Dicen que estos bosques son terapéuticos. El otoño los convierte en un cuadro impresionista. He aquí el top 10 de España (publicado en ABC Viajar el 2-1-2013).
El haya (Fagus selvatica) reina en otoño en las áreas
montañosas de clima húmedo. Aunque de vocación solitaria, suele formar
bosques mixtos con abetos, tejos, abedules, serbales y acebos. Pocos tan
tenaces como este amante de las umbrías: resiste el órdago invernal y
la frondosidad de su copa deja escasas posibilidades a los competidores
en la penumbra del sotobosque. En España ocupa las cordilleras septentrionales, aunque posee algún retazo en el Sistema Central (en
el macizo de Ayllón se encuentran los hayedos más meridionales del
continente). He aquí una selección de espacios naturales imprescindibles
para disfrutar de la policromía de los hayedos en otoño.
1 SELVA DE IRATI (Navarra)
La imposibilidad de hacerle justicia a este hayedo-abetal
situado en el Pirineo navarro es palpable, pues hablamos de un lugar
real, no de una creación literaria, aunque su ubicación natural sería precisamente el reino de las hadas.
Hay estudios que alaban el carácter terapéutico de los bosques
caducifolios para alejar el estrés. Que el visitante se sienta, pues,
dichoso de vagar por Irati, aunque luego le cueste describir su
experiencia de forma cabal. Aquí los árboles mueren de pie, viejos y
rodeados de vástagos, y proponen silencio: para escuchar el viento que
baja del monte de la Cuestión, el toc-toc insistente del pájaro
carpintero en busca de larvas enquistadas en la corteza, el rumor de los
riachuelos donde las hojas caídas prosiguen su viaje... Y también el lamento del fantasma de doña Juana de Labrit, madre de Enrique IV, rey de Francia, envenenada en París
en vísperas de la trágica noche de San Bartolomé, que en los días de
tormenta se pasea por Irati de la mano de brujas y lamias. A este lugar
mágico se accede por Orbaizeta en su costado occidental y por Ochagavía
en el oriental. Existen numerosas posibilidades de paseos y travesías a
pie o en bicicleta.
Más información: www.irati.org
2 URBASA (Navarra)
En el borde del balcón de Pilatos se detiene el tiempo. La naturaleza cogió el cincel y esculpió allí un impresionante anfiteatro rocoso,
la joya de la Sierra de Urbasa. Ese circo que se cierra en escarpados
farallones y se abre en un valle fresco y arbolado esconde un secreto.
El suelo kárstico se queda gran parte de las humedades que llegan del
Cantábrico; apenas hay ríos de superficie, porque el agua se filtra por grietas y simas
formando una red subterránea. Pero en la pared del Capellán hay un
rebosadero; el agua se despeña en cascadas y, tras una caída de cien
metros, da vida al río Urederra. La excursión a este nacedero transcurre
entre una frondosa vegetación donde dominan las hayas. El hombre ha
habitado estos lugares desde hace 100.000 años. Durante siglos, el
bosque fue explotado para la obtención de leña, carbón vegetal y pastos,
usos tradicionales que hoy conviven con la conservación del paisaje y
su biodiversidad. Las huellas de la presencia humana son apreciables en los itinerarios de la meseta.
Restos de calzadas y puentes, carboneras y chabolas, caños donde brota
el agua cristalina. Los bloques de rocas calizas desprendidos del
acantilado han permitido que entre sus fisuras crezcan hayas
centenarias. El haya sobre la piedra, una imagen que se grapa en la
mente del visitante de Urbasa.
Más información: www.parquedeurbasa.es
3 SAJA-BESAYA (Cantabria)
El norte que se asoma al Cantábrico tiene las espaldas
cubiertas por algunas de las masas forestales mejor conservadas de la
península Ibérica. El Parque Natural Saja-Besaya, flanqueado por las
cuencas de los ríos a los que debe su nombre, presume de un bosque caducifolio de ensueño, especialmente representado por el haya y su socio favorito, el roble.
Para recorrerlo existen diferentes rutas: valle del arroyo del Diablo, o
la pista de Ozcaba a Bárcena Mayor (pueblo declarado conjunto
histórico-artístico). Conviene visitar el Centro de Interpretación situado en la aldea de Saja.
La riqueza faunística del parque es notable, con especies como jabalí,
nutria, lobo, águila real, corzo y ciervo, cuya berrea otoñal atrae a
miles de curiosos. En la zona sur del parque es posible observar al oso
pardo.
Más información: www.sajabesaya.tk
4 AIZKORRI-ARATZ (Guipúzcoa y Álava)
g. arrugaeta |
Este espacio protegido alberga uno de los tesoros naturales más significativos de la cornisa cantábrica y posee, además, un marcado carácter etnológico y religioso. Por sus trochas pasaron a lo largo de los siglos desde reyes a pastores, desde peregrinos a montañeros. En este entorno privilegiado, el santuario de Arantzazu se ha convertido en un faro de fe y cultura en Euskadi. El hayedo de la sierra de Altzania es, probablemente, el más hermoso de los rincones del parque, aunque los monumentales árboles trasmochos de Iturrigorri, en Oñati, merecen una visita como símbolo de la actividad forestal realizada en estos montes desde tiempo inmemorial.
5 PARQUE NACIONAL DE ORDESA Y MONTE PERDIDO (Huesca)
MIGUEL A. GARCÍA
Este monumento calizo que asombra en todas las estaciones
muestra en otoño su cara más espectacular. Para gran parte de sus
visitantes, el parque se circunscribe a la hoz de Ordesa, con sus
praderas, paredones, fajas, cascadas y bosques. La belleza de este rincón pirenaico es homologable al de los grandes espacios naturales del mundo.
La pista que atraviesa sus atracciones se adentra en un hayedo mágico,
arrullado por el murmullo del río Arazas. Pero Ordesa es mucho más.
Basta con coger altura para alcanzar la perspectiva del quebrantahuesos,
en la sierra de las Cutas, y convertir a los senderistas en una
procesión de hormigas y el hayedo en un brochazo ocre casi
impresionista. Más arboledas de cuento pueden encontrarse en las otras
tres rasgaduras del parque: Añisclo, Escuaín y Pineta. Añisclo, el cañón
más largo y angosto, se recorre en coche durante su primer tramo por
una de las carreteras más vertiginosas de los Pirineos. Desde Escalona la pista discurre pegada al acantilado y asomada al río Bellós,
y es de dirección única por razones obvias, ofreciendo la escapatoria
por Buerba o Fanlo, excelentes muestras de arquitectura montañesa.
Subiendo a Buerba hay un mirador para contemplar los majestuosos
contrafuertes del cañón y su avance zigzagueante hacia el corazón de la
espesura multicolor, y más allá. Aquí se da el fenómeno de la inversión térmica: los pisos de vegetación se intercambian,
de modo que las formaciones más secas y que soportan menos el frío
(carrascales) se instalan en las zonas más altas, mientras que hayedos y
bosques mixtos prosperan en el fondo del barranco.
Más información: www.ordesa.net
6 LOS CAMEROS (La Rioja)
«Ya se van los pastores, ya se van marchando, ya se queda
la sierra triste y callando. Ya se van los pastores para Extremadura, ya
se queda la sierra triste y oscura. Más de cuatro zagalas quedan
llorando». Es probable que, si usted lleva un número razonable de años en este mundo, alguna vez haya escuchado esta tonadilla popular. Su
origen está en Los Cameros, tierra de trashumancia. Y de contrastes.
Camero Viejo es de una belleza dura, áspera. Camero Nuevo es pura
exuberancia de hayedos y robledales. Allí se encuentra el Parque Natural
de la Sierra Cebollera, que junto a las sierras de la Demanda y Urbión
forma el meollo del Sistema Ibérico. En Villoslada está el Centro de
Interpretación del parque. Un buen comienzo para poder adentrarse en los senderos de la cuenca alta del río Iregua en
busca de colores otoñales. Por ejemplo, el que nos lleva al paraje del
Achichuelo, donde se juntan las aguas del barranco de «La Chihuelo» (su
nombre original) con las del Iregua.
Más información: www.lariojaturismo.com
7 MONTSENY (Barcelona)
santi m.b. |
El macizo del Montseny se riega con los vientos húmedos procedentes del Mediterráneo, que disparan los niveles de pluviosidad en algunas zonas del parque. Las diferencias de humedad y temperatura disponen la vegetación en forma de pisos: en las partes bajas prospera el bosque mediterráneo (encinares, alcornocales y pinares); más arriba, el robledal, y por encima de los mil metros, los hayedos y abetales. En las cumbres encontramos ambientes subalpinos (matorrales y prados). A tal variedad de paisajes le corresponde una extraordinaria diversidad faunística: 270 especies de vertebrados. La parte etnológica posee un gran interés. La brujería arraigó al abrigo de los bosques, y se dice que aún perviven los grimorios, libros de fórmulas mágicas que pasan de generación en generación. Su accidentada orografía también sirvió de refugio a bandoleros y trabucaires (combatientes irregulares de la guerra contra la Francia napoleónica que, con el paso de las décadas, devinieron en partidas carlistas). Entre las múltiples rutas la más otoñal es la del hayedo de Santa Fe, tomando como referencia la villa de Fogars de Montclús.
8 LA PEDROSA (Segovia)
pablo sánchez
También nombrado como hayedo de Riofrío de Riaza formaría,
junto con el de Montejo y el de Tejera Negra, una legendaria tríada de
rarezas en el centro de la península. De los tres, este es el menos
conocido, al que se llega por carreteras más secundarias. Desde Riofrío
se asciende al puerto de la Quesera hasta que nos topamos con el hayedo.
Lo más práctico es subir hasta el puerto y deshacer el camino a pie.
El pequeño hayedo trepa por fuertes pendientes acompañado por robles,
serbales, acebos, abedules y tejos. En los alrededores se encuentra el
santuario de la Virgen de Hontanares, rodeado de un extenso bosque de
roble melojo de ejemplares centenarios y praderas donde disfrutar de un
picnic. Para los espíritus más montaraces, la ascensión al Pico del Lobo
(2.273), el más alto del macizo de Ayllón (y de la provincia de
Guadalajara), es una posible tentación. Reserve parte de su tiempo para visitar Riaza, Ayllón... o los pueblos de arquitectura roja y negra, como Villacorta, Madriguera, El Muyo o Majaelrayo.
9 MONTEJO DE LA SIERRA (Madrid)
Las tierras de la Sierra del Rincón (conocida también como
Sierra Pobre), situada entre las estribaciones de Somosierra y el macizo
de Ayllón, fueron utilizadas por los nobles para el ocio y la caza.
Después evolucionaron hacia los aprovechamientos tradicionales, con
dominio de la ganadería. Desde hace unos años el potencial turístico de la comarca aconsejó regular el acceso al hayedo de Montejo,
una reliquia de los tiempos fríos que trepa por la parte umbría de El
Chaparral, monte de 250 hectáreas llamado así por la presencia de
chaparros (pequeños robles). Corzos y jabalíes encuentran un refugio impagable donde no falta alimento en
los meses de aprovisionamiento previos al invierno. Ayucos, bellotas y
bayas se prodigan en árboles y arbustos. Pero son las hayas de troncos
retorcidos las que seducen y asombran.
Más información: www.montejodelasierra.net
10 TEJERA NEGRA (Guadalajara)
david cantos
Hace un par de décadas los amantes de los bosques
caducifolios se podían dejar caer por el hayedo de Tejera Negra sin
previo aviso, e incluso acampar en sus puertas, pasear sin
aglomeraciones por sus senderos, aliarse con el silencio para sorprender
a algún corzo, refugiarse de la lluvia bajo un tejo y comer los frutos
del madroño. La notoriedad de este bosque relíctico aconsejó poner númerus clausus para el acceso en coche, aunque con tiempo y ánimo se puede ir caminando
desde Cantalojas siguiendo el curso del río Lillas. El premio merece la
pena: un hayedo de postal con rutas circulares señalizadas y cresterías
rocosas en el horizonte, donde bate sus alas el águila real.
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