albert esa fobia? En los comentarios os dejo carta libre para que expreséis vuestra opinión, pero yo personalmente opino que este experimento debería haber sido debatido anteriormente para considerar su ética, ya que no hay mucha consideración con el pobre chico.

Por suerte, actualmente la ciencia mejora de una forma sostenible, gracias al correspondiente debate ético que conlleva cada experimento. Ahora, éste experimento no se habría podido realizar, además de que habría supuesto millones de detractores (y con razón). Gracias a una discusión previa analizando lo moral y lo inmoral de las pruebas, a día de hoy se evitan casos como éste, como el caso del pequeño Albert. Como en todas las cosas, lo principal es encontrar un desarrollo sostenible.



Fuente:
http://elbustodepalas.blogspot.com.es 


 

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