Abelardo y Eloísa son dos personajes
históricos conocidos más por sus escandalosos amores que por cualquier
otra circunstancia de sus vidas. La importancia de Abelardo como
filósofo o teólogo ha quedado, excepto para los estudiosos, eclipsada
por su condición de amante de Eloísa
Eloísa también es conocida por la misma circunstancia pues si estuviéramos hablando únicamente de una dama
ilustrada de la época o incluso de la esposa de Abelardo su nombre ni
siquiera hubiera llegado hasta nosotros, dada la invisibilidad que la
historia de las mujeres ha tenido hasta hace relativamente poco tiempo.
A continuación el relato de sus amores… y de sus vidas…
Abelardo y Eloísa. Algo más que dos amantes.
Abelardo y Eloísa han pasado a la
Historia, más por sus famosos y escandalosos amores, que por la
importancia que las teorías de Abelardo pudieran tener en los campos de
la filosofía o la teología; es más éstas han quedado en un segundo plano
frente a su relación pasional. Su historia acaecida en el siglo XII,
siempre fue conocida, pero con el movimiento romántico cobró gran
protagonismo y éste, naturalmente, hacía hincapié sobre todo en la parte
más azarosa del romance; sus cartas que ya tenían cierto predicamento,
ante este nuevo interés, se popularizaron y fueron profusamente leídas
junto con su historia fue estudiada y publicada cobrando gran
relevancia; con el paso del tiempo el interés ha ido decayendo y hoy día
su recuerdo, excepto para los interesados en el tema, ha quedado
reducido a la popularidad de unos indeterminados amoríos; pocos conocen
la verdadera historia y trascendencia que la cuestión tuvo para ellos
condicionando el resto de sus vidas.
La importancia de la figura de Pedro
Abelardo como filósofo y teólogo es una cuestión a debate, para unos fue
un innovador y para otros no pasa de la mediocridad, aunque se le
reconoce una cierta importancia respecto de algunas cuestiones, el
filósofo considerado un peripatético medieval tenía el gran don de la
elocuencia destacando sobre todo en la dialéctica; se da también cierta
importancia a algunas de sus teorías sin concederle la trascendencia que
algunos han querido atribuirle al considerarle el Descartes de su época
o el predecesor de Rousseau, Lessing o Kant. Para estos últimos la
filosofía medieval tiene otros nombres que no conviene olvidar tan
significativos como los de Juan Escoto Erígena y, sobre todo, San
Anselmo a los que consideran los verdaderos pilares de las innovaciones
del pensamiento medieval.
Otro aspecto en el que se destaca su
actividad es en la lírica considerándole uno de los grandes trovadores
de la
época, a lo que ayudó sin duda
el episodio de sus amores con Eloísa.
Al parecer era un gran poeta
lírico y un excelente músico, de esta forma sus composiciones se
hicieron famosas y populares; son canciones de tema amoroso aunque
algunas de ellas fueran escritas mucho antes de su relación con Eloísa.
Se cuenta que componía letra y música con el fin de que las pasiones que
las animaban se comunicasen por dos sentidos; al decir de algunos,
pronto se convirtieron en el entretenimiento de los literatos, las
delicias de las mujeres o el idioma secreto de los amantes.
Pedro Abelardo nació, en el año 1079, en el seno de una familia noble de la Bretaña menor. Al servicio de Iboel IV
Duque de Bretaña, su padre, Berenguer, controlaba la zona y sus
posesiones desde su castillo feudal en la ciudad de Le Pallet, próxima a
Nantes, como todos los señores de la época ejercía el oficio de las
armas aunque había recibido cierta educación en su juventud y decidió no
privar de ella a sus hijos. Pedro, el primogénito, seducido por las
Letras y el estudio cedió sus derechos de progenitura sobre tierras y
vasallos a su hermano menor y dedicó su vida al aprendizaje y posterior
enseñanza de la Filosofía y de la Teología, única profesión liberal de
la época. Pasando así a convertirse en Pedro Abelardo; nombre, éste
último, tomado de la palabra Habelardus (abeja francesa), en recuerdo del escritor de la Antigüedad llamado Abeja Ática,
y unió al estudio de los de San Agustín y de otros Padres de la Iglesia
a algunos de clásicos como Cicerón. Anheloso del saber frecuentó
escuelas y después de dominar el Trivium y el Quadrivium,
y con veintiún años se dirigió a París donde se encontraban las más
famosas escuelas de la época. Asistió a la escuela episcopal allí, en el
claustro de Notre Dame, Guillermo de Champeaux impartía sus enseñanzas
basadas en las teorías realistas de San Anselmo, distinguiéndose por la
sutileza de su discurso y su elocuencia. Pronto él mismo impartía
enseñanzas y a partir de 1102 lo hizo en Melum y Corbeil, adquiriendo
gran fama pese a los enfrentamientos que tuvo con algunos de sus
maestros. En 1113 le encontramos nuevamente en París enseñando la lógica
peripatética, y planteaba doctrinas contrarias a las de su antiguos
maestros el realista Guillermo de Champeaux y el nominalista Roscelin en
cuestiones capitales de la Escolástica como Los Universales. También
disintió de las enseñanzas de Anselmo de Laón. En 1118 conoció a Eloísa
cuando sólo contaba 17 años.
Poco o nada sabemos de su familia,
únicamente un nombre sin apellido ha llegado hasta nosotros, por lo que
desconocemos su origen. Las crónicas dicen que nació en París y también
que recibió una primera educación en el convento de Argenteuil, lo que
permite intuir una cierto nivel económico familiar; allí recibiría, sin
duda, una formación adecuada a su sexo y al papel que debía asumir
cualquier mujer decente de la época: el de esposa y madre; aunque, al
parecer, ella supo aprovechar bien el tiempo y las ocasiones dedicándose
con ardor al estudio lo que la permitió adquirir la formación
intelectual que le dio tanta fama como su singular belleza; siendo
conocida en todo el reino por su talento e instrucción.
Lamartine en sus estudios sobre el tema incluye algunas de las descripciones de ella se hacían: “una
joven de elevada estatura, cabeza oval ligeramente deprimida por la
tensión del pensamiento hacia las sienes; una frente elevada y llana en
donde la inteligencia se movía sin obstáculo, como un rayo cuya luz no
quiebra ninguna esquina sobre un mármol; unos ojos grandes cuyo globo
debía reflejar el color del cielo, una nariz pequeña y un poco elevada
hacia la punta, tal como la modelaba la escultura, siguiendo á la
naturaleza de las estatuas de las mujeres inmortalizadas por la
celebridades del corazón; una boca en la que respiraban libremente,
entre hermosísimos dientes, las sonrisas del talento y la ternura del
alma.” Los historiadores de la época y el propio Abelardo dicen que en ella cautivaban sus ojos: “no
tanto por su belleza, sino por su gracia, esa fisonomía del corazón que
atrae y obliga a amar porque ella ama. Belleza suprema muy superior a
la belleza que solo obliga á admirar”.
En 1118 se encontraba en París bajo la
tutela de su tío, el canónigo Fulberto; los expertos mencionan la
posibilidad de que incluso pudiera tratarse de su padre, quien conocedor
de sus grandes dotes intelectuales y su inclinación al estudio
consiguió para ella el mejor de los maestros posibles: Pedro Abelardo.
La obra escrita por el filósofo en 1135: Historia Calamitum o Epístola prima,
es en realidad una especie de autobiografía, ya que en ella él mismo
relata la historia de sus desventuras, en un intento de minimizar las
desdichas de un amigo que se quejaba de las propias; lo que nos sirve
para conocer los hechos de primera mano.
Recuerda que tras una estancia en su
Bretaña natal, hacia 1118, regresó a París buscando retomar las
enseñanzas de Guillermo de Champeaux, su primer maestro; y que fue
entonces cuando conoció la fama que rodeaba a Eloísa; joven maravillosa
conocida en todo el reino por su talento e instrucción que estaba al
cuidado de su tío el canónigo Fulberto; quién sentía inmenso amor por
ella y que conocedor de sus dotes le había permitido progresar en todas
las ramas del saber.
Nos habla de ella como de una niña que no
estaba mal físicamente, pero sobre todo de la gracia que a esto añadía
su dominio en las ciencias literarias, don imponderable y extremadamente
raro en una mujer.
Manifiesta claramente sus lascivas
intenciones de seducción hacia ella, así como las artimañas de las que
se sirvió para llevar a cabo sus planes. Deja claro, también, que en ese
momento de su vida se encontraba dominado por la lujuria y la soberbia,
y que la gracia divina finalmente le curó de ambas; de la primera al
privarle de aquello con lo que la practicaba y de la segunda con la
humillación sufrida por la cremación del libro en el que ponía su
gloria.
Conocedor de las debilidades de Fulberto,
la avaricia y su sobrina, urdió una trama para conseguir llegar hasta
ella y enamorarla, se sabía famoso y atractivo para las mujeres por lo
que no albergaba temor al rechazo; su primer paso fue acomodarse en su
casa como huésped objetando cercanía a su cátedra y ofreciendo por ello
una buena suma que excitara la avaricia del canónigo. Su otra debilidad
casi no tuvo que despertarla pues no encontró dificultades en convencer
al canónigo de la necesidad de profundizar en la esmerada educación de
la joven; y su asombro no tuvo límites cuando Fulberto sin dar muestra
de ninguna sospecha le permitió ejercer sobre ella su magisterio;
siempre que le fuera posible, una vez terminada su tarea escolar, tanto
de día como de noche y con total autoridad para reprenderla si la
encontraba negligente.
De esta manera consiguió mantener un
trato más familiar con Eloísa que propiciara sus conversaciones y
facilitara su intimidad; de esta forma pronto los libros pasaron a un
segundo plano y practicaron la ciencia del amor; los besos comenzaron a
ser más frecuentes que las sentencias y pronto las manos del filósofo
andaban más cerca de los senos de la joven que de los libros; para
describir ¿qué pasó? Pedro Abelardo declara que primero convivieron bajo
un mismo techo, para llegar después a convivir bajo una sola alma y
parece que ningún grado del amor fue ajeno a los amantes y como eran
novatos en ellos se esforzaban en practicar esos goces. Realmente no
conocemos las verdaderas intenciones de Abelardo pero a juzgar por sus
palabras la realidad es que acabó enamorado de ella. Además este hecho
le causó ciertos problemas ya que, al parecer, según cuenta su amor por
Eloísa le absorbía tanto que le hacía desatender sus ocupaciones, en las
clases, le costaba concentrarse y sus alumnos lo notaban; su mente
estaba más con su amada que en sus enseñanzas.
Poco después Fulberto, que tuvo más que
alguna insinuación al respecto, se enteró de sus relaciones y los
amantes tuvieron que separarse estrechándose, sin embargo, aún más sus
corazones. Pronto conocieron que sus amores iban a dar su fruto, y Pedro
Abelardo raptó a Eloísa llevándola a Bretaña a casa de su hermana donde
nació Astrolabio. Las noticias sobre el niño son confusas, algunos
indican que murió a edad temprana, aunque otros, como Mr. Héléfé en el Diccionario de Teología Católica indica que se hizo mayor profesando como religioso y llegando a ser abad del convento suizo de Hauterive.
El rapto de Eloísa colmó el vaso y
Fulberto enloqueció no teniendo pábulo su dolor ni sus ansías de
venganza. El filósofo comprendió que debía hacer algo para paliarlo y
como reparación se ofreció a contraer matrimonio con Eloísa, aunque
manifestó su deseo de que se mantuviera en secreto ya que pensaba que
podía perjudicarle profesionalmente.
Contrariamente con lo que se supone
debería pensar cualquier mujer en su sano juicio Eloísa no era
partidaria de este matrimonio y al parecer así se lo expresó a su tío y a
su amante y futuro esposo dando, con ello, pruebas de una heterodoxia
impropia de una mujer; el texto de Abelardo reproduce el discurso en el
que Eloísa exponía las razones que le llevaban a mantener esa postura.
Eloísa en su planteamiento deja claras
varias cuestiones; su gran juicio que junto con su esmera educación la
permiten elaborar un discurso organizado y lógico en el que introduce
citas, teorías y referencias de personajes destacados en todas la ramas
del saber desde la Antigüedad clásica que permiten apreciar el dominio
que Eloísa tenía de sus obras y teorías.
Plantea desde el principio, y el tiempo
demostrará que tiene razón en este juicio; que Fulberto, su tío, no va a
ver calmada su sed de venganza con el mero hecho de que Abelardo se
case con ella; por lo que su matrimonio no va a solucionar su situación.
Por otro lado conoce también que su matrimonio perjudicaría
profesionalmente a Abelardo y tampoco quiere que esto suceda, no quiere
de ninguna manera ser un estorbo en la vida de Abelardo, no quiere
privarle de la gloria, ya que ve a su amado como una mente privilegiada
capaz de convertirse en el gran pensador de su tiempo; no quería
deshonrarle y ser una carga para él. Cita los consejos que sobre el
matrimonio da San Pablo en su primera Epístola a los Corintios: “Estás libre de mujer.. no quieras casarte..[…] Quiero que todos vosotros estéis sin preocupaciones”.
Así pues San Pablo también consideraba que las mujeres perturbaban la
tranquilidad de los hombres y eran una carga para ellos. La opinión
contraria al matrimonio no era exclusiva de San Pablo, pues desde la
Antigüedad sabios y filósofos habían dado su opinión en este sentido,
Teofrasto de Ereso, peripatético sucesor de Aristóteles al frente de
esta escuela opinaba que ningún sabio debía contraer matrimonio ya que
éste creaba intolerantes molestias y continuas inquietudes; y el propio
Cicerón repudió a Terencia y no quiso volver a casarse ya que no podía
ocuparse al mismo tiempo de la esposa y de la filosofía. El argumento de
Eloísa es que la vida de casado es una vida prosaica y los deberes que
exige le impedirían dedicarse a lo que realmente le interesa la
filosofía. Se pregunta si podría soportarla y recuerda a Séneca cuando
escribe a Lucilo diciéndole: “No sólo cuando sobra el tiempo hay que
dedicarse a la filosofía, sino que hay que desperdiciarlo todo para
poder acostumbrarse a esto para lo cual ningún tiempo es demasiado
grande.”
El mismo San Agustín en su obra La ciudad de Dios, recordaba cómo Pitágoras, fundador de la escuela itálica contestaba al ser preguntado por su profesión: “Filósofo, es decir amante de la sabiduría”.
Apela a su condición de clérigo, indicando cómo los monjes habían
asumido, en su época, la función de los filósofos; viviendo una vida
retirada y admirable dedicada al estudio.
Eloísa añade a todas estas razones
algunas que la conciernen directamente, piensa que para ella es
peligroso regresar a París, y creía más decoroso para ella ser llamada
amiga que esposa; ya que el lazo matrimonial la impediría discernir si
Abelardo estaba junto ella más por un deber de esposo que por un amor de
amante. Una vida en común, como matrimonio, podría acabar con su amor
que, sin embargo, se mantendría vivo si los encuentros eran se hacían a
intervalos haciendo sus gozos más henchidos y agradables.
Cuando a pesar de todos sus razonamientos
y amén de haber podido pecar de vanidosa pues, con ellos, bien podría
ser tenida por la propia Minerva, diosa de la Sabiduría: Eloísa
comprende que no ha convencido a Abelardo quién está decidido a casarse
sólo sabe decir refiriéndose a su inevitable matrimonio y casi a modo de
premonición: “Una sola cosa resta, para que el dolor que siga a nuestra ruina sea mayor que el amor que la precedió”.
Tras el nacimiento de su hijo éste quedó
bajo la tutela de su hermana y ellos regresaron a París donde, en
presencia del canónico, contrajeron matrimonio. Abelardo consideraba con
esto saldada la afrenta e insistió en mantener el matrimonio en secreto
y, conforme a ello, tras la ceremonia cada uno, oculta y separadamente,
se fue por su lado. Sin embargo para Fulberto, la situación no
cambiaba; pues los amores del filósofo con su sobrina al no conocerse su
matrimonio seguían siendo motivo de murmuración y el honor familiar
continuaba en entredicho; por ello hacía correr la voz de que eran
marido y mujer; ante esto Eloísa fiel a los deseos del filósofo lo
negaba rotundamente, por lo que Fulberto comenzó a atormentarla con
innumerables ultrajes.
Por ello Abelardo la llevó a la Abadía de Argenteuil de la que había alumna, haciendo parecer que había tomado los hábitos. Esto empeoró la situación pues creyeron que quería dejarla en el convento y desentenderse de ella.
Entonces fue cuando Fulberto comenzó a
tramar la desgracia de Abelardo y con la ayuda de algunos amigos que
sobornar a uno de los sirvientes del filósofo llevaron a cabo su
venganza que tal como la expresa el propio Abelardo consistió en: “me
castigaron con cruelísima y vergonzosísima venganza que recibió el
mundo con estupor, amputándome aquellas partes de mi cuerpo con las que
yo había cometido lo que ellos lloraban.”
Abelardo se sume en una profunda
confusión pareciéndole, a veces, su dolor inferior a la vergüenza que
siente ante el castigo recibido; ¿cómo podrá continuar con su vida y
presentarse ante el mundo y ante Eloísa?; siendo además consciente de
que la Ley de Dios prohíbe la entrada en la Iglesia de aquellos que
hayan sufrido este tipo de amputaciones que son considerados inmundos y
pestilentes. Poco después ambos tomaron los hábitos, Eloísa en
Argenteuil y Abelardo en Saint Denis. Esto supuso largos años de
separación y silencio. Hasta que en 1135, por casualidad, cayó en manos
de Eloísa el manuscrito con donde Abelardo relataba sus desventuras; su
lectura provocó en ella una gran conmoción y, desde luego, fue el
detonante para que se decidiera a romper su silencio y a expresarle en
sus cartas todo el amor y la pasión que sigue latiendo en ella; el
comienzo de su primera carta así lo atestigua: “[…] que sólo hallé
en ella una circunstanciada relación de nuestros trágicos sucesos.
Conmoviose excesivamente mi espíritu y parecíame superfluo hablar allí
(para consolar a tu amigo de alguna pequeña desgracia) de nuestros
graves infortunios.”
El relato de Abelardo no se limitaba a
contar sus desventuras en aspectos de su vida personal como pueden
calificarse sus amores con ella y a las crueles consecuencias que estos
tuvieron para ambos; sino que incluía un detallado informe sobre los
enfrentamientos que había tenido y, todavía tenía, con algunos filósofos
y teólogos de la Iglesia que habían tenido consecuencias muy negativas
en su vida profesional y que, por ello agrandaban si cabe sus
calamidades.
¿Qué puede hacer la realidad frente al
deseo? Las cartas que intercambian los amantes, tras la lectura de
Eloísa del manuscrito de Abelardo, demuestra lo dolorosa que la realidad
resulta para ambos y cómo la sobrellevan habitando en la memoria; en
este sentido la frase de Eloísa: <Me acuerdo (¿acaso se olvida
algo a los amantes?) del instante y del sitio en que por primera vez me
declaraste tu ternura, jurando amarme hasta morir. Tus palabras, tus
promesas y juramentos, todo está grabado en mi corazón.>
Eloísa obedeció a Abelardo tomó los
hábitos, se apartó del mundo tal cómo él deseaba, si no era de él sólo
sería de Dios. En este sentido Abelardo reconoce que tras su mutilación
no podía soportar la idea de que ella le olvidara y se consolara con
cualquier otro; los celos le obligaron a pedirla no sólo a que se
retirara de la vida mundana, sino a que tomara los hábitos y esperó a
que ella lo hiciera para después hacer él lo mismo; las dudas de
Abelardo sobre su fidelidad aún la mortifican ya que su amor es
incondicional y se lo dice claramente: <Me he aborrecido a mí misma por mostrarte mi amor y he venido aquí a perderme por que vivas tranquilo>. Y así Eloísa vive para Abelardo fingiendo que vive para Dios.
Abelardo reconoce que su amor por ella
también sigue vivo y llega incluso a decir que agradecería la crueldad
de Fulberto si al menos cuando le puso en la imposibilidad de satisfacer
su pasión, al menos le hubiera permitido dejar de amarla pero los
deseos que no pueden contentarse son más violentos: <soy más
culpable abrasándome por ti bajo del saco y de la ceniza consagrada a
los altares, que lo era por los crímenes que me han acarreado mis
desdichas>; reconociendo así que su pasión por ella es ahora incluso más ardiente que antes.
El deseo de Eloísa no se cumplirá,
Abelardo moría en 1142 y su cuerpo fue enterrado en la Iglesia de San
Marcelo, debió pedir ayuda al Abad de Cluni Pedro el Venerable para que
los restos de Abelardo fueran trasladados al Paracleto, tal cómo el
filósofo deseaba y una vez allí Eloísa, veneró sus restos y rogó por su
alma hasta su muerte veinte años después (1163); y cuenta la leyenda que
cuando abrieron la tumba de Abelardo para depositar junto a él el
cuerpo de su amada Eloísa, éste abrió los brazos para recibirla quedando
abrazados en la muerte como no pudieron estarlo en la vida.
Aquí, donde acaba la realidad, comienza a
tejerse la leyenda: En el momento de ser depositada en la sepultura común,
ambos esposos extienden sus brazos para fundirse en un último y eterno
abrazo.
Nuestro romántico Campoamor veía de esta
manera el eterno descanso de los amantes:
El rosal de ella y de él la savia toma,
Y mece, confundiéndolos, la brisa
En una misma flor y un mismo aroma
Las almas de Abelardo y de Eloísa.
Así permanecieron los esposos durante
quinientos años sepultados en las naves del Paracleto, hasta que en
1792, tras la Revolución Francesa, el Monasterio fue vendido como bien
eclesiástico siendo trasladada la tumba de Abelardo y Eloísa a Nogent.
En 1800 Luciano Bonaparte inspector de las cartas y monumentos antiguos
encargó al artista Lenoir para que transportase el féretro al Museo de
Monumentos franceses de París, quién, tras la apertura de la tumba
realizó un Álbum con dibujos de los amantes recreados por el artista
partiendo de los restos conservados con el objeto de realizar dos
estatuas para la nueva tumba parisina, que quedó instalada en los
jardines del museo. En 1815 bajo gobierno borbónico se intentó trasladar
la tumba a la Abadía de San Dionisio; pero la opinión pública protestó
ya que el monumento era muy frecuentado por los parisinos y estaba
considerado como algo integrado en la ciudad; finalmente fue trasladada
al cementerio parisino de Père Lachaise donde actualmente todavía puede
visitarse.
El Epitafio del cenotafio de Abelardo y Eloísa en el Paracleto rezaba así:
Aquí
bajo la misma losa, descansan
el fundador de este Monasterio:
Pedro Abelardo
y la primera Abadesa, Eloísa,
unidos otro tiempo por el estudio, el talento,
el amor, un himeneo desgraciado,
y la penitencia.
En la actualidad, esperamos, que una felicidad
eterna los tiene juntos.
Pedro Abelardo murió el 21 de abril de 1142
Eloísa, el 17 de mayo de 1163
Fuentes:
Virginia Segui
http://www.portalplanetasedna.com.ar
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