Existen herramientas educativas mucho más eficaces que el castigo para extinguir conductas y comportamientos indeseables.
Los humanos son las criaturas que nacen con menos habilidades,
prácticamente tienen que aprenderlo todo. Aprenderán en función de su
capacidad innata y, sobre todo, de la relación que exista entre los
estímulos, las conductas y sus consecuencias. Un premio o un estímulo
positivo refuerza una conducta. Es decir, si un niño recibe un premio
del tipo que sea por una conducta o que la consecuencia de esta sea
percibida como buena o positiva, esta conducta se aprenderá y tendrá mas
probabilidades de que se repita.
¿Por qué un niño se comporta mal o no hace lo que esperamos que haga?
Reduciendo mucho la contestación, se podría decir que existen dos
motivos. El primero y principal es porque no sabe bien lo que tiene que
hacer, no lo ha aprendido o no lo tiene claro. Quizá le hemos confundido
con mensajes contradictorios o hemos supuesto que los niños tienen un
mecanismo mental el cual le indica qué comportamientos son los correctos
y cuáles no. El segundo motivo es que no ha asimilado que las conductas
que le han enseñado (suponiendo que esto sea así) son positivas para
él, bien de forma inmediata o en un futuro. Aclarando un poco: el premio
o las consecuencias positivas de un comportamiento sirven para generar
nuevas conductas y reforzarlas.
El castigo sirve para extinguir una conducta. Su función es eliminar
un comportamiento que consideramos perjudicial para él o para la
“sociedad”. Por lo tanto el castigo no crea nuevas conductas ni las
refuerza. Es una forma de aprender a desaprender. Pero cuando castigamos
a un niño sin que sepa qué es lo que tiene que hacer y cuándo lo tiene
que hacer, lo que estamos haciendo es jugar a la ruleta con él. Estamos
jugando con el azar para ver si por eliminación de conductas indeseables
aparece la que es correcta. Esto se llama aprendizaje por ensayo y
error.
O bien puede ocurrir que castiguemos una conducta secundaria. Por
ejemplo si castigamos al niño por las malas notas que ha sacado, lo que
estamos haciendo es castigar “la entrega de notas”, entonces al niño le
entrarán los siete males cuando tenga que mostrarlas a los padres y hará
todo lo posible por no hacerlo. Estamos castigando la entrega de notas y
no estamos enseñando la conducta deseable que es el estudiar o tener un
hábito de estudio para que no ocurra el suspenso.
En definitiva, el castigo es muy poco eficaz para el aprendizaje ya
que no enseña nada nuevo; y, como extinción de conductas indeseables,
existen herramientas educativas mucho más eficaces que el pegar un
bofetón. En casos en los que la conducta del niño fuera de riesgo vital
para él o para otros, entonces los padres valorarán qué acción es la
adecuada para extinguir este comportamiento indeseable.
El castigo más cruel que puede recibir un niño no es una nalgada o
una torta (que lo es), es la retirada del afecto y cariño de los padres.
Ningún niño se merece este castigo.
Por Juan Ramón Farrán García
Psicólogo experto en Intervención Social con Infancia y Familia
Psicólogo experto en Psicoterapia
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