El color del cielo se debe a tres factores: a la composición de la luz, a la atmósfera y a nuestra fisiología.
La teoría del color, desarrollada inicialmente por
Newton, explica que la luz blanca está formada por la suma de todos los
colores del arcoiris. Y que cuando vemos un objeto de un color es porque
refleja cierta longitud de onda y absorbe el resto, o lo que es lo
mismo, refleja ese color mientras absorbe los demás.
En un extremo del espectro visible se encuentra el rojo,
cuya longitud de onda es la más larga y, por ello, su frecuencia la más
baja (por eso se les llama infrarrojos a las longitudes de
onda más largas) y en el otro extremo el violeta, cuya longitud de onda
es la mas corta y, por ello, su frecuencia la más alta (por eso se les
llama ultravioleta a las longitudes de onda más cortas).
La luz del sol tiene que atravesar la atmósfera para
llegar a nosotros, y aunque el aire puro es incoloro, pues todas las
longitudes de onda lo atraviesan, las minúsculas partículas de polvo y
de agua en suspensión, más pequeñas que las longitudes de ondas de la
luz visible, no tienen tamaño suficiente para repeler la onda y
solamente la desvian ligeramente de su camino original. Una y otra y
otra vez. Es lo que se conoce como dispersión.
Ocurre que las longitudes de onda del extremo azul del
espectro, al ser más cortas, son dispersadas en mayor medida que las del
resto de colores, lo que confiere objetivamente un color azul-violeta a
nuestro cielo.
Pero resulta que nuestros ojos captan el color a su
manera, o mejor dicho, nuestro cerebro interpreta la frecuencia de las
ondas según la información recibida a través de los ojos y de su
particular fisiología.
Nuestros ojos poseen unos conos sensibles a solo tres
colores: rojo, verde y azul. El resto de colores excita varios tipos de
conos a la vez, o lo que es lo mismo, podemos obtener el resto de
colores a partir de la combinación de esos tres. Y como nuestra vista es
más sensible al color azul que al violeta, es éste el color que
observamos al contemplar el cielo.
Nota sabionda: La longitud de onda
dispersada mayoritariamente en nuestro cielo, aún siendo la misma para
todo el mundo, es captada de diferente forma por los diferentes seres
vivos. Así el mismo cielo presenta un diferente color según el
observador.
Nota sabionda: El cielo de Marte, cuya
atmósfera tiene una presión atmoférica 145 veces menor que la terrestre,
una ausencia casi total de oxígeno y una presencia de CO2 cercana al
95%, con unos vientos huracanados que mantienen gran cantidad de
partículas de polvo en suspensión, nos presenta un color rojizo porque
el tamaño de estas partículas dispersa mayoritariamente las longitudes
de onda del extremo rojo del espectro.
Se oye decir que el mar es azul porque refleja el color del cielo,
pero no es así. El mar absorbe con mayor facilidad las longitudes de
onda larga (rojo, naranja y amarillo) que las longitudes de onda corta
(azul, violeta). Estas rebotan y son captadas por nuestro ojo.
Existe una relación entre el color del cielo y el color del mar, pero cada uno surge de forma independiente al otro.
Si bien el agua es incolora porque toda las longitudes de onda la
atraviesan, cuando nos referimos a una gran cantidad de agua, a la luz
le cuesta más atravesarla y refleja cierta tonalidad azul. Si la
cantidad de agua acumulada es tan importante como en el mar, la cantidad
de luz reflejada es mucho mayor y el color azul más intenso.
Este efecto se produce en el agua pura, pues si el agua alberga
algas, barro e impurezas, la luz esparcida por esas partículas
emmascarará el color habitual del agua.
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