¿Te has fijado alguna vez que cuando la
luna está llena hay una forma de color azul plateado en su superficie? Si la
miras atentamente, verás que tiene unas largas orejas y el cuerpo de un conejo.
Pero, ¿cómo es posible que un conejo haya llegado a la luna?
Hace mucho tiempo en un país llamado
India, había un precioso bosque. El más bonito que nunca había existido. Había
árboles de todos los tamaños y formas, cargados de frutas. Las flores eran de
todos los colores que se puedan imaginar y desprendían dulces olores. Los
animales vivían felizmente en aquel bosque desde hacia miles de años.
Entre todos los animales, cuatro se
hicieron muy amigos: el mono, la nutria, el elefantito y el conejo. Todos ellos
querían mucho al conejo, que era, además, el animal más querido por todos los
animales del bosque. Y os preguntaréis porque le querían tanto. Porque era un
ser muy especial: sabio, generoso, valiente y sincero. Pero lo más importante
de todo es que tenía un corazón de oro.
A los animales del bosque les gustaba
escuchar las historias que explicaba el conejo. Se sentaban a su alrededor y se
quedaban boquiabiertos escuchando cómo el conejo les contaba cosas acerca del
poder de las plantas y las flores para curar y del poder del amor para
transformar. También les hablaba de las lejanas estrellas, de los planetas y de
la energía y la magia. Todos los animales acudían a escucharlo, incluso los más
fieros como el tigre y el cocodrilo.
La amabilidad del conejo brillaba desde
su interior como la luz de la luna. Todos los que se acercaban a él se sentían
inspirados. Así, sus tres amigos, el mono, la nutria y el elefantito empezaron
a cambiar sus defectos.
El mono, a quién siempre le había gustado
hacer bromas y molestar a todos, se volvió más considerado y ayudaba a todos
los animales. La nutria, que siempre había sido muy tragona y egoísta con la
comida, ya que se guardaba todo el pescado para ella, empezó a repartirlo y a
ayudar a los demás. El elefante, que siempre había sido muy reservado y nunca
decía a los otros animales donde estaban los manantiales, empezó a compartir lo
que sabía y a ayudar a los demás. Y el conejo se volvió todavía más amable y el
brillo de esa bondad y amabilidad de su corazón fue incluso más intenso que
antes.
Y un día el conejo tuvo una idea y llamó
a sus cuatro amigos:
- Como nosotros tenemos mucha comida y
agua, y mucho amor y amistad, podríamos ofrecer nuestros alimentos y nuestros
sentimientos al resto del mundo, a los pobres y a los niños hambrientos.
Y mientras el conejo bondadoso decía
esto, pasó por allí el espíritu celestial y escuchó lo que estaba diciendo. Se
quedó tan sorprendido de la bondad del conejo, que decidió seguir muy atento a
todo lo que ocurriera a partir de aquel momento.
El conejo continuó:
- Mirad la luna, amigos. Esta noche está
resplandeciente y con su luz transforma la oscuridad en brillo. Nosotros
podríamos hacer lo mismo con nuestro amor. Podríamos transformar la tristeza y
los problemas en alegría.
Y acordaron llevar la felicidad a todos
los que entraran al día siguiente en el bosque.
Aquella noche, los cuatro animales
planearon lo que cada uno iba a hacer para mejorar el mundo. La nutria prometió
ir a pescar y regalar todos los peces. El mono prometió regalar todos los
mangos que encontrara. El elefante prometió encontrar un nuevo manantial y
regalar toda el agua que pudiera coger.
Todos durmieron felices esa noche. Todos
menos el conejo, que aún no había encontrado nada que pudiera ofrecer. Su único
alimento era la hierba, que no gustaba a casi nada. No tenía nada que ofrecer.
Pensó y pensó, mirando la luna llena y cuando ya estaba a punto de dormirse sin
haber encontrado nada, tuvo una idea. Recordó que a los humanos les gustaba
comer conejo. Entonces prometió que se regalaría a sí mismo. Y se durmió
tranquilo y feliz.
El ser celestial, que había estado
escuchando todo oyó la promesa del conejo. Era increíble que un simple conejo
fuera tan bueno y desinteresado. Entonces decidió ponerlo a prueba. Quería
comprobar si el conejo había hecho en serio esa promesa.
Al día siguiente, el ser celestial bajó a
la tierra disfrazado de mendigo y llamó a los animales del bosque:
- Ayudadme por favor, me he perdido y
tengo hambre y sed
Todos los animales acudieron corriendo
hacia el mendigo
- Nosotros te ayudaremos – le dijeron. Te
daremos comida y agua y te ayudaremos a encontrar el camino de vuelta a casa.
El mono saltó a un árbol y bajó con unos
cuantos mangos y se los ofreció al mendigo. La nutria se metió en el río, pescó
varios peces y también se los ofreció al mendigo. El elefante corrió hacia un
manantial que había descubierto, sorbió con su trompa toda el agua que pudo y
se la ofreció al mendigo. Entonces el conejo se acercó y dijo muy seguro:
- Haz un fuego y yo saltaré dentro de él
para que puedas comer mi carne
El gran espíritu estaba sorprendido de la
valentía del pequeño conejo. Chasqueó los dedos y dijo algo e inmediatamente
surgió un fuego. Entonces, el conejo, sin pensárselo dos veces, saltó sobre el
fuego, pero no se quemó, porque en aquel momento el ser celestial lo cogió en
la palma de su mano. Entonces le dijo:
- Tu amor y tu valentía superan todo lo
que he visto en esta tierra. Todo el mundo debería conocer tu acto
desinteresado. Te voy a colocar en la luna para que todos cuando te vean, te
recuerden y aprendan de ti. Aparecerás en cada luna llena y tu amor brillará en
la luz de la luna.
Y con estas palabras, elevó al conejo
hacia el cielo y lo colocó en la luna. Todavía hoy se puede ver su silueta en
las noches de luna llena. Así que, la próxima vez que haya luna llena, salid a
mirar el cielo y veréis un conejo en la luna y recordad que, igual que le
ocurrió al conejo, si regaláis algo precioso podéis recibir a cambio algo muy
especial.
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