No me has hecho sufrir
sino esperar.
Aquellas horas
enmarañadas,
llenas
de serpientes,
cuando
se me caía el alma
y me ahogaba,
tú venías andando,
tú venías desnuda y arañada,
tú
llegabas hambrienta hasta mi lecho,
novia mía,
y entonces
toda la
noche caminamos
durmiendo
y cuando despertamos
eras intacta y
nueva,
como si el grave viento de los sueños
de nuevo hubiera dado
fuego a tu cabellera
y en trigo y plata hubiera sumergido
tu cuerpo
hasta dejarlo deslumbrante.
Yo no sufrí, amor mío,
yo sólo te
esperaba.
Tenías que cambiar de
corazón
y de mirada
después de haber tocado la profunda
zona de mar
que te entregó mi pecho.
Tenías que salir del agua
pura como una gota
levantada
por una ola nocturna.
Novia mía, tuviste
que
morir y nacer, yo te esperaba.
Yo no sufrí buscándote,
sabía que
vendrías,
una nueva mujer con lo que adoro
de la que no adoraba,
con tus ojos, tus manos y tu boca
pero con otro corazón
que amaneció a
mi lado
como si siempre hubiera estado allí
para seguir conmigo para
siempre.
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