Hace
sol. Mi garganta reseca pide una
cerveza.
Entro
en un bar elegido al azar. Me da igual, solo quiero refrescar la boca, leer la
prensa deportiva y distraerme.
Estoy
bien, hace tiempo que no me siento tan bien…
Pido
la cerveza con voz ronca. La camarera me mira como quien espera algo de mí.
Me
pone la cerveza con sonrisa amable. Le indico con la mirada que retire el vaso.
Me encanta beber directamente de la botella, sabe mucho mejor, pienso de forma
distraída mientras la recojo de la barra.
Con una servilleta de papel limpio el bocal con gesto despreocupado.
Mi
mirada va a parar a una esquina del local.
Un
rayo de electricidad recorre mi cuerpo.
¡Ella
está allí!
Siento
cómo me llama en silencio…
Una
agitación incontrolable se pasea por todo mi cuerpo. La ansiedad se eleva en mi
interior hasta hacerme marear.
Cierro
los ojos.
¡No
puede ser!
Hace
tiempo que lo he dejado atrás.
¿Por
qué me persigue?
Abro
los ojos y me obligo a mirar hacia la ventana. Siento cómo gotas de sudor
perlan mi frente.
No…
no quiero mirar, pero sé que está allí.
Pongo
un billete de cinco euros sobre la barra. La camarera me mira con gesto
vacilante. Deja de fregar los vasos. Centro la mirada en la crónica del partido,
pero soy incapaz de leer.
Quiero
mirar hacia donde está ella… y a la vez me obligo a no mirar a ese maldito
rincón.
La
camarera con gesto amable me devuelve el cambio. Tres monedas de euro. Las
recojo y noto que mi mano tiembla, mientras un torrente de sudor frío se adueña
de mi cuerpo.
Miro
de nuevo hacia el rincón. Luces de colores brillan de forma intermitente. Azul,
rojo, amarillo… parpadean y parpadean hasta hacerme seducir.
Sacudo
la cabeza para ahuyentar mis pensamientos.
Sacudo
la cabeza para ahuyentar mis miedos.
Camino
con paso firme hacia el baño. Paso a su lado y allí está llamándome en
silencio. Empujo la puerta, de forma frenética me abalanzo sobre el lavabo.
Abro
el grifo y lleno las manos del elemento líquido y frío.
Empapo
la cara.
Miro
al espejo.
Allí
estoy yo, sonriendo y lleno de miedo a la vez.
Recojo
más agua, la estampo contra la piel.
Bebo
un poco.
Cierro
el grifo.
Suspiro,
parece que me siento mejor.
Miro
al hombre del espejo.
Le
sonrío.
Solo
serán tres euros, nada más, le digo.
No
hay ningún problema en ello.
El
hombre del espejo me devuelve la sonrisa.
Me
siento seguro.
Salgo.
Cierro
la puerta con mimo.
Miro
a mí alrededor.
Todos
están ajenos a mi persona. Incluso la camarera parece ignorarme mientras de
forma atareada recoge tres tazas de café depositadas sobre una mesa.
Introduzco la mano en el bolsillo.
Siento
un leve calor en mis dedos al tocar las monedas.
Disfruto
de una excitación en el pecho que ciega mis sentidos.
La
miro. Está ahí, ante mí... entregada.
Me
saluda de forma silenciosa. Ya nos conocemos. Somos viejos amigos.
Encajo
una moneda en su interior con dedos temblorosos.
Miro
a ambos lados, siento que no deben verme jugar con ella.
Pulso la tecla verde con la misma fuerza que aprieto
mis labios, los símbolos centrales se movilizan alocadamente.
Repito
de nuevo el gesto. Mis dedos se deslizan sobre la tecla con la habilidad de un
pianista. Parece que lo hago con desinterés, pero mi corazón late
aceleradamente.
Una
nueva moneda.
Mi
dedo corazón pulsa de nuevo la tecla de juego.
Uso
la tercera moneda.
La
máquina me mira impasible, pero yo sé que va a darme el premio. Siempre lo
hace. Primero me provoca y luego se entrega a mí. Soy afortunado en el juego.
Llevo
la mano a mi bolsillo, saco un billete de veinte euros. Con gesto mecánico
indico a la camarera mi deseo.
La
prebenda será mía.
Me
siento repleto de emoción.
Mis
dedos han dejado de temblar.
Pulso
las teclas con rapidez y destreza. Me devuelve cinco monedas.
Sonrío…
¡ya eres mía!
La
excitación llena me pecho. Eso es… ¡lo sabía! Sabía que sería capaz de dominar el juego de
esta máquina.
La
rueda central gira vertiginosamente.
Cambio
un nuevo billete sin pensar.
Mmmmm…
¡se resiste!
Su
luz me ciega. Voy a la barra y recojo mi cerveza.
Me
sitúo de nuevo impasible ante el juego.
Mis
ojos brillan.
Me
queda solo un billete de cinco, lo convierto en nuevas monedas.
Miro
a los lados, no quiero que nadie intente jugar… ¡¡el premio tiene que ser mío!!
Ya
sólo me queda una moneda.
La
introduzco mientras cierro los ojos apelando a la superstición. Esta tiene que
ser…
No…
no ha sido. ¡¡Maldita embustera!!
Si
tuviera otro billete… ¡¡ya le diría yo a ella!! ¡Seguro que le sacaba el premio
especial!
No
me queda dinero.
Apuro
el último trago de cerveza.
Raquel
se enfadará conmigo. He gastado el dinero que iba a ingresar en la cartilla
bancaria del niño. Eran los cincuenta euros que Javi había ahorrado.
Pestañeo
repetidamente.
¡He
vuelto a jugar!!
Pero…
mmmm, estuve a punto de sacarle a esa máquina el premio especial..!!
Salgo
por la puerta.
No
saludo al marchar. Los ignoro. Todo me da igual.
Poso
los pies en la acera.
Dejo
atrás la excitación del juego…
De
nuevo un rayo de ansiedad recorre mi cuerpo.
De
nuevo sudor frío en mi frente…
¿Qué
he hecho?
¡He
vuelto a jugar!
Había
prometido a Raquel y Javi, que no volvería a hacerlo…
Hundo
las manos en los bolsillos.
Mi
espalda se encorva en un gesto abatido.
Miro
al suelo.
Dejo
que los pies me lleven…
No
lo sabrán…
Les
diré que perdí el dinero al sacar el pañuelo del bolsillo.
Me
creerán…
¡Tienen
que creerme!
No
tienen que dudar de mí…
Yo…
¡¡Yo... he
dejado el juego!!
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