Puede ser que la mecánica cuántica tenga una buena explicación para coincidencias fenomenales.
El día antes del encuentro que cambió su vida, su mujer le dijo que
sacara ese objeto de casa. El chisme “llevaba tres años en la misma
estantería y ella nunca lo había visto”. Lo contaba Eduardo Zancolli,
traumatólogo argentino especializado en cirugía de manos y hombros. La
mencionada reunión tuvo lugar a finales de la década de 1990 con un
médico norteamericano que había colaborado con el mismísmo Dalai Lama
años antes; y el objeto era una bompa, un recipiente tibetano para el
agua bendita.
Al verlo en su consulta, el colega de Zancolli
mencionó Tíbet y, a partir de ahí, el cúmulo de coincidencias que le
llevaron al país del Himalaya fue tal “que decidí investigar el tema”,
contó el porteño a un diario. Muchas de sus pesquisas (reunidas en el
libro El misterio de las coincidencias) se centraron en las casualidades desde el punto de vista científico. Y no tardó mucho en poner la vista en los estudios de Wolfgang Pauli, Nobel de Física en 1945 por descubrir el principio de exclusión (o de Pauli).
El don de la ubicuidad (de verdad)
Explicar
ese principio y sus implicaciones posteriores en la mecánica cuántica
nos llevaría el resto de las páginas de este ejemplar de Quo, pero baste
con saber que abrió la puerta a conocer el llamado estado de
superposición cuántica. El concepto lo explicaba el físico Andrew Cleland, de la Universidad de California en Santa Bárbara (California), después de publicar en la revista Nature un experimento que lo demostraba
en 2010: “Se trata de estados en los que un mismo objeto está al mismo
tiempo en dos lugares distintos, en dos configuraciones diferentes”.
Y
hay más de un científico –y demasiados esotéricos advenedizos– que ve
en ese fenómeno una explicación para las casualidades. Pero la ciencia
no se atreve todavía a ligar sus hallazgos con eso que los legos
llamamos coincidencias. Es decir, no entra a explicar si un estado de
superposición puede ser responsable de que una persona a la que llevabas
años sin ver te llame justo cuando te acuerdas de ella, también sin
venir a qué.
Lo que sí es divertido es aproximarse al raro
universo de las coincidencias a través de la estadística.No sin finura y
con esa ironía tan inglesa, Rob Eastaway y Jeremy Wyndham publicaron en 2006 un libro didáctico titulado ¿Por qué los autobuses vienen de tres en tres? Las matemáticas ocultas en la vida cotidiana. En él, entre otras cosas, los autores explican con lógica numérica casos cotidianos que atribuimos a la casualidad.
... Y, de repente, vienen todos juntos
El
caso de que, después de un buen rato aguardando, aparezca un ramillete
de autobuses es un buen ejemplo que se entiende fácilmente. El primero
sale vacío y recoge gente en la parada. Si este grupo tarda en subir, la
distancia entre el primer bus y el segundo, que ha salido poco después,
se acorta un poco. Al hacer menos tiempo que la parada está vacía, el
segundo transporte lleva menos pasajeros y, por tanto, va más rápido, lo
cual le ayuda a acercarse. Como halla menos gente, emplea menos en
subir y bajar usuarios; lo contrario que el otro, que tarda más en
cargar y descargar porque le espera más gente y hay más viajeros
queriendo apearse.
Aunque quizá el punto de vista más utilizado en la magia es el de la psicología. Un clásico son las webs dedicadas a las coincidencias entre los asesinatos de Lincoln y Kennedy:
que ambos fueron nombrados presidentes con 100 años de diferencia, que
sus asesinos también nacieron con un siglo de separación, que los
apellidos de los dos presidentes tenían 7 letras y los de sus asesinos,
15, o que ambos tenían vicepresidentes llamados Johnson.
Todo ello
es un paradigma de cómo las ganas de buscar coincidencias eclipsan las
“no-coincidencias”. Un ejemplo de las decenas que hay: los nombres de
pila de los dos mandatarios no tienen ni de lejos el mismo número de
letras (John Fitzgerald y Abraham). Y lo mejor: que coincidan dos
Johnson es tan “difícil” como si en los próximos 100 años volviera a
haber en España un presidente apellidado González o Rodríguez.
Fuente:
http://www.quo.es
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