Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik tuvieron una relación muy intensa.
No hay constancia de que hayan sido amantes; pero sí, amigos que se
admiraban más allá de la literatura. La conexión entre ambos marca un
hito en la literatura argentina.
Julio y Alejandra se conocieron en París, a principios de los 60. Ella continuaba algunos estudios que había abandonado en Buenos Aires y él hacía de las suyas; ya era un parisino más. Las increíbles afinidades entre ambos los volvieron grandes amigos. Julio tenía una pareja, Aurora, la cual también amistó con Alejandra. “Nos veíamos, ella venía con frecuencia a casa donde Aurora y yo la recibíamos y la sermoneábamos por su peligrosa manera de abandonarse al azar de las circunstancias, con toda clase de riesgos que no le importaban pero que los amigos conocíamos bien”, cuenta Cortázar.
Cuando Alejandra publicó su Árbol de Diana, les envió un libro con una dedicatoria especial: “A mis queridos Aurora y Julio, este pequeño Árbol de Diana prisionera -esta promesa de portarme mejor a partir de hoy -25 de febrero de 1963- y esta otra de hacer poemas más puros y hermosos -si me esperan.”
A Alejandra le gustaba el peligro. Ya en Buenos Aires tomaba anfetaminas, en su incursión por la pintura y los primeros poemas. También frecuentaba somníferos para el sueño y algunos analgésicos para sus jaquecas.
Él la introdujo en el círculo parisino de intelectuales que despreciaban el círculo parisino de artistas del establishment. A ambos les encantaba la palabra subversivo. Julio llegó a darle el único manuscrito que tenía de la novela Rayuela. Alejandra llegó a afirmarle “yo soy la Maga”, en alusión al personaje de dicha novela, por lo que Julio no se animó a contradecirla.
Alejandra estaba tan fascinada por los encantos literarios de Cortázar que, en una carta a Silvina Ocampo, escribió: “No dejes de verlo a Julio, no dejes de decirle que por llorar gracias a él pude respirar como la reina de los respirantes, no dejes de decirle que el mero hecho de que él, Julio, exista en este mundo, es una razón para no tirarse por la ventana. Julio, vos, Adolfito, Octavio... y me digo: Ellos aseguran tu mundo vertiginoso e inclusive te ayudan a respirar”
Cada palabra suya, cada verso, cada testimonio contienen una intensidad exorbitante. En una entrevista publicada en 1972, ella decía: “En esta vida nunca hacemos lo que queremos. Lo cual es un motivo más para querer ver el jardín, aún si es imposible, sobre todo si es imposible”. Y además continuaba: “Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo (…) Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.”
Podríamos afirmar que Alejandra Pizarnik es nuestra poeta maldita. Siempre lidiando con los fantasmas del caos. Niña border y seductora. Ella misma escribe: “Mis contenidos imaginarios son tan fragmentarios, tan divorciados de lo real, que temo, en suma, dar a luz nada más que monstruos”.
Su inestabilidad emocional, la lucha interna con sus delirios, la puja surrealista de su literatura, su aversión a la política y la inconformidad con el mundo la llevaron a tener dos intentos de suicidio por lo que debió ser internada en un hospital psiquiátrico.
Alejandra le escribió a Julio una polémica dedicatoria en el libro “que viola el sentido común”, La pájara en el ojo ajeno:
“Julio este textículo les parece joda. Solamente vos sabés que el más mínimo chiste se crea en momentos en que la vida est à l’auteur de la morte. Muy tuya Alejandra.
Julio fui tan abajo. Pero no hay fondo.
Julio, creo que no tolero más las perras palabras
La locura, la muerte. Nadja no escribe. Don Quijote tampoco.
Julio, odio a Artaud (mentira) porque no quisiera entender tan sospechosamente bien sus posibilidades de la imposibilidad.
PD: Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh Julio) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio —que fracasó, hélas)
PD: En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos. Mi mejor amiga es una sirvienta de 18 años que mató a su hijo. Empecé a leer Diarios. Te apruebo mucho políticamente. Tu poema de Panorama es grande porque me hizo bien (lo leí en el hospital).”
A lo que Julio -el 9 de septiembre de 1971-, ya angustiado y con el peor de los presentimientos, le respondió en una carta tan desesperada como afectuosa:
“Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.”
La tragedia del final no puede ser de otra manera. A los pocos días, más precisamente el 25 de septiembre, Alejandra se suicida, con tan sólo 36 años de edad, al tomar 50 pastillas de un barbitúrico llamado seconal, un fin de semana que había salido del psiquiátrico. A pesar del pedido de Julio, Alejandra decidió acabar con su vida y, quizás así, la jaula se ha vuelto pájaro.
Julio y Alejandra se conocieron en París, a principios de los 60. Ella continuaba algunos estudios que había abandonado en Buenos Aires y él hacía de las suyas; ya era un parisino más. Las increíbles afinidades entre ambos los volvieron grandes amigos. Julio tenía una pareja, Aurora, la cual también amistó con Alejandra. “Nos veíamos, ella venía con frecuencia a casa donde Aurora y yo la recibíamos y la sermoneábamos por su peligrosa manera de abandonarse al azar de las circunstancias, con toda clase de riesgos que no le importaban pero que los amigos conocíamos bien”, cuenta Cortázar.
Cuando Alejandra publicó su Árbol de Diana, les envió un libro con una dedicatoria especial: “A mis queridos Aurora y Julio, este pequeño Árbol de Diana prisionera -esta promesa de portarme mejor a partir de hoy -25 de febrero de 1963- y esta otra de hacer poemas más puros y hermosos -si me esperan.”
A Alejandra le gustaba el peligro. Ya en Buenos Aires tomaba anfetaminas, en su incursión por la pintura y los primeros poemas. También frecuentaba somníferos para el sueño y algunos analgésicos para sus jaquecas.
Él la introdujo en el círculo parisino de intelectuales que despreciaban el círculo parisino de artistas del establishment. A ambos les encantaba la palabra subversivo. Julio llegó a darle el único manuscrito que tenía de la novela Rayuela. Alejandra llegó a afirmarle “yo soy la Maga”, en alusión al personaje de dicha novela, por lo que Julio no se animó a contradecirla.
Alejandra estaba tan fascinada por los encantos literarios de Cortázar que, en una carta a Silvina Ocampo, escribió: “No dejes de verlo a Julio, no dejes de decirle que por llorar gracias a él pude respirar como la reina de los respirantes, no dejes de decirle que el mero hecho de que él, Julio, exista en este mundo, es una razón para no tirarse por la ventana. Julio, vos, Adolfito, Octavio... y me digo: Ellos aseguran tu mundo vertiginoso e inclusive te ayudan a respirar”
Cada palabra suya, cada verso, cada testimonio contienen una intensidad exorbitante. En una entrevista publicada en 1972, ella decía: “En esta vida nunca hacemos lo que queremos. Lo cual es un motivo más para querer ver el jardín, aún si es imposible, sobre todo si es imposible”. Y además continuaba: “Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo (…) Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.”
Podríamos afirmar que Alejandra Pizarnik es nuestra poeta maldita. Siempre lidiando con los fantasmas del caos. Niña border y seductora. Ella misma escribe: “Mis contenidos imaginarios son tan fragmentarios, tan divorciados de lo real, que temo, en suma, dar a luz nada más que monstruos”.
Su inestabilidad emocional, la lucha interna con sus delirios, la puja surrealista de su literatura, su aversión a la política y la inconformidad con el mundo la llevaron a tener dos intentos de suicidio por lo que debió ser internada en un hospital psiquiátrico.
Alejandra le escribió a Julio una polémica dedicatoria en el libro “que viola el sentido común”, La pájara en el ojo ajeno:
“Julio este textículo les parece joda. Solamente vos sabés que el más mínimo chiste se crea en momentos en que la vida est à l’auteur de la morte. Muy tuya Alejandra.
Julio fui tan abajo. Pero no hay fondo.
Julio, creo que no tolero más las perras palabras
La locura, la muerte. Nadja no escribe. Don Quijote tampoco.
Julio, odio a Artaud (mentira) porque no quisiera entender tan sospechosamente bien sus posibilidades de la imposibilidad.
PD: Me excedí, supongo. Y he perdido, viejo amigo de tu vieja Alejandra que tiene miedo de todo salvo (ahora, oh Julio) de la locura y de la muerte. (Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio —que fracasó, hélas)
PD: En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos. Mi mejor amiga es una sirvienta de 18 años que mató a su hijo. Empecé a leer Diarios. Te apruebo mucho políticamente. Tu poema de Panorama es grande porque me hizo bien (lo leí en el hospital).”
A lo que Julio -el 9 de septiembre de 1971-, ya angustiado y con el peor de los presentimientos, le respondió en una carta tan desesperada como afectuosa:
“Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.”
La tragedia del final no puede ser de otra manera. A los pocos días, más precisamente el 25 de septiembre, Alejandra se suicida, con tan sólo 36 años de edad, al tomar 50 pastillas de un barbitúrico llamado seconal, un fin de semana que había salido del psiquiátrico. A pesar del pedido de Julio, Alejandra decidió acabar con su vida y, quizás así, la jaula se ha vuelto pájaro.
Fuente:
culturizando.com
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