EL GALLO, EL PERRO Y LA MUJER DEL LABRADOR
Al ver el labrador el estado en que había vuelto el asno, quiso saber
lo que iba a decir a su compañero, y se puso a escuchar a la puerta del
establo, en compañía de su mujer, y oyó lo que el borrico le preguntaba
al buey lo que pensaba hacer al día siguiente.
-Seguiré practicando tu consejo -le responnndió el buey.
-Harás muy bien -le dijo el asno con refinnnada malicia-, puesto que también te ha ido; sólo veo en ello un ligero inconveniente. Al entrar en la cuadra he oído decir al amo que ya que no puedes trabajar, que te lleven al matadero y aprovechen tu carne antes que enflaqiezcas.
-¡Cáspita! Eso no -replicó el buey-; en eeese caso, ya estoy bueno.
Y en seguida se puso de pie y dió un bramido de alegría.
Al oír el labrador al asno y al ver el maravilloso efecto que su astucia había producido, se echó a reír a carcajada tendida. La mujer quiso saber el motivo de esa risa; pero como el marido no podía revelar el secreto don que poseía sin perder la vida, se negó a decírselo. Ella entonces prorrumpió en amargo llanto, pateó, se arrancó los cabellos, y juró que, si no se lo decía, no volvería a juntarse más con él. Como la amaba con ternura, el labrador se apesadumbró profundamente al ver a su mujer en tal estado, y le rogó que no se empeñase en saber lo que no podía decirle, a cuyo ruego se unieron los de sus hijos y parientes. Nada, sim embargo, pudo vencer la terquedad de la mujer curiosa, que permaneció llorando en un rincón del patio noche y día. El labrador no sabía que partido tomar y se sentó cabizbajo y pensativo delante de la puerta de un corral en donde estaba solazándose un gallo con sus gallinas. El perro fiel que guardaba la casa, al ver la algarabía del gallo:
-¿Cómo te atreves a recrearte así -le dijooo-, cuando nuestro amo se encuentra tan afligido y sin saber qué hacer para salir del apuro en que se halla?
-¿Pues qué le ha sucedido? -le preguntó elll gallo.
-Que nuestra ama se ha encerrado en un cuaaarto, está llorando y se empeña en que su marido le descubra un secreto que no puede éste decirle sin perder la vida; más, como quiere tanto a su mujer, me temo que se deje ablandar por los lloros de su esposa, y ya ves entonces la desgracia que a todos nos sucedería.
-Pues mira, si no es más que eso -le conteeestó el gallo-, nuestro amo puede salir de su apuro fácilmente. Que coja una buena vara de acebo, que se encierre en su cuarto con su mujer, y que le mida bien con la vara las costillas.
Atento el afligido labrador al coloquio del perro y del gallo, no bien hubo oído a éste, se levantó, agarró un vergajo, y encerrándose con su mujer, de tal manera le cebó el coleto que, cansado de sus lloros, se puso al fin de rodillas, rogando a su marido que la perdonara por Dios, que ya no quería saber por qué se reía, ni se lo volvería a preguntar en toda su vida.
-Como a esta mujer terca e imprudente debeeería yo tratarte -dijo el visir a su hija.
-Padre, haced lo que queráis conmigo, porqqque yo estoy resuelta a ser esposa del sultán aunque me cueste la vida. Ni las historias que acabáis de contarme, ni otras aún más tristes, me harán cambiar en mi designio, y si el cariño que me profesáis os impide el llevarme al palacio del sultán, yo misma iré a ofrecerme.
En vista de la firme resolución de su hija, y forzado por ella, con el corazón lleno de amargura, el gran visir anubció al día siguiente al sultán que aquella misma noche le presentaría a su hija. Admirado se quedó éste al considerar el sacrificio que el visir le ofrecía; pero no cambió por eso de propósito, antes bien, le dijo:
-Ten entendido, visir, que al entregarte mañana a tu hija, será para que le quites la vida, y ¡ay de ti si no cumples mis órdenes, porque te juro que lo pagarás con tu cabeza!
-Señor -le contestó el gran visir-, aunque mi corazón se desgarre, vuestras órdenes serán cumplidas.
En seguida fue a anunciar a su hija que el sultán la aceptaba por esposa aquella noche, y Gerenarda se preparó para el gran sacrificio. Antes de salir del palacio, llamó a su hermana menor y le dijo:
-Querida Diznarda, es preciso que me prestttes tu auxilio para una grande empresa: no te asustes ni aflijas por lo que voy a decirte. Esta noche voy a ser la esposa del sultán. Cuando esté en su presencia, le pediré que te deje pasar la noche en el aposento inmediato, y espero que me lo concederá. Una hora antes de despuntar la aurora, entrarás en la cámara nupcial y me dirás:
-"Querida hermana, si estás despierta, te ruego que, mientras amanece, me cuentes alguna de esas historias tan bonitas que tu sabes".
"Entonces yo empezaré a referirte un cuento, y trataré de exitar la curiosidad del sultán; y espero que por este medio tan sencillo conseguiré librar al pueblo del azote cruel en que se ve afligido".
Al alzar el velo de su nueva esposa, el sultán vió que Gerenarda tenía el rostro cubierto de lágrimas.
-¿Por qué lloras? -le dijo.
-Señor -le respondió la joven-, tengo una hermana a quien amo con la mayor ternura, y desearía que pudiese pasar esta última noche junto a mí para conversar con ella. Os ruego que no me neguéis este consuelo.
El sultán consintió en lo que Gerenarda le pedía y su hermana Diznarda se instaló en la pieza contigua, separada del cuarto nupcial por una cortina.
Cuando Diznarda creyó que el alba se acercaba, dirigiéndose a su hermana le dijo:
-Querida Gerenarda, mientras que amanece, cuéntame alguna historia bonita.
Sin responder directamente a su hermana, la efímera esposa del sultán pidió permiso a éste para acceder a lo que su hermana le pedía, y obtenido, empezó diciendo:
-Seguiré practicando tu consejo -le responnndió el buey.
-Harás muy bien -le dijo el asno con refinnnada malicia-, puesto que también te ha ido; sólo veo en ello un ligero inconveniente. Al entrar en la cuadra he oído decir al amo que ya que no puedes trabajar, que te lleven al matadero y aprovechen tu carne antes que enflaqiezcas.
-¡Cáspita! Eso no -replicó el buey-; en eeese caso, ya estoy bueno.
Y en seguida se puso de pie y dió un bramido de alegría.
Al oír el labrador al asno y al ver el maravilloso efecto que su astucia había producido, se echó a reír a carcajada tendida. La mujer quiso saber el motivo de esa risa; pero como el marido no podía revelar el secreto don que poseía sin perder la vida, se negó a decírselo. Ella entonces prorrumpió en amargo llanto, pateó, se arrancó los cabellos, y juró que, si no se lo decía, no volvería a juntarse más con él. Como la amaba con ternura, el labrador se apesadumbró profundamente al ver a su mujer en tal estado, y le rogó que no se empeñase en saber lo que no podía decirle, a cuyo ruego se unieron los de sus hijos y parientes. Nada, sim embargo, pudo vencer la terquedad de la mujer curiosa, que permaneció llorando en un rincón del patio noche y día. El labrador no sabía que partido tomar y se sentó cabizbajo y pensativo delante de la puerta de un corral en donde estaba solazándose un gallo con sus gallinas. El perro fiel que guardaba la casa, al ver la algarabía del gallo:
-¿Cómo te atreves a recrearte así -le dijooo-, cuando nuestro amo se encuentra tan afligido y sin saber qué hacer para salir del apuro en que se halla?
-¿Pues qué le ha sucedido? -le preguntó elll gallo.
-Que nuestra ama se ha encerrado en un cuaaarto, está llorando y se empeña en que su marido le descubra un secreto que no puede éste decirle sin perder la vida; más, como quiere tanto a su mujer, me temo que se deje ablandar por los lloros de su esposa, y ya ves entonces la desgracia que a todos nos sucedería.
-Pues mira, si no es más que eso -le conteeestó el gallo-, nuestro amo puede salir de su apuro fácilmente. Que coja una buena vara de acebo, que se encierre en su cuarto con su mujer, y que le mida bien con la vara las costillas.
Atento el afligido labrador al coloquio del perro y del gallo, no bien hubo oído a éste, se levantó, agarró un vergajo, y encerrándose con su mujer, de tal manera le cebó el coleto que, cansado de sus lloros, se puso al fin de rodillas, rogando a su marido que la perdonara por Dios, que ya no quería saber por qué se reía, ni se lo volvería a preguntar en toda su vida.
-Como a esta mujer terca e imprudente debeeería yo tratarte -dijo el visir a su hija.
-Padre, haced lo que queráis conmigo, porqqque yo estoy resuelta a ser esposa del sultán aunque me cueste la vida. Ni las historias que acabáis de contarme, ni otras aún más tristes, me harán cambiar en mi designio, y si el cariño que me profesáis os impide el llevarme al palacio del sultán, yo misma iré a ofrecerme.
En vista de la firme resolución de su hija, y forzado por ella, con el corazón lleno de amargura, el gran visir anubció al día siguiente al sultán que aquella misma noche le presentaría a su hija. Admirado se quedó éste al considerar el sacrificio que el visir le ofrecía; pero no cambió por eso de propósito, antes bien, le dijo:
-Ten entendido, visir, que al entregarte mañana a tu hija, será para que le quites la vida, y ¡ay de ti si no cumples mis órdenes, porque te juro que lo pagarás con tu cabeza!
-Señor -le contestó el gran visir-, aunque mi corazón se desgarre, vuestras órdenes serán cumplidas.
En seguida fue a anunciar a su hija que el sultán la aceptaba por esposa aquella noche, y Gerenarda se preparó para el gran sacrificio. Antes de salir del palacio, llamó a su hermana menor y le dijo:
-Querida Diznarda, es preciso que me prestttes tu auxilio para una grande empresa: no te asustes ni aflijas por lo que voy a decirte. Esta noche voy a ser la esposa del sultán. Cuando esté en su presencia, le pediré que te deje pasar la noche en el aposento inmediato, y espero que me lo concederá. Una hora antes de despuntar la aurora, entrarás en la cámara nupcial y me dirás:
-"Querida hermana, si estás despierta, te ruego que, mientras amanece, me cuentes alguna de esas historias tan bonitas que tu sabes".
"Entonces yo empezaré a referirte un cuento, y trataré de exitar la curiosidad del sultán; y espero que por este medio tan sencillo conseguiré librar al pueblo del azote cruel en que se ve afligido".
Al alzar el velo de su nueva esposa, el sultán vió que Gerenarda tenía el rostro cubierto de lágrimas.
-¿Por qué lloras? -le dijo.
-Señor -le respondió la joven-, tengo una hermana a quien amo con la mayor ternura, y desearía que pudiese pasar esta última noche junto a mí para conversar con ella. Os ruego que no me neguéis este consuelo.
El sultán consintió en lo que Gerenarda le pedía y su hermana Diznarda se instaló en la pieza contigua, separada del cuarto nupcial por una cortina.
Cuando Diznarda creyó que el alba se acercaba, dirigiéndose a su hermana le dijo:
-Querida Gerenarda, mientras que amanece, cuéntame alguna historia bonita.
Sin responder directamente a su hermana, la efímera esposa del sultán pidió permiso a éste para acceder a lo que su hermana le pedía, y obtenido, empezó diciendo:
EL MERCADER Y EL GENIO
-Señor: Un mercader que poseía grandes caudales, así en mercancías como en esclavos, joyas y dinero, tuvo necesidad de hacer un viaje para arreglar algunos asuntos de su comercio...
Continuará...
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