Un tiempo después me contó otra historia. Se trataba de un
enamorado que amaba sin esperanza. Se refugió por completo en su corazón
y creyó que se abrasaba de amor. El mundo a su alrededor desapareció;
ya no veía el azul del cielo ni el bosque verde; el arroyo ya no
murmuraba, su arpa no sonaba; todo se había hundido, quedando él pobre y
desdichado. Su amor, sin embargo, crecía; y prefirió morir y perecer a
renunciar a la hermosa mujer que amaba. Entonces se dio cuenta de que su
amor había quemado todo lo demás, de que tomaba fuerza y empezaba a
ejercer su poderosa atracción sobre la hermosa mujer, que tuvo que
acudir a su lado. Cuando estuvo ante él, que la esperaba con los brazos
abiertos, vio que estaba transformada por completo; y, sobrecogido,
sintió y vio que había atraído hacia sí a todo el mundo perdido. Ella se
acercó y se entregó a él: el cielo, el bosque, el arroyo, todo le salió
al encuentro con nuevos colores frescos y maravillosos; ahora le
pertenecía, hablaba su lenguaje. Y en vez de haber ganado solamente una
mujer, tenía el mundo entero entre sus brazos y cada estrella del
firmamento ardía en él y refulgía gozosamente en su alma. Había amado y,
a través del amor, se había encontrado a sí mismo. La mayoría ama para
perderse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario