Padecemos fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad del otro. El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas.
No hay decreto de gobierno que
pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen en
los mercados algunas estupideces.
El amor se puede provocar,
dejando caer un puñadito de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en
la sopa o el trago.
Se puede provocar, pero no se
puede impedir.
No lo impide el agua bendita,
ni lo impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo, infalibles brebajes
con garantía y todo.
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