viernes, 12 de octubre de 2012

Manilkara Zapota: la savia del chicle


Prácticamente todos, en alguna ocasión nos hemos metido uno de ellos en la boca y nos hemos dejado llevar por él mascándolo durante minutos e incluso horas. ¿Pero... qué es un chicle? y sobre todo ¿de dónde sale y cómo llega a convertirse en esa irresistible fuerza dispuesta a  masticada?





El chicle, en su origen era una sustancia derivada de la savia de un árbol procedente de la zona de América Central y del Sur llamado Manilkara Zapota. Esta savia, había sido empleada durante muchos años antes del primer chicle por los diversos pueblos indígenas por su curioso  dulzón. 


Hoy en día la cosa ha cambiado y se emplea un compuesto derivado del plástico llamado Acetato Polivinílico, aunque fue hace tan sólo unos pocos años que se abandono el uso de la savia.

Aunque el chicle lleva poco más de un siglo en los diccionarios, mascar sustancias gomosas es uno de los hábitos más antiguos que existen. Los griegos ya masticaban la resina de un árbol conocido como mastic. E incluso en Suecia se ha encontrado un chicle de 9.000 años de antigüedad. Se trata de un trozo de resina de abedul en el que se distinguen las marcas de la mordida de un hombre del Mesolítico. Parece ser que lo utilizaban a modo de cepillo de dientes.
Sin embargo, el concepto moderno de chicle, es decir, su concepto más comercial, se sitúa en la otra parte del mundo: América.
Allí, también desde tiempos inmemorables, los aztecas masticaban el látex del zapote, el fruto de un árbol propio del norte de Guatemala y la provincia del Yucatán. Tanto los mayas como los aztecas usaban el chicle para limpiar sus dientes, y distraer un rato el hambre y la sed.
A pesar de que se utilizaba para mantener la boca limpia, socialmente estaba muy mal visto. El motivo: las prostitutas masticaban chicle ruidosamente para llamar la atención de sus clientes.

En el siglo XIX, la goma de mascar se volvió viajera y llegó a Estados Unido, el país de las oportunidades. Y es allí donde encontró su oportunidad. O, mejor dicho, la oportunidad la encontró el inventor e industrial Thomas Adams.
La mayoría de las versiones cuentan que Adams era amigo del general Antonio López de Santa Ana, un militar mexicano exiliado en Staten Island (Nueva York). Resulta que López de Santa Ana era un gran aficionado de la resina del zapote y se llevó consigo al exilio una gran cantidad de chicle. Una sustancia que Adams intentó utilizar para sustituir el caucho en la fabricación de neumáticos. Pero el invento no funcionó. Así que en 1871, su instinto de negocio le llevó a comercializarlo en forma de pequeñas bolitas para mascar al módico precio de un penique.

Luego llegó el sabor y con él la competencia. Los chicles de Adams sabían a regaliz, pero quince años después un tal William J. White añadió el tradicional sabor a menta. Y como nunca hay dos sin tres, apareció en esta historia William Wrigley Jr. quien, además de crear el sabor a tutti fruti, era un gran visionario del marketing. En 1891, envió un chicle gratis a todos los abonados al listín telefónico, bajo el eslogan: “A todo el mundo le agrada que le regalen algo a cambio de nada”. En total, un millón y medio de envíos. La euforia del chicle se había desatado.
 De Estados Unidos se extendió al resto del mundo principalmente durante la Segunda Guerra Mundial cuando los soldados norteamericanos las llevaron consigo.  
Desde entonces la goma de mascar no ha hecho más que mejorarse: chicles para hacer pompas, con mil sabores, sin azúcar, de nicotina, contra el mareo…

El proceso de la recolección del chicle se asemeja mucho al que se utilizaba para extraer el caucho de la Hevea brasiliensis. De hecho, la primera persona en intentar aprovechar industrialmente el chicle, el presidente mexicano Antonio López de Santa Anna, pensó en él como material para fabricar cubiertas neumáticas para carruajes.



Entre julio y febrero, en la estación lluviosa, el tronco del árbol se marca por la mañana con cortes de machete poco profundos y en zigzag, para que la savia mane por los cortes y se deposite en bolsitas colocadas a ese efecto; por la tarde, los chicleros recogen el kilogramo y medio (aproximadamente) de savia que ha brotado y lo transportan a plantas de procesamiento. El árbol de Zapote no se explota hasta cumplir los 25 años, y, puesto que escarifica los cortes antiguos, sólo puede drenarse cada árbol una vez cada dos o tres años. Las posibilidades de explotación no son indefinidas. La demanda de chicle creció enormemente a lo largo del siglo pasado, lo que condujo a la utilización de otras especies parecidas (la balatá, M. bidentata, y la Mimusops globosa). Hoy en día se emplean preferentemente productos a base de petróleo en lugar de resinas naturales.   El zapote se cultiva también por su fruto comestible, similar a la ciruela. Su pulpa es parda, translúcida y muy dulce. En México, esta fruta es comercializada con el nombre de chicozapote, palabra que proviene del náhuatl y significa zapote de miel. En Guatemala también se cultiva con el mismo nombre y se comercializa ampliamente por todo el territorio guatemalteco. Incluso, se utiliza su madera para elaborar adornos artesanales y esculturas con formas muy diversas: Ruinas mayas, armadillos (en Guatemala: Hueche), Jaguares, Tucanes y muchas formas más relacionadas a la diversidad de cultura y fauna guatemalteca. 


En la segunda mitad del siglo XX, la base natural se sustituyó por una sintética. Aunque la composición de la base para goma de mascar en un secreto a la altura del de la Coca-Cola. Se sabe que está compuesta a partir de un plástico derivado del petróleo y de caucho. Luego, edulcorantes, un poco de sabor, un poco de color, y ya tenemos un chicle bien bonito.





Varias curiosidades sobre este producto:
  
Ilustración de Javier Muñoz / Kakalardoak.
Prohibidos en Singapur:
En Singapur llevan más de veinte años sin escuchar al de al lado remascar y remarcar insistentemente un chicle. Su consumo y comercio se prohibió en 1982. ¿Quién dijo que el fin no justifica los medios? Había que mantener la ciudad limpia y, para qué gastar dinero en una campaña de concienciación si podían prohibirse directamente. Desde Jacinton Post estamos investigando qué ha pasado con los perros en este tigre asiático. Tal vez se hayan convertido todos en robots y ya no caguen.
Pero volviendo a la goma de mascar, después de 12 años pagando multas y yendo a la cárcel por comer esta chuchería, la ley se suavizó en 2004. Ahora los singapurenses pueden mascar chicle, siempre y cuando sean sin azúcar, tengan una receta que justifique su consumo por fines terapéuticos y dejen sus datos en la farmacia donde los adquieran. Todo por unos chicles de nicotina.

 

Conflicto Internacional:

El chicle ha sido reflejo de los odios más sangrientos como el que se profesan palestinos e israelíes. A punto estuvo de desencadenar una crisis internacional. Corría el año 1997, allá por junio. En mitad de un rebrote de la Intifada, los palestinos acusaron a los israelíes de intentar mermar su población con chicles envenenados y, para más inri, fabricados en España.

La estrategia era de lo más rocambolesca. El veneno, supuestamente, consistía en unas sustancias afrodisíacas que a la larga producían esterilidad. Vamos, que los israelíes habían decidido tomárselo con tranquilidad.
Al final, el problema se arregló. ¿Cómo? Es un misterio pero pocos se acuerdan hoy de los chicles envenenados.

 

Coleccionista de envoltorios de chicle

Le proponemos una actividad. Sitúese en una habitación tranquila, silenciosa y con una luz tenue. En un lugar en el que se sienta cómodo. Cierre lo ojos y respire. Ponga su mente en blanco. Y entonces, imagine. Haga un esfuerzo e imagine al tío más friki que pueda.
Seguro que se llama Nosal Valeriy Stanislavovich, vive en Rusia, y desde hace 35 años colecciona envoltorios de chicles. Su valioso tesoro cuenta con 18.043 envolturas de placas de chicles, vamos, de papelitos; y cerca de 44.000 tipos de envoltorios de forma diferente, o sea, los papelitos de antes, más lo paquetes, las cajetillas… esa cosas.
Según Stanislavovich su afición por los envoltorios comenzó de muy pequeño: “En la URSS no se producían chicles, los traían los marineros del extranjero. Su déficit engendró un interés extraordinario; pero lo más interesante no era masticarlos sino las tramas insólitas sobre los embalajes y envoltorios”.
Cuenta el coleccionistas después de haber visto chicles de 96 países diferentes, que los más valiosos eran, y siguen siendo, los japoneses y coreanos. “En sus envoltorios había monstruos, dinosaurios y robots”. Y añade: “Además su gusto es mucho más divertido. El sabor de alguno de ellos no pueden ser comparados con nada”.
Stanislavovich sigue haciendo viajes y buscando amigos por el mundo para conseguir envoltorios nuevos y viejos. De momento, el más antiguo de su colección es una cajita de chicles fechada el 14 de febrero de 1871.

 

Arte con chicles

Ni mármol, ni bronce, ni acero. Ni siquiera plástico. El artista italiano Maurizio Savini hace esculturas con chicle rosa. Hombres, animales, escopetas… Pero, ¿qué es una escopeta hecha de goma de mascar rosa? Nada. Y he aquí, la gracia del asunto: el chicle quita todo el valor que se le presupone a un objeto.
Pero si en las esculturas de Savini los bloques de chicle al menos se reconocen, en las del joven estadounidense Jaime Marraccini (¿qué tipo de obsesión tienen con la goma de mascar la gente con apellido italiano?), el material utilizado es chicle bien mascadito.
Nadie sabe lo que han tenido que sufrir las mandíbulas de este chico, que ha utilizado un total del 30.000 chicles en la realización de 23 escultoras.
Y por si fuera poco, Marraccini ha querido hacer artistas a los niños del mundo mundial. Para eso ha creado los chew by numbers. Unos kits muy completos que incluyen el número de chicles necesarios de cada color y un dibujo con unos números que indican dónde hay que colocar cada chicle. El niño pone sus mandíbulas para mascar y sus dedos para extender.

Comer chicle te hace inteligente.
Un estudio realizado por el Baylor College of Medicine (Texas, EE.UU.) y patrocinado por el Wrigley Science Institute puso a mascar chicle sin azúcar a varios estudiantes de entre 13 y 16 años de un instituto durante las clases de matemáticas.
Después de 14 semanas se sometió a los masticadores a un examen. Las resultados fueron los siguientes: sus resultados mejoraron un 3% respecto a pruebas anteriores.
A la vista de estos resultados muchos, antes de ir a comprar toneladas de chicle, os entrará la curiosidad y preguntaréis por el mecanismo que hace que una golosina de usar y tira convierta a una persona en un eminencia. Pues bien: ni el responsable del estudio, el Dr. Craig Johnston, lo sabe. “No estudiamos el mecanismo de esta relación, pero hay otros estudios que demuestran que la masticación ayuda a que mejore el riego sanguíneo del cerebro”.

Comer chicle quema calorías.

Según una investigación publicada en The New England Journal of Medicine, no hay nada más divertido que masticar chicle para incrementar la quema de calorías.
El estudio incluso sugiere que esta costumbre regularmente puede inducir a perder 10 libras (aproximadamente 4.5 kilos) durante un año.
James Levine, de la Mayo Clinic, y Ioannis Pavlidis, de Honeywell Technology Center, estacaron que otros mamíferos queman calorías debido a su masticción permanente. Un ejemplo de ello, de acuerdo con las investigaciones, son las vacas, que queman 20 por ciento más de calorías cuando mastican.
Sin embargo, decididamente no recomiendan esta actividad como un plan de pérdida de peso. 
  Más curiosidades...  

Un pedazo de chicle masticado, por acción del oxígeno, se endurece y luego de cinco años comienza a degradarse hasta desaparecer.

Puede provocar daños dentales y en la mandíbula, aunque en niños con problemas en su desarrollo maxilar los beneficia para poder vocalizar, hablar y respirar.

En Finlandia a los chicles se les añade xilitol, con el propósito de prevenir las caries.

Masticar sirve a las personas que viajan en avión, durante el despegue y aterrizaje, para prevenir la aero-otitis o sensación de que los oídos se tapan.

El olor del chicle pegado en el piso atrae a las aves de la ciudad, luego al querer comerlo se les pega en el pico, se desesperan al intentar quitárselo con las patas, hasta que acaban muriendo asfixiadas.

En la localidad de San Luis Obispo, California, hay un callejón, The Bubblegum Alley, el cual es un estrecho pasaje de paredes muy altas totalmente cubiertas de chicle mascado; los turistas ingresan con uno en la boca y salen sin él.

Científicos británicos inventaron un chicle biodregadable que no se pega, al contener un polímero parecido a la goma, y una capa hidrófila, que puede mezclarse muy bien con el agua.

La firma Chicza Rainforest Gum desarrollan un chicle a base de productos orgánicos, procedentes de bosques renovables; es decir, un chicle orgánico.

En Suecia se encontró el que sería el 'chicle' más antiguo, un pedazo de resina de abedul con 9,000 años de antigüedad, en el cual se observa la marca de los dientes de un hombre de la Edad de Piedra.


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