Hace ya unos años rebuscando en las estanterías de una biblioteca escolar me encontré con una pequeña (o gran) joya. Por supuesto, en formato libro, ya que como dije, estaba en una biblioteca. Era un libro de esos que yo llamo "especial". Estaba tranquilamente reposando sobre una balda metálica, parecía que estuviera esperando que alguien lo tomara entre sus manos, que alguien lo abriera, que alguien dejara salir de sus páginas la magia que encerraba...
Y la magia salió, y lo hizo en forma de ...¡¡"tijeras"!!
Hace un par de días recordé ese libro y busqué información sobre él en la red.
Os dejo un artículo que en su día (1 de mayo de 2005) publicó la revista Babar (revistababar.com).
Como digo, el artículo no está escrito por mi, pero comparto con él cada una de sus palabras, cada uno de sus puntos y sus comas.
Os animo a entrar en una biblioteca y buscar, en la sección de literatura infantil, este título. Espero que tengáis suerte y os encontréis con un ejemplar de las primera edición, con el "original", pienso que merece la pena "echarle una mirada"...
Algunos libros poseen su historia y la de ¿Quién ha visto mis tijeras?
tiene ya un cuarto de siglo. Fernando Krahn y Mª Luz Uribe,
dibujante y escritora, salieron de su Chile natal para
establecerse en los Estados Unidos de Norteamérica (ellos dice
simplemente “of America”), donde Fernando se abrió pasó con gran
éxito como humorista gráfico. Allí le publicaron en 1975 un
libro sin palabras donde unas tijeras hacían todo tipo de
desaguisados con humor, cierta lógica iconoclasta y mucha ternura.
Este libro se editó posteriormente en México y España en un
formato de 16×22 cm., achicando las imágenes pero sin perder
la gracia y originalidad de un relato sin palabras con muchas
lecturas. Agotado y buscado como pequeña joya sin edades es ahora
reeditado por Kalandraka en formato más amplio (24×29 cm.) y con
unos breves textos que se pierden dentro de una página entera.
¿Cómo explicarles el libro? Veamos la historia: un sastre ve
un día salir sus tijeras por la ventana de su casa. Estas, libres y
sin complejos (“las tijeras no son para mí un símbolo de
censura”), se dedican a cortar toda clase de objetos que encuentra
en su camino: las riendas de un caballo, las flores de un
enamorado, el hilo de la cometa de un niño, los tirantes de un
predicador… Cada corte tiene su lado jocoso -dentro de un humor
primario que Fernando va poco a poco elaborando y entrelazando- y
su lado tierno: escenas, caras y resultados de cada acción. Cada
página esta conectada con algún detalle con la siguiente hasta
llegar a un final con su moraleja: las tijeras encerradas en una
jaula por el sastre. Las ilustraciones desbordan expresividad
y dinamismo, dando a cada escena ese aspecto de momento preciso,
del instante en que suceden las cosas, en este caso curiosas y
afiladas. La simple lectura de imágenes nos permite un juego de
anticipación que el autor sabe introducir y que es más rico que
las explicaciones breves del texto. Fernando cumple sus objetivos:
“Las tijeras para mí significan la elaboración de muchas
ideas”; ideas, detalles e imágenes desbordan imaginación.
Pero… ¿de quien ha sido la idea de poner texto a algo que fue
concebido sin palabras? Son ocho-diez-doce palabras por página que
quieren ser explicativas y dar cohesión a una historia que sin
ellas ya existía. Ni explican nada (bueno, que el sastre se llama
Hipólito) y leídas sin ilustraciones enfrente no se entienden;
¡hagan la prueba!
Un libro que en su tiempo fue excepcional y sirvió de lectura y
juego de pequeños lectores ha quedado bastante disminuido y no
por el paso del tiempo. Una edición cuidada con formato grande de
álbum que aconsejamos sea leída como originalmente: sin palabras
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