Publicado: Junio 2012
Fotografía de Michael Melford |
A 350 kilómetros del Yemen continental se yergue, solitaria, la isla de Socotora, que alberga una curiosa colección de animales y plantas adaptados a esta tierra abrasadora, inclemente y ventosa.
A medio camino entre África y Asia, cerca de la boca del golfo de Adén, emerge la isla de Socotora, la más importante del archipiélago al que da nombre. Nos acercamos por mar al litoral de este enclave natural yemení donde habita un gran número de endemismos.
Si no fuera por la infatigable dinámica de las placas tectónicas, Socotora estaría hoy encajada entre Somalia, a la que está unida bajo el agua a través de la plataforma continental, y la República del Yemen, país al que pertenece. Sin embargo, los designios geológicos quisieron que se independizara de África y de Asia, emprendiendo así un aislamiento geográfico milenario que ha generado uno de los lugares con más endemismos del planeta. Por este motivo, en 2003 la Unesco declaró el archipiélago Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad cinco años después, y la laguna Ditwah, en el noroeste de la isla de Socotora, está considerada un humedal de importancia internacional según el Convenio de Ramsar.
Su excepcional biodiversidad es comparable a la de las islas Galápagos o Mauricio, por citar dos lugares célebres por su riqueza biológica. Que la de aquí sea mucho menos conocida es comprensible: en 1967, tras obtener su soberanía después de 80 años de protectorado británico, Socotora fue declarada zona militar, estuvo cerrada al mundo hasta 1994 y no tuvo aeropuerto internacional hasta cinco años después. Si añadimos los fuertes monzones que la azotan, impidiendo durante cuatro meses al año el acceso a la isla por aire y por mar, no es de extrañar que sus habitantes constituyan una sociedad que ha podido desarrollarse muy poco desde que los primeros moradores se asentaran en ella en el siglo IV a.C. «Hoy, en todo el archipiélago, formado por cuatro islas y dos islotes, viven unas 44.000 personas, casi todas en Socotora. Sólo dos de las otras tres islas, Abd al-Kuri, Samha y Darsa, están habitadas por unos pocos centenares de habitantes», explica el fotógrafo y naturalista Oriol Alamany.
Casi es medianoche en Firmihin, un amplio cerro tapizado por un
bosque de dragos sangre de dragón. La luna, anoche llena, inunda el
escarpado paisaje con una fría luz plateada.
Tras el muro de
piedra de un caserío de pastores, las llamas iluminan los rostros de
cuatro personas que, descalzas, están sentadas en torno al fuego y
comparten un pote de té caliente mezclado con leche fresca de cabra.
Neehah Maalha se cubre con una especie de sarong llamado fouta; su
mujer, Metagal, lleva un vestido largo de color violeta y tocado a
juego. Charlan en un idioma muy antiguo, intacto durante siglos y que
hoy tiene menos de 50.000 hablantes.Esta isla, accesible desde hace tan poco tiempo y con una biodiversidad que todavía no ha sido estudiada en profundidad, afronta ahora la eterna disyuntiva entre progreso y conservación.
En las montañas de Socrota, los griegos
situaban el trono del mismísimo Urano y el lugar de origen y
resurrección del ave Fénix. Para los marineros árabes, la isla estaba
llena de demonios, de curanderos, de brujas y de maestros en el arte de
la nigromancia, para Marco Polo los mejores. Pero si lo
que acabamos de decir puede caer del lado del mito, de lo fantástico,
hay en esta isla, también, una historia sorprendente que tiene como
motor las sustancias que en ella se pueden encontrar: mirra, incienso,
sangre de dragón y ámbar gris. Así, en sus costas desembarcaron las
naves del Egipto faraónico en busca de la mirra, por ser esencial en el
proceso de momificación. Alejandro Magno, aconsejado por Aristóteles,
conquistó la isla para ostentar el monopolio del incienso que durante
siglos había perfumado los templos más importantes de la Antigüedad.
Pero si la mirra y el incienso, antes más cotizados incluso que el oro,
han dejado de ser sustancias tan valiosas, no es el caso de otras que
también se encuentran en la isla: la sangre de dragón y el ámbar gris.
La primera, es una resina de color rojo, de ahí su nombre, que tiene
numerosos usos medicinales; por su parte, el ámbar gris, una sustancia
que se encuentra en el estómago del cachalote y por la que se llega a
pagar hasta diez mil dólares el kilo, es muy apreciada en cosmética,
especialmente en la elaboración de perfumes.
Pero si las sustancias de la isla son
valiosas, y aquí entra en juego la calidad del relato de Jordi Esteva,
sus habitantes no se quedan atrás. Se nos habla de personas sencillas
que guardan dentro de sí una inocencia y una pureza únicas.
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